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Moda e identidad

Firmado por: Martha Morales

Las cúpulas comerciales dictan los destinos del vestido, indican cómo y qué atuendos llevar. Basta una cascada de anuncios comerciales, la imagen de la modelo en paños menores, para que hordas enteras de jóvenes abarroten las tiendas tras los trapos más insulsos.

Se dice que el problema de muchas mujeres de hoy es que quieren ser de película. La exhibición es el recurso infalible, que nunca pasa de moda, para llamar la atención.

En los tiempos antiguos primaba la función protectora y funcional de la vestimenta. Los pueblos mantenían los mismos atuendos por un periodo largo de tiempo. Se puede decir que la moda existe a partir del Renacimiento.

Desde los años 60 se pierde la uniformidad de la moda y se impone el eclecticismo en telas, diseños y confección; desde entonces asistimos a una proliferación anárquica de estilos y tendencias, donde ya resulta casi imposible hablar de una moda definida, porque, en su lugar, asistimos a una multiplicación aparente de la oferta y, sobre todo, porque se asume que el individuo —en lo que se refiere al diseño de su tiempo libre— tiene, en cuestión de moda, la última palabra.

La ropa que se luce refleja nuestros estados de ánimo: alegría, pena, euforia, ansiedad... Cuando una persona está enamorada se nota en detalles, se pule en su arreglo personal. Se nota el cambio, antes era algo descuidada, ahora se arregla. De entrada imitamos lo que, de un modo más o menos consciente, ambicionamos ser.
En nuestra sociedad es muy importante, cada vez más, la imagen. La imagen hace que la moda sea la clave de la comunicación. Como la moda cambia en períodos de tiempo breves comparados con la vida de una persona, ésta tendrá que ir adaptándola a su propia imagen. Tendrá que controlar, pues, todo aquello que le desagrada o no se ajusta a los ideales que quiere transmitir a los demás. Es muy importante este "cribar" la moda. Ahí actúan las convicciones de la persona, sus valores, en definitiva, su personalidad.

La cuestión más importante, y que de un modo u otro aglutina a las demás, es la cuestión de moda e identidad. La moda puede servir como un factor superficial de integración social, especialmente para aquellas personas que carecen de una identidad definida —así se entienden los grupos de adolescentes vistiendo de la misma manera— pero la moda, por sí sola, no puede proporcionar identidad en sentido estricto.

Lo que se vende en los últimos tiempos bajo el nombre de moda no es simplemente “estilo” sino “identidad”. La moda expresa de manera libre lo que somos. El vestido de la mujer tiene que ayudar a que los demás descubran ese algo distinto que hay en todas las personas: su rostro, sus gustos, su vitalidad. Para que al fijarnos en ese ser humano, la mirada no quede fija en lo físico –en el ombligo-, sino que trascienda a sus cualidades, la inteligencia, la voluntad, valores y posibilidades.

La moda lleva a buscar una “apariencia”, a la inclinación que tan pronto nos lleva a asemejarnos a nuestros contemporáneos como a destacamos de ellos.

La sociedad entera, antes tenía la percepción de que existía un límite. Ahora, la moda impone la falta de pudor. La novedad de nuestro actual contexto cultural es que nadie se avergüenza de llevar parte del cuerpo descubierto. Hay modos de exhibir la realidad humana que, en vez de revelar su sentido, acaban por banalizarla, y por ocultar su verdad profunda. Sin misterio no hay revelación.

“El desmedido culto al cuerpo —dice el sociólogo José Pérez Adán— y la importancia que a veces se da a la belleza, ha dejado en un segundo plano las grandes preguntas de la persona; ya no importa quienes somos sino quiénes parecemos ser. Es una ficción que da miedo e inseguridad. El miedo reside en encontrarnos desnudos de careta, mirarnos en el espejo y confrontarnos frente a la pregunta primaria: quiénes somos”.

En el fondo, hay quienes buscan, más que exhibir la intimidad, rebelarse, y la vulgaridad es la manera más rápida y cómoda de hacerlo. “La vulgaridad puede entenderse como actuar sin fundamento, sin jerarquizar ni valorar, dando importancia sólo a lo superficial”, afirma Mireille Meján, historiadora y psicóloga.

Remar contra la vulgaridad en la moda es ir a favor de la plenitud humana. No se trata de suprimir la moda sino de respetar su matiz de expresión de la interioridad.

Decimos que una persona tiene mucho estilo cuando sabe aprovechar la ropa y los adornos, y comunicar elegancia, sencillez, naturalidad, etc. En cambio, de otras personas decimos que van a la moda, pero sin estilo. De aquí que puede triunfar una moda cuando es atractiva para la mayoría y cuando permite a los individuos expresar su manera de ser, con elegancia, a través de ella (Juana Castro).

El cuerpo es “la palabra del espíritu”, dice Alfonso López Quintas. A través de él podemos enviar mensajes e incentivos eróticos. La falta de interioridad de una persona la conduce a imitar lo exterior a ella, sin descubrir su aporte personal inédito, hecho que hace de la persona una novedad radical.

El ser humano tiende a espiritualizar todo: la sexualidad, el descanso, la comida... No come como los animales: pone un mantel, usa cubiertos, pone unas flores en la mesa y, a veces, hasta música suave. “El adorno es natural en el ser humano, porque representa uno de los modos en que el espíritu se manifiesta finalizando lo corpóreo”, escribe Virgina Aspe Armella, filósofa.