Artículos de Prensa / Matrimonio
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El Matrimonio Basura

 

Jorge Trías Sagnier
ABC
31-V-2004

 

Como en todas las épocas, en la nuestra se han hecho cosas fabulosas y otras deplorables. Igual que hay buena y mala televisión, buena y mala política, buena y mala comida, buenas y malas creencias, hay también algo que, agazapado entre lo bueno y lo malo, resulta específico de nuestra sociedad masificada: las creencias basura, la televisión basura, la política basura o la comida basura, por ejemplo.

Consiste, eso que llamamos basura, en medir por el mismo rasero lo que tiene un valor con lo que no lo tiene, el esfuerzo con la facilidad, la cultura con la kultura, la modernidad con la movida, lo moral con lo inmoral, la religión con la superstición o el fetichismo, Nicole Kidman con Belén Esteban, Esplá con Jesulín de Ubrique, Lawrence de Arabia con Bin Laden y así hasta el infinito. Las sociedades occidentales participan de la equivocada y sociológica creencia de que los valores y opciones morales se otorgan democráticamente. No existirían verdades preestablecidas, ésas de las que Machado decía que eran verdades lo dijese Agamenón o su porquero, y cualquier cosa podría ser una opción admisible. Frente al reconocimiento legal nada puede oponerse, ni el derecho natural, es decir, aquél dictado por la razón, ni la creencia en un Dios que protege la vida desde que se fecunda hasta que fenece, ni en el valor superior de la familia «como hogar, escuela y taller; reconstruida desde dentro de ella misma y apoyada por las instancias sociales para que pueda cumplir su misión» (González de Cardedal, ABC-19, mayo, 2004), ni el matrimonio entre un hombre y una mujer.
 
Yo no digo que haya otro tipo de uniones que también deban ser protegidas, respetadas y que incluso puedan constituir una fuente de derechos y obligaciones jurídicas. Cuando fui diputado propuse una forma de unión para las personas del mismo sexo que quisiesen legalizar sus relaciones de pareja, distinta del matrimonio, pero con consecuencias jurídicas. Pretendía que no se produjesen esas situaciones lacerantes como la de aquella persona que cuidó de su amigo durante una larguísima enfermedad y que cuando murió éste, fue echado del piso por no ser suyo. En cualquier caso creía que cualquier persona era muy libre de organizar su vida como quisiera, aunque, también creía -y sigo creyendo- que ese tipo de uniones, dígalo quien lo diga, nada tenían que ver con el matrimonio.

Meter, pues, en el saco de la institución matrimonial cualquier tipo de unión, convertir el contrato de matrimonio en algo tan inane como el que se firma en Las Vegas, o tratar a los hijos como si se trataran de derechos en lugar de generadores de obligaciones y responsabilidades, considero que convierte el matrimonio, también, en una especie de matrimonio basura, una especie de cajón de sastre sin atractivo ni sentido. Estoy un poco harto de que siempre tengan que ser los curas los que salgan al quite y digan lo que piensan o lo que tantos piensan y no se atreven a decir. En cualquier caso hay que agradecérselo. Pero o nos movilizamos todos con inteligencia y moderación -y para eso tiene la sociedad sus cauces legales- o unas minorías con criterios morales muy dudosos acabarán imponiéndonos su forma de vivir.

 

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Trabajo basura y matrimonio temporal

 

Ignacio Aréchaga
Aceprensa, 11-V-2005

 

Las manifestaciones sindicales del 1 de mayo en España han estado marcadas por la reivindicación del empleo estable y de calidad. Es una reclamación con mucho respaldo popular. En España, uno de cada tres trabajadores (el 32,5%) tiene un contrato temporal, mientras que en el conjunto de la Unión Europea la tasa de temporalidad es de un 12,8%.

El auge del contrato temporal ha sido el efecto perverso de tener la indemnización por despido más alta de Europa en el caso de los contratos fijos. De modo que la sobreprotección de los trabajadores ya instalados ha dejado a la intemperie a otros menos afortunados, sobre todo entre los jóvenes.

Ciertamente, la creación de empleo exige también una cierta flexibilidad laboral, pues la empresa necesita haber frente a las fluctuaciones de la carga de trabajo con empleos temporales. Pero cada vez es más claro que muchas veces se abusa de las fórmulas de trabajo temporal, con los consiguientes efectos negativos para el trabajador y para la propia economía.

Un trabajador que nunca llega a alcanzar un empleo estable estará siempre inseguro ante su futuro profesional. No cabe esperar que se implique en la empresa como un trabajador fijo, que tiene una trayectoria profesional encarrilada. Ni es probable que la empresa invierta en su formación, ya que puede despedirlo en breve plazo. Y, en definitiva, la parte más débil -el trabajador- estará a merced del más fuerte, la empresa.

Es lógico que el Derecho laboral se preocupe de encontrar puntos de equilibrio entre la flexibilidad laboral y la estabilidad en el empleo. De ahí que, con vistas a la próxima reforma del mercado de trabajo, el gobierno pretenda hacer más atractiva la contratación indefinida y penalizar la temporal, elevando la cantidad que las empresas abonan a la Seguridad Social por el desempleo de sus trabajadores.

Lo sorprendente es que este mismo gobierno tan preocupado por la inestabilidad laboral consagre la inestabilidad matrimonial con el nuevo divorcio exprés y sin causa. Un "contrato" matrimonial -si es que puede llamarse así- rescindible de modo unilateral a los tres meses de la boda, sin causa que lo justifique ni periodo de reflexión, solo puede perjudicar la estabilidad matrimonial.

Dentro de ese marco legal, un matrimonio nace ya con un signo de inseguridad ante el futuro, que lo asemeja a la mera unión de hecho. Si la idea de matrimonio ha ido siempre unida a la de duración y compromiso, la de la nueva regulación legal parece dar por buena la de unión con fecha de caducidad.

En esas condiciones, no cabe esperar que, ante las inevitables crisis, los cónyuges se impliquen en sacar a flote el matrimonio con el mismo esfuerzo que quien asume un compromiso con vocación de permanencia. Y, aunque uno lo procure, estará a la merced de la otra parte, más fuerte o más irresponsable, que podrá imponer su voluntad.

En el ámbito laboral, un contrato de ese estilo -rescindible de modo unilateral, de inmediato y sin causa- se calificaría como el típico "trabajo basura". Lo curioso es que ahora va a ser más fácil rescindir el contrato matrimonial que el laboral. Pero un gobierno que cree que el matrimonio es tan maleable, solo puede acabar inventando el "matrimonio basura".

 

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El matrimonio no es de usar y tirar

Elisabeth Stewart, esposa y madre de tres hijos, que está comenzando su carrera como escritora, explica que para mantener vivo el matrimonio es preciso no poner el "yo" por encima de la felicidad del cónyuge y de los hijos (The Globe & Mail, Toronto, 30-XI-1995).

 

Hace poco mi hijo de ocho años se aventuró a conjeturar cuál de sus tías y tíos sería el próximo en anunciar el fin de su matrimonio. Durante los catorce años de la vida de mis hijos, a menudo he tenido el privilegio y el placer de ver el mundo a través de sus ojos de niños. Y esta no fue una de esas veces. Yo esperaba el siguiente disparo: ¿Y papá y tú? Pero ese disparo nunca llegó. Quizá nunca lo preguntó porque temía la respuesta. (...) No me extraña que mis hijos estén preocupados. Yo les he tranquilizado diciendo que nuestro matrimonio va muy bien: lleno todavía de ese cariño especial que mantiene unida a una pareja (...). Si ese cariño especial puede acabarse en otras familias, ¿por qué no en la nuestra? Si mis hijos no se atreven a hacer esta pregunta, mi marido y yo nos la hacemos a nosotros mismos. ¿Seguimos juntos simplemente por comodidad? ¿Porque sería demasiado complicado repartir el dinero, las posesiones y los hijos? ¿Somos inmunes a las tentadoras alternativas que se nos presentan? (Mi marido tiene aquí una clara ventaja, pues trabaja entre legiones de mujeres elegantes. Yo sólo trato al cartero, a los tenderos y a los repartidores.) (...) ¿Es posible que la anticuada noción del amor y del compromiso nos mantenga unidos? Reconocemos nuestra buena suerte, pero todavía nos sorprende. ¿Qué pasa con nuestra generación (la del baby boom) para que el divorcio parezca la solución lógica e inevitable a cualquier insatisfacción o falta de plenitud en nuestras vidas? (...)

"Él/ella ya no me hace feliz". "Ya no siento el amor que antes tenía". "Ha llegado el momento de ponerme yo en primer lugar, de concentrarme en mi felicidad, en lo que quiero para mi vida". El pronombre "yo" aparece a menudo en estas explicaciones [que dan personas que se divorcian]. Si eliminamos su frecuente uso, quizá varios de esos matrimonios podrían sobrevivir. El "yo" y el "nosotros" no existen dentro de un vacío, no ciertamente cuando se dan dentro del matrimonio y la familia. Lo que "yo" quiero de la vida y lo que "yo" creo que me hará feliz, debe incluir en último término lo que hace feliz a mi marido y a mis hijos. Cualquier cosa que haga tiene consecuencias directas en sus vidas. Lo mismo se puede decir para cada miembro de nuestra familia. Esto se define con una palabra: compromiso. (...) Uno no puede ponerse en primer lugar en el matrimonio; si lo hace, está llamando al desastre. Yo no niego mi debilidad, pero me considero bastante dispuesta a dejar ciertas cosas con el fin de mantener intacto mi matrimonio.

Una de esas cosas es la tentación de tener otra relación sentimental. Por supuesto, me gustaría sentir otra vez una pasión excitante en mi vida (perdón, cariño, no quisiera ofenderte), pero no a riesgo de destruir mi matrimonio. Incluso si mi marido nunca descubriera mi "imprudencia", yo la sabría, y desaparecería el vínculo de confianza entre nosotros. No creo que muchos matrimonios puedan sobrevivir a eso. Con esto no me resigno a ser una persona de segunda categoría o a llevar una vida "vivida a medias". Las decisiones que tomé en el pasado -casarme, tener un cierto número de hijos, dejar de lado mi carrera- condicionan las que tomo ahora. No me imagino anunciando a mi familia: "Perdón, todo esto ha sido un terrible error, esto no es lo que yo verdaderamente quería para mi vida". Por supuesto que hay días en que puedo pensar eso: días en que mi marido me irrita, en que miro a mis hijos y me asombro de haber engendrado tan ingratos miserables. Pero la clave de esto está en la palabra "días". Me permitiré lamentarme un rato por todas esas posibilidades de la vida que no escogí (o que, en mi arrogancia juvenil, ni siquiera consideré); pero eso es todo. No puedo engañarme creyendo que si yo dejara el matrimonio buscando mi satisfacción en otra parte, la encontraría realmente. Además, habría arruinado otras vidas en el camino. El amor y las ilusiones compartidas nos trajeron a mi marido y a mí hasta este punto de nuestra existencia. La vida que hemos construido juntos es nuestro punto focal: ahora nuestras decisiones se desarrollan a partir de ahí.

Ninguno de nosotros es responsable de hacer al otro "feliz", pero ambos tenemos la responsabilidad de mantener "vivo" nuestro matrimonio. La felicidad es la consecuencia de ese compromiso. (...) ¿Cómo es posible que muera ese amor? No debería ocurrir, y no tiene por qué ocurrir. El amor es un don, un don precioso que debemos cuidar con tanta ternura y tanta fiereza como cuidamos de nuestros hijos. Las personas crecemos y cambiamos. Lo mismo ocurre con el amor y con la dinámica de un matrimonio. Ambas cosas requieren nuestra constante atención. El matrimonio no es un producto de usar y tirar.

 

Aceprens


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