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Crisis matrimoniales

José Javier Castiella
ALBA

Una idea previa y básica: las crisis forman parte de la normalidad biográfica de prácticamente todos los matrimonios bien avenidos. El final de las vacaciones y la vuelta al trabajo, que en estos días vivimos tantos matrimonios, pueden ser uno de los detonantes de la misma. Las hay, es verdad, con mil variables de circunstancias y gravedad, pero es igualmente cierto que una variable muy importante en su evolución, es la actitud con la que la afrontan sus protagonistas.

Desde una actitud de amor comprometido las crisis deben tratarse como dificultades a superar. Si son muy graves con la ayuda, en su caso, de profesionales de la psicología que aconsejen a los cónyuges. Estas ayudas deben publicitarse de tal modo y con tal discreción, que todos los matrimonios sepan de su existencia y facilidad de acceso, sin que ello suponga dar publicidad alguna a sus dificultades de convivencia, que son intimidad conyugal.

Normalmente se enfoca la crisis de pareja como un problema de los adultos que la protagonizan, uno de cuyos "sub-problemas" consiste en qué hacer con los hijos. Aquí vamos a focalizar la atención en ellos. Todo ello, aplicable en todo caso a los matrimonios, lo será también a las uniones de hecho, en la medida en que sea posible por razón de la propia actitud de los unidos de hecho.

Como veíamos en el artículo anterior, con carácter previo a cualquier crisis matrimonial, deben explicarse a los candidatos al matrimonio los efectos traumáticos y didácticos de su ruptura en los hijos.

Producida la crisis, si ésta es de ruptura, en el caso de haber hijos del matrimonio, debe suponer una información pericial detallada a los cónyuges de las consecuencias específicas previsibles para cada uno de sus hijos, en función de la edad y características de cada uno de ellos.

Recientemente he leído dos libros sobre el tema: uno, sobre la mediación familiar como alternativa en el proceso judicial de separación y divorcio en el que la autora dedica decenas de páginas a la protección del menor en el proceso de mediación y otro, "Amores compartidos", en el que la autora defiende a ultranza la custodia compartida, como la más ventajosa para el menor. En ninguno de ellos se alude a la conveniencia, entiendo que más bien necesidad ineludible, de un informe pericial interdisciplinar, que minimice en lo posible los daños al menor, en uno de los peores trances posibles para su desarrollo, el proceso de separación o divorcio de sus padres en un caso y la situación familiar resultante para el mismo, en el otro. Sin dicho asesoramiento especial, por mucha buena voluntad que pongamos, por mucho "interés del menor" del que hablemos, es casi seguro que no acertaremos con el tratamiento menos dañino para esos hijos menores.

No me cansaré de repetirlo. El interés del menor, en general, y de modo muy especial en el escenario más contrario al mismo, esto es, el de ruptura de su mundo afectivo, exige un tratamiento pericial interdisciplinar que minimice, para cada menor, de acuerdo con su edad, sexo, carácter, relación previa con padre y madre, entorno de hermanos, parientes, amigos, vecinos, profesores etc. y teniendo en cuenta las demás variables relevantes para el mismo: vivienda, barrio, colegio, actividades extraescolares, trato con su padre y su madre, trato con el resto de la familia paterna y materna, etc… cuáles han de ser las condiciones adecuadas de la siguiente etapa de su desarrollo.

El convenio regulador debe ser, por tanto, un documento pericialmente informado en función del interés de cada uno de los hijos, especialmente los menores, y aprobado judicialmente de modo que los objetivos y los riesgos recogidos en dicho informe se cumplan y garanticen respectivamente, con la adopción de las medidas que el juez estime adecuadas para tal finalidad. Ello aunque suponga un sobre costo para los que se separan o divorcian.

Cuanto más se parezca la situación afectiva de los hijos después del divorcio a la que disfrutaban antes del mismo, especialmente en términos de estabilidad afectiva, menor y más asumible será el daño para ellos. Por este motivo será, en principio, mejor la custodia compartida que la monoparental. El acuerdo de los progenitores en dotar a sus hijos de padre y madre, que demuestren su amor incondicional al hijo y eviten las discusiones entre ellos, así como la crítica del otro, evita prolongar y profundizar el proceso de duelo del hijo. Pero no nos engañemos. Hablamos de prótesis, que tienden a cumplir la misma finalidad que el original, pero que, ni de lejos, son igual que el original.

La ausencia de nuevas parejas del padre o de la madre será más beneficiosa para los hijos que la multiplicación de las mismas. De darse la nueva pareja, el proceso de presentación y aceptación por los hijos será variable en función de la edad y características de los mismos. El padre o madre que afronte esta nueva situación deberá informarse e informar a su nueva pareja de todo lo concerniente a este proceso. Para ello será necesario el asesoramiento pericial. No escatimar en delicadeza parece una regla de oro en esta materia.

Sé, querido lector, que todo lo anterior es tan políticamente incorrecto, tan caro económicamente para una época de crisis económica como la que padecemos, tan contrario a la moda social imperante, en la que campea la libertad individual del adulto como primer valor respetable, que puede escandalizar a muchos y encontrar pocos adeptos. No obstante, estoy firmemente convencido de que sus frutos, en términos de felicidad constatable, serían mucho mejores para todos, adultos incluidos, que los de la legislación actual.

El camino de una regeneración social, pasa por apretarse el corazón, centrándolo en los quereres dignos de atención, cónyuge e hijos, por encima de veleidades de cualquier tipo, de modo análogo a como la regeneración económica pasa por apretarse el cinturón y sujetarse a criterios de sobriedad y productividad real.

Entiendo que necesitamos la regeneración social de la familia, más todavía que la económica. Lo que ocurre es que los tiempos en esta última son más cortos y las facturas del mal hacer, tienen vencimientos inmediatos y exigibles desde la Unión Europea, mientras que las desviaciones en lo concerniente a la familia son de ciclo generacional y producen sus efectos de un modo inexorable, pero lento y a más largo plazo, también para la regeneración positiva.

Cuanto antes nos pongamos en marcha para conseguir un punto de inflexión en el modo de pensar sobre el Derecho de Familia, mejor para la sociedad y para cada uno de los que la componemos. Y viceversa.

Fuente: fluvium.org

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Trampas que afectan el matrimonio

11-II-2013

En la relación conyugal se presentan situaciones y conflictos que si no se saben identificar a tiempo, pueden pasar a mayores afectando así seriamente la relación. Pero no basta solo con identificar los problemas, es también necesario discutirlos con el cónyuge y atacarlos de raíz.

Estas son las trampas más comunes en una relación matrimonial, según la experta Diana T. de Pozas, del programa Desarrollo y Formación Familiar A.C.:

Egoísmo

Por ejemplo cuando uno de los dos cónyuges no está en disponibilidad de comunicarse porque está cansado, tiene sueño o se siente mal. Y en lugar de explicar su malestar, únicamente se duerme dejando al otro con una sensación de no haber sido tomado en cuenta y de que algo anda mal.

No tiene que ser drástico para que se corte la comunicación, basta con que uno de los dos interlocutores -el que habla o el que escucha – no esté realmente con ánimos de conversar para que se impida una verdadera comunicación.

Activismo

Sucede muchas veces que estamos todos tan envueltos en el activismo, que descuidamos la conversación tranquila con nuestra pareja, y esto, tarde o temprano, afecta la unión matrimonial.

Agresividad

No hay nada que corte más la disponibilidad de una persona para escuchar que una ofensa. Si tenemos quejas o diferencias con nuestro cónyuge, lo mejor es buscar las palabras que tengan el significado de lo que queremos decir pero sin ofender. Algunas frases que podemos prohibir en el hogar son: “Te lo dije”; “Siempre que yo… tú…”; “Nunca me…”.

Hay veces que el enojo o el orgullo nos hacen imposible este propósito de no ofender, pero es mucho más difícil pedirle a una persona que nos escuche y nos entienda, si se siente ofendida.

“Adivinanzas”

Es cierto que muchos años de convivencia permiten a la pareja conocerse mejor, pero aun así, en muchas ocasiones es mejor consultar para saber a ciencia cierta los deseos o pensamientos del otro.

Miedo de hablar

En cada matrimonio hay un tema que es el “talón de Aquiles”, sin embargo, dentro de un marco de respeto, cordialidad y por supuesto mucho amor, hasta los temas más difíciles se pueden y se deben tratar. Asimismo, es importante ser receptivos y calmados al escuchar a la pareja, motivarla y hacerla sentir que en realidad todo se puede tratar y todo se puede arreglar “hablando”.

Silencios

Parece una contradicción, pero el silencio es, en sí mismo, un verdadero bloqueo para la comunicación, porque se puede mal interpretar. Si bien es importante y hasta bueno que haya silencios en ciertos momentos (cuando hay una discusión fuerte, que lo único que logra es empeorar las cosas), hay que estar siempre atentos a que en realidad ese silencio no represente un conflicto.

Los silencios después de un enojo, pueden estar motivados por el orgullo. Si éste es el caso, no debemos dudar en romperlo ya que lo único que está causando es una serie de barreras y rencores que no se eliminan con facilidad.

Tomado de la página www.lafamilia.info

 

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Comunicación en el matrimonio: 16 consejos para evitar la crisis

La crisis en el matrimonio puede originarse a veces por una defectuosa comunicación. La crisis en sí misma supone una ruptura de la comunicación.

Esta ruptura se manifiesta de forma abierta cuando el trato y el diálogo dejan de existir. O puede aparecer de forma velada cuando se continúa la relación a base de monosílabos.

En todo caso lo que se pretende es que estos momentos de desacuerdo conyugal (normales por otra parte en la convivencia matrimonial) sean transitorios y leves, gracias a la buena voluntad de los cónyuges.

1.- Tiempo de oro: Dedícale tiempo al otro pero no confundas la calidad con la cantidad.

2.- Salidas frecuentes: Sal con tu cónyuge con alguna frecuencia. No te limites a "sacar" a tu mujer de casa, preocúpate de "salir con ella" a algo que le agrade.

3.- Oír y escuchar: Cuando él-ella te hable, no te limites a oír, deja de trabajar, o deja el periódico a un lado, mírale a los ojos. Él o ella se enterará de que te escucha.

4.-Como novios: Mantén viva la ilusión del primer día de noviazgo. Conquístale a diario. Preocúpate de tu arreglo personal.

5.-Buenos recuerdos: Recuerda con frecuencia los momentos felices compartidos por los dos.

6.- Sueños de enamorados: Sueña como los enamorados pero ten los pies en tierra como los esposos.

7.- De cara al futuro: Haz planes de futuro que te ayuden a mejorar el presente.

8.-"No hay otro como tú": Hazte sentir al otro como necesario en la relación conyugal. Busca su compañía.

9.-La importancia de las celebraciones: Recuerda las fechas importantes. Si las celebráis juntos, ¡mejor!

10.- "¡Ayúdame!": Pide a tu cónyuge soluciones prácticas para tus problemas: puede ayudarte mucho y además servirá para uniros.

11.-Siempre alabanzas: No le critiques ante las amistades, menos aún cuando no esté presente.

12.-"Es una sorpresa": Sorpréndela con pequeños detalles inesperados: un regalo, una cena especial, una noticia agradable, unas flores, el vestido que le gusta.

13.-"Venía pensando en ti": Búscale a él o a ella al llegar a casa. Le encantará saber que vienes pensando en él.

14.-Un beso al despedirse: No olvides despedirte antes de salir. Un beso todos los días es una práctica muy recomendable

15.- Con la verdad por delante: Sé siempre sincero pero no lo manifiestes de forma desagradable.

16.- "Quiero estar contigo": Prefiere a tu cónyuge antes que a las amistades, demuéstraselo a menudo.

 

Gloria Elena Franco
Fuente: Edufam


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