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Agonía, muerte y cuidados paliativos

Laura Plotquin

“A la edad de 83 años, Sigmund Freud se había sometido a 33 operaciones. Sufría un cáncer de maxilar hacía más de 15 años. El 21 de Septiembre de 1939, estando el Dr. Shur sentando junto a su paciente, Freud le tomó la mano y le dijo si recordaba el “contrato” que ambos tenían, “prometió no dejarme en la estacada cuando llegara el momento. Ahora sólo queda la tortura y no tiene sentido, hable con Ana y si ella piensa que está bien, terminemos”. (Peter Gay, 1989).

Tesina para la materia: Problemática jurídica y bioética de la Muerte. Maestría en Aspectos Bioéticos y Jurídicos de la Salud. Universidad del Museo Social Argentino

Introducción

Llevado al extremo de la irracionalidad, el esfuerzo de la medicina por preservar y cuidar la salud de las personas ha demostrado que es capaz de volverse en contra de aquellos a quienes pretende proteger. Cuando los médicos se empecinan en extender la vida aún más allá de las posibilidades fisiológicas y del deseo de sus pacientes aparece lo que se ha dado en llamar el encarnizamiento terapéutico.

“La agonía injustificadamente prolongada, el sufrimiento extremo, la desfiguración y el aislamiento del paciente, cualquiera de ellas puede ser la consecuencia del encarnizamiento terapéutico que conlleva formas de morir que resultan una caricatura de la dignidad personal", señaló el doctor Carlos Gherardi, en el simposio "Cuestiones éticas al final de la vida", organizado por el Consejo Académico de Ética en Medicina.

Y es que, a veces, "el intento de respetar la vida puede acabar en trato inhumano o degradante, es decir, indigno", escribió hace algunos años Diego Gracia, miembro de la Fundación de Ciencias de la Salud, de España, en el prólogo del libro Morir con dignidad (Fundación de Ciencias de la Salud, 1996).

La muerte y el morir no coinciden sencillamente. La muerte significa un fin, el fin de la persona humana en su proceso histórico, de su cuerpo concreto. El morir por el contrario, es el camino que el hombre tiene que recorrer en su última fase de la vida hasta la muerte.

Y como oportunamente manifestara Freud, muchos otros enfermos en su fase final solicitan no extender su agonía en las salas de los hospitales y en las unidades de terapia intensiva, mostrando una realidad: no todas las personas, en el final de sus vidas, desean entregarse pasivamente al sufrimiento sin esperanza, a la pérdida de la autonomía o a la inconsciencia en el final de sus vidas.  Entonces, vale preguntarse,  sirve un no-morir que sea “estar vivos” de cualquier modo?. El presente trabajo intenta acercarse a develar esta incógnita, sin perjuicio de estar consciente que es una tarea a realizar y profundizar a lo largo de nuestra vida.

El proceso de morir. Su evolución en la historia

Cuando se habla de la muerte se hace de manera abstracta. Uno sabe que es “algo” que inevitablemente nos va a ocurrir en un futuro lejano. Nadie vive pensando en la proximidad de esa muerte. No materializamos la muerte como un hecho concreto, como objeto de atención o de estudio.

Nos interiorizamos en la filosofía  como en el psicoanálisis, más allá de nuestras inquietudes intelectuales, en busca de respuestas a cuestiones propias de la vida, en como mejorar la calidad de ésta última. Pero, ¿qué pasa con la muerte?. ¿No es un proceso que también vamos a vivir?

Este “hecho o suceso”  ocurre dentro de su historia y de su contexto. Todos morimos, pero cada muerte es diferente, aunque no tan diferente según los individuos, como según las épocas históricas, según los momentos culturales.

Philippe Ariés en su libro “El hombre ante la muerte” hace una clasificación de la muerte, teniendo en cuenta los distintos períodos históricos.

La exposición de Ariés comienza con el análisis de la muerte en la Edad Media. Aquí llama a la muerte “muerte amaestrada”; el sujeto tenía amaestrada su muerte, la tenía bajo su dominio. La muerte “avisaba” cuándo iba a actuar, y quien recibía el aviso era el que iba a morir. No era el médico el que anunciaba cuántos meses de vida le quedaban al paciente sino, al revés, las personas le comunicaban al médico la proximidad de su muerte. Cada persona sabía, “por naturaleza”, cuándo le llegaba su momento de morir. Habiendo recibido ese “aviso”, él mismo comenzaba a llevar adelante un ceremonial.

En aquella época se moría en público. La gente se preparaba para ese rito, porque sabían que próximamente eran ellos los que iban a morir. La muerte era parte de la herencia que se pasaba de padres a hijos.
Entrando ya a la modernidad, se fue generando un cambio en la forma de morir. Ariés habla de “muerte excluida”. El que está muriendo no puede hacer nada; es un participante pasivo de su propia agonía. No toma decisiones, sino que son tomadas por él  y hasta se podría decir que no estaba totalmente consciente que se encontraba en el proceso de morir.

Con el desarrollo de la ciencia moderna, la medicina se hace capaz de meterse con la muerte y cambia su paisaje. Del hombre que moría en su lecho, se pasa a morir en los hospitales. Si en otro tiempo la muerte avisaba al muriente, hoy el muriente está entubado, ligado a un respirador artificial y a un tiempo de muerte que no le pertenece.

Agonía

Habría que introducirnos en el concepto de agonía y principalmente comprender este doloroso proceso y sus manifestaciones tanto físicas como psicológicas.

Fase agónica: Es aquella en la que el proceso de morir se ha establecido claramente y la muerte se espera en un tiempo muy corto. Representa el momento más crítico de los cuidados por las cargas emocionales que conlleva [1].

La agonía se caracteriza habitualmente por un largo deterioro general, marcado por episodios de complicaciones y efectos secundarios como sucede en algunos casos de cáncer. En general, durante el mes anterior a la muerte disminuyen de forma sustancial la energía, la actividad y el bienestar. Se observa un visible debilitamiento del paciente y para todos resulta evidente que la muerte se aproxima.

La agonía también sigue otro curso; a veces, un paciente tratado en el hospital con una terapia agresiva a consecuencia de una enfermedad grave, puede empeorar de repente y sólo se sabe que se está muriendo algunas horas o días antes de fallecer. Sin embargo, es cada vez más común agonizar con una lenta disminución de las capacidades y durante un largo período de tiempo, a veces con episodios de síntomas graves.

Hasta ahora se ha explicado en forma objetiva este proceso agónico, pero ¿cómo se manifiesta este camino internamente en el paciente?

En 1969 Elizabeth Kubler-Ross en su libro “On death and Dying” elaboró la “Teoría de la Etapa”. Ella realizó una investigación de donde obtuvo un patrón que ella denominó etapas, que comienzan cuando el paciente se entera de su enfermedad terminal. Las etapas son:

-Negación y aislamiento: Utilizado por casi todos los pacientes en una cierta forma. Es una respuesta generalmente temporal del choque a las malas noticias.

El aislamiento se presenta de la gente, incluso miembros de la familia, evitando a la persona que muere. La gente puede deslizarse nuevamente dentro de esta etapa cuando hay nuevos progresos

-Cólera: Diversas maneras de la expresión

- Cólera en el "porqué yo?": Sensación que otros son que los que merecen más.

- Envidia de otras: La gente no se parece cuidar, ella está gozando de vida mientras que la persona que muere experimenta dolor. Otros no están muriendo.

- Proyectado en el ambiente: Enojo hacia doctores, enfermeras, y familias.

-El estipular: Una breve etapa.

- tentativas de posponer: "si solamente podría vivir para ver..” .
-Depresión: Luto para las pérdidas
- depresión reactiva (más allá de pérdidas): pérdida de trabajo, manías, movilidad.

- depresión preparatoria (pérdidas todavía a venir): dependencia de la familia, etc.

-Aceptación

Es un arduo trabajo alcanzar esta etapa y no todo paciente terminal logra hacerlo, puesto que muchos de éstos,  ávidos y ocupados en su lucha “olvidan” o pretenden olvidar que la enfermedad que padecen es terminal y que la muerte está próxima.

Esta es solo una teoría, por supuesto que existen otros autores, por ejemplo, Robert Kastembaum que la critican, argumentando que utilizar el término "etapas" implica un orden del sistema de condiciones determinadas. Él afirma que no hay evidencia que la gente que muere pasa a través de las etapas exactas de Kubler-Ross en su orden apropiada. Cualquier paciente podría experimentar las etapas en un diverso orden, o podría experimentar emociones no mencionadas en las etapas de Kubler-Ross.

Uno de los síntomas que surge frente a una enfermedad terminal es la ansiedad.

La ansiedad es una defensa, un temor, un sentimiento, una actitud, una manifestación, que el ser humano experimenta muchas veces durante la vida. Cada persona convive con su propia ansiedad, en la cual se sumerge una y otra vez. Sin embargo, no siempre encuentra una causa objetiva que explique su presencia.

Generalmente quien la padece utiliza como mecanismo de defensa la racionalización, es decir, intenta dar explicaciones racionales a un temor desconocido. Se pretende etiquetar y clasificar este sentimiento, para así mismo liberarse de él; pero la presencia de la ansiedad depende directamente de la emoción. Se genera en el interior de cada persona. La ansiedad está íntimamente asociada con temor de la pérdida del objeto amado, a la pérdida del amor del objeto amado y finalmente a la muerte. El estado ansioso produce cambios significativos en el organismo, aparecen síntomas tales como dolor (en cualquier parte del cuerpo), vértigo, malestar gastrointestinal, caída del cabello, anorexia, etc., incluyendo la fatiga o asfixia acompañada de alteraciones en los sistemas cardiovascular y neurológico.

En el proceso de morir a causa de una patología mortal, hay dos etapas. Una preagónica, que se inicia con la enfermedad terminal, en la cuál se producen cambios significativos tanto físicos como psicológicos. Poco a poco se van alterando las necesidades básicas del individuo. Durante esta etapa el apoyo psicológico, afectivo y médico adecuado es necesario. La segunda y última etapa, es la agonía. Los sistemas vitales del organismo se encuentran gravemente afectados y por eso, el fallecimiento de la persona es cercano.

La ansiedad que se presenta en la persona moribunda evoluciona con rapidez. Se estaciona con facilidad acaparando la atención de quien la padece. Su presencia afecta la tranquilidad racionalmente establecida de su vida cotidiana. Algunas veces, se puede justificar por un factor externo. Por ejemplo, puede estar motivada por la pérdida progresiva de la integridad física y el deterioro irreversible inherente a la enfermedad terminal.

Este proceso agónico, más allá de lo estudiado por los especialistas y lo hasta aquí vertido en forma sucinta,  se manifiesta en cada individuo de acuerdo a su idiosincrasia, a su historia, a su familia y a sus propios recursos. A esto hay que sumarle el rol del médico o del equipo médico interviniente.

La figura del médico es importante en estos casos de enfermos terminales, amén de la específica actividad que realiza como galeno, en cuanto a que debe se debe esforzar en despojarse de la figura de protagonista en la relación médico-paciente que siempre gozó, en aras de hacer prevalecer la voluntad y necesidades del paciente sufriente.

La actividad del médico a lo largo de la historia siempre tuvo un tinte paternalista, él era el especialista, y el paciente acataba lo indicado, sin tener siquiera la posibilidad de pensar en transitar este difícil proceso de una manera más acorde a sus necesidades o sus deseos.

Calidad de vida. Muerte

Ya tenemos descrito el marco médico y emocional en el que se encuentra un paciente terminal, profundizando en la agonía y el dolor, y  vale preguntarnos ¿a qué puede aspirar, bajo esas circunstancias, una persona próxima a la muerte?

La respuesta es simple: a una muerte digna. Que se entiende por muerte digna? Señala Hottois que “la muerte ha sido reivindicada en los últimos años como un derecho contra el forcing de la supervivencia tecnológica” [2], vale decir, como un derecho “contra la implementación de actos médicos fútiles, la distanasia y el encarnizamiento terapéutico

A lo largo de nuestra existencia mediante distintos estímulos pretendemos alcanzar una buena calidad de vida , y podemos anhelar que también lo sea nuestra muerte.

El término calidad no guarda un sentido unívoco, pues resulta a la vez una noción moral articulable dentro de un juicio normativo (la areté de los griegos) y un criterio técnico, que los sectores industriales exportaron a otros campos del conocimiento sin tomar las debidas precauciones. Tampoco resulta sencillo reconocer de inmediato cada vez que se la invoca si se está prestando atención a un conjunto de causas prioritarias y determinantes que hacen referencia a un individuo particular (es decir, si se está defendiendo la libertad arbitraria y caprichosa de éste), o bien si la referencia involucra al mayor número de individuos dentro de una sociedad dada. La experiencia nos asegura, a pesar de ello, que los murientes son muy modestos en sus pretensiones y que están incluso dispuestos a reducirlas y a renunciar a muchas de ellas a medida que la enfermedad avanza. [3]

Joseph Fletcher ha ensayado una vía similar de acercamiento al problema. En dos artículos -convertidos hoy en referencia obligada de la literatura bioética mundial [4], caracterizó aquellos criterios mínimos (minimal criteria) y aquellos óptimos (optimal criteria) que convierten a los individuos en personas humanas plenas, haciendo especial referencia a los niños recién nacidos. Lo cierto es que cuando una criatura no alcanza a cumplir con una parte substancial de los criterios mínimos fijados por Fletcher -sea por defectos de nacimiento o como resultado de una enfermedad devastadora- su categoría de humana se disuelve (en caso de que la haya alguna vez adquirido) y su vida pierde todo sentido, ya que no le produciría jamás una cuota significativa de bienestar personal (calidad de vida). Así como los criterios mínimos refieren a cualidades distintivas propias del ser humano (y por ello su sola presencia obliga al cuerpo profesional a salvar una vida que se halla en peligro y a ensayar acciones positivas para su sostén), los criterios óptimos hacen las veces de cualidades accesorias que matizan esa obligación, subrayándola o disminuyéndola. Una vida con las funciones neocorticales, la inteligencia, el autocontrol, la capacidad de comunicación, las interacciones sociales y morales disminuidas o desaparecidas convierten a ese ser en un objeto subhumano y lo condenan por lo tanto a una supervivencia meramente biológica privada por completo de calidad, o con una calidad lo suficientemente baja como para que el equipo de cuidados desestime su preservación sin que medien objeciones de carácter ético.

Otros eticistas adoptaron un camino diferente y precisaron el concepto de calidad de vida haciéndolo jugar con el mayor interés del paciente [5]. Ellos entendieron que cada individuo busca obtener para su vida una calidad adecuada, ya que esto le permitirá conseguir luego otros preciados bienes: trabajo, relaciones sociales, serenidad espiritual, etc. Su reclamo a los equipos médicos para alcanzar ese nivel satisfactorio deseado cuando su salud se deteriora es desde este punto de vista lícito y existirá una obligación profesional-estatal de proveerlo -derivada de los principios éticos de sociabilidad y subsidiariedad. Queda claro sin embargo que la calidad de vida pretendida por el afectado puede verse opacada por causas de índole estrictamente personal (edad, estado patológico, nivel cultural, etc.) y otras limitaciones involuntarias y externas tales como el grado de desarrollo alcanzado por el país, el equipamiento médico disponible en la región o la pericia de los profesionales que lo atienden. Con todo cuando se alude al  “máximo interés” lo que se pretende establecer en virtud de la autonomía -si se trata de un enfermo capaz y competente- o en virtud de la beneficencia -si se trata de un incapaz e incompetente- la senda terapéutica que le ofrecería mayores posibilidades vitales al paciente, primando en cualquier caso su voluntad personal delegada sobre toda otra consideración exterior.

Algunos autores han tratado de establecer los criterios que permitan dictaminar con justeza la ordinariedad y la extraordinariedad de los tratamientos biomédicos [6]. Según ellos ningún procedimiento diagnóstico o terapéutico podría ser considerado ordinario si no aporta una esperanza razonable de beneficio, si su uso resulta extremadamente dificultoso y si su utilización no es habitual. ¿Qué significa en este contexto “esperanza razonable de beneficio y de éxito?”. Pues que el medio a implementar le brindará al enfermo un beneficio duradero y de calidad, que guarde proporción con los riesgos que implica y los gastos que ocasiona. Para usar las palabras de Kelly “...un remedio que incluya una gran dificultad, aunque no imposibilidad moral, es difícilmente obligatorio a menos que la esperanza de éxito sea altamente probable; mientras que un remedio que es fácilmente obtenido y usado parece obligatorio en cuanto a que ofrece una gran posibilidad de éxito” [7].

A los murientes por tanto no se los puede forzar a conservar su vida por todos los medios posibles, sino tan sólo a través de aquellos medios que se muestren congruentes con el propósito perseguido. Si se establece entonces que de acuerdo con las condiciones físicas, mentales, morales y espirituales de un individuo, el medio diagnóstico o terapéutico a utilizar es ordinario, ese cuidado será obligatorio para ese individuo.

Siguiendo la argumentación contraria concluiremos que el conjunto de los medios extraordinarios será para un paciente opcional, en tanto en sus actuales circunstancias no le otorguen una esperanza cierta de beneficio, equilibrada en relación con las cargas eventuales que deberá afrontar [8]. En otras palabras, el cuerpo médico deberá implementar todos los medios que el enfermo está obligado a usar y además también aquellos otros medios opcionales que el paciente o sus allegados razonablemente soliciten o acepten ensayar.

El enfermo muriente es siempre el protagonista principal del drama que estudiamos, y le cabe a él autorizar o desechar cuidados para su salud, e inclusive determinar qué calidad de vida le parece aceptable. Las excepciones a este postulado están dadas por los menores de edad, los incapaces -en tal caso asumen el papel sus representantes legítimos- y los enfermos en estado crítico que no estando en condiciones de opinar por obnubilación, inconsciencia, etc., no cuentan con representantes disponibles para la consulta inmediata. En este puñado de situaciones el equipo médico debe presumir una respuesta afirmativa del paciente en favor del resguardo de su vida amenazada, brindándole así una protección máxima.

Los cuidados paliativos

Miguel de Unamuno definió al enfermo como "un ser humano, de carne y hueso, que sufre, ama, piensa y sueña”
Quizá es la mejor definición, pues todos los textos de medicina tienen, en general, una visión "ética", esto es, en términos antropológicos, una visión desde el observador no atendiendo el otro enfoque, que es mirar a través del paciente.

Al médico lo aflige el enfrentamiento con la imposibilidad terapéutica de lo incurable, la inexorabilidad de la muerte o las complicaciones mayores de procedimientos que pudieran comprometer la vida. Le origina angustia, sea porque no puede aceptar la idea de no curar, porque no quiere ser testigo del fin o porque la muerte de un semejante lo hace consciente de la posibilidad de la propia. La compasión con el paciente, relacionada con vivencias personalísimas, acota las decisiones profesionales y puede impulsar tratamientos por "no fallar al paciente", "no defraudar a la familia" o "luchar un poco más". El fracaso de la propuesta, puede ser tildado de fútil y el proceder de empecinado. Si opta por acciones menores o paliativas, puede ser tachado de nihilista o abandónico. Cuando indica opiáceos para tratar el dolor y el distress y sobreviene la muerte, recela la aparición de problemas legales caratulables como homicidio doloso o culposo, distanasia o incluso suicidio asistido.

Toda acción médica debiera ubicarse dentro del concepto de los cuidados, acorde con la etimología del término "médico" (aquél que cuida), procediendo a servir y con el objetivo. Las metas por lograr deben exceder la provocación de efectos en alguna porción de la anatomía o fisiología, contemplar las futilidades cuali-cuantitativas y tender al beneficio del sujeto como un todo, al mejorar su pronóstico, bienestar o estado general. El paciente debe recibir información veraz sobre diagnósticos, opciones terapéuticas, alternativas y probabilidades de éxito y complicación. Las opiniones del médico y del paciente cuentan en cada decisión. El racionamiento sólo cabe a la luz de la justicia distributiva y raramente compete al terapeuta individual. Existe un infundado consenso en cuanto a que resulta más correcto no emprender acciones que abandonar propuestas ya comenzadas. No existe distinción filosófica, ética, teológica o legal que sustente diferencias entre negar o retirar tratamientos si resultan inefectivos. Hay tantas recompensas y obligaciones en manejar bien la muerte como en manejar bien la vida. Abandonar emocionalmente al paciente e ignorar las necesidades de quien está al fin de su vida, constituye una negación puntual del cuidado paliativo. Así como no se debe apurar la muerte, tampoco se debería retrasar lo inevitable, prolongar la agonía o impedir una muerte digna. Este actuar, no implica promover la muerte, sino permitir que el proceso natural de la enfermedad proceda sin interferencia humana. Las corporaciones médicas y cada profesional en particular deben hacer lo suyo y corregir la situación mediante la provocación de un consenso social respecto del riesgo de complicaciones y de muerte esperables para cada procedimiento y cada caso. En este contexto, empecinamiento y nihilismo constituyen excesos incompatibles con una atención médica adecuada.

Con miras de atender a esta problemática que se presenta, comienzan a tener relevancia los cuidados paliativos. Estos le dan la posibilidad  al paciente terminal de adoptar una postura activa en lo que al proceso de su muerte se refiere, atento a que los médicos lo van preparando para ir aceptando la gravedad de la situación, para ir tomando las decisiones que sean necesarias a partir de la evolución o involución de la enfermedad, y finalmente para poder elegir, dentro de lo posible, la manera de “vivir” su muerte.

Los cuidados paliativos surgen como una necesidad de atender al paciente más allá de la propia enfermedad que esté padeciendo. De alguna manera se podría hablar de la posibilidad de “humanizar” los procedimientos médicos.

Cuando hablamos de humanización, es atendiendo al hecho de que si bien el cuerpo del paciente no responde ya a tratamiento terapéutico alguno, el médico o el equipo médico de cuidados paliativos, aún tiene mucho por hacer por esa persona enferma. Ésta es mucho más que un conjunto de órganos que no funciona correctamente. Hay que preservarlo de dolor, estar atento a sus estados emocionales, controlar sus síntomas y prepararlo para transitar el proceso de muerte. 

Es dificultoso para los médicos entender que acompañar a un paciente terminal en estos términos, renunciando a un tratamiento terapéutico (cuando éstos se vuelven fútiles, claro está), se puede también considerar un éxito médico, a pesar que el paciente fallezca, dado que se cuidó al paciente hasta el final, no se lo abandonó, sino, que al contrario, se le brindó lo que necesitaba sin avasallarlo ni prolongando su agonía.

A modo de conclusion

La ética normativa ha venido debatiendo entre dos principios: el de la inviolabilidad de la vida humana y el de calidad de vida, presentándolos en muchas ocasiones como criterios excluyentes. En realidad no lo son, puesto que recurriendo a los cuidados paliativos se pueden atender estas dos premisas.

En algún momento deberemos afrontar incluso el desarrollo de una “teoría del buen morir”,-al estilo de la reflexión sobre una filosofía de la muerte efectuada por Platón en su “Fedón” o tratado sobre la inmortalidad del alma- , para poder ir trazando en cierta medida el camino que resultaría más deseable recorrer al afrontar el extremo trance. Esa teoría debería comprender no sólo los aspectos que ya tratáramos acerca del entorno terapéutico y el respeto a la dignidad del sufriente, sino también, una ética de quienes asisten al moribundo y le rodean en su última instancia.

Resulta difícil hablar de la muerte y más aún de la propia. Sería más fácil teniendo como premisa que como en todo proceso, hay una etapa de elaboración y mecanismos para que ese tránsito sea lo menos duro posible.

Tenemos derecho a una muerte digna, a elegir, a que nos informen, a exigir cualitativamente y no sólo cuantitativamente. Y respecto a esto los médicos no deben olvidar que en procesos de enfermedad terminal, “a veces los más vulnerables no son los pacientes, sino los mismos médicos  que no saben cómo manejarlos.

Asimismo son los médicos quienes deben comprender que el éxito en el tratamiento del paciente no siempre es mantenerlo con vida a toda costa; sino que en ocasiones brindarle al paciente la posibilidad de morir dignamente es la mejor asistencia que se les puede brindar.

Y a modo de conclusión podríamos tratar de respondernos el interrogante planteado por Fiedrich Nietzsche : ... “Pero no fue el sufrimiento mismo su problema sino la ausencia de respuesta al grito de la pregunta ¿para qué sufrir?...

Bibliografía consultada

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-Blanco, Guillermo.”Muerte Digna. Consideraciones bioéticas-jurídicas”, Buenos Aires, Ad Hoc, 1997.
-Cecchetto, Sergio, “Eutanasia en niños”, en Relaciones 139, Montevideo, 1995 y “Eutanasia y enfermedad terminal”, en Bioética, cuestiones abiertas, varios autores (Coordinadora: Dolores Loyarte), Eledé, Bs.As. 1996, pp. 151 y ss.
-Fletcher, J, “Indicators of Humanhood: A Tentative Profile Man, en Hasting Cent, 1972.
-Frankl, Victor, “El hombre doliente”.Herder Barcelona.ISBN 84-254-1540-3.
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-Kübler-Ross, Elizabeth, “La Muerte: un amanecer”,. Luciérnaga, 1992.ISBN 970-651-850-9.
- Kübler-Ross, Elizabeth, Aprender a morir, aprender a vivir. Preguntas.ISBN 84-8990-258-5.
-Lewis, C.S. “El problema del  dolor”Rialp, España. ISBN 84-321-3053-2.
-Luna, Florencia-Arleen L.F. Salles, “Bioética”, Investigación, muerte, procreación y otros temas de ética aplicada,. Sudamericana, 1998.Bs.As.ISBN950-071401-9.
-Mazzaforte, Santiago A.C., “La problemática de la distanasia y la muerte digna. Aspectos médico-legales y eclesiásticos-teológicos”, Atenea.
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-Smud, Martín, Bernasconi, Eduardo, Sobre Duelos, enlutados y duelistas, Lumen, Argentina, ISBN 987-00-0044-4.

Notas:

[1] Cuidados paliativos y atención primaria de salud. Parte III. Autor: M.A. Benitez del Rosario
[2] Hottois, Gilbert.”El paradigma bioético. Una ética para la tecnociencia”. Antrophos, Barcelona, 1991, Pág. 59
[3] Cassem, N: “Care of the Dying Person”,Sebag-Lanoe, R. Mourir accompagné, Desclée de Brouwer, Paris, 1986
[4] Fletcher, J: “Indicators of Humanhood: A Tentative Profile of Man, en Hasting Cent. Rep.2 (5), 1972, y “Four Indicatiors of Humanhood: The InquiryNaturales”, en Hasting Cent. Rep. 4 (6), 1974.
[5] Caplan, A. (coord.): “Imperiled Newborns”, en Hasting Cent.Rep 17 (5), 1987; Convención Internacional sobre los derechos del Niño, O.N.U./ARES 4425, 1989, anexo
[6] Cronid, D:”The Moral Law in Regard to the Ordinary and Extraordinary Means of Conserving Life”, en Smith, R.E. (de).):Conserving Human, Life, Pope John XXIII Medical Moral Research and Education Center, Braintree, 1989
[7] Kelly, G.”The Duty of Using Artificial Means of Preserving Life”, en Theological Studies 12, 1950, pp. 214/5
[8] Aguilera, P.: En la Frontera vida/muerte. Problemas bioéticos. Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1990, p.p.110/1.

Fuente: BIOETICA Y DERECHO