Para saber más / Afectividad
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¿Qué es el afecto?
M.P. González, E. Barrull, C. Pons y P. Marteles

Aproximación al afecto
En general se suele identificar el afecto con la emoción, pero, en realidad, son fenómenos muy distintos aunque, sin duda, están relacionados entre sí. Mientras que la emoción es una respuesta individual interna que informa de las probabilidades de supervivencia que ofrece cada situación (véase ¿Qué es la emoción?), el afecto es un proceso de interacción social entre dos o más organismos.
Del uso que hacemos de la palabra 'afecto' en la vida cotidiana, se puede inferir que el afecto es algo que puede darse a otro. Decimos que "damos afecto" o que "recibimos afecto". Así, parece que el afecto debe ser algo que se puede proporcionar y recibir. Por el contrario, las emociones ni se dan ni se quitan, sólo se experimentan en uno mismo. Las emociones describen y valoran el estado de bienestar (probabilidad de supervivencia) en el que nos encontramos.
Solemos describir nuestro estado emocional a través de expresiones como "me siento cansado" o "siento una gran alegría", mientras que describimos los procesos afectivos como "me da cariño" o "le doy mucha seguridad". En general, no decimos "me da emoción" o "me da sentimiento" y sí decimos "me da afecto". Además, cuando utilizamos la palabra 'emoción' en relación con otra persona, entonces decimos "fulanito me emociona" o "fulanito me produce tal o cual emoción". En ambos casos, se alude básicamente a un proceso interno más que a una transmisión. Parece que una diferencia fundamental entre emoción y afecto es que la emoción es algo que se produce dentro del organismo, mientras que el afecto es algo que fluye y se traslada de una persona a otra.
A diferencia de las emociones, el afecto es algo que puede almacenarse (acumularse). Utilizamos, por ejemplo, la expresión "cargar baterías" en vacaciones, para referirnos a la mejoría de nuestra disposición para atender a nuestros hijos, amigos, clientes, alumnos, compañeros, etc. Lo que significa que en determinadas circunstancias, almacenamos una mayor capacidad de afecto que podemos dar a los demás. Parece que el afecto es un fenómeno como la masa o la energía, que puede almacenarse y trasladarse.
Por otra parte, nuestra experiencia nos enseña que dar afecto es algo que requiere esfuerzo. Cuidar, ayudar, comprender, etc., a otra persona no puede realizarse sin esfuerzo. A veces, no nos damos cuenta de este esfuerzo. Por ejemplo, la ilusión de una nueva relación no nos deja ver el esfuerzo que realizamos para agradar al otro y para proporcionarle bienestar. Pero, en la mayoría de los casos, todos experimentamos el esfuerzo más o menos intenso que realizamos para proporcionar bienestar al otro.
Por ejemplo, cuidar a alguien que está enfermo requiere un esfuerzo y es una forma de proporcionar afecto. Tratar de comprender los problemas de otro es un esfuerzo y es otra forma de dar afecto. Tratar de agradar a otro, respetar su libertad, alegrarle con un regalo, etc., son acciones que requieren un esfuerzo y todas ellas son formas distintas de proporcionar afecto.
Ahora bien, a pesar de las diferencias, el afecto está íntimamente ligado a las emociones, ya que pueden utilizarse términos semejantes para expresar una emoción o un afecto. Así decimos: "me siento muy seguro" (emoción) o bien "me da mucha seguridad" (afecto). Parece, pues, que designamos el afecto recibido por la emoción particular que nos produce.
Por último, todos estamos de acuerdo en que el afecto es algo esencial en los humanos. No oiremos ninguna opinión que niegue la necesidad de afecto que todos los seres humanos tenemos. En este sentido, todos tenemos la sensación que la especie humana necesita una gran cantidad de afecto contrariamente a otras especies, como los gatos o las serpientes. Esta necesidad se acentúa al máximo en ciertas circunstancias, por ejemplo, en la infancia y en la enfermedad.
En resumen, nuestro conocimiento del afecto nos permite señalar algunas características claras:
- El afecto es algo que fluye entre las personas, algo que se da y se recibe.
- Proporcionar afecto es algo que requiere esfuerzo
- El afecto es algo esencial para la especie humana, en especial en la niñez y en la enfermedad.
Pero ahora nos queda por decir qué es ese algo al que llamamos afecto y que tiene, entre otras, las propiedades que hemos visto.

Afecto como ayuda social
El conjunto de los seres vivos puede dividirse en especies sociales y asociales. Se entiende por especies asociales aquellas cuyos individuos no necesitan, en ninguna ocasión, la colaboración de otros individuos de su misma especie para sobrevivir. Esto significa que los recursos que un individuo de una especie asocial necesita los puede obtener por sí mismo. Existe un gran número de especies asociales, como puedan ser el mosquito o la zarzamora.
Por el contrario, las especies sociales son aquellas que, por lo menos en algún período de su vida, necesitan ineludiblemente la colaboración de otros miembros de su misma especie para sobrevivir. Un individuo social no puede obtener por sí mismo todos los recursos que necesita para sobrevivir. Para ello, necesita la ayuda y la colaboración de sus congéneres. El hecho social es, pues, el resultado de la necesidad del otro para la supervivencia o, lo que es lo mismo, de la dependencia de los demás para obtener los recursos necesarios para sobrevivir. La cooperación social constituye una necesidad para todas aquellas especies que denominamos sociales. Sin ayuda social, sin la cooperación de los demás, un individuo de una especie social no puede sobrevivir.
Existe un gran número de especies sociales con grados muy distintos de necesidad y organización social. Muchas especies sólo son sociales durante una parte de su vida (normalmente mientras son crías) para luego convertirse en individuos solitarios. El oso, por ejemplo, es una especie social sólo en los pocos años en los que la cría necesita la ayuda de su madre para sobrevivir. Luego, cuando la madre lo abandona, el oso vivirá en completa soledad, a excepción de los encuentros inevitables con otros osos, que siempre son más o menos agresivos.
Otras especies son sociales durante toda su vida. Especies como las hormigas, los leones o los hombres son altamente sociales, ya que no pueden sobrevivir sin la colaboración y la ayuda de otros individuos de su misma especie. Por supuesto, el grado de complejidad y necesidad social varía mucho de una especie a otra. Dentro de los mamíferos, la especie más social es, sin duda, el hombre. Esto quiere decir que un hombre no puede sobrevivir solo, sin la colaboración directa e indirecta de otros hombres. Desde que nace, el hombre necesita constantemente la colaboración de sus congéneres. Por supuesto, esta dependencia social tiene sus beneficios ya que, gracias a la colaboración, el grupo se hace más fuerte y el individuo tiene más probabilidades de sobrevivir y reproducirse.
Cuando decimos habitualmente que el ser humano necesita afecto para su bienestar, nos estamos refiriendo, en realidad, al hecho de que necesita la ayuda y la cooperación de otros seres humanos para sobrevivir. Es decir, la necesidad de ayuda social la expresamos como necesidad de afecto o necesidad afectiva. De ahí que el afecto sea considerado algo esencial en la vida de todo ser humano. Dar afecto significa ayudar al otro, procurar su bienestar y su supervivencia. Efectivamente, el afecto, entendido como ayuda o cooperación para la supervivencia Afecto como trabajo no remunerado en beneficio de los demás.

Pero, para ayudar realmente a otra persona hay que realizar algún tipo de trabajo en su beneficio y es por ello que proporcionar afecto requiere un esfuerzo. La verdadera naturaleza del afecto consiste en la capacidad de cada individuo para realizar un esfuerzo o trabajo en beneficio de los demás. Proporcionamos afecto cuando realizamos un trabajo concreto en beneficio de la supervivencia de otra persona u otro ser vivo.
Por supuesto, existen muchísimas formas de proporcionar afecto ya que una persona puede realizar trabajos muy diversos que sean en beneficio de los demás.
Fundamentalmente se pueden distinguir dos tipos de trabajo: el trabajo muscular y el trabajo cerebral. Para realizar cualquier tarea, por simple que sea, es necesario realizar un trabajo muscular, por pequeño que sea. El solo hecho de mantener el tono muscular o la respiración o el bombeo sanguíneo requieren de trabajo muscular. Pero además, es imprescindible un trabajo cerebral, de procesamiento de la información, de cálculo de posibilidades, de toma de decisiones, etc. El cerebro es un maravilloso ordenador, con una capacidad de procesamiento de datos, que aun siendo increíble, es limitada.
La revolución científica e industrial nos ha liberado en gran medida del trabajo muscular, que es realizado por todo tipo de máquinas. Pero el trabajo cerebral aún lo debe realizar nuestro cerebro. Es cierto que los sistemas informáticos actuales empiezan a sustituir algunas funciones muy elementales de nuestro cerebro, pero está muy lejos el día en que puedan realizar el complejo trabajo cerebral necesario para orientar nuestro comportamiento.
Por lo tanto, aunque deberíamos considerar las dos formas de trabajo, en la especie humana el afecto queda determinado casi exclusivamente por el trabajo cerebral que se realiza en beneficio de los demás.
Además, en la especie humana, se suele considerar el trabajo como todo aquello por lo que obtenemos una remuneración económica. Pero, si por trabajo entendemos cualquier acción que consuma energía, entonces no paramos de trabajar en ningún momento. Incluso durmiendo realizamos una pequeña cantidad de trabajo.
Así, todo el trabajo que realizamos fuera de nuestra actividad laboral es no remunerado. Una parte del trabajo no remunerado lo hacemos en beneficio propio, como por ejemplo, descansar, ir al médico, comer, etc. Otra parte del trabajo no remunerado lo hacemos en beneficio de los demás, como por ejemplo, fregar los platos de la familia, acompañar al médico, hacer un regalo, escuchar los problemas de otro, etc. Esta parte del trabajo no remunerado en beneficio de los demás es la que consideramos realmente como conducta afectiva o afecto.
Podemos definir el afecto, pues, como el trabajo no remunerado en beneficio de la supervivencia de otras personas u otros seres vivos. En general, este trabajo consistirá en ayudar a obtener algún recurso (alimento, hábitat o conocimiento) necesario para la supervivencia del otro o cederle algún recurso que se ha obtenido previamente. Efectivamente, no sólo proporcionamos afecto realizando directamente un trabajo en beneficio de otra persona sino que también le damos afecto proporcionándole recursos directamente. Cuando damos un recurso a otra persona le estamos proporcionando la energía que tuvimos que consumir para realizar el trabajo necesario para obtenerlo.
Dar dinero o un bien, ayudar a resolver un problema, animar cuando se está triste o enseñar algo que no se sabe, significa realizar un trabajo no remunerado en beneficio de la supervivencia del otro y significa, por tanto, darle afecto. En consecuencia, quien recibe afecto experimenta normalmente una emoción positiva, puesto que ve mejorada sus probabilidades de supervivencia (véase ¿Qué es la emoción?). La relación entre afecto y emoción estriba en que al recibir afecto experimentamos una emoción positiva. Así, emoción y afecto están íntimamente relacionados, de ahí que designemos el afecto recibido con un término similar al que utilizamos para describir la emoción que nos produce.
La capacidad afectiva de cada individuo viene dada por su capacidad de trabajar en beneficio de los demás de forma no remunerada. La capacidad que tiene un individuo de ayudar a los demás es limitada, ya que depende directamente de la cantidad de recursos a que se tiene acceso y de la capacidad para realizar trabajo. Por lo tanto, podemos decir, también, que la capacidad afectiva (de ayuda social) es algo que puede acumularse, es decir, es algo que puede variar en el tiempo y según cada individuo, ya que tanto los recursos disponibles como la capacidad de trabajo son variables acumulativas. Si la emoción se comporta como una variable de estado intensiva, el afecto lo hace como variable de estado extensiva (el valor total es igual a la suma de las partes).
Por último, las necesidades de afecto varían de unos individuos a otros. Así, los individuos más dependientes socialmente, como los niños, la gente muy mayor o enferma, etc., son los colectivos que más afecto necesitan para sobrevivir. Por el contrario, los individuos adultos que han experimentado un desarrollo madurativo adecuado, necesitan mucho menos afecto y, en consecuencia, pueden proporcionar más afecto a los demás.

Señales de afecto
Hemos planteado que el afecto es una necesidad de todos los organismos sociales, ya que se refiere al trabajo que un organismo realiza en beneficio de otro. En la evolución de las especies sociales hacia grados más complejos de estructura social, aparecen nuevos comportamientos que tienen como función mantener la estructura social de la especie. En la especie humana aparecen normas, valores, rituales y señales afectivas cuya función es el mantenimiento de la estructura social del grupo.
Las señales afectivas, en particular, se expresan en un amplio repertorio de conductas estereotipadas, genética y culturalmente, cuya función es garantizar la disponibilidad afectiva de quien las emite con respecto al receptor. La sonrisa, el saludo cordial, las señales de aceptación, las promesas de apoyo, etc., sirven para comprometer a quien las emite y constituyen una fuente de afecto potencial para el receptor. Tanto la etología como la antropología estudian profusamente este tipo de señales o comportamientos.
Un organismo social no sólo necesita el apoyo de sus congéneres en el presente, sino que, también, necesita tener alguna seguridad de que este apoyo se mantendrá en el futuro. La función de las señales afectivas reside en satisfacer esta necesidad. Cuando una persona sonríe a otra le está transmitiendo la confianza de que puede contar con ella en el futuro, que es y será reconocido como miembro de su grupo y que, por tanto, está dispuesta a proporcionarle afecto cuando lo pueda necesitar. El resultado es que la persona que recibe la sonrisa experimenta una emoción positiva.
No obstante, el hecho de emitir señales afectivas no asegura, en todos los casos, una cesión futura de afecto, debido a que esto dependerá de la capacidad real de trabajo que pueda realizar el emisor. Esto explica cómo, en la práctica, personas que emiten señales afectivas (sonrisas, saludos, promesas, etc.) luego no pueden proporcionar la ayuda requerida ya que no disponen de la capacidad necesaria para realizar un trabajo. Esta divergencia entre intención afectiva y capacidad afectiva real causa frecuentes y variados conflictos en las relaciones humanas.
Las señales afectivas son también un modo de incentivar la reciprocidad en el intercambio afectivo, puesto que el receptor de las mismas experimenta una obligación para compensar el afecto (potencial) recibido. Si un organismo que realiza un trabajo en beneficio de otro, es decir, que proporciona afecto real al otro, no emite señales afectivas, corre el riesgo de no ser compensado por el otro. Así, no sólo ayudamos a los demás sino que, además, hacemos que lo sepan para que los mecanismos sociales (genéticos y culturales) responsables de establecer un compromiso e intercambio recíproco actúen.

En resumen, el afecto es la necesidad que tienen todos los organismos sociales de recibir ayuda y colaboración de sus congéneres para poder sobrevivir. El afecto se proporciona mediante la realización de cualquier clase de trabajo (no remunerado en el caso humano) en beneficio de la supervivencia de otro individuo y, por tanto, es transferible y limitado. A medida que aumenta la complejidad social de las especies aparecen las señales afectivas, comportamientos estereotipados cuya finalidad es garantizar la cohesión y la reciprocidad en el intercambio afectivo del grupo.
La economía del afecto, en las relaciones sociales humanas, es enormemente compleja y el conocimiento que hoy día tenemos es muy general y tosco. Esperemos que en los próximos decenios puedan cambiar significativamente las actitudes científicas hacia fenómenos tan fundamentales para la supervivencia humana como lo es el intercambio afectivo.

Biopsicologia 1998


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