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La simpatía como concepto moral. Juan Carlos Suárez Villegas.

Universidad de Sevilla

Resumen
Para Adam Smith la simpatía puede entenderse como un proceso de empatía psicológica y emocional por el que logramos ubicarnos en la posición del otro. Dicho proceso transita desde una posición de criterios subjetivos hacia la madurez de una perspectiva imparcial, respetuosa con los valores implícitos en las relaciones humanas y que conocemos a través de nuestros sentimientos. Partiendo de Smith analizamos las posibilidades de este concepto para una nueva fundamentación de la moral.
Palabras clave: simpatía, virtud, ética, espectador imparcial.

1. Introducción
En este trabajo pretendemos analizar la importancia de rehabilitar el concepto de simpatía como eje vertebrador de los sentimientos, como principios de la acción, con el contexto en el que estamos llamados a actuar. La simpatía vehicula sentimientos y acción y asemeja estos principios básicos de nuestros actos, los sentimientos, a los puntos de anclaje del posterior ejercicio de un modelo de racionalidad práctica. El análisis de la obra de Smith constituye una referencia fundamental para nuestro intento de demostrar la necesidad de introducir la simpatía como un concepto  clave en la recuperación de la relación humana como referencia de la ética.
La Teoría de los sentimientos morales de Adam Smith es una obra clásica del denominado sentimentalismo ético, en contraposición a las posiciones racionalistas que encontrarán su elaboración más acabada en la obra de Inmanuel Kant. Sin embargo, esta polaridad no puede concebirse como una dicotomía irreconciliable, sino más bien como la adopción de dos rutas distintas de iniciar una explicación sobre la necesaria colaboración entre razón y sentimiento como aspectos complementarios de la inteligencia humana. La teoría moral de Adam Smith logra mostrar esta unidad a partir del sentimiento moral, el cual lo podemos considerar como una radiografía de nuestra estructura psicológica conformada a través de las relaciones humanas. Dicho proceso será posible gracias a la simpatía, entendida como la capacidad del ser humano para sentirse implicado en las experiencias de terceras personas y así actuar en consonancia con los motivos adecuados a los distintos contextos relaciónales. El objeto del presente trabajo es analizar la naturaleza de la simpatía como eje de la construcción de la identidad moral, representada en su caso central por la figura del espectador imparcial.

2. La búsqueda del fundamento para una moral natural
Adam Smith abre su obra Teoría de los sentimientos morales1 con el siguiente texto:
"Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla. Tal es el caso de la lástima o la compasión, la emoción que sentimos ante la desgracia ajena cuando la vemos o cuando nos la hacen concebir de forma muy vivida. El que sintamos pena por las penas de otros es una cuestión de hecho tan obvia que no requiere demostración alguna, porque este sentimiento, como todas las otras pasiones originales de la naturaleza humana, no se halla en absoluto circunscrito a las personas más virtuosas y humanitarias, aunque ellas quizás puedan experimentarlo con una sensibilidad más profunda. Pero no se halla desprovisto de él totalmente ni el mayor malhechor ni el más brutal violador de las leyes de la sociedad"2.
El siglo XVIII comienza con la preocupación por encontrar un nuevo punto de apoyo a la moral, y hacerlo apelando a la propia naturaleza humana, sin recurrir a una fundamentación trascendente.
Las preguntas surgen en torno a cuál pueda ser el sentido de "lo moral", si existe una facultad específica por la que se podría apreciar el carácter moral de las acciones, tal y como defendían autores como Francis Hutcheson, predecesor de Adam Smith en la cátedra de filosofía moral de la Universidad de Glasgow. Otros autores, en cambio, sostenían que la razón humana era capaz de aprehender principios morales inmutables, tal y como era el caso de Samuel Clarke. Frente a estas posiciones, los autores empiristas, convencidos de la condición inactiva de la razón, sostendrán que son los sentimientos los que nos mueven a actuar y son, por tanto, ellos los referentes de los conceptos morales.
Adam Smith es uno de los exponentes clásicos del sentimentalismo ético. Este, título puede inducir a considerar que su propuesta se desliza hacia un subjetivismo moral. Sin embargo, nada se encuentra más lejos de su intención de construir una teoría de la virtud ética a partir de una moral que encuentra en los sentimientos el referente de análisis para proceder a un análisis de la estructura psicológica de nuestra identidad moral.
Para Adam Smith el primer dato de la experiencia moral es su carácter "relacional". La moral surge en la comunidad, en la mirada del otro, en quienes comprobamos el efecto de nuestras acciones según las reacciones de agrado o desagrado derivadas de las mismas. En dicha experiencia podemos distinguir un proceso gnoseológico, en virtud del cual las percepciones que recibimos pueden despertar ideas adormecidas y reproducir sensaciones que nos comuniquen la situación del otro de manera vivencial, lo que nos permitirá sentir (y pensar) de acuerdo con la particularidad de su situación. Por su parte, la memoria actúa como un condensador del sentido de las experiencias vividas, por lo que podremos comprender la importancia de la situación que pueda estar atravesando otra persona sin necesidad de ejercitar la simpatía en cada caso.
Por un lado, la simpatía podríamos calificarla como un modo de conocimiento práctico, por el que nos hacemos cargo de la situación que pueda estar atravesando otra persona, aun cuando en nuestras circunstancias presentes no podamos atenderla y participar directamente en ella3. Por otro, la simpatía consiste en un conocimiento dirigido a actuar cuando se trata de situaciones en las que el sujeto forma parte de ellas y siente como propio lo que pueda ocurrirle a otras personas. La exigencia de actuar será más o menos intensa según el grado de lejanía o proximidad con sus protagonistas, siendo mayor la responsabilidad en el caso de los seres más próximos y menor la atención hacia aquellos que nos son más lejanos. En cualquier caso. Smith no entiende la simpatía como un mero efecto de contagio afectivo, como ocurre en la teoría de David Hume4 en la que el sujeto es conmovido por la fuerza expresiva de la experiencia de un tercero, sino que se trataría de que el sujeto se ubique imaginativamente en el lugar del otro, pero sin llegar a abandonar su posición de espectador. Dicho de otro modo, el sujeto se plantearía qué haría él si estuviera en la situación del otro, pero no teniendo necesariamente porqué ser como él, sino ateniéndose a sus propias circunstancias.
En nuestra opinión, el concepto smithiano de simpatía nos muestra los sentimientos como resultado de este proceso de desdoblamiento de la conciencia del sujeto, en la que se crea una exterioridad al mismo desde la que puede percibir su posición ética en confrontación a las demandas de los demás. Así, en esta dinámica el espectador actuaría como si se ubicara de forma simultánea en la posición de agente y paciente de la acción, ajustando de manera sincronizada los motivos de unos y las reacciones de otros a la luz de su sentimiento moral.
"Así como nuestro sentido de la corrección del comportamiento surge de lo que llamaré una simpatía directa con los afectos y motivaciones de la persona que actúa, nuestro sentido de su mérito surge de lo que denominaré una simpatía indirecta con la gratitud de la persona que, por así decirlo, es objeto de la acción"5.
Para el profesor de Glasgow este ejercicio de la simpatía que nos permite proyectarnos en la situación del otro como un espacio ontológico de la reflexión moral implica un doble movimiento: por una parte, analizar la situación desde fuera y por otra, considerar nuestra subjetividad abierta a la mirada de los demás, estableciendo así un proceso de afectación mutua que define la naturaleza de nuestra responsabilidad moral16. No podemos permanecer impasibles ante lo que le ocurra a los demás, pues su suerte o su desgracia nos afectan como persona, tal y como se refleja en el texto recogido al comienzo de este trabajo.
La simpatía consiste en la capacidad de comunicarnos con los otros, de ponernos imaginativamente en la situación del otro y entender sus motivos, como si fuéramos nosotros mismos quienes nos hallásemos en ella, y es precisamente porque presuponemos en los demás esta capacidad por lo que podemos exigirles una responsabilidad moral 7; quien no puede hacerlo es un idiota que sólo logra pensar la realidad desde sí mismo. La moral es una capacidad de empatía, de proyección subjetiva sobre otro particular al tiempo que también es una proyección sobre todos los otros sujetos que forman parte del contexto interactivo, de tal modo que podemos entender sus motivos y sus reacciones en función de esa doble dirección de la simpatía directa con el actor y la simpatía indirecta con quienes se ven afectados por sus actos.
Los sentimientos humanos se experimentan como una unidad completa dentro de cada relación. Así, cuando uno advierte la acción generosa de una persona sobre otra puede experimentar satisfacción, pero si llegara a conocer que, por ejemplo, dicha acción responde a un motivo tan superficial como el de realizar una donación a un tercero por llamarse igual que él, sentiríamos poca simpatía por su iniciativa. En cambio, si su generosidad estuvo motivada por la necesidad de la persona, seguramente nos parecerá un motivo apropiado. De manera recíproca, esperamos que la respuesta del beneficiario sea de agradecimiento hacia su benefactor, por lo que si se comprobase que aquél fuese un soberbio y no reconociese su favor, resultaría comprensible el resentimiento del agente. Lo mismo podemos decir en relación con las acciones negativas, ya que cuando alguien es víctima injustificada de otro, será la simpatía con aquél la que nos mueva en contra del agente. Así, la moral exige una adecuación tanto en los motivos como en los efectos de la acción8 y culmina un proceso que combina la simpatía directa hacia el agente con la simpatía indirecta con el sujeto paciente. De esta forma, la valoración moral tendrá en cuenta la adecuación del comportamiento del primero con sus motivos, así como la reacción del segundo hacia éste en función de los efectos que haya tenido la acción del primero.
En el proceso de reflexión práctica, en un primer momento, existe un elemento de centralidad de la propia idiosincrasia y de los propios intereses del sujeto9. Sin embargo, la madurez psicológica le conducirá de manera paulatina a transitar hacia posiciones en las que encontrará un equilibrio entre sus intereses y los ajenos desde referencias estables y permanentes que ya no serán las preferencias de uno ni las del otro, sino las que vienen establecidas por la naturaleza de la propia relación.
Del mismo modo que hemos de graduar el tamaño de una gran montaña que percibimos a través del pequeño tamaño de nuestra ventana, a partir de la propia experiencia de sus medidas reales, hemos de proceder también a una rectificación de nuestra "mirada moral". También en el plano del juicio moral hemos de saber ponderar la importancia de las distintas experiencias humanas en sí mismas, sin mezclarlas con los intereses particulares que puedan introducir preferencias desproporcionadas.
Se trataría de un ejercicio espontáneo de corregir nuestra posición gracias a una especie de centro de gravedad de la moral formado a través de las experiencias vividas, por las que el sujeto ha aprendido a diferenciar el peso de la "subjetividad humana", de sus razones subjetivas. Dicha posición nuclear del sentimiento moral viene representada para Adam Smith en la figura del espectador imparcial. A nuestro juicio, el atractivo de dicho recurso heurístico, frente a otros de corte racionalista, radica en su carácter dinámico y "simpático", pues los motivos de la acción sólo son comprendidos dentro de las relaciones.
Se trataría de conocer, de forma práctica y no teórica, la situación del otro y de los sentimientos humanos involucrados. Además, tal conocimiento estará mediatizado por la idiosincrasia de las prácticas culturales de cada comunidad, por lo que la simpatía requiere ir más allá de los signos externos y nos invita a adentremos en los significados más profundos de los acontecimientos. Por otro lado, la simpatía se hace más intensa cuando el propio sujeto ha vivido en primera persona situaciones similares y puede evocar los sentimientos experimentados.
Por otro lado, hemos de indicar que estos sentimientos no deben ser entendidos como estados emocionales espontáneos, sino como la expresión de una estructura afectiva implicada en las relaciones humanas. Por esta razón, un análisis psicológico de las causas y efectos de nuestras acciones nos ayudará a entender la lógica de los sentimientos que nos mueven a actuar de un modo u otro, siempre que establezcamos la concordancia entre los motivos y méritos. De esta forma lograremos que los sentimientos se fundamenten en una estructura cognitiva que nos permita dar cuenta del sentido de lo moral, cuya naturaleza se desplazaría así hacia un terreno más firme.
Esta estructura subjetiva de los sentimientos requiere también de la construcción de una subjetividad que nos indique cuál será la condición virtuosa de la persona moral, tarea que Smith nos ofrece en su relato del espectador imparcial.

3. La simpatía experimentada por el espectador imparcial.
El punto de vista moral surge de la mirada atenta a lo que Smith calificará como "el noble recluso del pecho", conocedor de los auténticos motivos de nuestras acciones y, por tanto, de su mérito o demérito. Será el sentimiento de la condición moral del propio agente el que conceda el mayor peso al carácter moral de la acción.
El sujeto desea actuar conforme a un sentido de lo virtuoso que trasciende a la mera apariencia de un agrado que busca el aplauso social. Sería este nivel más profundo de autenticidad y autocontrol el que definiría el núcleo del sentimiento moral.
Siguiendo la interpretación de Luigi Bagolini10, no resultaría descabellado entender que para Smith el hombre interior (man within) sea una llamada a la interioridad de la conciencia humana la cual, formada en la propia experiencia de las relaciones, desarrolla una densidad axiológica del sentimiento humano. El sentido de la denominada virtud del "self-command" en Smith consiste en hacer efectivo este bagaje de experiencias como un conocimiento práctico aplicado a las nuevas situaciones. Por esta razón, Adam Smith se aproxima a la idea aristotélica de que la moral es desarrollada por aquellas personas experimentadas que alcanzan un alto grado de conocimiento práctico para dar una respuesta adecuada a cada situación que les toca vivir.
También Knud Haakonssen considera que la gran aportación de la propuesta de Smith es el carácter reversible del proceso psicológico entre agente, paciente y espectador, creando un flujo multidireccional entre ellos que les exige a cada cual considerar la posición del otro". A través de la simpatía, y a la par que nos ubicamos en la situación del otro, esperamos que éste haga lo mismo con respecto a nuestra posición externa y que ejerza autocontrol sobre su propia afectación. De este modo, se establece un proceso dialéctico que contribuye a que ambos asuman la posición del otro, para ajustar sus pretensiones a los límites hasta donde cada uno pueda ejercer su simpatía con respecto al otro12.
Sin embargo, no se trata de un artificio de la razón, como pudiera pensarse, sino más bien de un equilibrio afectivo que se desarrolla en esta lógica de adecuación entre los motivos y los efectos de la acción, que reconocerán su corrección desde una mirada que supera la posición de los sujetos implicados13.
La propia experiencia de las situaciones morales conduce a descubrir estos esquemas de razonamiento moral que los sujetos pueden "desenganchar" de su situación y así pueden considerar de manera más general la estructura afectiva que subyace a las relaciones. En esto consistiría el tercer movimiento de la simpatía, en el movimiento moral de ponerse en el lugar de un espectador imparcial que ofrecería la medida más precisa de los motivos y efectos de los agentes implicados para actuar con conocimiento de causa.
La dinámica de la acción intersubjetiva establecería un espacio homogéneo de afectividad por el que el sujeto observa simultáneamente su posición y la de los agentes que participan en la acción. Dicho proceso conduce a una aproximación de todos los participantes en la relación hacia un punto equidistante con respecto a su posición y la del otro sujeto, generando así una adecuación de sus respectivas posiciones hacia la de los otros. El sujeto desarrolla la capacidad de verse a través de los otros, sabiendo que sus acciones y sus reacciones producirán alternativamente nuevas actitudes y juicios en los distintos espectadores.

4. Simpatía y actitudes morales
En la lección decimoquinta de su libro Lecciones de Ética14, Ernst Tugendhat analiza la propuesta de Adam Smith considerándola una recuperación del modelo de la ética aristotélica como complemento de la ética kantiana, de modo tal que a la universalidad de ciertas acciones cabría añadir también la de actitudes intersubjetivas aprobadas universalmente, las cuales serían consustanciales al comportamiento ético.
Tugendhat pretende analizar en este capítulo "si existen todavía virtudes morales para la moral universalista más allá del conocido conjunto de reglas kantianas o contractualistas, esto es, aquellas que no se reducen a las acciones o a las reglas de acción, es decir, que son actitudes". Por consiguiente, ¿tendría la moral que incluir también las actitudes de los sujetos, entendidas como los motivos que subyacen a las acciones? ¿Se podría establecer también un criterio universalista sobre las actitudes morales? Smith centra su atención en el sentimiento de lo "apropiado", es decir, en la disposición del sujeto con respecto a los motivos de la acción. Para Tugendghat, "aquí encontramos el núcleo de la ética de Smith: se refiere en su totalidad a una vinculación obligatoria de la afectividad propia con respecto a la de los otros, a la apertura afectiva con relación a los demás, es decir, a sus afectos o a su capacidad afectiva"15.
A este respecto. Tugendhat nos sugiere fijarnos en los resentimientos mutuos que se producen entre amigos, es decir, aquellas reacciones por las actitudes del otro que, sin llegar a ser acciones, nos parecen inadecuadas dentro del contexto de este tipo de relaciones.
No se discute la moralidad o inmoralidad de las acciones u omisiones, sino la moralidad o inmoralidad de las reacciones afectivas. Este nivel de análisis resultaría necesario también para comprender el resentimiento de una tercera persona debido a, por ejemplo, el desagradecimiento de otra. De acuerdo con Tugendhat, Adam Smith estaría en la senda de la filosofía aristotélica frente a otros autores que ignoran la importancia de las actitudes en su análisis de la moral.
Tugendhat considera que el control de uno mismo y la sensibilidad son dos virtudes propuestas por Smith que vendrían a recuperar la comprensión de la ética como un punto intermedio con respecto al exceso y al defecto, y que tales virtudes serían justamente lo que determina el sentido de lo apropiado y vendrían dadas por los sentimientos de simpatía del espectador imparcial y bien informado.
"La pretensión de Adam Smith consiste entonces, por un parte, en retomar aquella parte de la moral que debería verse reconocida como central, más allá de las obligaciones positivas y negativas de la benevolencia y de la justicia y la tradición del aristotelismo y, por otra, en otorgar por vez primera un sentido preciso a la noción del término medio gracias a su concepto de espectador imparcial"16.
Así, Smith habría logrado introducir dentro de la moral un ámbito que concierne a las intenciones morales; pero no al modo kantiano de presuponerlas como deudoras de un principio universal que reclama una voluntad tan bondadosa como irreal, sino como un espacio de la conciencia individual que es constitutivo de las relaciones humanas. No valdría de nada fundamentar la moral si el sujeto no advierte que sus actitudes reclaman una corrección y un respeto hacia la condición de la otra persona y con su situación, y no cifrar meramente la moral en los efectos de las acciones. Por eso, dice Tugendhat, Smith podría realizar ahora con facilidad la siguiente crítica: "Ustedes —podría objetar a los kantianos y a los utilitaristas—consideran a los hombres en su relación mutua como caballeros encerrados en sus armaduras; la moral consiste meramente en que ningún caballero debe perjudicar al otro (obligaciones negativas) y en que debe ocuparse de los intereses de los demás (obligaciones positivas), pero esto significa solamente que cada uno debe, de acuerdo a su necesidad, pasar a los otros sus buenos servicios a través de las ranuras de su armadura. Pero, ¿no esperamos acaso, en nuestra conciencia moral cotidiana fáctica, algo más los unos de los otros? ¿No esperamos acaso abrir nuestro visillo y, en lugar de pasarnos bienes y protegernos de los daños, poder acceder unos a otros? Y, ¿qué otra cosa puede significar acceder unos a otros que la participación afectiva?"17.
La moral y la posición del espectador imparcial no son una síntesis de intereses ni el punto intermedio en la balanza de una negociación. El agrado que nos produce el bienestar humano, no significaría en el caso de Adam Smith la adopción de un criterio maximizador de tipo utilitario. El resultado de la acción forma parte de su carácter moral y no al revés18. Por este motivo, Smith rechaza la posición de quienes creen que la utilidad constituye un común denominador de todas las acciones que suscitan nuestro agrado. El hecho de que una acción benefactora sea útil, no significa que lo útil sea lo que determine su carácter benefactor. Existen unos motivos que conceden prioridad al carácter moral del agente sobre el resultado que se pueda derivar de su acción. En este sentido, estimamos que la propuesta smithiana se aproxima más a las éticas clásicas que a las éticas modernas19.
Para Smith, la comunicación supone hacerse cargo de la situación del otro, lo que suscitará que éste también se haga cargo de la mía, y en esta tendencia simpática el sujeto encuentra dentro de sí y gracias a la comunicación que le sugieren los otros, una comunicación afectiva que le permita compartir una misma realidad creada en la relación, aunque ambos compartan intereses distintos.
No son los intereses los que llevarían a la concordancia entre las personas, sino los afectos, "no se busca una nivelación de los intereses sino una armonía de los afectos"20.
Las actitudes no pueden ser meramente individuales y restar en el plano privado. Existe una expectativa acerca de las formas que deben acompañar a los deberes intersubjetivos, expresiones de respeto y reconocimiento que forman parte del carácter moral. En este sentido, el imperativo moral kantiano debe extenderse hasta abarcar esta dimensión de nuestra condición moral, a fin de evitar que lo moral se identifique con la mera adopción de deberes "impersonales" entre las personas. Esta fisura se superaría justamente con la inclusión de las actitudes morales. Adam Smith supo advertir este elemento de concordancia entre los motivos de la acción y el sentido de lo correcto como una unidad de la acción moral, siendo ambas las dos caras del sentimiento de moralidad. Por tanto, creemos que la propuesta smithiana constituye una superación de los riesgos del individualismo que caracteriza a la ética moderna.
El individualismo liberal surgido a partir de la hipótesis hobbesiana del estado de naturaleza y que fundamentará todas las teorías contractualistas de la sociedad, dejará huérfano al ámbito de la moral, al quedar relegado a la subjetividad y a una libertad sometida a las pasiones, frente a los deberes civiles sustentados en el refrendo de la ley. El formalismo ético que impone una razón vacía de contenido no explica los motivos de la acción, por lo que no puede ir más allá de la prudencia de evitar comportamientos que se puedan volver en contra del propio agente. Pero este límite de obligaciones negativas, basado en unas teorías de presuntos derechos subjetivos con un carácter individualista y restrictivo, no tendría en cuenta el por qué las personas tenemos también la tendencia de actuar a favor de otros. ¿Qué tipo de intereses puede haber en los actos de altruismo hacia terceras personas? ¿Por qué experimentamos placer ante un comportamiento generoso y sin embargo experimentamos rechazo ante otro cruel y bárbaro, aun cuando se trata de un relato histórico o de un hecho distante en el que no median nuestros intereses? Todos podemos reconocer el placer o desagrado que nos pueden causar ciertas cualidades del comportamiento humano y dicho placer es directo, sin que medie ningún tipo de comparación con referencias previamente descubiertas o definidas por nuestra razón.
Si ya no se puede recurrir a Dios para explicar la moral y la razón se muestra incapaz de fundamentarla, ¿de qué modo se podría incentivar a los sujetos a un comportamiento que vaya más allá de sus propios intereses? Los filósofos empiristas recurren a la sensibilidad humana a fin de demostrar que las personas disponemos de una instancia que no es racional y que nos permite acceder directamente al conocimiento de ciertas formas estéticas y morales en las que experimentamos agrado y desagrado. Y este conocimiento lo experimentamos como si fuese el modo en el que nuestra naturaleza nos muestra cuáles son los objetos de nuestro bienestar como personas, de tal suerte que la sensibilidad se presenta como el punto de anclaje en el que la racionalidad puede echar amarras para encontrar fuerza a sus indicaciones prácticas. Tanto el criterio de la belleza estética como el de la corrección de la acción moral vendrían determinados por un sentimiento de agrado. Para Hume, dichos sentimientos serían versiones de una misma tendencia en nuestra naturaleza que corresponderían a la utilidad de la cualidad en relación al bienestar que proporciona o sugiere, de ahí que establezca una similitud entre el sentimiento moral y el sentimiento estético, como ya antes había realizado Hutcheson21.
Para Smith, esta capacidad moral del sujeto no responde a un sentido interno de "lo moral", es decir, a la facultad denominada "sentido moral" (moral sense), sino a la simpatía22 La moral sería un proceso de nuestra inteligencia, una competencia que adquirimos de manera progresiva a través de la educación, y que nos capacitaría para comprender nuestros sentimientos humanos y articular a partir de ellos nuestros razonamientos prácticos.

5. Conclusión. Simpatía y moral.
La moral, para Smith, se fundamenta en el sentimiento humano.
Las personas disponemos de una estructura afectiva que sólo llegamos a experimentar a través de las relaciones con los demás y este "desdoblamiento" de la psique humana es el fundamento de la moral y pone de manifiesto  el carácter constitutivamente intersubjetivo de la naturaleza de la persona.
La simpatía puede ser concebida como la capacidad de comunicar nuestra realidad como persona, lo que nos posibilita hacernos cargo de las situaciones ajenas y así participar a su favor de acuerdo con las circunstancias presentes. Sí no tuviéramos esta capacidad, los hechos de los otros no nos supondrían ningún motivo moral. A través de la simpatía se produce una conexión que supera el solipsismo de sujetos encerrados detrás de sus propios sentidos, pues con la simpatía, los gestos del otro vivifican nuestras propias experiencias y nos agitan como si fuesen impresiones presentes, si bien éstas serán de menor intensidad. No se trataría de una mera adopción psicológica de la posición del otro, sino una posición moral que le invitaría a realizar un juicio acerca de cómo actuaría él si estuviera en su situación, sin dejar su posición de espectador y, por tanto, valorar con la distancia y proporcionalidad adecuada sus motivos, su situación. Tal justificación no puede ser "particular" sino compartida en virtud de la propia lógica de la situación analizada.
La competencia moral, como la del lenguaje, se construye a la par que se va aprehendiendo la realidad sobre la que se aplica. Así como no aprendemos primero el lenguaje y después las palabras, sino que somos seres lingüísticos a través de las palabras, tampoco descubrimos la capacidad moral al margen de las relaciones que constituyen nuestras experiencia morales. La moralidad es la condición de desarrollo de la persona. La simpatía es el conocimiento de esta condición y su ejercicio para actuar con criterio moral en relación con la realidad ajena que no es siempre próxima en alguna medida.
La moral sugiere un equilibrio con los sentimientos que afectan a las partes implicadas. A partir del carácter subjetivo de las acciones se puede encontrar un esquema objetivable del proceso psicológico por el que nos resultan correctas o incorrectas, produciéndose así una íntima colaboración de todas las facultades intelectivas del ser humano. No sería concebible una razón sin sentimientos, como tampoco se entenderían los sentimientos como estados emocionales libres, ya que éstos corresponden a las relaciones humanas y son previos a lo racional, pero no ajenos ni independientes, sino que constituyen su punto de anclaje.
En su propuesta la razón actúa como un instrumento al servicio de la propia sensibilidad humana, pues será la que nos ayude a concluir sobre la conveniencia y obligatoriedad de mantener ciertas conductas, pues el sentimiento de coherencia racional constituye un criterio integrador de otros sentimientos a la luz de un plan de vida. Por eso, cabría hablar de un sentimiento de racionalidad, tal y como nos propone William23.
Para concluir, Smith realiza un examen de la simpatía que transita de las condiciones subjetivas del espectador particular como medida de lo correcto, a un criterio de objetividad "de la subjetividad humana", para establecer los motivos del mérito o demérito con respecto a nuestras acciones.
En este artículo hemos pretendido, partiendo de la propuesta smithiana, exponer un modelo de la moral basado en el concepto de simpatía, basado en las condiciones de las relaciones humanas como estructura psicológica de la conciencia moral, las cuales se potencian precisamente gracias a la capacidad de empatizar con el otro.

Notas
1. Adam Smith reeditó su obra en seis ocasiones. La primera fue en 1759 y la última en 1790, en la que incluyó el capítulo sexto dedicado a las virtudes.
A. Smith, La teoría de los sentimientos morales (Alianza, Madrid, 1997, trad. De Carlos Rodríguez Braun) Ed. Inglesa. A. Smith, The Theory of Moral Sentiments, vol. 1, correspondiente a la Glasgow Edition of the Works and Correspondence of Adam Smith (consta de 6 vols.). Dicho vol. 1, corre a cargo de D. D. Raphael y A. L. Macfie (Oxford University Press, Oxford, 1976). También hemos consultado la edición preparada por K. Haakonssen (Cambridge University Press, Cambridge, 1987). Para las citas de este trabajo hemos adoptado la traducción española, Teoría de los sentimientos morales, publicada por Alianza, ya citada.
2. TSM I,i,l.
3. Adam Smith nos sugiere el ejemplo de un extraño que pasa por la calle por nuestro lado con señales de una profunda aflicción y enseguida averiguamos que acaba de perder a su padre. Nos dice Smith que aunque "sabemos por experiencia que una desgracia de este tipo excita naturalmente ese grado de abatimiento, y sabemos que si tuviésemos tiempo de ponderar su posición profunda y cabalmente, sin duda simpatizaríamos con él muy sinceramente. Nuestra aprobación de su dolor se funda en la conciencia de esa identificación condicional, incluso en los casos en que dicha simpatía no tiene lugar de hecho; y las reglas generales derivadas de nuestra experiencia pasada acerca de la correspondencia ordinaria de nuestros sentimientos reparan en ésta como en muchas otras ocasiones la impropiedad de nuestras propias emociones" (TSM I, 1, 3).
4. D. Hume, A Treatise of Human Nature (THN) (Oxford Clarendon Press, Oxford, 1978) (edición a cargo de L. A. Selby Bigge y P. H: Nidditch). Edición cast. Tratado de la Naturaleza Humana (Tecnos, Madrid, 1988). Para una comparación entre el concepto de simpatía de David Hume, por ejemplo, los trabajos de F. L. Van Holthoon, Adam Smith and David Hume: With Sympathy, "Utilitas.
A Journal of Utilitarian Studies", 5/1 (1993) 35-49. También J. L. Mackie,
Hume's Moral Theory (Routledge & Kegan, Londres, 1980).
5. TSM II,i,5.
6. "Del mismo modo, aprobamos o desaprobamos nuestra propia conducta si sentimos que al ponemos en el lugar de otra persona y contemplarla, por así decirlo, con sus ojos y desde su perspectiva, podemos o no podemos asumir totalmente y simpatizar con los sentimientos y móviles que la influyeron. Nunca podemos escudriñar nuestros propios sentimientos y motivaciones, jamás podemos abrir juicio alguno sobre ellos, salvo que nos desplacemos, por decirlo así, fuera de nuestro propio punto de vista y procuremos enfocarlos desde una cierta distancia. (...) Tratamos de examinar nuestra conducta tal como concebiríamos que lo haría cualquier espectador recto e imparcial. Si al ponernos en su lugar podemos asumir cabalmente todas las pasiones y motivaciones que la determinaron, la aprobamos por simpatía de este juez presuntamente equitativo" (TSMIII, 1).
7. Por otra parte, la posibilidad de experimentar "lo correcto" y "lo incorrecto" en el comportamiento humano seria la que nos otorgaría un sentido moral como persona, el cual nos atribuye la responsabilidad de elegir entre las diferentes alternativas disponibles. Refiriéndose al sentido moral y la capacidad de formular juicios morales, como de ser uno mismo sujeto de la valoración de otros, el profesor Gilberto Gutiérrez, apunta: "De estas características consideramos, salvo prueba en contrario, responsables a sus poseedores, pues creemos que son el resultado de un proceso voluntario de adquisición. A este carácter moral asociamos una capacidad de experimentar ciertos sentimientos o emociones que, o bien disponen a las personas de manera favorable a la ejecución de acciones que valoramos moralmente, o bien manifiestan su condición de agentes morales, coparticipes de derechos y deberes en la comunidad de interacción humana. Así, por ejemplo, la incapacidad de experimentar resentimiento o indignación moral en circunstancias apropiadas revelada la ausencia de lazos de amistad y confianza mutua, así como la carencia de ciertos elementos esenciales de humanidad".
G. Gutiérrez, "Sobre el sentido y los sentimientos morales", en P. sánchez
Zamorano (ed.). Los sentimientos morales (Cuaderno Gris, n° 7) (Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 2003), p. 135.
8. "Ya ha sido observado (parte I, cap. I, cap. 3) que el sentimiento o afecto del corazón, del que procede toda acción y del que depende toda su virtud o vicio, puede ser considerado bajo dos aspectos o relaciones diferentes; en primer lugar, con relación a la causa u objeto que lo provoca; y en segundo lugar, con relación al fin que se propone o al efecto que tiende a producir. En la adecuación o inadecuación, en la proporción o desproporción que el sentimiento guarde con la causa u objeto que lo suscita estriba la propiedad o impropiedad, el decoro o desdoro de la conducta consiguientemente. Y de la naturaleza beneficiosa o perjudicial de los efectos que el sentimiento pretende, o que tiende a generar, depende el mérito o demérito, el merecimiento bueno o malo de la acción a que da lugar" (TSM II, I, 1).
9. "Aprobar las pasiones de otro como adecuadas a sus objetos es lo mismo que observar que nos identificamos completamente con ellas; y no aprobarlas es lo mismo que observar que no simpatizamos" (TSM l, i ,3).
10. L. Bagolini, La simpatía nella morale e nel Diritto (Giappichelli, Turin, 1966). A este respecto, cabe destacar el siguiente pasaje de sus comentarios sobre la figura del espectador imparcial: "L'uomo interno è lo spettatore imparziale. Sib potrebbe aggiungere, senza falsificare il pensiero di Smith, che l'uomo esterno è invece lo spettatore inmediato. Solo il giudizio dell'uomo interno puo acquistare l'obiettività che gli deriva dall'essere pronunciato da uno spettatore imparziale.
(...) L'appello di Smith al "man within" è un appello all'interiorità délia coscienza umana. Si potrebbe pensare a questa interiorita come independiente, in se stessa, dalla realtà e dalla esperienza dei rapporti con gli altri, come ad una evasione sentimentale nei confronti di tale realta cosi spesso piena di conflitti e di drammi. Senonché, secondo Smith, non si trata di evasione. L'interioritá del man within ha per "Smith il senso che le deriva dai rapporti sociali attraverso i quali si esplica. E il senso che le deriva dalla intensa participazione alla situazioni a cui si riconnettono i sentimenti e gli interessi altrui. Soltanto sulla base di questa partecipazione
è possibilie giudicare se un'azione è intrinsecamente degna di approvazione.
In rapporto al "self-command" Smith pensa chiaramente che soltanto chi riesce a sperimentare e a interiorizare in se stesso le gioie e i dolori altrui puó dominare se stesso e le proprie impressioni". (p. 53). Todo el capítulo III de esta obra presenta un interesante análisis sobre el carácter objetivo moral a través del proceso de la simpatia.
11. Knud Haakonsen explica la importancia de este proceso en los siguientes términos: "Irrespective of the fact that men are naturally searching for agreement with their fellows, as mentioned earlier, they are torced by their social circumstances, by their merely being together, to give sympathy in the neutral sense of trying to understand each other. But the important thing is, that men will immediately discover by this means that their fellows are watching them in the same way. We soon learn, that other people are equally with regard to our own (character and conduct). Once we realize this, we become aware for the first time of ourselves as persons with a certain physical and, more importantly, moral appearance which can be the subject of evaluation. The awareness of other people's observation and evaluation of us makes us see that there is something to be observed and evaluated, an we naturally try to imagine what it can be, or how we suppose we look to other people. It is thus the perceptions or, in my earlier terminology, the reception of other men's sympathetic endeavours that makes us conscious of our own mind. And if man, per impossible, grew up outside society, such consciousness wimple would not develop". K. Haakonssen, The Science of a Legislator. The Natural Jurisprudence of David Hume and Adam Smith (Cambridge University Press, Cambridge, 1987) 52-53.
12. La reciprocidad como espacio de interacción en el que se produce una conciencia dialéctica de la posición de cada sujeto en contraposición a las consideraciones de terceros, es el mecanismo que permite advertir el carácter comunicativo del pensamiento práctico. Knud Haakossen, a este respecto, señala: "It is of the very greatest important to understand exactly what role other, as spectators, play in the development and character of men's standards for moral selfevaluation. So far we have seen how they are a necessary condition for men's catching sight of themselves and their behaviour as objects of moral evaluation, and we have seen that this brings men to judge themselves by the same standard as they use for others, the standard of propriety". K. haakonssen, op. cit., p. 54.
13. "Debemos enfocarlos no desde nuestra posición ni desde la de la otra persona, no con nuestros ojos ni con los suyos, sino desde la posición y con los ojos de un tercero, que no mantenga ninguna conexión particular con ninguno de nosotros y que nos juzgue con imparcialidad. Aquí también el hábito y la experiencia nos han adiestrado para hacer esto de forma tan sencilla y pronta que apenas nos damos cuenta de que lo hacemos" (TSMWIII, 3).
14. E. Tugendhat, Lecciones de Ética (Gedisa. Barcelona, 1997).
15. E. Tugendhat, op. cit. p. 275.
16. E. Tugendhat, op. cit. p. 283.
17. E. Tugendhat, op. cit. p. 285.
18. Sería descabellado pretender encontrar en Smith una especie de utilitarismo sofisticado, pues la corrección de la acción no la hace depender de los beneficios entendidos de manera maximalista y conmensurable con otros posibles resultados. En este sentido, consideramos errónea la interpretación que J. Rawls realiza del espectador imparcial como una especie de agente que pesa los intereses como el legislador utilitarista. Véase su Teoría de la Justicia (FCE, México, 1981) 214 y ss. Para este debate, véase el artículo de la profesora J. Hurtado Prieto, Rawls y Smith. De la Utilidad de la simpatía para una concepción liberal de la justicia, "Estudios Públicos", 104 (2004) 89-111. Para una crítica más general de Smith al utilitarismo, véase el artículo de la profesora E. Trincado Aznar, Adam Smith: crítico del utilitarismo, "Télos. Revista Iberoamericana de Estudios Utilitaristas", XII/1 (2003) 43-62.
19. Sobre este particular véase, entre otros trabajos, R.P. Hanley, Adam Smith Aristóteles, y la ética de la virtud, en “Revista de Estudios Políticos”, 104(2006). También G. Vivenza, Adam Smith an The Classics. The classical heritage in Adam Smith`s thought xford University Press, Oxford, 2001). N. Waszek, Two concepts of Marality: A distinction of Adam Smith`s Ethic and its Stoic Origins, “Journal of the History of Ideas”, 45 (1984) 591-606.
20. E. Tugendhat, op. cit. p. 286.
21. A juicio del profesor E. López Castellón, sobre las interpretaciones morales del sentimiento, en P. Sánchez Zamorano (ed.). Los sentimientos morales, op. cit., p. 120. "La reducción de la moral a un sentimiento natural y propio, equiparado a veces al sentimiento estético (Hutcheson), fue quizás un coste demasiado elevado, por cuanto rebajó la función de los factores racionales en la explicación de la acción obligatoria y la situó en el terreno oscuro y ambiguo de las emociones". E. López Castellón, Este sería el motivo por el que Hume y Adam Smith retomarían el antiguo concepto de la simpatía, presente ya en la filosofía estoica, a fin de destacar la unidad del género humano que se apreciaría a través de la huella de la naturaleza sobre nuestros sentimientos. De este modo, la moral completaría los límites que presentaría para la moral el carácter individualista de la gnoseología empirista. A nuestro juicio, el riesgo de que la ética sentimentalista pudiera deslizarse hacia el ámbito oscuro de las emociones quedaría solucionado si se entiende que tanto Hume como Adam Smith acentúan el contraste entre razón y sentimiento para refutar el empeño de quienes todavía veían en la razón la imagen de la divinidad con medidas objetivas de la moralidad, como sostenía Wallestone. Más allá de esta crítica, ambos autores compartirían la necesaria participación de sentimiento y razón en la actividad moral del ser humano.
22. Sobre este particular, véase J. Seoane Pinilla, Del sentido moral a la moral sentimental. El origen sentimental de la identidad y ciudadanía democrática
(Editorial Siglo Veintiuno, Madrid, 2004).

23. W. James, El sentimiento de racionalidad, en P. Sánchez Zamorano (ed.) Los sentimientos Morales (Cuaderno Gris, Época III, n° 7 (Servicio de Publicaciones de la UAM, Madrid, 2003) 223-248.

Anuario Filosófico, XLII/I (2009), 159-178.


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