La tolerancia parece ser uno de los valores en alza y más cotizados en el mercado de la ultramodernidad. En una época donde el relativismo ético se impone dramática y embrutecedoramente, la tolerancia -enorme paradoja- parece ser el bien absoluto que se debe perseguir y defender a toda costa. Pero con un matiz: que el sujeto de la tolerancia se encuadre en la political correctness.
En la teoría, todo se puede tolerar; en la práctica, no se tolera lo sospechosamente heterodoxo. Todo se puede tolerar, siempre y cuando no se critique el mal uso o el abuso de la democracia. Todo se puede tolerar, pero se persigue la crítica a la partitocracia imperante, la exhibición de sincero españolismo, la defensa de los valores tradicionales o la denuncia de la corrupción en la esfera política. Todo se tolera, salvo aquello que los neoinquisidores tolerantes no están dispuestos a tolerar.
No se tolera el orden, ni la autoridad, ni la jerarquía, ni la excelencia, ni nada que pueda obstaculizar a la 'libertad'. No se toleran las críticas al laicismo -por cierto, tema ahora de moda gracias a nuestros rancios anticlericales- galopante y desenfrenado. Los librepensadores, los ateos, los agnósticos, los marxistas y, en general, los nihilistas de toda laya, se han confabulado para imponer el relativismo moral en la educación, rebajando los niveles de exigencia y creando un igualitarismo artificial que adocena a la juventud.
No se tolera que se diga que las mayorías pueden estar equivocadas. La democracia -que tiene, por cierto, grandes virtudes- como todo sistema político, tiene también sus defectos y puede por ello, ser mal utilizada. Hoy la mayoría dice que hay que prohibir la eutanasia y mañana, al cambiar las circunstancias, la mayoría dice que hay que permitirla ¿Cuál de las dos mayorías tiene razón? Los problemas morales o los dilemas éticos evidencian la cuestión de utilizar la democracia para solucionarlos. La democracia -categoría política- llevada al campo de la axiología -categoría moral- puede ser utilizada torticeramente en contra de la verdad.
No se tolera que los niños y los adolescentes, sean educados por sus progenitores en los valores que ellos recibieron de sus ancestros. No se tolera y se impone desde el Estado un modelo de conducta intervenida y reaccionaria, a través de todo tipo de instituciones 'progresistas'. La libertad de educación es un derecho que sulfura a los estatistas, los cuales, ante cualquier atisbo de liberalismo educativo, cierran filas e imponen su modelo asfixiantemente colectivista.
No se tolera que alguien exprese un pensamiento opuesto a lo 'políticamente correcto': a quien lo haga, se le trata de intolerante, trasnochado, conservador, tenebroso, oscurantista, fundamentalista, retrógrado, cavernícola o, simplemente, fascista. Cuando se carece de argumentos sólidos para atacar las ideas, se ataca a las personas que las expresan.
No se tolera que quien piensa distinto, lo diga públicamente. Sólo los tolerantes pueden expresar sus pensamientos en los mass media, que siempre están a su disposición. Critican violentamente a quienes no se guardan sus discrepancias para su fuero interno, para el ámbito privado de la conciencia. No sea que influyan negativamente en la 'nueva aldea global' que el progresismo está intentando construír, sobre el inestable cimiento de la (in)tolerancia.
No se tolera la austeridad. Está mal visto oponerse al consumismo y a la posesión desenfrenada de bienes materiales o la experimentación de placeres sin límite ¿Cómo es posible que alguien prefiera el silencio del estudio o la meditación, en lugar de experimentar el vértigo de la velocidad o la ostentación de un automóvil relumbrante?
No se tolera que en los talk-shows, haya mayoría de gente 'normal'. Siempre ponen alguno (por cierto, con pinta de seminarista despistado o repelente empollón), claro -hay que ser tolerantes- pero la multitud de estrafalarios y atrabiliarios invitados, casi no le deja hablar: apenas dice una palabra, los (in)tolerantes se le echan encima como buitres hambrientos, y aparentando confrontaciones inexistentes, ocupan más del noventa por ciento del programa argumentando en falso y en contra del pensamiento normal y sensato del hombre común. Hasta que normalizan sus ideas aberrantes e inmorales, e insensibilizan a la opinión pública a fuerza de repetir toda suerte de desatinos. Así operan los manipuladores de masas, abusando de las libertades que les brinda la democracia.
No se tolera que quienes deben decir la verdad por su oficio, la digan con claridad. Se les presiona para que 'doren la píldora' o algunos sucumben ante la tentación de que la opinión pública les palmee el hombro. A los valientes que dicen la verdad pese a quien pese y duela a quien duela, los calumnian, los difaman, los ensucian, tergiversan y manipulan sus palabras; todo, con el único objetivo de silenciar la verdad.
La intolerancia de los tolerantes, es fruto de la extrema tolerancia de los supuestos intolerantes. Porque quienes son acusados de tales, han perdido terreno sin preocuparse de enfrentarlos en el plano ideológico, donde con la verdad, con la razón y el apoyo de la ciencia, tienen todas las de ganar. Es hora de redoblar los esfuerzos y trabajar con fortaleza y paciencia en la erradicación de la mayor impostura de la Historia, buscando, por todos los medios, devolver a la tolerancia, tanto su verdadero significado, como su verdadero lugar en la escala axiológica de la sociedad.
Luis Sánchez de Movellán de la Riva
Doctor en Derecho. Profesor en la USP-CEU.
Diario Montañés
28.XII.2004
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