En las últimas semanas se ha recrudecido la campaña de las autoridades chinas contra los disidentes. A las medidas de censura habituales, que limitan la libertad de expresión y de información, se han sumado actuaciones contra las confesiones religiosas y otras detenciones de artistas e intelectuales que han levantado protestas en Occidente. Pero a la creciente represión que el gobierno chino desarrolla en su propio territorio se une ahora otro elemento de distorsión: un ambicioso plan del Gobierno destinará más de siete mil millones de dólares a propaganda mundial a través de su agencia internacional de noticias y del refuerzo de sus servicios informativos en inglés.
Los observadores internacionales comparan esta nueva campaña con algunos momentos de la revolución cultural y observan con desesperanza cómo se esfuman las promesas de cambio, que, alentadas casi en solitario por el primer ministro Wen Jiabao, parecen cada vez más lejanas. En un discurso difundido la semana pasada el mandatario pedía otra vez al Partido Comunista “profundizar en las reformas políticas y económicas”, con referencias a la libertad de expresión y a la moralidad. Las palabras de Jiabao –adalid de los cambios sociales en su propio partido– no coinciden con la actitud mayoritaria en el PC chino que sigue apoyando las detenciones de disidentes, como medida disuasoria ante un posible contagio de las revueltas que se han producido en Oriente Medio.
La necesidad de respetar los derechos humanos en territorio chino será el tema principal de unas conversaciones que se celebrarán a finales de esta semana en Pekín entre Estados Unidos y China, después de un cruce de informes entre ambos países con acusaciones mutuas de incumplimientos y violaciones. Desde el lado americano ya se ha explicado que se pretende poner fin a las detenciones ilegales, desapariciones y arrestos de intelectuales, y buscar los modos de recuperar la libertad de expresión, de culto, y los derechos de las minorías. Otras instituciones, como la Iglesia católica, también han pedido abiertamente un cambio de dirección, tras las graves intromisiones de los pasados meses de noviembre y diciembre, que llevaron a la ordenación sin aprobación pontificia de un nuevo obispo y a la convocatoria de una Asamblea de Representantes a la que fueron obligados a asistir decenas de obispos bajo presiones e intimidaciones.
La agencia Asia News ya consideró ambos hechos como una demostración de fuerza similar a la de “los tiempos de la revolución cultural”, cuando el régimen maoísta retiraba de la escena a los artistas y escritores que no se identificaban con la ideología oficial. Lo mismo ha sucedido a otras confesiones religiosas recientemente, como la iglesia protestante Shouwang en Pekín, o a las agrupaciones de fieles cristianos de la provincia de Guangdong.
Guerra de información
Pero el Gobierno chino cuenta con buenas armas para maquillar su imagen exterior. Los cuantiosos fondos económicos destinados a propaganda le permitirán contar con un edificio nuevo en el corazón de Nueva York –Times Square- donde trabajará su agencia de noticias Xinhua, según informaba recientemente The Wall Street Journal. También se prepara la apertura de un canal de información 24 horas, con programación en inglés, así como el refuerzo de las emisiones de la cadena oficial CCTV en territorio americano, a través del cable.
La escalada en la guerra de propaganda desde China coincide con las horas más bajas para los servicios informativos oficiales de Estados Unidos dirigidos al público internacional. Los cortes presupuestarios de hasta ocho mil millones de dólares hacen temer por algunas emisiones de la Voz de América (VOA) que cuenta con amplia audiencia en China continental. En contraste con los planes expansivos de Pekín, VOA se plantea eliminar toda su programación en cantonés –lo que afectaría a unos 60 millones de oyentes del sur de China– y reducir a la mitad su equipo de reporteros en mandarín. Hillary Clinton, secretaria de Estado americana, reconocía el mes pasado en el congreso estar en “una guerra de información con China, una guerra que estamos perdiendo”.
La reducción de las emisiones de la radio oficial americana pretende paliarse con el uso de las páginas de internet, que actualmente cuentan con un gran número de visitantes. La página oficial de VOA incluye además enlaces que permiten eludir los controles gubernamentales, por lo que más de un millón de chinos la utilizan mensualmente como plataforma para navegar libremente. De todos modos, la reducción de los equipos de periodistas que cubren la información en mandarín afectará tanto a la radio como a las páginas oficiales americanas, por lo que siguen las demandas de recuperar terreno en la guerra de propaganda: “el pueblo chino es nuestro gran aliado y el libre flujo de información nuestra mayor arma”, señalaba la congresista republicana Dana Rohrabacher.
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