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Una de quince
Ignacio Aréchaga

Aunque nuestra sociedad elogia en teoría el pluralismo, lleva a mal que alguien insista en ir por libre frente a las tendencias dominantes. Y si quien hace rancho aparte es la Iglesia católica, entonces la incomodidad se transforma en intolerancia. No importa que quien esté en ella sea porque quiere y porque la quiere tal cual es. Los que la ven desde fuera pretenden que adopte las costumbres y principios que dicta el espíritu de la época.

Podría parecer que una sociedad laica, que insiste con razón en la separación de la Iglesia y del Estado, fuera neutral o incluso indiferente ante doctrinas peculiares de la Iglesia que en nada le afectan. Cabría esperar que unos poderes, tan celosos de que la Iglesia no les imponga sus convicciones, se guardarían muy mucho de intentar imponer las suyas a la Iglesia. Pero no es así. En estos casos parece que la variedad no supone un enriquecimiento.

Lo hemos visto otra vez ante algunas reacciones por las declaraciones de Benedicto XVI en el libro entrevista con Peter Seewald, Luz del mundo. Puestos a escandalizarse, algunos han puesto el grito en el cielo porque el Papa revalide que Cristo no llamó a la mujer al sacerdocio. Benedicto XVI, igual que su predecesor, declara que su poder es limitado y que no está en su mano cambiar algo que responde a la voluntad de Cristo y a la tradición de la Iglesia: “Ya lo dijo Juan Pablo II, la Iglesia no tiene de ninguna forma la posibilidad de ordenar a las mujeres. No se trata de que no queremos, no podemos. El Señor dio esta forma a la Iglesia”.

Paradójicamente, los mismos que a menudo critican el excesivo poder del Papa, aseguran ahora que debería utilizar sus poderes para cambiar este asunto, desvinculándose de lo que hizo Jesucristo y de la praxis secular de la Iglesia. A pesar de todos sus homenajes al pluralismo, no admiten que la dignidad de la mujer pueda ser respetada en la Iglesia sin acceder al sacerdocio, que para ellos es una fuente de poder. Aseguran que es inconcebible en estos tiempos que una institución no permita el acceso de la mujer a algunas funciones. Y auguran que esta actitud solo puede llevar a que las mujeres abandonen la Iglesia (cosa que no debería preocuparles, habida cuenta de la inquina que muestran por el catolicismo).

En propia casa

Uno podría esperar que quienes lanzan esas críticas aplicaran en propia casa los criterios que mantienen. Por eso me ha llamado la atención que el grupo PRISA, editor de El País, cuyas páginas editoriales e informativas se despachan a gusto contra la misoginia en la Iglesia, no sea más coherente en sus planteamientos sobre la mujer.

Y no solo porque la mayoría de sus anuncios clasificados sean de “contactos”, con “preciosas asiáticas” y “chicas impresionantes”. Todos sabemos que la crisis publicitaria ahoga a la prensa, y ¿cómo sacrificar algún anuncio en pro de la dignidad de la mujer? Aquí El País parece decir como el Papa: “No se trata de que no queremos, no podemos”.

Pero si la mujer está muy representada en los anuncios de “contactos” del grupo PRISA, no se puede decir lo mismo de sus órganos directivos. Tras la entrada del grupo Liberty en el capital de PRISA, el grupo ha nombrado un nuevo Consejo de Administración de 15 miembros, de los que siete son nuevas incorporaciones. Entre los quince miembros de la cúpula directiva, solo hay una mujer, Agnès Noguera, que ya estaba en el Consejo. El presidente de PRISA, Ignacio Polanco, declara que “las diferencias en nacionalidad, formación y antigüedad en el Consejo permiten al nuevo órgano de gobierno valorar las condiciones más adecuadas para dirigir a PRISA hacia la internacionalización, pluralidad y globalidad que los mercados requieren”. Pero parece que los mercados no requieren más mujeres y que las diferencias de sexo no son importantes.

Si uno lee el curriculum y la trayectoria profesional de Agnès Noguera no sorprende que esté en el Consejo de Prisa por sus propios méritos. Lo llamativo es que esté tan sola entre hombres. Es como una joya en la corona del poder, no en vano es diplomada en Gemología, entre otros varios títulos. También es patrono de una fundación que gestiona “un museo de figuras históricas en miniatura”. Y aunque ella tenga plena estatura profesional, su aislada presencia es como una miniatura en el grupo directivo.

En cualquier caso, la próxima vez que El País opine sobre la mujer en la Iglesia, podría reflexionar también sobre el papel de la mujer en PRISA.

Aceprensa