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La educación en la encrucijada
Alejandro Llano

La educación nunca volvería a ser lo que  era hace  tan sólo unos pocos años. Demasiadas cosas han cambiado en las últimas décadas. La revolución, tan esperada o tan temida, no ha llegado por el camino de la mutación de las relaciones de producción,  sino por el surgimiento de una nueva mentalidad social, imbricada con las nuevas tecnologías del conocimiento y de la información, y con la globalización de los intercambios, cuyo horizonte es ahora el mundo entero.

Nadie puede prever cómo va a ser la sociedad o la educación dentro de cien años, o incluso de cincuenta. En todo proceso de cambio, lo básico y decisivo es acertar en la nueva orientación. Y lo cierto es que nadie atesora la clave del éxito, ni siquiera los que ostentan en cada caso el poder político o económico, que suelen ser los más pretenciosos. En el ámbito de lo práctico, hemos de rectificar de continuo, ajustando constantemente la dirección de los procesos. Por tanto, no hay ideas felices que nos den todo compuesto y nos dispensen del trabajo  de analizar  el entorno, medir  nuestras  fuerzas, afinar  los objetivos y tomar  de continuo decisiones. Pero, al menos, se puede adelantar una idea básica: el acierto llega de mano de las soluciones abiertas, mientras que las fórmulas cerradas conducen casi inevitablemente al error.

Al afrontar una época de cambios en todos los niveles educativos, como es la situación española actual, nos encontramos, por tanto, ante una encrucijada, que se podría desglosar en siete parámetros. Con la inevitable simplificación que este procedimiento conlleva, encontraremos en cada uno de estos parámetros dos actitudes contrapuestas, que en su cruce componen el correspondiente aspecto de la encrucijada.  Una de las posturas corresponde a una formula cerrada, de la que conviene alejarse, mientras que la otra nos ofrece una panorama abierto, y resulta preferible aunque habitualmente se presente como más ardua.    

1. ¿Activismo o maduración?

El planteamiento de las reformas educativas en España, tanto en el nivel universitario como en los estadios previos, está fascinado por el procedimentalismo. Se parte de una premisa más que problemática: el learning by doing. Pero lo cierto es que la multiplicación de las actividades no enriquece a quien las  realiza. Hacer cosas mantiene entretenidos a los alumnos, captada su atención por imágenes y sonidos. Pero eso no implica que les haga crecer por dentro, que les eduque, que les madure. La maduración en el conocimiento tiene poco que ver con la agitación externa.

Desde hace tiempo se ha perdido en pedagogía la autentica noción de hábito, que tiene poco que ver con la rutina, la costumbre o la habilidad. Los hábitos son avances hacia uno mismo, potenciaciones de las propias facultades en su intencionalidad hacia sus objetos característicos. Los  hábitos  intelectuales se pueden adquirir con un solo acto y los morales tienen más que ver con el conocimiento que con la actividad  externa. Pretender que y arreglado, los hábitos se adquieran por medio  de actividades exteriores  y registrables es un exponente del naturalismo que rige muchas concepciones actuales de la educación. Tampoco parece adecuado estereotipar las competencias y suponer que determinadas actividades van a conducir a ellas. No hay formulas fijas para adquirir los hábitos que enriquecen a la persona.  

Una larga experiencia nos dice que el auténtico crecimiento educativo, la adquisición de una madurez personal e intelectual de altura, no se logra por medio del activismo bullicioso, sino más bien a través de la serenidad que procede del silencio creativo.

2. ¿Vitalidad o control?

Lo que le sobra a nuestro sistema educativo es burocracia, lo que le falta es vida. Y lo previsto es agudizar esta desafortunada tendencia. Al no producir enriquecimiento educativo, el procedimentalismo sólo se evidencia por medio de documentación. La enseñanza habrá de programarse entonces punto por punto, sin dejar teóricamente espacio para la improvisación y la espontaneidad. Además, el objetivo que se pretende alcanzar con cada actividad educativa habrá de reflejarse por escrito en un documento que quede archivado en el centro docente y sea accesible a los controladores. Donde se han comenzado a implantar estos procedimientos, los profesores se quejan de que no tienen tiempo para preparar las clases, y mucho menos para investigar, tanto es lo que la burocracia les absorbe.

De manera que lo importante de este desafortunado sistema de gestión no es que se realice una fase del proceso, sino que este se atenga a pautas y quede registrado. A lo que acompaña a la enseñanza y al aprendizaje se le concede más importancia que a la enseñanza y el aprendizaje en sí mismos. Así todas las actividades pueden ser controladas en las constantes evaluaciones de calidad, que no entran en el examen del nivel educativo, sino que se mantienen en la superficialidad de los movimientos que supuestamente conducen a él. Estamos ante la implantación del panopticum, propugnado por Jeremy Bentham. El Gran Hermano ha llegado por fin, y cada día se manifiesta como más activo. Nos acercamos al ideal del control  total, que  ya se va manifestando en otros aspectos de la vida social, acompañado de castigos completamente desproporcionados para quien incumple unas reglas más estrictas que las de los tiempos históricos que consideramos más oscuros.

3. ¿Eficacia o Fecundidad?

La eficacia tiene que ver con lo cuantitativo y se plantea a corto plazo. La fecundidad, en cambio, se fija como meta lo cualitativo y apunta al largo recorrido. La diferencia es la que existe entre el mecanicismo y la vida del espíritu, que no está interesada por la influencia sino por la generación de nueva vida.

La dirección por objetivos constituye  una notable adquisición de la gestión empresarial. Pero el managementactual ha descubierto la rigidez que lleva consigo un encaminamiento exclusivo a metas inmediatas. Por una parte, se corre el riesgo de que el logro de objetivos se pague a un precio demasiado alto, al olvidar que el fin no justifica los medios, y que más importante que el logro de objetivos son el respeto y atendimiento a los principios propios de la cultura de la organización. Por otra parte, el encaminamiento estricto a conseguir propósitos fijados con antelación mata la creatividad, no genera innovación y es escasamente formativo para los ejecutores. Al valorar más la fecundidad que la eficacia, lo importante no es ya lo que se logra externamente, sino el mejoramiento de aquellos que lo consiguen. Porque así se está apostando por el futuro y se procesa un círculo vital que se retroalimenta continuamente, y en el que consiste precisamente la educación. La excelencia, la buena educación, no estriba tanto en lo que se resulta capaz de hacer sino en aquello que se es, y que constituye precisamente la fuente que permite actuar de un modo que ya no se puede describir como “hacer cosas”, sino que trasciende el nivel de los objetos materiales y se mueve en el ámbito humano de las actitudes, las invenciones, los conocimientos y los afectos.

4. ¿Ideología o Formación?

Una educación ideológicamente orientada, como parece que será el caso en la enseñanza secundaria española, pretende transferir esquemas cerrados de un programa político y social a las mentes juveniles. Bien entendido que el fin de la ideología no es el conocimiento, la forja  del carácter o la mejora de la convivencia, sino que es lisa y llanamente el poder. Pero como tal objetivo no es confesable, en el fondo de la actitud ideológica hay siempre un enmascaramiento. Las ideologías son incompatibles con la búsqueda de la verdad. Y la verdad es la primera víctima de una pseudoeducación de raíz ideológica.

La única ventaja que tiene la educación ideológica es que  resulta irrealizable, justo porque la orientación de toda la vida hacia la verdad es la necesidad más básica de la mujer y del hombre, y late todavía incontaminada en las personalidades jóvenes.  Ahora bien, aunque sea irrealizable, o precisamente por ello, la manipulación ideológica en la escuela produce hondas distorsiones. Da lugar a psicologías confusas y retorcidas, difícilmente recuperables para una vida familiar, profesional o social equilibrada  y sana.

La formación, en cambio,  no tiene nada que ver con la manipulación. Es lo más alejadodel intento de "golpear  las cabezas hasta que penetre en ellas la verdad", como decían los fascistas italianos. La formación no consiste en presionar las conciencias, en convencer a base de repetir, en procurar transferir a otro las propias  convicciones. La formación no tiene nada que ver con el adoctrinamiento. No se mueve dentro de un esquema causal, sino en un  paradigma intencional, es decir, cognoscitivo y volitivo. El protagonismo corre enteramente por parte del educando, en el que no se pretende influir, sino dejarle ser, para que saque lo mejor de sí mismo, para que se produzca  en ella o en el -desde dentro- un auténtico florecimiento, con plena libertad. Lo cual en modo alguno equivale a una especie de anarquismo roussoniano, sino que implica una gran exigencia e incluso una notable disciplina, siempre  que se entienda bien este término.

 5. ¿Innovación o pragmatismo?

La enseñanza encaminada hacia resultados controlables y utilitariamente aplicables renuncia, de antemano, a sus auténticos logros: la intensificación de la vida intelectual  y ética del estudiante. Y es que el pragmatismo convierte a la educación en adiestramiento, proceso en el que no hay posible innovación, ya que se trata de traspasar al alumno determinados patrones de conducta previamente establecidos, para conseguir objetivos fijados de antemano. Lo cual no implica que lo transmitido sea trivial. Por ejemplo, algo tan difícil como invertir en Balsa para incrementar un capital puede enseñarse a base de suscitar en el educando técnicas, habilidades y experiencias que  optimicen las inversiones. Pero la finalidad -ganar dinero- ya está dada y también se mueven en un ámbito bastante predeterminado las posibles variaciones técnicas.

La innovación nunca es un resultado previsible: siempre es un logro sorprendente. La creatividad no consiste en manejar materia- les previamente dados, sino en hacer emerger realidades nuevas a partir de la propia inteligencia. Porque la propia inteligencia es la facultad de salirse de los supuestos, de contemplar la realidad desde perspectiva inéditas y, por lo tanto, de poder considerar posibilidades operativas nunca previamente ensayadas. La originalidad -o, mejor, la originariedad- consiste en generar realidades en cuya posibilidad ni siquiera se pensaba antes de  que  comparecieran. Y es preciso tener en cuenta que la propia economía presenta actualmente un fuerte componente intelectual. Se busca un valor añadido  puro, que es precisamente el que precede de la capacidad intelectual  de innovación. Quien posea esta capacidad es lo que hoy se llama un 'talento', que aparece como lo más buscado en el mercado profesional. Nadie está más cotizado que aquel a quien se le ocurren ideas nuevas, aptas no solo para solucionar problemas hasta ese momento irresolubles, sino incluso para crear nuevos problemas que exigen también una solución.

El pragmatismo de cortos vuelos se limita a la producción de burócratas y tecnócratas, pero nunca hace emerger investigadores. La Tierra fértil, el humus del que pueden surgir investigadores, es decir, profesionales creativos, es un ámbito educativo en el que al alumno se le pone en contacto con las creaciones más altas de la Humanidad, destacando siempre lo que hay de innovador en la manera como fueron pensadas y suscitadas. Para ello es imprescindible contar con una buena biblioteca fácilmente accesible a los estudiantes y también una buena biblioteca para los profesores. La dirección del centro educativo no debe agobiar ni a docentes ni a discentes con tareas repetitivas y tediosas puramente lúdicas- cuya ganancia intelectual es casi nula. No invirtamos preferentemente en instalaciones  que, al fin y al cabo, son realidades mostrencas. Invirtamos en las personas, de dónde  toda innovación surge y a donde coda innovación retoma. Permitamos que se pongan a pensar, que tengan tiempo y sosiego para reflexionar, para leer, para estudiar. Porque hoy sabemos que la ciencia, el humanismo y la tecnología no progresan por acumulación, sino por cambios de paradigmas, por revoluciones epistemológicas, por nuevas formas de cavilar que normalmente habían sido rechazadas por los que se aferraban a esquemas que ya estaban agorados.

La educación mal pensada, con enfoques puramente procedimentales, aunque parezcan muy sofisticados, abarca a todo un país hacia la mediocridad y la dependencia. El ambiente de los centros educativos ha de ser estimulante, debe constituir una semilla­ rodo talentos originales, en el que se premie de la educación en España está siendo –de manera  creciente- la formación intelectual y cultural.  Nuestros bachilleres están a la cola de los rankings internacionales en disciplinas tan básicas como las matemáticas o el dominio de la lengua. A pesar de que los alumnos y alumnas llegan a la universidad con un ano de edad más que antes, su nivel de conocimientos desciende de curso en curso y su madurez intelectual deja mucho que desear. Todo profesor que lleve tiempo en la enseñanza universitaria  sabe que, si exigiera  hoy a sus estudiantes lo mismo que hace veinte años, casi ninguno aprobaría la asignatura. ¿Qué pasa? ¿Por qué ha sucedido algo tan penoso cuando los medios disponibles son cada vez más abundantes?

Si repasamos las tablas de contenidos mínimos  que se han  de transmitir en la enseñanza a los que hacen planteamientos inesperados en los que hacen planteamientos inesperados en el plano intelectual. Y entonces habría que preguntarse: ¿Es esta la dirección hacia la que se encamina la educación en España? ¿De qué nos hablan las nuevas  leyes? ¿Son recibidas críticamente por sus destinatarios? ¿Se disponen a aplicarlas con la docilidad con la que se rellena un cuestionario, de manera que no resulten espacios vados?

6. ¿Adiestramiento o aprendizaje?

En la medida en que se atiene al construccionismo mecanicista y se burla de la dinámica del conocimiento, la enseñanza se asemeja a la domesticación y se separa de la ciencia. La educación se minimiza. Sus contenidos se hacen triviales. Y se olvida su gran  tarea, que es precisamente la formación intelectual, la preparación científica y humanística, el crecimiento en la facultad de descubrir  y captar nuevos conocimientos.

La gran ausencia en las sucesivas reformas enseñanza primaria y secundaria, observaremos la abundancia de materias puramente procedimentales o de alcance localista. Una estudiante, brillante por lo demás, de cuarto de Filología Clásica en la Universidad Complutense tuvo que interrumpir a su profesor para preguntarle dónde se encontraba Rodas. Me lo contaba hace poco. Cuando el catedrático la miró extrañado de que no supiera  dónde se encontraba esa isla del Egeo, que además es un destino turística, la chica contestó que ella sabía mucho de las ovejas merinas de su comunidad, Castilla-La Mancha, y de la historia de las cañadas que atravesaban  Madrid, pero que no tenía ni idea de dónde paraba, por ejemplo, Cádiz. Nuestro horizonte, además de lo local y regional, se limita cada vez más a las tres íes que proponía Berlusconi como núcleo de la educación en Italia: Inglés, Informática e Impresa. Nada  de ciencias ni de humanidades, sólo conocimientos instrumentales y pragmáticos. La reciente incorporación, entre nosotros, de la Educación para la Ciudadanía confirma esta tendencia y le confiere un sesgo ideológico sumamente inquietante.

7. ¿Esfuerzo o placer?

La educación es un empeño de largo aliento. Una persona educada es el fruto de un esforzado trabajo por parte del propio estudiante y de una cuidadosa labor  por parte de la maestra o del maestro. El premio inmanente de esta fatiga es un gozo incomparable con cualquier posesión material o con cualquier placer corporal  de tipo hedonista. Si se pro- mete el placer a bajo precio, se está proporcionando otra cosa distinta  del rendimiento educativo y, a la postre, se está engañando. Un educador  no debe prestarse a tal farsa, ni se le debe obligar a que la secunde.

En el planteamiento educativo predominante en nuestro país se produce así un choque, señalado por José Luis Villicañas, entre lo que, con terminología psicoanalítica, se puede llamar 'principia del placer' y lo que se denomina 'principia de realidad'. El pragmatismo se basa en el principia de realidad, y el neoliberalismo que rige la economía española premia el esfuerzo, la dedicación, el sacrificio incluso. Pero luego viene el consumismo, el disfrute inmediato de satisfacciones sensibles, una cultura del ocio que tiene un canciller disolvente. El lugar donde estas contradicciones culturales del capitalismo -por utilizar la expresión de Daniel Bell- se hacen más agudas es precisamente la escuela, el colegio, la universidad. Por una parte, hay que prepa.rar a jóvenes competitivos para que se abran  camino  en un mercado cada vez más exigente. Pero, ¡cuidado!, hay que  hacerlo sin herir su sensibilidad, si n humillarles, sin permitir comparaciones odiosas. Por lo tanto, se cuestionan las calificaciones numéricas, se problematizan los exámenes, se culpabiliza a los docentes de los traumas de las chicas y los chicos.

Como las cifras del abandono escolar son alarmantes, la última solución oficial consiste en que se pueda pasar curso en el bachillerato con la mitad de las asignaturas pendientes. No sé qué razona miento lleva a esperar que el estudiante que só1o ha logrado sacar adelante medio curso conseguirá el año siguiente superar casi curso y medio.

Si existe mobbing y violencia escolar, los responsables son los directivos y maestros. Nunca las familias ni los propios alumnos. El permisivismo gana cada día nuevos objetivos y casi nadie se arriesga a denunciarlo, porque llamar a las cosas por su nombre equivale a perder popularidad, audiencia, dinero o, incluso, el puesto de trabajo.

La tolerancia con el abuso  no conduce a ninguna  parte. Es preciso que la cultura corporativa de los centros -y a ser posible, la solidaridad entre centros. Y el entendimiento entre docentes  y padres de familia- permita el establecimiento de un buen concepto de la disciplina y el cultivo de un ambiente de estimulo y esfuerzo.

Si estas consideraciones son  ciertas,  me temo que la educación en España está apuntando hacia el ramal menos prometedor de la encrucijada. Culpar de ello a las Administraciones Públicas es una especie de redundancia. Porque la educación es algo demasiado serio para dejarlo en manos de cualquier que en ella se juega la continuidad de la sociedad misma, que es imposible sin esa entrega de nuestra cultura a la generación siguiente en la que consiste la tradición. En rigor, nuestro gran problema -como país- consiste en que no nos acabamos  de tomar la educación en serio. Ahora bien, resulta que no hay nada más importante en la sociedad del conocimiento.

Cuando se está en una encrucijada educativa, es de suma importancia acertar con la dirección correcta. En términos deportivos, se ha comparado la vida social con  una carrera de fondo. Pero a mí me gusta más asemejarla a una competición de tiro con arco, en la que  lo importante no es llegar  el primero sino acertar en el blanco. Una buena educación no es aquella que se imparte con más medios y produce jóvenes más competitivos. Es aquella en la que se hace diana: en la que se piensa  alto, se siente hondo y se habla claro.

Sucede, además, que la educación es una actividad que se retroalimenta, tanto negativa como positivamente. La mala educación genera mala educación, y la buena educación genera buena educación. La gran cuestión que más perentoriamente se plantea es cómo corregir un planteamiento educativo que está mal encaminado. Y entonces no cabe apelar a soluciones técnicas. No basta con hacer  un plan estratégico dentro de la empresa o intentar ganar las elecciones  en todo el país. La cuestión es más radical. En el fondo, las cuestiones decisivas siempre se ventilan en el ámbito del conocimiento y de la decisión. Se trata de pensar con verdad y de decidir libremente.

Fuente: Nuestro Tiempo no° 636