Todavía hay quien se pregunta por la obsesión de ETA con la Universidad de Navarra. Los terroristas han aducido alguna vez argumentos grandilocuentes y vacíos: el poder, la connivencia con otras oligarquías oscuras y corruptas, la opresión, los agravios de la historia, las injusticias de la geografía. En esta ocasión han afirmado que el centro académico es una "máquina para formar a nuevos cuadros franquistas". Las verdaderas razones son muy distintas. Del campus de la Universidad de Navarra han salido médicos dispuestos a poner su talento y su tiempo al servicio de enfermos infecciosos, desconfiados o incurables. Y periodistas convencidos de que sus reportajes pueden hacer más justa la sociedad en la que viven. Y abogados que aprovechan el turno de oficio para rescatar a los últimos supervivientes de la heroína. Y pedagogas que nunca dejan de sonreír a sus alumnos con síndrome de Down. Y párrocos de aldeas minúsculas de los Andes que viajan a caballo para atender a sus feligreses. Y enfermeras capaces de llenar de cariño los últimos minutos de un paciente agónico. Y jueces que repasan a la luz de su conciencia el párrafo quizá esquivo de una sentencia menor. Y empresarios pudientes que destinan parte de sus ingresos a que algunos estudiantes de recursos modestos puedan formarse en las mismas aulas que les acogieron a ellos. Y filólogas que recrean con todos sus matices el contexto de un auto sacramental que languidecía en la biblioteca. Y publicistas empeñados en nadar contracorriente. Y arquitectos que conviven a la vez con el arte y las exigencias del urbanismo local. Y directores de personal que se interesan por las aspiraciones del becario recién llegado. Y biólogos enfrentados durante años a las mutaciones y a los caprichos de un virus maligno. También han salido de la Universidad de Navarra ginecólogos sin corazón, banqueros taimados, profesores mediocres y parlamentarios de Herri Batasuna. Entre los 70.000 graduados que han pasado por el campus, parece razonable que haya de todo. Pero estos últimos no interesan tanto a los terroristas. Quienes de verdad les incomodan son los primeros: los médicos, los periodistas, las biólogas, los historiadores, las enfermeras, los filósofos, los curas y los demás profesionales que se empeñan en construir un mundo mejor. Los etarras que el 30 de octubre aparcaron un coche cargado de explosivos en un rincón desprotegido del campus aún no han encontrado su sitio en ese mundo. Y por eso insisten en dinamitarlo.
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