Parecía oportuno que la Comisión parlamentaria que investiga en España los atentados del 11 de marzo y sus repercusiones políticas pudiera contar con el testimonio de un experto en opinión pública como el estadounidense Walter Lippmann. Aunque no haya tenido un conocimiento directo de los hechos, este famoso periodista fue pionero en el estudio del papel de la prensa como fuente de datos e ideas en una democracia y de los obstáculos que se oponen a que los ciudadanos obtengan la información necesaria para efectuar juicios políticos racionales. Por lo tanto, la Comisión no ha dudado en escuchar su testimonio (1).
— Con todos los datos que se han presentado ante esta Comisión, los hechos son comprobables. Sin embargo, esos hechos llevan a unos a afirmar que el gobierno de Aznar mintió, mientras que para éste son la prueba de que nunca ocultó lo que se sabía, y que los manipuladores fueron sus adversarios. ¿Los hechos no son los mismos para todos?
— “Desde un punto de vista racional, los hechos son neutrales con respecto a nuestras visiones particulares de lo que es correcto y de lo que no lo es. En realidad, son nuestros propios cánones los que determinan en gran medida lo que percibiremos y la manera en que lo haremos”.
“Cuando nuestros sistemas de estereotipos se consolidan, fijamos la atención en los hechos que ayudan a demostrarlos, mientras que eludimos aquellos que los contradicen”.
“Aunque nos mostramos dispuestos a admitir que todas las ‘cuestiones’ tienen dos caras, no creemos que lo que consideramos ‘hechos’ también tenga dos caras. Solo podríamos llegar a creerlo después de que una prolongada educación crítica nos hiciera ser plenamente conscientes de hasta qué punto nuestra percepción de los datos sociales es subjetiva y de segunda mano”.
“Por tanto, mientras dos facciones enfrentadas perciban con nitidez su visión particular de los hechos e ideen sus propias explicaciones acerca de lo que ven, les resultará casi imposible darse crédito mutuamente con total honestidad. Una vez que hayan adaptado sus respectivos modelos a su experiencia en relación con algún aspecto crucial, estos ya no se considerarán meras interpretaciones, sino la realidad”.
— La reacción de los ciudadanos, manifestada en los resultados electorales, ¿no fue el juicio de la opinión pública sobre la actuación del gobierno?
— “La teoría ortodoxa sostiene que la opinión pública constituye un juicio moral sobre un conjunto de hechos. Sin embargo, la teoría que personalmente estoy sugiriendo es que, dado el estado actual de la educación, la opinión pública es principalmente una versión moralizadora y codificada de los hechos. Mi afirmación se basa en que el modelo de estereotipos sobre el que descansan nuestros códigos determina en gran medida qué grupo de hechos percibimos y bajo qué luz. Esto explica por qué la política que cada periódico aplica con respecto a las noticias, siempre con la mejor voluntad del mundo, tiende a corroborar su línea editorial, o por qué los capitalistas ven literalmente una serie de hechos y aspectos determinados de la naturaleza humana, distintos de los que ven sus oponentes socialistas, y por qué ambos grupos se consideran mutuamente irracionales o perversos, cuando lo que realmente les separa es una diferencia de percepción”.
— Un tema muy controvertido es la actuación de la prensa en los días siguientes al 11-M. La oposición acusó al gobierno de utilizar la TV pública para ocultar la verdad, y el gobierno acusó a algunos medios de manipulación informativa para provocar un vuelco electoral. ¿Podemos confiar en que la prensa proporcione las verdades que necesita el ciudadano para participar en una sociedad democrática?
— “La prensa puede luchar para que la verdad comunicable se difunda. Pero es demasiado frágil para soportar sobre sus hombros todo el peso de la soberanía popular, es decir, para suministrar espontáneamente la misma verdad que los demócratas confiaban en que fuera innata. Por tanto, cuando esperamos que nos suministre tales verdades no hacemos más que juzgarla aplicando un criterio engañoso: malinterpretamos la naturaleza limitada de las noticias, junto a la ilimitada complejidad de la sociedad; sobrestimamos nuestra propia resistencia, espíritu público y capacidad en general”.
“Cuanto más conscientes sean [los periodistas] de sus propias limitaciones, más tenderán a admitir que, en los casos en los que no resulta posible comprobar con objetividad el grado de veracidad de las noticias, en alguna medida vital sus opiniones se basarán en sus estereotipos personales, sus propios códigos y las necesidades de sus intereses”.
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(1) N. de la R. Walter Lippmann (1889-1974) fue el más influyente periodista de su época en EE.UU. Los textos aquí recogidos (por Ignacio Aréchaga) pertenecen a su obra clásica “La opinión pública”, editada en 1922, cuando Lippmann tenía 32 años. La editorial Langre acaba de publicar una nueva edición de este libro, pionero de la teoría de la comunicación.
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