El concepto de lo político solo puede ser aprehendido por categorías específicamente políticas. La categoría política fundamental es la distinción amigo-enemigo: esta es la propuesta de Carl Schmitt en El concepto de lo politico1 Con ella sitúa el conflicto en el corazón mismo de lo político. No se trata de una excepción, como comprobamos en este volumen, en la historia del pensamiento político2 .
Del mismo modo que en otros ámbitos de la actividad humana existen distinciones fundamentales de las cuales se puede deducir un criterio para orientar la acción, también existe una distinción que caracteriza lo propio del obrar humano político. Nadie discutiría que lo moral tiene que ver con el bien y el mal, lo estético con lo bello y lo feo, lo económico con lo útil y lo dañino. Sin embargo, lo político ofrece una cierta resistencia a la definición. No parece fácil encontrar un criterio de enjuiciamiento tan claro para lo político. Schmitt reconoce en la relación amigo-enemigo un criterio de ese tipo. Cualquier aspecto de la vida humana común pasa a ser político en la medida en que puede enfrentar a los hombres en amigos y enemigos3 .
Gran parte del pensamiento político posterior se ha rasgado las vestiduras ante semejante definición de lo político; se ha entendido como una formalización sin contenido y ha sido tachada de nihilista, existencialista, totalitarista, belicista y un largo etcétera de descalificaciones. Lo cierto es, sin embargo, que la política no puede desprenderse fácilmente de la posibilidad de la irrupción del conflicto en el contexto del orden y de la paz.
Sea en la forma de desorden social4 , de competencia económica o por la propiedad5 , de disputa religiosa, de lucha partidista o de guerra6 , una y otra vez, el horizonte de la paz y el orden, fines de cualquier comunidad política, aparece amenazado por el conflicto.
La razón última de esta posibilidad se debe a la misma condición humana. H. caracteriza al hombre como una esencia Plessner7 que "toma distancia", la cual permanece, en la misma medida en que se aleja, siempre hasta cierto punto indeterminado, insondable y como "pregunta abierta". El conflicto no es necesario, pero siempre esta al acecho.
La posibilidad de eliminarlo radicalmente del horizonte de la política y el deseo de una paz sin fisuras es uno de los ideales que más ficciones políticas ha generado en la literatura política del último siglo. Vivimos "como si" el conflicto, la disidencia y, su caso mas extremo, la guerra, no pudieran ocupar ningún lugar razonable en el marco político. Se ha creado la ficción de un pluralismo social y político sin amenazas: la variabilidad infinita de las formas, de las opiniones, de los valores, sin aristas. Pareciera como si un orden político determinado, concreto, pudiera soportar cualquier margen de diferenciación sin tambalearse, es decir, como si pudiera existir un orden político sin algún tipo de exclusión.
La ficción del pluralismo político nos deja la conciencia tranquila, mientras en la realidad de la democracia liberal partitocrática se aprovechan la enemistad, el odio y la discordia para hacer política. Nos rasgamos las vestiduras ante la guerra, pero nuestro mundo vive aun hoy en un contexto político nacionalista, es decir, vive de la generación continua de la enemistad y de la diferenciación. Lo que se intenta ocultar tras la mascara ficticia es el motor mismo de lo que se entiende hoy por política: la provocación del conflicto y la enemistad. Generar una representación valida en el parlamento implica haberse diferenciado, es decir, en algún sentido, haber generado una nueva "enemistad". Cierto que, por principio, no se trata mas que de una "ficción" de enemistad para jugar a la política, en la medida en que toda enemistad "real" ha quedado excluida de las reglas del juego. Y, sin embargo, también entre las bambalinas de la ficción teatral de vez en cuando aparece la mancha roja y negra del conflicto real.
El "partisanismo" descrito brillantemente por el jurista alemán en su obra Teoría del partisano8 esta hoy mas presente que nunca en la política y genera también un tipo de guerra consecuente9 . La mezcla de guerra y política, la casi imposibilidad de distinguir entre las situaciones de guerra y de paz, ese extraño magma de incertidumbre, es parte de nuestro contexto de sentido, a pesar del fin de la guerra fría: el terrorismo es su representación. Es la formulación contemporánea de la guerra como continuación de la política.
El conocido aforismo clausewitziano, "la guerra es la continuación de la política por otros medios", tomado en el estricto sentido de las palabras y en, al menos, una de sus interpretaciones posibles10 , supone la corrupción de la política y de la guerra. La guerra es más bien el fracaso de la política y no su continuación. Algo, sin embargo, tiene de cierto y es que, en primer lugar, ambas hacen referencia al conflicto; y, en segundo lugar, en cada momento histórico la defunción del enemigo es común tanto a la política como a la guerra. De modo congruente con esa definición se desarrollan, en una y en otra, formas análogas para conducirse con el enemigo: los modos de establecer pactos y alianzas con el, de reducirlo o de aniquilarlo. Esto se deriva del hecho de que la guerra es, sin duda, la manifestación mas extrema de un conflicto que ya estaba latente en la situación política. El que el conflicto permanezca latente o incluso que se llegue a desdibujar pertenece a la lógica de la política. Muy diferente de ella es la lógica de la guerra, en la que el conflicto se hace máximamente presente de un modo hasta cierto punto irracional, no previsible, y hay que hacerlo remitir por la violencia.
Schmitt señala con agudeza que la guerra es para la política un concepto límite. Donde esta comienza se extingue aquella. La situación de excepcionalidad, de máxima necesidad, que produce el estallido de un conflicto armada, cambia por completo el sentido de las acciones, que no se pueden ya interpretar del modo en que se haría en el contexto "normal" o de orden. Normalidad y excepción son dos modos de existencia de una comunidad política completamente diferentes que definen el sentido de las acciones también de un modo completamente distinto. Las acciones bélicas y políticas no son siquiera comparables. La política y la guerra se excluyen. No pueden, sin embargo, vivir más que bajo una sombra común. Política y guerra tienen lógicas diferentes y la segunda no es, por tanto, la intensificación de la primera, sin embargo, comparten la definición del enemigo y la naturaleza del conflicto.
Nuestro tiempo excluye la guerra como posibilidad y acepta, sin embargo, nuevas formas de mixtura de violencia y política. A esto es a lo que me refería con el "partisanismo". Como describe Schmitt la figura del partisano nace en la guerrilla española contra el ejército francés de Napoleón (1808-1813). Tanto el ejército nacional como la figura del partisano responden ya en aquel momento a la idea revolucionaria de la nación en armas. La diferencia entre ambos proviene de que uno es regular y otro no. ¿Que quiere decir que la lucha del partisano es irregular? Que carece de un estatus definido entre la guerra y la paz. Para el que se encuentra en "orden de batalla", es decir, el ejército movilizado con uniforme, el partisano es en principio parte del pueblo no beligerante. Para el ciudadano no movilizado, el partisano es un salvador de la nación, el que voluntariamente se hace a las armas, es el que lucha por cuenta propia, el más involucrado existencialmente en la defensa. La situación de indefinición de su estatus respecto de la lucha política es lo que le da sus características particulares como luchador y su ventaja militar y política. Y, en el caso español contra Napoleón, la victoria.
¿Cuales son esas características? En primer lugar, lo oculto de su beligerancia. El enemigo uniformado es blanco de tiro para el partisano, algo que el mismo no es. El lucha con la ventaja del disimulo y de la oscuridad. En segundo lugar, el carácter intensamente político de su decisión luchadora: para ella guerra es estrictamente la continuación de la lucha política, puesto que lucha primariamente por una causa justa que le afecta existencialmente y, solo secundariamente, como miembro del Estado. En tercer lugar, no se concibe como fuera de la ley, más bien es parasitario de ella, como del ejército regular o del orden regular. Y, por ultimo, tiene un carácter "telúrico", defensivo de un territorio, es decir, lucha por su tierra, por lo suyo y por los suyos.
La política revolucionaria leninista llevó esta 1ógica partisana a su extremo, así lo muestra la obra schmittiana, en la medida en que se fue desprendiendo del carácter telúrico en favor de sus ideales universalistas. En este nuevo contexto la lucha armada es radicalmente continuación de una política germinada por la dialéctica histórica. Ya no hace falta encontrarse en un estatus de guerra o excepcional, para hacer justificable la irrupción de la violencia. Como el fin es universal, la lucha ha de ser total en intensidad, tiempo y espacio. Cuando al carácter telúrico se le añade el fin universal el conflicto se hace absoluto. El partisano se transforma en el partidario. Ya no se defiende un territorio o al propio pueblo, sino una idea y el portador de la idea es el partido. Curiosamente este instrumento político ha sobrevivido con honor a la incineración de los totalitarismos autoritarios, para los cuales fue una pieza central.
Como señala Schmitt, el desarrollo de estas características en el contexto de la política universalista convirtieron rápidamente al clásico partisano español, que no era mas que la figura marginal de una guerra entre estados no discriminatoria -esencialmente dependiente de un ejercito regular en la que esta viva la noción de justus hostis-, en el combatiente revolucionario que esta dispuesto a convertirse en un criminal en la medida en que el mismo define a su enemigo como un criminal y todas sus acciones y nociones de derecho y ley como una trampa ideológica; es decir, se convierte en el combatiente en una lucha justa con un enemigo absoluto.
El terrorismo actual es un renovado "partisanismo" no de patria, sino de partido. Podríamos jugar a cuestionarnos, ¿de la política parlamentaria por otros medios? No de otra manera se esta llevando acabo la guerra terrorista contemporánea: en este caso parasita no un "ejercito regular", sino un "orden regular", es decir, las democracias organizadas que viven en la ficción de "la paz perpetua", en expresión kantiana, y de la idea de una "sociedad abierta sin enemigos", en expresión popperiana. Pareciera que el terrorismo no es sino la cara amenazante y real de la ficción pacifista.
El conflicto es ineludible: lo decisivo es basta que punto se puede "acotar", como diría Schmitt11 . Esa es una de las principales habilidades prudenciales del politico12 . Acotar, "domesticar", neutralizar, limitar la enemistad supone reconocerla, aceptarla, incluso. "El otro, --dirá Schmitt en Teoría del Partisano- pone nuestra propia figura en cuestión. Cuando la propia figura esta determinada unívocamente, ¿de dónde viene la duplicidad de enemigos? El enemigo no es algo que con cualquier fundamento ha de dejarse de lado o ser aniquilado por su indignidad. El enemigo esta en el mismo nivel que yo. Por ese motivo debo disputar la lucha con el, para ganar mi propia figura, mi propia medida, mi propio limite"13 .
El otro como figura de si mismo14 . Toda imagen del enemigo debería presuponer algo común. La medida se adquiere en el dialogo, en la disputa. Sin esa medida no hay relación humana posible entre comunidades políticas. No aprender a reconocer lo común y lo diverso y, así, descubrir los propios límites, deja el camino abierto a la discriminación total del enemigo cuando este suponga una merma seria de los intereses de una comunidad política 15
Negarse a definir al enemigo es también negarse a reconocer nuestra comunidad con el: es entonces cuando se abre el camino de la criminalización y de la guerra absoluta 16. Solo para el enemigo declarado "absoluto" --en nuestro contexto político, simplemente por no previsible en el orden establecido-- no se reconoce ninguna "acotación". Negar por principio la existencia del enemigo y alimentar la política con el fuego de la enemistad es la traición mayor que la clase política puede hacer a un pueblo.
Anuario Filosófico
1. Esta obra fue publicada varias veces. En las diferentes ediciones sufrió ciertos cambios. Cuantitativamente, la mayor diferencia esta entre las ediciones de 1932 y 1933. Desde el punto de vista cualitativo Schmitt consideró esas variaciones irrelevantes para el contenido y sentido del escrito. La que quedó fijada en las sucesivas reimpresiones es Der Begriff des Politischen. Text von 1932 mit einem Vorwort und drei Corollarien, Duncker & Humblot, Berlin, 1963. Hay traducción española: El concepto de lo político, Alianza, Madrid, 1991.
2. Numerosos pensadores políticos, pertenecientes a diferentes tradiciones de la filosofía y de la sociología, se traen a colación en este volumen en relación con el tema del conflicto: además de C. Schmitt, G. W. F. Hegel, N. Maquiavelo, G. Bouthoul, K. Clausewitz, R. Aron, T. Hobbes, E. Ji.inger, M. Walzer, P. Sloterdijk
3. A un aspecto de esta distinción esta dedicado el articulo de H. GHIRETTI en el presente volumen. Sobre la interpretación del conflicto en C. Schmitt se encuentran además numerosas referencias en los artículos de A. FRANCO DE SA y
J. E. DOTTI.
4. A este aspecto hace referencia el artículo de M. SARALEGUI en este volumen.
5. Los artículos de M. A. MARTINEZ-ECHEVARRIA y de R. CRISTI atienden a estos aspectos de lo político.
6. La mayor parte de los artículos de este volumen están dedicados al análisis filosófico político de la guerra: A. CRUZ PRADOS, A. FRANCO DE SA, J. E. DOTTI, J. MOLINA y 0. ELÍA.
7. H. PLESSNER, Macht und Menschliche Natur, Duncker & Humblot, Berlin, 1931.
8. C. SCHMITT, Theorie des Partisanen. Zwischen Bemerkung zum Begriff des Politischen, Duncker & Humblot, Berlin, 1963. Hay traducción española: Teoría del Partisano. Acotación al concepto de lo político, Instituto de Estudios Políticos, 1966.
9. El artículo de A. FRANCO DE SA hace referencia a ese momento hist6rico de la génesis del partisanismo en las guerras napoleónicas.
I0. Teniendo en cuenta, al menos tres notas: subordinación de la guerra a la política, la política como la matriz de la que surge la guerra y la guerra como instrumento de la política. Al análisis de la influencia del Vom Kriege de K. CLAUSEWITZ en la historia de las ideas políticas, especialmente en el liberalismo de R. Aron, se dedica el artículo de 0. ELÍA en este volumen.
II. "Hegen", se diría en alemán. El dialogo entre Carl Schmitt y Alvaro d'Ors sobre la traducción del termino por "acotar" en español, algo que preocupó a Schmitt que gustaba de rastrear las palabras, aparece en carta de 21. 9. 1949 de Schmitt, en: M. HERRERO (Hrsg.), Carl Schmitt und Alvaro d'Ors Briefwechsel, Duncker & Humblot,Berlin, 2004, p. 85 y ss.
12. El artículo de M. SARALEGUI es una reflexión sobre este punto a raíz del análisis del conflicto social en Maquiavelo. Por lo demás, muchos de los artículos que aquí se presentan señalan la cuestión de la "acotación" de la guerra como el mejor camino para una nueva humanización de la guerra, así: A. CRUZ PRADOS, J. E. DOTII, A. FRANCO DE SA, 0. ELIA.
13. C. SCHMITT, Theorie des Partisanen, pp. 87-88.
14. Aquí evoca Schmitt el tema clásicamente hegeliano del reconocimiento que en el presente volumen esta tratado extensamente por J. E. DOTII en relación con la confrontación estatal y por R. CRISTI en referencia a las relaciones contractuales en la sociedad civil.
15. Este argumento esta en el presente volumen desarrollado en el articulo de A. CRUZ PRADOS.
16. El comienzo del artículo de J. E. DOTTI, pues luego su análisis se centra en la filosofía de la guerra hegeliana, describe bien las características de la guerra total que permite la actual sociedad de masas globalizada.
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