La educación por sí sola no acabará nunca con las guerras ni con las causas profundas de la falta de paz y de los conflictos violentos del mundo, pero es una vía que está a nuestro alcance, y que bien empleada, puede ser generadora de paz.
Querido/a profesor/a:
Yo soy un superviviente de un campo de concentración.
Mis ojos vieron lo que ningún hombre debería presenciar:
Cámaras de gas construidas por ingenieros instruidos.
Niños envenenados por médicos profesionales.
Niños muertos por enfermeras profesionales.
Mujeres y recién nacidos muertos a tiros y quemados por graduados en altas escuelas mayores y universidades.
Así es como yo sospecho de la educación.
Mi petición es: ayuda a tus alumnos a llegar a ser humanos.
Tus esfuerzos nunca deben producir monstruos, hábiles psicópatas, futuros Eichmans.
Leer, escribir, calcular... son importantes sólo si sirven para hacer a nuestros hijos más humanos. (1)
Este testimonio puede ser uno de los muchos motivos por los que haga falta fomentar una pedagogía de la paz, en que la enseñanza llegue a ser más humanista. A través de los aprendizajes escolares, con la innovación que supone la implantación de la Reforma Educativa en nuestro sistema escolar, se puede impulsar la educación en valores a través de un aprendizaje significativo, en el que se desarrollen las habilidades necesarias para construir una buena pedagogía para la gestión de conflictos. Posiblemente la educación por sí sola no acabará nunca con las guerras ni con las causas profundas de la falta de paz y de los conflictos violentos del mundo, pero es una vía que está a nuestro alcance, y que bien empleada, puede ser generadora de paz.
La Asamblea General de las Naciones Unidas, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, manifiesta: «La educación tiene que tender al pleno desarrollo de la personalidad humana y al refuerzo del respeto por los Derechos del Hombre y de las libertades fundamentales. Tiene que favorecer la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos sociales o religiosos, y la difusión de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.»
Queda, pues, más que justificada la necesidad de educar para la paz, no sólo por el hecho de constituir un derecho humano básico de los declarados universales, sino porque la paz es algo a construir y, para construirla, hace falta educar en las actitudes, los conceptos, los valores, las normas y los procedimientos que conduzcan a la libertad, la inteligencia y los sentimientos de la persona hacia esta meta, con el fin de vivir los conflictos en paz.
Cualquier trabajo de educación por la paz o cualquier propuesta desde las diferentes instituciones, dirigida a concienciar por la paz, no obtendrán resultados inmediatos, ni podrá solucionar ninguno de sus conflictos bélicos actuales. Constatamos que trabajar por la paz es un trabajo de años y es una labor a hacer en el interior de las personas, de las sociedades, de los colectivos, de los grupos sociales: en el ámbito de los resentimientos, las venganzas, los conflictos, las disensiones, etc. Todo esto atañe a los valores humanos, por lo cual los resultados de este trabajo siempre son a medio o largo plazo. Precisamente por esto hace falta empezar pronto.
La educación por la paz no es solamente un tema escolar. Es básicamente un tema social. La vertiente no formal de la educación tiene a su alcance la posibilidad de trabajar más de cerca los valores y actitudes que se derivan de ella y que constituyen la dimensión moral de la persona.
La educación por la paz se corresponde al hecho de dotar de procedimientos para vivir la paz y pone en cuestión la mera transmisión de contenidos. En esta línea, hace falta una profunda reflexión social de los objetivos que se exigen a la institución escolar y por los que se le valora, que muy a menudo no coinciden con los que hemos ido enumerando.
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