  
                                    Thomson  Reuters-Aranzadi.  
                                    Pamplona  (2011).  
                                    469  págs.  
                                    Se  ha escrito, desde diferentes perspectivas, sobre la “ideología de género”,  siempre destacando el uso político de la sexualidad, o bien subrayando sus  orígenes filosóficos. El mérito de Persona y género, coordinado por Ángela  Aparisi, es no solo la claridad expositiva a la hora de detectar las raíces y  las manifestaciones de esta ideología transversal, sino proponer un modelo  diferente, pero sólidamente argumentado, de entender la relación entre sexo y  género. La idea de fondo es revelar el agotamiento de un paradigma –sea cual  sea su nombre, desde el feminismo más clásico a la teoría querer–, que concibe  naturaleza y cultura como elementos divergentes y contrapuestos, sin  posibilidad de armonización. 
                                    El  libro, escrito por diversos especialistas, nacionales e internacionales,  apuesta por la complementariedad o la corresponsabilidad entre varón y mujer,  lo que en términos prácticos evitaría tanto la discriminación como el  igualitarismo. No se trata, sin embargo, de una mera preferencia “ideológica”  de los autores; la complementariedad, que nace de un análisis exhaustivo –tanto  filosófico-antropológico, como biológico, psicológico y social–, rescata un  concepto de persona más cabal y unitario, sin fragmentaciones artificiales ni  reduccionismos. 
                                    Hay  dos partes en el enfoque interdisciplinar que proponen estas páginas. De un  lado, la pars destruens explica el  origen y el desarrollo de las diferentes teorías parciales sobre el género y la  sexualidad; asimismo, se estudia cómo esta ideología ha empapado las diferentes  legislaciones y las consecuencias jurídicas, políticas y sociales de la misma.  Es clave, en este sentido, entender la diferencia entre el deber de no  discriminación y el desatino que supone la proliferación de derechos fundados  sólo en elecciones o preferencias personales. Se adivina, además, que la  reforma del matrimonio, la promoción de las biotecnologías en el ámbito de la  reproducción o el aborto son luchas en las que se encuentra implicada esa  concepción maniquea de la mujer. Lo paradójico, en cualquier caso, es que todo  este movimiento ha ido en perjuicio del verdadero feminismo. 
                                    La pars construens, de otro lado,  resulta mucho más esperanzadora. Hay suficientes datos científicos que  fundamentan la diferencia existente entre varón y mujer, sin que ello implique  una jerarquización antropológica, política o social. El modelo de igualdad en  la diferencia concibe armónicamente las relaciones entre lo biológico (sexo) y  lo cultural (género), admitiendo que algunas funciones son, cierto, meramente  culturales y, por tanto, tienen carácter intercambiable, pero también que  existen otras fundadas biológica o psicológicamente. 
                                    En  este sentido, los autores reclaman un equilibrio entre varón y mujer en el  ámbito público y privado (lo que supone reconocer el derecho de los hombres a  participar activamente en la esfera doméstica); defienden la familia como el  lugar idóneo para el desarrollo integral y armónico de la persona y, por tanto,  de la feminidad o de la masculinidad, y reconocen el valor positivo de la maternidad  y la paternidad. 
                                    Josemaría  Carabante 
                                      Aceprensa,  4-IV-201                                    |