José Armando Vargas,
Irene es un nombre griego que significa portadora de paz, pacífica. Pero hacer honor a este nombre no debe ser cosa regalada.
Irene Vilar tiene 42 años, es una atractiva mujer americana de origen puertorriqueño, famosa columnista en el Texas Tech University Press y escritora de diversos libros en el New York Times, el último de los cuales, su autobiografía, ha resultado indiscutiblemente un best-seller.
Ella es, pues, una de esas «Irenes» cuya vida podemos resumir como la búsqueda, dolorosa y prolongada, del sentido verdadero hasta tener por fin la anhelada paz con Dios, con los demás y -lo que es más difícil aún- consigo mismo.
Las vueltas que le deparó la vida al inicio no fueron nada halagadoras. Su madre se suicidó ante sus ojos, víctima de la depresión de haber sido esterilizada sin saberlo; le había negado, además, su afecto y cercanía desde que Irene era pequeña. «Fue la lenta muerte de Dios para mí», comenta Irene. Su padre, alcohólico e irresponsable, «nunca le dijo un “no”»; Irene dice sucintamente que era como un niño.
Tuvo un amante desde sus 17 años, un profesor suyo de 51 años, quien la hizo convertirse en feminista radical y la empujó a una absoluta liberación, instigándola a abortar «quince veces en sólo diez años», por más que los primeros embarazos la llenaran de una inexplicable esperanza. Irene reconoce: «Lo paradójico es que, creyendo vivir un proceso de liberación, me convertí en esclava de aquel hombre».
«Nadie nunca me ha guiado… He tenido que leer, estudiar, trabajar sobre mí misma para comprender, para dar un nombre a las cosas…Yo, ex drogada de aborto, digo que sólo quien sabe llamar a las cosas por su nombre escapa a la esclavitud del mal». Son palabras sentidas de Irene, ahora felizmente casada y madre de dos graciosas niñas; palabras pronunciadas con la convicción y valentía de quien ha conquistado con sangre la paz interior, la auténtica libertad.
Ni las dramáticas experiencias de su niñez, ni el esplendor de su carrera o paseos en barcos y en salones de alta sociedad la han apartado un instante de su propósito en encontrar el sentido de su vida.
Hoy, la paz que Irene experimenta no se la arrebata nadie. Antes «mi imagen de la libertad era falseada», afirma. Declara también: «sí, yo elegía, sabía qué era el bien y no lo hacía», hasta que tuvo el valor de rebelarse contra el mal y romper con él.
«Por ello, para ser buena madre sigo queriendo comprender más sobre quién soy yo y lo que tengo a mi alrededor. Para que mis hijas no tengan que buscar toda la vida a su madre y a su Dios en lugares y modos equivocados».
10 jun 2010
Fuente: www.buenas-noticias.org |