M. Ángeles Burguera
Aunque el número de mujeres que se dedican profesionalmente a las ciencias, a las matemáticas o a la ingeniería sigue aumentando y en la Unión Europea el número de investigadoras crece a una tasa dos veces mayor que la de los hombres, existe todavía una diferencia notable entre el total de hombres y mujeres que comparten esos perfiles profesionales, en relación con otros sectores. Varios informes recientes coinciden en afirmar que ni el determinismo sexual ni las habilidades cerebrales parecen tener protagonismo en esta elección, sino otros elementos mucho más simples: estereotipos culturales, prejuicios y un conjunto de factores ligados a las emociones, que fácilmente pueden superarse con una motivación adecuada.
Un reportaje reciente del New York Times (cfr. Aceprensa, 9-03-2010) analizaba cómo empezaron algunas de las mujeres que hoy dirigen empresas tecnológicas en Asia, Europa o Estados Unidos. Según los resultados, en la mayoría de los casos habían estudiado en colegios con educación diferenciada -donde no había competencia entre sexos- y, también en un alto porcentaje de los casos, respiraban ese ambiente científico en el clima familiar, pues el padre o la madre era del gremio.
En general, las mujeres parecen más sensibles a la motivación, y al igual que cualquier alusión negativa al menor rendimiento de su sexo en esas materias supone un freno, también sucede lo contrario: cuando se sabe explicar la repercusión que un comentario de este tipo consigue sobre los resultados, el efecto se reduce mucho.
Un informe de la American Association of University Women sobre mujeres en las ciencias -¿Por qué tan pocas?- extraía estas conclusiones de un experimento en el que los estudiantes se dividían en grupos. A uno de ellos se le repetía que en matemáticas los chicos lo hacían mejor, mientras que en el otro se les animaba a abordar los ejercicios con el comentario previo de que no había diferencias por razón de sexo. El resultado era que, efectivamente, los chicos del primer grupo obtenían una calificación media de 25, frente a la de 5 obtenida por las chicas. En cambio, la presentación neutral aplicada en el segundo caso prácticamente igualaba las notas: la media de las chicas era 17 y la de los chicos 19. “Enseñar a las chicas cómo los estereotipos afectan a sus resultados puede reducir esos efectos”, concluía el informe.
La misma tendencia reflejaba una encuesta realizada por la Corporación Bayer entre 1.200 mujeres del área de la química. Estas profesionales atribuían la escasa representación femenina en su sector al estereotipo ya consolidado de que ni las ciencias, las matemáticas y la ingeniería son para las mujeres. Muchas de ellas coincidían en afirmar que a lo largo de sus años de estudiante “la mayoría de las veces hubo un profesor que las desanimó”, para evitar que se decidieran por esas carreras universitarias.
Competitividad
La inseguridad también puede frenar la disposición a elegir alguna carrera como las matemáticas y podría vencerse simplemente con una mayor presencia de profesoras en esas áreas. Según el informe de la American Association of University Women, incluso con los mismos niveles de calificaciones, las chicas se sienten menos seguras en sus capacidades numéricas que sus compañeros. Por eso, si la decisión por una carrera u otra depende de las expectativas de éxito, resulta lógico que no se inclinen por ese tipo de estudios.
La realidad es que la presencia de mujeres científicas pasados los años de estudios universitarios sigue siendo reducida y tampoco guarda proporción con las que concluyeron sus carreras. Los plazos que se marcan para obtener las acreditaciones no juegan a favor de las mujeres que forman familias, pues las bajas por maternidad acortan los tiempos o simplemente impiden la renovación de unas becas que valoran los resultados conseguidos por periodos concretos. Y aunque ya algunas universidades han introducido normas para que no corra el tiempo cuando un científico -hombre o mujer- disfruta de un permiso tras haber tenido un niño, la maternidad sigue jugando en contra de la igualdad de oportunidades en la ciencia como en el resto de profesiones.
El informe ¿Por qué tan pocas? considera la posibilidad de conciliar trabajo y familia como uno de los elementos clave para retener el talento femenino y lograr un clima de satisfacción laboral entre los científicos. Aunque la necesidad de políticas familiares adecuadas no sea una recomendación exclusiva para esta área, “el laboratorio no admite pausas”, asegura el informe, que propone introducir más centros de educación infantil en los campus universitarios. En realidad, el estudio destaca que las medidas de conciliación beneficiarían a toda la comunidad científica: si no se penalizara la disminución de rendimiento que supone el cuidado de un hijo, “habría más satisfacción en todos, hombres y mujeres”.
Aceprensa, 26-III-2010 |