Algunos sociólogos lo llaman glass ceiling, techo de cristal, y se refieren a todas esas normas no escritas pero existentes que impiden a la mujer llegar a la perfecta igualdad con el varón. Es como si en su ascensión a los puestos que tradicionalmente ocupan los hombres topara con una barrera que le traba la progresión. El techo no se ve, pero está; antes era opaco, ahora transparente; lo hemos eliminado de las constituciones, de las leyes, incluso hemos creado normas para facilitar que la mujer se incorpore a la política y al mundo laboral de una forma normal; sin embargo, todavía sigue taponando la salida.
Por el hecho de ser de cristal no deja de ser resistente a los golpes, pues su dureza viene dada por las estructuras sociales, estructuras que, a pesar de los movimientos feministas de la segunda mitad del siglo XX, todavía siguen cristalizadas. Es más: justamente por ser de cristal, ese techo resulta más difícil de traspasar, porque lo que no se ve parece que no está.
Las barreras más difíciles de saltar son las que nos ponemos nosotros mismos. Así, ese cristal que conforma el techo que encuentra la mujer en su ascensión hacia el lugar que le corresponde en la sociedad ha sido, en alguna medida, endurecido por ella misma. En este sentido, N. Chinchilla y C. León, en su libro La ambición femenina, hablan también de techo de cemento, refiriéndose al que se autoimpone la mujer que ve insuperables las dificultades para conciliar trabajo y familia, lo que se ha llamado familismo.
En muchas ocasiones, como en las reivindicaciones feministas, se ha confundido la igualdad con la uniformidad y se ha luchado más por la masculinización de la mujer que por la feminización del mundo. Aparentemente la mujer ha traspasado el techo, aunque sólo lo ha hecho con la vista, porque si es que llega a acceder al mundo de los hombres lo hace a costa de despojarse de su feminidad, de renunciar, por ejemplo, a algo tan femenino como la maternidad: aún hoy, para muchas empresas, la barriga de un hombre es como mucho una cuestión estética, y además de bajo rango, mientras que la de la mujer es una cuestión laboral (Europa Press). El mundo todavía es demasiado masculino y lo seguirá siendo mientras la mujer no pueda tomar parte en él tal como es, sin tener que dejar colgada su feminidad a la entrada.
Construir un mundo más humano, donde humano no significa exclusivamente del hombre, sino del hombre y de la mujer, es tarea de todos. No es problema sólo de ella, sino una cuestión común, de la que el varón no puede desentenderse. Al contrario, únicamente con un esfuerzo conjunto podremos hacer añicos ese techo de cristal.
Posted on 08/03/2012
by blogfamiliaactual Blog de Pilar Guembe y Carlos Goñi
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Mujeres libres para trabajar, pero también libres para criar
La escritora Erica Jong critica en el Wall Street Journal (6-11-2010) que se imponga a las mujeres la idea de que la única maternidad auténtica es la que propone dejarlo todo para atender a los hijos.
La escritora estadounidense Erica Jong.
“A menos que viva usted en otro planeta, estará de acuerdo -espeta Jong al lector- en que desde hace un par de décadas vivimos una auténtica locura de la maternidad. Las estrellas de cine y demás ‘celebrities’ muestran al público con orgullo sus embarazos en revistas y televisiones en las que nunca aparecen las niñeras con las que cuentan para sacar adelante a sus retoños. Se difunde así la idea equivocada de que criar a un hijo es una tarea llevadera, fácil y barata”. (Cfr. Aceprensa 08-11-2010)
Jong, que se hiciera famosa tras el éxito de su novela Fear of flying en la que proponía la liberalización sin tapujos de la mujer, mira con recelo a los gurús del “attachment parenting”, teoría apadrinada por el doctor William Sears (The baby book) que promueve una relación más estrecha padres y niños. Un concepto de maternidad que lleva a veces a tomar la decisión de dejar de trabajar para atender a un hijo. “¿Cómo puede uno hacer eso a la vez que trata de ganar el dinero que necesita para subsistir?”, se pregunta Jong. Efectivamente, aplicar esta teoría resultaría inconcebible para una mujer que decidiera ser madre en solitario.
Curiosamente, para explicar que este nuevo tipo de crianza 24 horas no es necesario, la novelista rescata la tesis de que a un hijo no sólo lo educan su padre y su madre sino que en su desarrollo también participan el resto de miembros de la familia. “El hecho de que varias personas estén pendientes de ellos permite a los bebés y a los niños desarrollar mejor sus capacidades cognitivas, además de prepararles para la vida mejor de lo que lo harían unos estresados padres biológicos en solitario”. Es una pena que hoy ese tipo de núcleo familiar que alaba Jong sea algo ninguneado o atacado por tantas leyes que lo vacían de contenido y lo desnaturalizan, muchas de ellas alentadas por el feminismo radical.
Jong denuncia que la presión que ejercen sobre las mujeres teorías como el “attachment parenting” provoca un aumento del sentimiento de culpabilidad femenino por no ser capaz de conseguir educar a los hijos de ese modo. Algo que por otro lado no es obligatorio para nadie por mucho que la publicidad nos insista en ello.
A la mujer de hoy se le exige afrontar dos grandes retos. Por un lado, el de desarrollar su carrera al más alto nivel, y por el otro, aspirar a ser madre. “Las mujeres deben poder elegir libremente cómo criar a sus hijos para poder afrontar ambos retos”, concluye Jong. Pero olvida que también las mujeres deben poder decidir si quieren afrontar ambos retos o prefieren centrarse en alguno de ellos. Igual de libre debe sentirse una mujer que decide dejarlo todo para educar a sus hijos, que aquella que prefiere centrase única y exclusivamente en una carrera profesional de altos vuelos
Aceprensa, 18-XI-2010 |