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El tráfico humano es una verdadera «esclavitud moderna» y el presidente del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” lanza un fuerte llamado

Alessandro Speciale

La triste realidad de la violencia contra las mujeres

La triste realidad de la violencia contra las mujeres

ROMA. Prevenir el tráfico de seres humanos, apoyar a las comunidades y a las personas afectadas, rehabilitar a las víctimas del tráfico y favorecer su reinserción en la sociedad: estas son las directrices de la acción de la Iglesia ante la plaga del tráfico humano, una verdadera «esclavitud moderna», según la definición del cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson, presidente del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”.

El purpurado fue uno de los protagonistas de la Conferencia internacional sobre el tráfico de seres humanos que se llevó a cabo hoy en Roma y que organizaron el dicasterio vaticano y la Conferencia episcopal inglesa. El objetivo del encuentro era subrayar el aporte que la Iglesia puede ofrecer a la comunidad internacional en la lucha contra el tráfico de seres humanos, gracias, sobre todo, a la red que constituyen todos los católicos que viven en el planeta.

Un fenómeno que tiene proporciones aterradoras. Según los datos que preparó el Vaticano para la conferencia, se estima que las víctimas son alrededor de 2,4 millones de personas, en un mercado que da ganancias a los traficantes por 32 mil millones de dólares cada año.

«Las leyes nacionales y los acuerdos internacionales –explicó el purpurado africano a los periodistas–, aún siendo necesarios, por sí solos no pueden derrotar estos males que afligen a la humanidad. La promoción de los derechos fundamentales de la persona, de cada persona, es una tarea que exige en primer lugar la conversión de los corazones. Podríamos decir, parafraseando lo escrito por Benedicto XVI sobre el desarrollo, que la protección de los derechos humanos es imposible sin hombres rectos, que vivan fuertemente en sus conciencias la llamada del bien común». Ello significa que los esfuerzos orientados a la protección de las víctimas y a la persecución de los responsables del tráfico deben completarse con «una aproximación holística en la cual se reconozca, como componente preeminente, una educación auténtica de la población, especialmente de los grupos más vulnerables».

Los estados, sobre todo los más ricos del occidente o del Golfo Pérsico, que son el destino principal del tráfico de seres humanos, no han cumplido con sus deberes: tanto los países miembros del G8 como los de la Unión Europea y del Gulf Cooperation Council no ratificaron la convención internacional sobre la protección de los derechos de los trabajadores inmigrantes y de sus familias.

El cardenal presidente de Iustitia et Pax no olvida tampoco situar en el centro de atención a cuantos sufren en primera persona por este infame tráfico: las víctimas. No basta con liberarlas de la condición de explotación a la que están sometidas —expresó—, sino que también hay que acompañarlas en el camino de rehabilitación y reintegración.

Otro tema que el purpurado presentó ante los participantes es el ambiente donde maduran estos comportamientos delictivos. «Ampliando la perspectiva —dijo al respecto— es necesario que toda persona de buena voluntad se comprometa a construir un orden social internacional más justo, a fin de que la pobreza y el subdesarrollo dejen de ser terreno fértil donde los traficantes pueden dar con víctimas potenciales».

Tal es el terreno en el que la labor de la Iglesia puede ser fructífera. «Gracias a su presencia en cada lugar del mundo y a su servicio a cada persona —subrayó— la Iglesia está comprometida en la prevención y en la atención pastoral de las víctimas de la trata en diversos frentes, desde el universal al local, desde el institucional al que se verifica “en el terreno”. Profundamente convencida de la igual dignidad de toda persona, no cesa de emplearse en que esta dignidad intrínseca se reconozca y garantice en toda circunstancia, para que ya no exista ni esclavo ni libre, sino todos uno en Jesucristo».

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El mensaje final del purpurado se orienta a evitar el desaliento ante el sufrimiento de una parte de la humanidad tan extensa. Más bien, recalcó, «hay que recordar que, además de quienes buscan enriquecerse explotando las vidas de los otros, existe otra humanidad hecha de hombres y mujeres, ciudadanos y líderes, que cada día, con papeles y competencias distintas, consagran sus vidas a la lucha contra el flagelo de la trata de seres humanos». Y junto a estas personas es necesario permanecer para derrotar una de las plagas más duras de la humanidad contemporánea.

05/8/2012
VaticanInsider.LaStampa.it

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La trata: coacción más allá de la violencia física

prostitución dibujo

Mevia María Carrazza
Directora y Fundadora de CEIM (Centro de Estudios e Investigación para la Mujer) Gualeguaychú, Entre Ríos, Argentina
 27/11/2012

Es  muy difícil hablar de ‘la trata’ cuando, cada vez que se abre este tema a la sociedad, una se encuentra  con masculinidades que teniendo el poder de trabajar para las estructuras de la vida, esgrimen discursos para las estructuras de la muerte.

Habitualmente se sostiene que las mujeres eligen este destino porque “les gusta”; también lo dicen de la mujer  golpeada: “le gusta que le peguen”. Pero quienes hemos tenido que hacernos cargo de esta misión de acompañar a mujeres y varones en situación de alto riesgo sabemos muy bien que no es precisamente lo que sucede con estas mujeres que tienen avasallados sus derechos como persona.

El Congreso Latinoamericano y del Caribe sobre Prostitución dice que hay un porcentaje de mujeres que eligen  prostituirse. Es posible que esto sea así. Pero siempre habrá un historial personal que hace que elija este camino y no otro.

La Trata de personas tiene otros mecanismos y una doble seducción. Existe en quienes hacen el negocio una estrategia, un plan  que incorpora  la trilogía cliente-proxeneta-prostituta  y un juego de cobranza y pago por los servicios, en el que todos quedan entrampados, hipotecados y con muchas dificultades para salir.

A esto se le une la agresión, el destrato, la miseria para unos, la riqueza para otros y la sensación  de  estar siempre ocultos.

La vida pasa con una sumatoria de pequeñas muertes, desabastecida de amor, de emociones, de verdaderos placeres. 

Pocos imaginan lo que les pasa a estas mujeres que vienen engañadas, manipuladas a buscar un trabajo. La liberación que sienten al llegar se transforma en una opresión mayor a la que estaban acostumbradas y, aunque ellas decidan no desconocerla como tal -porque puede ser que el proxeneta no le resulte tan malo-, la sociedad  debe entender  que nadie elige estar en un dolor mayor. Así como en una familia se aspira a un mayor perfeccionamiento de los hijos-as, así debemos pensarlo para los demás, sobre todo cuando están en situación  de pobreza, de orfandad.

Conocí una mujer que hacía más de veinte años estaba en una red de trata de paraguayos. Llegó a Retiro, miró los carteles  que indicaban destinos y la plata le alcanzó para llegar a Gualeguaychu; subió a un remis y le pidió al remisero que la llevara a una plaza. Era de noche y había un intenso frio de julio. El chofer la llevó a la casa de unos jóvenes estudiantes, donde permaneció escondida con pánico de que  fuera encontrada. A los pocos días se intentó ayudarla desde el CEIM, pero la red vino a buscarla: al poco de llegar, ya estaba en un prostíbulo, consumiendo droga, con el pelo teñido y la vestimenta cambiada. Esta mujer no había perdido ni la opresión ni el pánico ni los patrones que le habían hecho sentir siempre que era un objeto, una cosa, un negocio.

Algunos piensan que porque esta mujer tenía 38 años, su  subordinación era voluntaria, que decidía per se. Esto no es así. En esta mujer había una historia de sometimiento que venía de lejos y de la que no podía escapar. Ella llegó a la Justicia y fue la propia Justicia quien,  subliminalmente, con tono imperante cuasi molesto, la devolvió a la red, como un pescador devuelve  al pez con sus labios cortados al agua.

Seguramente, para el proxeneta fue un acontecimiento más, que le permitió poner en juego sus códigos. Para la mujer fue una frustración porque no pudo salir de ese entramado con olor a muerte.

La verdadera  revolución en estos temas está dada por la formación de una nueva conciencia pública, donde las mujeres tienen un rol muy importante, son las educadoras de sus  propios hijos y en esa educación entra la sexual. Varones y mujeres deben estar educados para disfrutar en la intimidad, compartiendo una sexualidad aprendida de a dos, elegida de a dos En un marco de respeto y no de abusos, violaciones o malos tratos.

Estos flagelos que sacuden a la humanidad tienen un camino de salida. Poder estar en los zapatos del otro, generar la cultura del trabajo, como un ordenador de la vida. Y sentir que la vida mía y la del otro tienen un fin trascendente.

Fuente: gualeguaychuenfoco.com.ar