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                                Los padres de la  joven Marta del Castillo, al igual que los de la pequeña Mari Luz asesinada en  enero de 2008 por un pederasta reincidente no convicto, se han convertido en  abanderados de una campaña encaminada a lograr el endurecimiento de las penas  que se aplican en España a determinados delincuentes. 
                                Nada más natural  que un padre clame justicia ante la muerte de una hija. A lo largo de estos  meses los hemos visto recoger firmas, encabezar manifestaciones y mantener  encuentros con el Gobierno y el principal partido de la oposición. Sus causas,  motivadas en un primer momento por el desasosiego ante la desaparición de las  víctimas, han derivado en auténticos fenómenos sociales, mediáticos y políticos  catalizadores de cambios legislativos. 
                                Juan José Cortés,  padre de Mari Luz, solicitó el endurecimiento de las penas para los pederastas  reincidentes y logró que el Gobierno reformara el Código Penal. Antonio del  Castillo reivindicó ayer al presidente del Ejecutivo que se incluya el término  cadena perpetua en el Código Penal para asesinatos, violencia sexual y  pederastia, y que se acometa, para ello, una reforma de la Constitución a través  de un referéndum. La solicitud no ha sido aceptada, pero Zapatero se ha  comprometido a informarle de todas las medidas que contempla la reforma del  Código Penal. 
                                Miembros del  Gobierno, y en particular la vicepresidenta Mª Teresa Fernández de la Vega, no tuvieron reparo en  reconocer, hace unos meses, que la modificación que convierte nuestro código en  el más duro de la democracia tiene relación directa con “acontecimientos que  conmocionaron la opinión pública”.  
                                Incluso, algunas de  las medidas ‘estrella’, como el endurecimiento de penas y la libertad vigilada  posterior a la cárcel para terroristas, agresores sexuales y pederastas, se  presentaron al público después de que el padre de Mari Luz fuera recibido en La Moncloa por el presidente  Zapatero. 
                                Es una muestra de  populismo punitivo: este fenómeno cada vez más frecuente alimenta el  convencimiento de que las patologías sociales pueden ser resueltas mediante la  aplicación del sistema penal. Las reformas y contra-reformas penales llevadas a  cabo en España durante la última década representan el paradigma local de este  tipo de estrategias de gobierno. 
                                Víctimas y legisladores 
                                El asesinato de  Marta del Castillo contiene los elementos idóneos para un debate: la edad de la  menor y su pertenencia a una familia media con la que se puede identificar  buena parte de la sociedad; el morbo del crimen, la implicación de menores que  han dado muestras de tener sangre fría hasta la implicación simulada en tareas  de rescate; el desestructurado entorno familiar del asesino confeso y el efecto  que éste haya podido producir en su personalidad; la posible definición (y  utilización política) del caso como violencia doméstica; el papel de las redes  sociales en la relación entre víctima y agresor y en la difusión del caso a  terceros, incluidas las televisiones; el desconocimiento de los padres sobre la  vida social de los hijos. Realmente, como luce en las chapas, “Todos somos  Marta”. 
                                Es razonable que  delitos tan execrables como los mencionados pongan de relieve las deficiencias  del sistema y lleven a reclamar mejoras. Pero cabe preguntarse si es igualmente  razonable que el Código Penal cambie a golpe de sucesos y, si toda la culpa es  achacable a las limitaciones de la justicia, y no a otros factores.  
                                Los expertos  alertan sobre los riesgos de este tipo de medidas. Según el profesor de Derecho  Penitenciario de la   Universidad Pontificia Comillas, Julián Ríos, “se mezclan las  ansias de calmar a una opinión pública desinformada y una percepción  tendenciosa del Derecho Penal por parte de los ciudadanos, que gracias a los  programas de telebasura creen que todo se arregla con más cárcel. Los políticos  son inteligentes y adoptan medidas urgentes para dar lo que la gente les pide”. 
                                El profesor de Derecho  Penal de la Universidad  de Málaga y miembro del Grupo de Estudios de Política Criminal Octavio García  Pérez considera que “las reformas penales no se pueden dejar a las víctimas  porque están tan inhabilitadas como los criminales”. “Las leyes no se pueden  hacer con un cadáver sobre la mesa porque se pierde la objetividad para seguir  la lógica del linchamiento. A las víctimas, lo que hay que ofrecerles es una  buena indemnización, ayuda psicológica, servicios sociales..., pero nunca dejar  en sus manos la política criminal”. 
                                Carencias educativas 
                                De alguna manera,  el asesinato de Marta del Castillo y todas las circunstancias que lo rodean, es  un fruto amargo de la deriva de nuestra sociedad. Es el Frankenstein que hemos  creado entre todos, dando a los adolescentes una autonomía como si fueran  adultos y sin educarles para que sean capaces de asumirla. 
                                La solución del  parche no es eficaz ni en el ámbito sexual, ni en el educativo, ni en el  judicial. Como dice el juez de menores Emilio Calatayud, si un joven es capaz  de cometer tal delito, es porque “ha fallado todo: su educación, la escuela y  su familia”. 
                                Y esto reclama un  análisis serio, sosegado, al margen de populismos aprovechados políticamente. Y  medidas sociales y educativas que permitan recuperar la autoridad de padres y  profesores, formar en la afectividad a los jóvenes, enseñarles a ocupar su  tiempo libre, a respetar al otro sexo, a asumir las consecuencias de su  libertad.  
                                ¿Cómo lograr esto  en un sistema que permite las relaciones sexuales a partir de los trece años,  que insiste en el uso del preservativo como talismán contra los embarazos y las  enfermedades de transmisión sexual y baja la edad para abortar sin  consentimiento paterno a los 16 años?; ¿un sistema que permite pasar de curso  sistemáticamente con asignaturas pendientes hasta el bachillerato?, ¿un sistema  donde hay un divorcio cada cuatro minutos y donde aumentan peligrosamente las  denuncias por maltrato? 
                                Asumámoslo. Las  carencias educativas tienen costes sociales. Más que castigar con mayores penas  el mal uso de la libertad que hemos generado, deberíamos ir pensando que es más  útil -más trabajoso también–, formar en la libertad responsable. Quizá  consigamos, de paso, ser todos más felices. 
                                Aceprensa                             
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