Península. Barcelona (2009). 457 págs. Traducción: Zoraida de Torres Burgos.
En esta Historia de la violencia en Oriente Medio el sociólogo turco Hamit Bozarslan, que dirige la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales, de París, se ocupa de profundizar en uno de los aspectos menos conocidos por el gran público: el origen y difusión de la violencia desencadenada a partir de la desmembración del Imperio otomano, una vez concluida la I Guerra Mundial.
Vaya por delante que la violencia política en Oriente Medio no es ningún fenómeno moderno. Desde los siglos IX y X –es decir, desde poco después de la implantación del islam– la historia está llena de revueltas, rebeliones o coerciones masivas. Pero con el nacimiento de los nacionalismos rivales y la aparición en el escenario de las potencias europeas, la violencia adquiere una nueva amplitud que afecta, sobre todo, al Imperio otomano.
En este contexto, el autor señala los esfuerzos de “occidentalización” que se realizan desde el poder establecido y que tienen como consecuencia tanto la radicalización progresiva de la población musulmana, contraria a las “ideas importadas”, como la contradictoria respuesta del Estado: conjugar las reformas con una reislamización que acaba con la igualdad jurídica de los otomanos. Primer resultado: la matanza organizada de los armenios cristianos, uno de los capítulos más negros de la historia turca a finales del siglo XIX.
Pero, aparte los dramáticos episodios registrados en la postrimerías del Imperio otomano así como del persa, podría sintetizarse toda la historia de la violencia en Oriente Medio en la pugna por la legitimación de los poderes surgidos desde la I Guerra Mundial y los movimientos islámicos que los rechazan. ¿Añoranza del califato? No, por supuesto, del califato otomano, pero sí de los “primeros tiempos” del islam, esa aspiración “salafista” (retorno a los orígenes) que, de manera difusa, alimenta buena parte de los grupos que podríamos llamar “islamistas”, hasta llegar a nuestros días, con la amenaza de Al Qaida y sus profusos secuaces.
El autor recorre todas las facetas de la violencia extendida por toda la región, desde la provocada por los movimientos nacionalistas, con todas sus variantes conservadoras, socialistas o panárabes que originan sucesivos golpes de Estado, hasta las rebeliones de las clases populares estimuladas por el rechazo a lo “occidental”. Por supuesto, estas tensiones internas en los Estados islamo-nacionalistas, se ven exacerbadas por la llamada “naqba”, el desastre que supone el nacimiento de Israel en la tierra palestina, un capítulo que ocupa buena parte de la atención del autor aunque su mayor interés se centra en otros aspectos hacia los que deriva la violencia: la revolución de Jomeini en Irán, las guerras del Golfo, las guerras civiles de Argelia y Líbano y, sobre todo, las guerras de Afganistán y las dos “intifadas” palestinas.
Así llegamos a la tragedia del 11-S con la aparición en la escena pública de Osama Ben Laden y de su segundo, el médico Al Zawahiri y que abre un nuevo capítulo, de amplitud universal, en la violencia islamista y el antiamericanismo tan estimulado por la ocupación de Iraq. En este marco aparece el espectro de la autoinmolación de los nuevos “yihadistas” diseminados por casi todo el mundo.
La conclusión del autor ante este desolador panorama de violencia es que, si bien Oriente Medio presenta en estos momentos señales de estabilidad política –las dictaduras han podido, de momento, con las rebeliones internas, aunque éstas permanecen solapadas–, el nuevo radicalismo islamista está muy lejos de perder aliento. La violencia hoy es más difusa pero cada vez más fragmentada y multiforme, sin que se haya agotado su capacidad para causar un fuerte impacto en la imaginación colectiva.
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