Con tristeza y preocupación, fuimos testigos de una ola de violencia muy intensa durante la semana. El martes en un enfrentamiento entre soldados y narcos dio como resultado ¡21 muertos!, y los homicidios han seguido hasta hoy. Al contemplar este desolador panorama de muerte, de dolor, de injusticia, nos preguntamos: ¿tiene alguna explicación la violencia? ¿existirá una solución?
El origen de la violencia se puede buscar en diversos ámbitos de la existencia humana. Sin duda, las injusticias sociales son un detonador de acciones agresivas; de igual manera, los perfiles psicológicos también pueden ser una parte del esclarecimiento de la génesis de este problema. Sin embargo, tales factores no dan total razón de la violencia que cada uno sentimos en nuestro interior.
La violencia se presenta ante el hombre como un misterio profundo, porque aunque los individuos y la sociedad aspiran a la paz, es un hecho que la violencia ocurre, y enturbia o imposibilita la paz. Ante está paradoja –buscamos la paz, pero frecuentemente encontramos lo contrario–, cada persona descubre que la violencia está en el interior de sí misma. Y esta presencia de un germen de maldad en nuestro propio interior nos interroga con fuerza sobre el origen del mal, porque nuestro espíritu no se aquieta sólo con una respuesta sociológica o psicológica.
El origen de la violencia está en lo más íntimo de cada uno. el principal recurso contra la violencia es la lucha moral que permite a la persona dominar esos malos instintos procedentes del corazón. Cuando el hombre o la mujer se dejan llevar por esos vicios, producen un desorden que –con frecuencia– lleva a la violencia. Queda delineado entonces el núcleo del problema: las acciones violentas son originadas por la mujer y el hombre violentos.
Sin duda alguna, ante la ola de crímenes que vivimos se requieren acciones militares, policiales, penales y sociales urgentes y eficaces, pues los sicarios no se van a detener con exhortaciones, y mientras haya desigualdad seguirá en aumento la criminalidad. Pero estas medidas sólo atajarán algunos efectos negativos inmediatos, pero no irán a la raíz: el corazón humano.
Por eso, también los ciudadanos de a pie debemos buscar un cambio en nuestro interior. Es lo que la multisecular ascética cristiana recomendaba: perdonar de corazón, no guardar rencores, rechazar con prontitud la ira interior, no gozarse del mal ajeno y cultivar la “regla de oro”: tratar a los demás como quiero que ellos me traten a mí.
Revista Fe y Razón |