Hay tantas causas por las que luchar últimamente que apenas tenemos tiempo de preguntarnos si lo que se defiende en una es compatible con lo que se propugna en otras. Pongamos por caso la violencia doméstica y la legalización de las drogas. Afortunadamente, hay una creciente sensibilidad social respecto a la situación de las mujeres maltratadas en el ámbito doméstico. Para ayudarlas, se multiplican las iniciativas: endurecer las penas a los agresores, más centros de acogida, ayudas económicas... Pero, si vamos al origen del problema, ¿qué lleva a un hombre a maltratar a su pareja? Una experta del movimiento vecinal, Marisa García, que asesora en Madrid a mujeres que denuncian malos tratos, daba recientemente este retrato del agresor: "Por lo general son personas inseguras y cobardes para enfrentarse a sus problemas, que descargan su impotencia abusando de los más débiles. En un 75% de los casos abusan del alcohol y de otras drogas" (El País, 29-X-98). Gentes, en suma, incapaces de controlarse, porque en muchos casos es alguna droga la que les domina a ellos.
Esto no es obstáculo para que algunos medios clamen en una página contra la violencia doméstica mientras en otra se muestran entusiastas partidarios de la legalización de las drogas. Los que propugnan la legalización suelen destacar los beneficios que se derivarían por el hecho de que ya no hubiera que delinquir para procurarse droga (ruina del narcotráfico, fin de las adulteraciones, etc.). Pero no suelen fijarse en qué haría el toxicómano bajo la influencia de la droga, también los cobardes que, en vez de enfrentarse a sus problemas, prefieren pegar una paliza a su mujer. Pues, legales o no, las drogas siguen creando la misma dependencia, siguen teniendo los mismos efectos deletéreos sobre la salud y sobre el autocontrol. Y la legalización permitiría a los ya honrados comerciantes de droga enganchar a nuevos clientes, que hasta entonces se habían mantenido al margen de las drogas por su coste o su ilegalidad.
También es de buen tono denunciar, e incluso exagerar, los malos tratos a los niños. Hasta un grito se asimila a "violencia psicológica". Pero sería de mal gusto poner en relación los malos tratos a los niños y la emergencia de "nuevas formas familiares", donde la madre convive con un hombre que no es el padre de los niños. Las patologías familiares se presentan hoy como simples "modelos", todos respetables y en teoría igualmente válidos para hacer felices a los niños.
Sin embargo, en países donde estas formas familiares son más antiguas, los datos indican que no todos los hogares son igualmente seguros para los niños. En 1993, un estudio de la Family Education Trust, de Gran Bretaña, descubrió que la incidencia de malos tratos era 33 veces mayor cuando la madre convivía con un hombre sin parentesco con el niño. En Estados Unidos, otro estudio de la Heritage Foundation, de Washington, observó que los casos de malos tratos a los niños registrados en el Departamento de Salud y Servicios Humanos crecieron a lo largo de los años 80, a la vez que la aceptación social de la cohabitación sin matrimonio.
Que dos fenómenos coincidan en el tiempo no quiere decir necesariamente que uno sea causa del otro. Pero, si fuera cierta la doctrinaria tesis de algunas feministas para las que el matrimonio es una institución de opresión y violencia masculina, el declive del matrimonio y el auge de la cohabitación debería haber llevado a un descenso de la violencia contra las mujeres y los niños. Y lo menos que puede decirse es que ha sucedido lo contrario. Pues, por tradicional que resulte, todavía sigue siendo cierto que el ambiente más seguro para un niño es un hogar estable, en el que vive con sus dos padres biológicos.
Es políticamente incorrecto sugerir que puede haber relación entre el abuso de drogas y la violencia contra las mujeres, entre los malos tratos a los niños y las nuevas formas de familia. Pero valdría la pena investigarlo. Lo malo del pensamiento PC es que tiende a maltratar al que pregunta, en vez de enfrentarse a las causas de los problemas.
Aceprensa 12/99 |