NUEVA YORK, 2 de noviembre de 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció este martes el Observador Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, el arzobispo Celestino Migliore, ante la sexagésima sesión de la Asamblea General de la ONU sobre el recuerdo del Holocausto.
La Asamblea General de ONU aprobó en ese día por unanimidad una propuesta para conmemorar el Día del Holocausto el 27 de enero, fecha de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Señor presidente:
Recordar es un deber y una responsabilidad común. Esto es algo particularmente verdadero en el caso del Holocausto, por este motivo mi delegación apoya con gusto la resolución sobre el recuerdo del Holocausto y felicita a quienes la han patrocinado.
La responsabilidad de todas las naciones de recordar cobra nueva fuerza cuando celebramos el sexagésimo aniversario de la liberación de los campos de exterminio y el establecimiento de las Naciones Unidas.
Durante sesenta años hemos tenido ante nosotros el horror de este crimen, a pesar del cual la historia no ha dejado de repetirse. Una convención internacional sobre el argumento no ha impedido ese tipo de pensamiento que lleva al genocidio, a la violencia que perpetra el genocidio, a las injusticias que le hacen posible, o a los intereses que permiten que un genocidio sea mantenido en el tiempo. El siglo XX fue testigo de genocidios, atrocidades, asesinatos de masas y limpiezas étnicas que por desgracia no quedaron confinados en un continente. Ante el Holocausto, sólo podemos recordar y comprometer nuestros mejores esfuerzos comunes para asegurar, después de haber dado un nombre a este crimen, que las naciones del mundo sean capaces de reconocerlo como es y de prevenirlo en el futuro.
Que el Holocausto sirva de alerta para que no dejemos nacer ideologías que justifican el desprecio de la dignidad humana en virtud de la raza, el color, el idioma o la religión.
En este contexto, sería bueno también recordar y renovar nuestro apoyo a la resolución 1624 del Consejo de Seguridad que condenó «en los términos más enérgicos todos los actos de terrorismo» y repudió «los intentos de justificación o glorificación (apología) de actos de terrorismo que puedan incitar a la comisión de nuevos actos de terrorismo». Pidió, además, que «prosigan los esfuerzos internacionales encaminados a promover el diálogo y mejorar el entendimiento entre las civilizaciones, en un intento por prevenir que se atente indiscriminadamente contra diferentes religiones y culturas, y adopten todas las medidas que sean necesarias y adecuadas y conformes con las obligaciones que les incumben en virtud del derecho internacional».
Después de la Shoá, el primer paso de la prevención fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hacen falta otros muchos pasos más. En cada país, la memoria del Holocausto tiene que preservarse como un compromiso para ahorrar a las futuras generaciones este horror.
En su visita a Tierra Santa, el Papa Juan Pablo II se detuvo en el memorial de Yad Vashem dedicado a la Shoá. A los pies del Muro de las Lamentaciones rezó por el perdón y la conversión de los corazones y las mentes.
Pedir perdón purifica la memoria y recordar el Holocausto nos ofrece una oportunidad para que tenga lugar esta purificación de la memoria, para detectar los primeros síntomas de un genocidio y rechazarlos, y para tomar a tiempo medidas firmes para superar las injusticias sociales e internacionales de todo tipo.
El programa de alcance, así como otras medidas, deberían ser útiles en este sentido para mostrar que, con voluntad política, se puede hacer más y se puede lograr más.
La Santa Sede está dispuesta a trabajar en este sentido.
Gracias, señor presidente
[Traducción del original inglés realizada por Zenit]
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