25 Marzo 1998
Edward Cassidy, presidente de la Comisión
para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo
Admiración y desilusión han acompañado la publicación del documento de la Santa Sede sobre la Shoah, el exterminio de judíos llevado a cabo por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. A pesar de algunas polémicas iniciales, crece la conciencia de que se trata de un texto que incidirá profundamente en las relaciones entre cristianos y judíos.
Nosotros recordamos: una reflexión sobre la "Shoah" ha sido uno de los documentos de la Santa Sede que se han esperado con mayor interés y durante más tiempo. El tema, y los once años que han pasado desde que se anunció, provocaron que en el momento de su publicación hubieran cristalizado ya las más diversas expectativas sobre su contenido. De ahí que la gama de reacciones haya sido también muy variada.
No hay que olvidar, además, que durante este tiempo Juan Pablo II se ha referido en numerosas ocasiones a las relaciones con los judíos y al drama del Holocausto. Añadir algo nuevo a lo que ya ha dicho el Papa resulta difícil. Algunas de las ideas centrales de este documento, por ejemplo, están contenidas en el discurso que el Santo Padre dirigió a los participantes en el coloquio "Raíces del antijudaísmo en ambiente cristiano", que se celebró en el Vaticano en otoño de 1997.
El documento fue presentado a la prensa el pasado 16 de marzo por el cardenal australiano Edward Cassidy, presidente de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, organismo vaticano que ha elaborado el texto. Una muestra del interés informativo que despertó fue que la noticia ocupó las primeras páginas de los principales diarios de todo el mundo, y que algunos de ellos, como The New York Times o Le Figaro, reprodujeron además el texto completo.
Con el espíritu del Jubileo
El alcance y los objetivos de Nosotros recordamos... están apuntados en la breve carta que Juan Pablo II dirige al cardenal Cassidy, y que se publica a modo de prefacio del documento. El Papa enmarca esta iniciativa en el ámbito de la preparación del gran Jubileo del año 2000: "La alegría de un Jubileo es, sobre todo, una alegría fundada sobre el perdón de los pecados y sobre la reconciliación con Dios y con el prójimo". Por esa razón, "la Iglesia anima a sus hijos a purificar sus corazones por medio del arrepentimiento por los errores e infidelidades del pasado. Los llama a ponerse humildemente delante de Dios y a examinarse sobre la responsabilidad que también ellos han tenido en los males de nuestro siglo", entre los que figura la Shoah, "mancha imborrable en la historia del siglo que se está acabando".
El Papa espera que la recepción de este documento sirva para "curar las heridas de las incomprensiones e injusticias del pasado", y pueda ayudar a "construir un futuro en el que no sea ya posible la indecible iniquidad de la Shoah".
Un balance negativo
En los primeros parágrafos del texto, que consta de 12 páginas en su versión original inglesa, se puntualiza que no pretende ser un estudio histórico o sociológico, sino una consideración moral, que tiene como telón de fondo la petición del Papa de llevar a cabo un examen de conciencia de fin de milenio (ver servicio 96/97). Este documento, además, no se presenta como la última palabra, sino como un paso adelante en las relaciones entre católicos y hebreos.
"Historiadores, sociólogos, filósofos de la política, psicólogos y teólogos intentan conocer más de cerca la realidad y las causas de la Shoah". Pero "el hecho de que la Shoah haya tenido lugar en Europa, es decir, en países con una larga civilización cristiana, suscita la cuestión de la relación entre persecución nazi y las actitudes que los cristianos han tenido en relación con los hebreos durante los siglos".
El documento ofrece una brevísima reseña histórica de las relaciones entre judíos y cristianos, cuyo balance define como "bastante negativo". Las hostilidades comienzan en los primeros siglos del cristianismo. Algunos justificaron sus persecuciones con interpretaciones "erróneas e injustas del Nuevo Testamento", que han sido total y definitivamente rechazadas por el Concilio Vaticano II. "A pesar de la predicación cristiana del amor hacia todos, incluidos los mismos enemigos, la mentalidad dominante a lo largo de los siglos ha penalizado a las minorías en cuanto que eran, de algún modo, diferentes". Entre esas minorías estaban los judíos, a quienes se veía con sospecha y desconfianza.
A partir del siglo XIX se empezó a difundir en Europa un antijudaísmo que "era esencialmente más político que religioso", al tiempo que se abrían paso teorías que negaban la unidad de la raza humana. En el siglo XX, el nacionalsocialismo usó esas ideas como base pseudo-científica para distinguir las razas arias de las demás; y acompañó su ideología con un nacionalismo extremo, que se vio favorecido por las humillantes condiciones impuestas a Alemania tras la derrota de 1918. El documento cita algunas de las iniciativas con las que la jerarquía católica alemana denunció el racismo y el nazismo desde el primer momento, hasta llegar a la encíclica Mit brennender Sorge, de Pío XI (1937).
Antisemitismo de raíces paganas
Del breve recorrido histórico se saca una primera conclusión. "No se puede ignorar la diferencia que existe entre antisemitismo, basado en teorías contrarias a la constante enseñanza de la Iglesia sobre la unidad del género humano y la idéntica dignidad de todas las razas y de todos los pueblos, y los sentimientos de sospecha y de hostilidad, existentes desde hace siglos, que llamamos antijudaísmo, de los cuales, por desgracia, también los cristianos han sido culpables".
Es una distinción importante, pues para algunos -como han mostrado determinados comentarios al documento- no existiría tal diferencia. Siguiendo esa misma línea de pensamiento, tampoco existiría una sustancial distinción entre la ideología pagana que dio origen al nazismo y el humus cristiano de Europa, concretamente de Alemania: para algunos, ese humus alimentó el exterminio judío. Con esa simplificación, sin embargo, se concluiría sosteniendo que los cristianos son los responsables de todo lo que ha ocurrido en Europa a lo largo de los siglos. El documento recuerda, por el contrario, que "la Shoah fue obra de un típico régimen moderno neopagano. Su antisemitismo tenía sus raíces fuera del cristianismo, y no dudó en oponerse a la Iglesia, persiguiendo incluso a sus miembros, para buscar sus propios objetivos".
Esa constatación no exime de plantearse otras cuestiones incómodas: "Pero nos debemos preguntar si la persecución de los judíos por parte del nazismo no se vio facilitada por los prejuicios antijudíos presentes en las mentes y en los corazones de algunos cristianos. ¿El sentimiento antijudío hizo tal vez a los cristianos menos sensibles, o incluso indiferentes, a las persecuciones lanzadas por el nacionalsocialismo contra los hebreos, cuando llegó al poder?".
"Todas las respuestas a esta pregunta -advierte el documento- deben tener en cuenta que se trata de la historia de actitudes y modos de pensar de gente sujeta a múltiples influencias". Naturalmente hay que reconocer que cada caso es diferente, pues "muchos ignoraban totalmente la solución final que se iba a adoptar contra todo un pueblo; otros tuvieron miedo por ellos mismos o por sus familias; algunos sacaron ventajas de la situación; a otros, en fin, les movió la envidia. Una respuesta sólo se podría dar caso por caso y, para hacerlo, es necesario conocer lo que motivó a las personas en una situación concreta".
Valentía y cobardía
La población de los países donde el nazismo llevó a cabo deportaciones en masa podría haber sospechado lo peor, al ver lo que ocurría a su alrededor. El documento se pregunta: "¿Ofrecieron los cristianos toda posible clase de asistencia a los perseguidos, especialmente a los hebreos?". La respuesta es que muchos lo hicieron, pero otros no.
"No hay que olvidar a aquellos que ayudaron a salvar a todos los hebreos que les fue posible, hasta el punto de poner sus vidas en peligro. Durante y después de la guerra, comunidades y personalidades judías expresaron su gratitud por cuanto se había hecho por ellos, incluido también lo que Pío XII había hecho personalmente o a través de sus representantes, para salvar centenares de miles de vidas de hebreos. Muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos han sido honrados por tal razón por el Estado de Israel".
Junto a tales hombres y mujeres valientes, "la resistencia espiritual y la acción concreta de otros cristianos no fue la que cabía esperar de los discípulos de Cristo. No podemos conocer cuántos cristianos en países gobernados u ocupados por las potencias nazis o sus aliados constataron con horror la desaparición de sus vecinos judíos pero no fueron suficientemente fuertes para levantar sus voces de protesta. Para los cristianos, este grave peso de conciencia de sus hermanos y hermanas durante la última guerra mundial debe ser una llamada al arrepentimiento".
El "silencio" de Pío XII
La figura de Pío XII ha centrado buena parte de la reacción que siguió a la publicación del documento. Algunos critican, concretamente, que no se haya condenado sus "silencios" sobre la deportación durante la guerra, y que -por el contrario- este documento haya tratado de defender su actuación.
El texto, en efecto, incluye una larga nota a pie de página en la que se citan varios testimonios espontáneos de representantes judíos que quisieron agradecer públicamente a Pío XII "la sabiduría de su diplomacia" y su ayuda al pueblo judío durante la guerra: Giuseppe Nathan, comisario de la Unión de las Comunidades Judías Italianas (septiembre de 1945); Leo Kubowitzki, secretario general del World Jewish Congress (septiembre de 1945); así como ochenta delegados de prófugos judíos de los campos de concentración de Alemania (noviembre de 1945). La nota incluye también un párrafo del mensaje de alabanza que la líder política israelita Golda Meir envió en 1958 con motivo de la muerte del propio Pío XII.
El cardenal Cassidy explicó en la rueda de prensa que se había querido insertar esos testimonios para contrarrestar el tópico que se está creando sobre los "silencios de Pío XII". La cuestión de los "silencios" del Papa Pacelli tomó cuerpo a partir de 1963, tras la publicación de El Vicario, de Rolf Hochhulth, una obra de teatro denigratoria de la figura del pontífice.
Desde luego, la fuerza del mito parece dejar en segundo plano los testimonios autorizados de personas que vivieron los hechos. Se pide que se abran los archivos vaticanos y se olvida que, por iniciativa de Pablo VI, se han publicado once volúmenes que contienen la documentación relativa a ese periodo. Hasta la fecha, nadie ha contradicho esas fuentes.
Se acusa a Pío XII de no haber pronunciado durante la guerra una alocución pública contra Hitler. Pero algunos historiadores sostienen que no lo hizo por considerar que habría sido contraproducente para la población judía. La experiencia había mostrado que a las condenas públicas de miembros de la jerarquía seguían represalias más crueles de los nazis contra los judíos y también contra católicos, haciendo aún más difícil las gestiones secretas para salvar vidas.
Da la impresión ahora, al leer algunos de los comentarios publicados sobre este tema, que la figura clave del conflicto mundial, quien verdaderamente tenía en su mano evitar las deportaciones judías, era Pío XII. Y que no lo hizo precisamente porque era germanófilo y heredero de una tradición antijudía.
Arrepentimiento y respeto recíproco
De todas formas, el documento no entra en el debate histórico, sino que le interesa la "purificación de la memoria", el recordar para construir el futuro. "No se debe consentir nunca más que las semillas infectadas del antijudaísmo y del antisemitismo echen raíces en el corazón del hombre".
Este texto no se puede despachar como un mea culpa de la Iglesia, casi motivado por la búsqueda de lo políticamente correcto. No se entendería sin su dimensión espiritual: "Al concluir este milenio, la Iglesia católica desea expresar su profundo dolor por las faltas de sus hijos y de sus hijas de todas las épocas. Se trata de un acto de arrepentimiento (teshuva): como miembros de la Iglesia compartimos verdaderamente tanto los pecados como los méritos de sus hijos".
"Deseamos transformar la conciencia de los pecados del pasado en un empeño firme para un futuro nuevo en el que no haya sentimiento antijudío entre los cristianos ni sentimiento anticristiano entre los judíos, sino un respeto recíproco como corresponde a quienes adoran al único Creador y Señor, y tienen un padre común en la fe, Abraham".
Naturalmente, es un camino en dos direcciones. Nosotros recordamos: una reflexión sobre la "Shoah" habla para los católicos y pide "a los amigos judíos que predispongan su corazón a escucharnos". A juzgar por las reacciones en ámbito judío se puede deducir que una buena parte ha entendido bien el mensaje, pero que todavía falta camino por recorrer, también en la otra dirección.
La Iglesia condenó las teorías racistas del nazismo
Pío XI condenó sin paliativos la doctrina totalitaria y racista del nazismo alemán en la encíclica Mit brennender Sorge (14-III-1937). La encíclica fue distribuida secretamente a los sacerdotes y leída en todas las parroquias del Reich el Domingo de Ramos.
Pío XI denunciaba la opresión creciente del catolicismo alemán bajo el régimen nazi, con graves violaciones del Concordato de 2l de julio de 1933. Desde el punto de vista doctrinal, condenaba en el nazismo su visión panteísta y su sustitución de un Dios personal por "el hado sombrío e impersonal", propio del antiguo germanismo. Proclamaba que no era cristiano "quien elevara a suprema norma de todo" la raza o el pueblo, el Estado, una forma determinada del mismo o sus representantes. "Solamente espíritus superficiales -continuaba la encíclica- pueden caer en el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional".
En el aspecto ético, reprobaba al nazismo fomentar el abandono de las normas morales objetivas, y advertía: "Las leyes humanas que están en oposición insoluble con el derecho natural adolecen de un vicio original que no puede subsanarse ni con las opresiones ni con el aparato de la fuerza externa". Pío XII, aludiendo años más tarde a esta encíclica de su predecesor, afirmaba que "nadie podría acusar a la Iglesia de no haber denunciado y señalado a su tiempo el verdadero carácter del movimiento nacional-socialista y el peligro en que él ponía a la civilización cristiana".
Cuando ya había estallado la guerra, el propio Pío XII, en la primera encíclica de su pontificado, Summi Pontificatus (20-X-1939), condenaba dos errores capitales en el orden político: la negación del origen común, de la igualdad y de la necesaria solidaridad entre todo el género humano, sea cual sea el pueblo al que se pertenezca; y "la elevación del Estado o de la comunidad social, puesta en el lugar del mismo Creador, como fin supremo de la vida humana y como norma suprema del orden jurídico y moral".
Fuente: Aceprensa
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