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Venganza y resentimiento
Beatriz Quintanilla

Istmo, 1 septiembre, 1996.   Ejemplar: 226    Sección: Coloquio


Ojo por ojo, diente por diente. Esta frase resume la tradición secular de lo que significa para el ser humano “ajustar cuentas”. Su origen es muy remoto y proviene de la famosa ley del Talión que permitía al individuo responder con un daño proporcional al que otro le había causado. Era una manera de aplicar la justicia en los pueblos antiguos, sobre todo en los de origen semítico.


Con el desarrollo de sistemas legislativos y judiciales, el aplicar la justicia dejó de ser una cuestión “personal”, para convertirse en un asunto que compete, en las distintas sociedades, a la autoridad.


Sin embargo, el impulso de “ajustar cuentas”, desde un punto de vista psicológico, no está sujeto a una ley judicial, porque las emociones, sentimientos, pasiones e impulsos no quedan necesariamente satisfechos por la aplicación de una ley aunque sea justa, ya que éstos pertenecen a la esfera individual de las reacciones psicológicas y fisiológicas del ser humano.


De este modo, es necesario distinguir entre la venganza como la aplicación de un principio moral, y el sentimiento de venganza o impulso vindicativo como fenómeno psicológico individual.


El deseo de venganza es una reacción dirigida hacia fuera de uno mismo. A menudo es difícil aislar en una reacción humana una sola emoción. Por ello, para que surja el deseo de venganza, intervienen, necesariamente, diversos factores que se mezclan entre sí. Cuando una persona no consigue lo que cree que merece, o se siente lesionada en sus aspiraciones al bienestar, o ve frustrados sus deseos de posesión, de poder o estimación, puede darse un impulso especial en contra de aquello que le impide obtener lo que desea. Este impulso es el de la “revancha” y su objeto es satisfacer lo que no se ha podido conseguir de otra manera.


La revancha o afán vindicativo se tiende a identificar con el deseo de venganza, sin embargo, este impulso no se manifiesta siempre de la misma forma. Así, se puede hablar en términos generales, de dos modos del afán vindicativo: la venganza propiamente dicha, y el resentimiento. Se distinguen entre sí tanto por su forma como por su origen.


Venganza: dulce pero dañina


 “En la venganza existe siempre un ajuste de cuentas. Su motivación dice así: Tú me has hecho este daño y debes pagar por él. Sólo sabiendo que el otro sufre igual desgracia, el mismo daño, queda aliviada la conciencia del mal sufrido”.


El sentimiento obtenido por la satisfacción de haber conseguido vengarse se llama desquite, y en él percibimos el cumplimiento de la venganza. En el horizonte objetivo del desquite se halla siempre una persona en el papel del enemigo que ha merecido castigo.


El desquite es un sentimiento que produce satisfacción y placer, y por ello se dice que “la venganza es dulce”. Dulce, sí, pero dañina. Dañina para la persona que la lleva a la práctica; para aquél en quien se cumple la venganza; y en algunos casos, para la sociedad cuando es objeto de la venganza de un poderoso; o bien, de un pueblo enardecido que lleva a cabo un juicio sumario o un linchamiento sin más averiguaciones.


La venganza es dañina porque en la práctica no se da de forma pura y aislada, ni pretende exclusivamente pagar un mal con otro mal en una proporción justa. Cuando se lleva a cabo, nuestra percepción generalmente está teñida por otros sentimientos y emociones que originan, la mayoría de las veces, reacciones desproporcionadas al mal sufrido, o al mal que creemos haber sufrido.


Intervienen también las disposiciones del propio yo hacia la persona u objeto de esa venganza. El impulso a vengarse se complica cuando está presente también el sentimiento del odio. Cuando éste interviene, ya no se desea únicamente pagar un daño con un daño similar, sino destruir al objeto odiado.


La persona que odia percibe a ese alguien odiado como desempeñando un papel capital en su mundo. El odio hace que el individuo se mueva continuamente hacia el objeto odiado con el fin de destruirlo. De este modo, cuando al fin logra su meta y lo destruye, “tiene una sensación de pérdida; el objeto odiado había llegado a ser realmente un objeto central y estable de creencias y actitudes en torno a este valor negativo”.


Resentimiento: cuando se nubla la razón.


Es posible que al leer estas líneas no nos creamos capaces de inferir a otro una venganza tan cruel, o que no identifiquemos, entre nuestras emociones, el sentimiento del odio de una forma tan despiadada hacia los demás. Es difícil aceptar que podamos albergar esos sentimientos negativos, pero los deseos de venganza suelen presentarse de una forma enmascarada y podemos, incluso, justificarlos.


Por eso es importante hacer notar que la revancha se puede manifestar también de otra manera. Ésta es una forma más sutil y complicada del afán vindicativo y se llama resentimiento.


Generalmente, en el resentimiento no se ha sufrido un mal previo. La culpabilidad del otro, que pone en marcha el deseo de causarle un daño, consiste solamente en que él posee valores que a nosotros nos han sido rehusados. Nos da envidia lo que el otro tiene, ya sean posesiones materiales o cualidades personales; nos molesta que tenga una esfera de influencia mayor que la nuestra o más poder. El resentimiento es por tanto, una reacción del egoísmo, del querer-tener-para-sí, del saber que el otro logra o posee, precisamente, lo que uno no ha podido obtener.


El resentimiento es más frecuente de lo que pensamos. Muchas veces nuestras reacciones, o la valoración de nosotros mismos o de los demás, puede nublarse a causa del resentimiento; nos quita capacidad para juzgar con objetividad (a nosotros mismos y a los otros). Hace que nos creamos víctimas del destino: no podemos comprender cómo otros consiguen, con aparente facilidad, lo que nosotros no podemos aun a costa de tanto trabajo. Surgen así sentimientos de envidia, celos, disgusto, y con ellos, el deseo de vengarse de los más afortunados.


Al resentido parece no quedarle otro recurso que perturbar la felicidad de quien ha sido más afortunado, pues aquél contra quien se dirige el deseo de venganza, no ha hecho nada, en sentido estricto, para merecerlo; de esa manera, no puede tomarse venganza de un acto con otro igual. A veces, cuando no se puede molestar directamente a esa persona, se adoptan actitudes en contra de un individuo o grupo que no tiene nada que ver con nuestros resentimientos, pero que se encuentran más a nuestro alcance, descargando sobre ellos nuestro coraje.


Otra forma de resentimiento es el rebajamiento de los valores a los que el resentido aspira sin poder alcanzar. Para el resentido, “el leit motiv, consciente o inconsciente, es la fórmula: ‘tú tampoco eres más que yo y eres tan poco como yo’. Por eso, para reconocerle, deben examinarse todos los ideales, todas las exigencias éticas, toda indignación, toda protesta y toda crítica para ver si no intenta realizarse en ellas la venganza sublimada de la propia incapacidad para adquirir valores sobre la base de una necesidad de estimación insatisfecha”.


El resentido vive amargado y le amarga la vida a los demás. Alimenta sus rencores y su resentimiento, y siembra insatisfacción e infelicidad en quienes le rodean. Sus comentarios son agrios y negativos, no es capaz de ver nada bueno en los demás, se va encerrando en sí mismo y va perdiendo la capacidad de amar.


Su alegría por el daño ajeno, es una especie de desquite. Le satisfacen los males y las desgracias que se ciernen sobre otros, y si estos males caen sobre aquellas personas contra las que está resentido, lo considera una especie de triunfo, una nivelación con los demás realizada por el destino. “Toda alegría por el daño ajeno depende de un resentimiento consciente o inconsciente y es una emoción que proviene del impulso vindicativo”.


Respuesta voluntaria y consciente


Todo lo dicho hasta aquí se refiere de modo general al individuo sano. Es evidente que estas reacciones van a estar tamizadas e influidas por la personalidad de cada uno. Del mismo modo, el control de los impulsos, la formación de la voluntad, el dominio del propio carácter, así como una adecuada relación con los demás, pueden modificar la intensidad del impulso vindicativo, e incluso, suprimir la reacción.


El afán de venganza puede ser modificado porque en principio, es una reacción activa. Es un movimiento aproximativo. Aun en el caso del resentimiento, en el que aparentemente la alegría por el daño ajeno es una respuesta pasiva, está claro que el sujeto busca molestar a los demás, de forma directa o indirecta. En ambos modos del afán vindicativo, existe una advertencia consciente, por lo que el llevarlo a cabo es un acto voluntario.


No se trata de no indignarse o enojarse nunca, de no responder ante los estímulos, porque una pasividad exagerada no es normal e incluso puede conducir a una enfermedad, si no es que ya es síntoma de alguna enfermedad; pero sí es importante que al detectar esos sentimientos, se haga un esfuerzo consciente para conducir esa carga emocional y conseguir reacciones más positivas hacia los demás y hacia uno mismo.


Insisto en la necesidad de realizar un esfuerzo consciente, pues a menudo cuando estas emociones no son modificadas a tiempo, pueden cristalizar en forma de predisposiciones o actitudes permanentes. De esta manera, un sentimiento negativo como la envidia, por ejemplo, si no se modifica de forma consciente y oportuna, puede cristalizar como resentimiento. Y, aunque en primera instancia lo que se intenta en el afán vindicativo es hacer daño a otros, el no ser capaz de quitarse de la mente una serie de ideas que dan origen a emociones negativas, hace daño al propio individuo, pues éste no utiliza su energía para crear algo positivo, sino para pensar, de manera casi obsesiva, en cómo vengarse. A la larga, el daño se lo hace a sí mismo, y podríamos decir que acaba siendo el “vengador vengado”.


Por otra parte, el volver continuamente con la imaginación para pensar en aquello que dio origen a nuestro resentimiento, disminuye la posibilidad de ser objetivos, pues al paso del tiempo, las situaciones son modificadas en la memoria por acontecimientos posteriores, estados de ánimo, etcétera, que agrandan o disminuyen su importancia real, de acuerdo a la vivencia afectiva con la que se haya valorado el hecho.


La persona queda, así, esclavizada a un pasado que ha sido interpretado posteriormente. Un pasado así considerado le paraliza para actuar eficazmente en el presente y le impide valorar un futuro real. En su imaginación, el futuro se percibe sólo como el tiempo en que la venganza será, ¡por fin!, satisfecha, y no como el lugar de los deseos y aspiraciones positivos que se lograrán al liberar el resentimiento para construir, ya en el presente, una vida futura más feliz.


En ocasiones, cuando la respuesta emocional es exagerada, la intensidad de la emoción llega a estrechar el campo de la conciencia y disminuye la capacidad para modificar voluntariamente una reacción. Esto sucede sobre todo cuando intervienen fuertes sentimientos de odio, envidia o celos, que ciegan casi completamente a la persona y la incapacitan para pensar con objetividad y serenidad. En tales casos, el deseo de venganza puede llevarse a cabo de forma brutal y completamente desproporcionada al mal sufrido.


La enfermedad psíquica


Cuando, además, existe una patología psiquiátrica, es factible que el odio, resentimiento, deseo de venganza y otros sentimientos susciten reacciones similares pero complicadas por la patología. En estos casos, puede haber manifestaciones de violencia y agresividad marcada, aun sin un motivo aparente, que desencadene esa reacción.


En las personalidades paranoides, por ejemplo, es posible que los actos de los demás sean considerados por el individuo enfermo como una amenaza hacia su yo o como una agresión. Estas interpretaciones erróneas pueden convertirse en verdaderas ideas delirantes de persecución o daño, y dar como resultado una respuesta agresiva y violenta con deseos de venganza por un daño no sufrido pero interpretado erróneamente como tal, o huir y aislarse para evitar esos constantes “ataques”.


En algunos tipos de trastornos paranoides, la personalidad está bien preservada, el rendimiento laboral e intelectual es bueno, incluso por encima del promedio, pero puede existir alguna idea de daño que se ha ido estructurando de manera delirante. Estos individuos, si tienen talento, pueden llegar a convencer a los demás de que sus ideas son correctas, y en caso de encontrase en puestos de autoridad o poder, incluso arrastrar a otros en sus deseos de venganza, sin que éstos sean capaces de advertir que esas ideas no son justas sino erróneas, producto de una mente enferma, hasta que llega a ser demasiado tarde.

Fuente: istmo.mx