Podría pensarse que nada más personal que la forma en que nos presentamos. Desde un punto de vista es así, porque ya hemos visto que es medio de afirmación de la individualidad, entre otras cosas |
1-¿Es mía la moda?
No es fácil ignorar o contrariar las tendencias que nos llevan a seguir la moda –a pesar de las dificultades (incomodidades, principalmente)– que pueda traer consigo. Como hemos visto, el deseo de ser aceptado, de ser como los demás, y a la vez de afirmar la propia individualidad, de comunicarse y, en resumidas cuentas, de ofrecer una imagen atractiva son inclinaciones que todos percibimos dentro de nosotros; son tendencias positivas, si se someten a la recta razón, y es muy natural seguirlas, hasta cierto punto. Esas inclinaciones nos llevan a seguir la moda, esa moda que en la mayoría de los casos, otros hacen para nosotros.
Podría pensarse que nada más personal que la forma en que nos presentamos. Desde un punto de vista es así, porque ya hemos visto que es medio de afirmación de la individualidad, entre otras cosas. Pero si hoy no puedo ya ponerme lo que me quedaba bien el mes pasado, por más que me gustaría seguir usándolo, quiere decir que la moda no depende de mí. En cierto modo sí depende de los usuarios, ya que si algo no se vende, pasará de moda enseguida. Pero la mujer que compra un vestido no ideó ni la línea, ni el largo de la falda, ni el material o el color “de moda”. Alguien lo ideó, alguien intervino en el proceso para llevar lo que el diseñador imaginó, hasta la sala de ventas del almacén donde la futura usuaria lo ha comprado.
Este proceso es de gran interés para entender la génesis de la moda: entran en juego en él muchos factores, pero sobre todo los diseñadores, los compradores de grandes almacenes, y la prensa dedicada a la moda. Entre estos tres “lados” del triángulo se hace y se deshace la moda, y al consumidor final le queda sólo la opción: lo toma o lo deja. El elemento económico parece ser el más fuerte en este juego de fuerzas. El diseñador quiere ganar dinero, los grandes almacenes quieren acertar y adquirir lo que realmente se venderá, y las revistas de moda –que son tal vez las más tiránicas– quieren mantener y aumentar su circulación y mantener su prestigio, para ganar más. La forma de operar de los actores de la moda da pie para pensarlo. Pero no tiene que ser necesariamente. Puede haber otros factores legítimos, que sirvan para orientar la moda a una u otra parte. Sin duda, si dependiera de cada uno de nosotros, la haríamos mucho menos incómoda. Si la moda “nos viene dada”, es bueno conocer “quién nos la da”, cómo, cuándo, porqué... En pocas palabras, conviene dar una mirada al amplísimo y fascinante “mundo de la moda”.
2-De Madrás a Manhattan
Cuenta el autor de uno de los libros más interesantes sobre la alta moda internacional, “La Conspiración de la Moda”, que se interesó seriamente en el tema de la moda por accidente. A raíz de un retraso en su vuelo y un encuentro fortuito en Madrás (India) con el dueño de una fábrica que proporcionaba mano de obra barata a las grandes casas de vestuario, fue invitado a visitar el taller donde ochenta jovencitas –algunas de menos de 13 años– envueltas en saris y con anillos de oro en la nariz– trabajaban con máquinas de coser “prehistóricas” produciendo miles de piezas para el mercado norteamericano.
“Nos quedamos observando mientras una jovencita metía un pedazo de tela de cuadros rosados y azules en su máquina. Sonrío tímidamente cuando se percató de que estábamos de pie cerca de ella, y se cubrió la cara con su sari. (...) Ocho o nueve meses después, cuando había prácticamente olvidado mi excursión al taller de Madrás, estaba yo en Manhattan un domingo en la mañana y leía el New York Times cuando un anuncio de la tienda por departamentos Macy’s captó mi mirada. La sonrisa de una adolescente norteamericana con pelo rubio largo saltaba de la página, usando un vestido de cuadros rosados y azules que me resultó familiar. La frase publicitaria era ‘Reciba la estación con regalos y alegría de Macy’s... algo para que las pequeñas celebren en la espléndida colección festiva de Liz Claiborne. En algodón rosa y azul. $43. Quinto piso’.
El vestido de algodón rosado y azul parecía ser la misma pieza que yo había visto en producción en el barrio Shenoynagar de Madrás.
El viaje desde un vestido de 40 rupias (alrededor de un dólar norteamericano) en un taller de una calle trasera, a un anuncio a toda página de una de las principales tiendas por departamentos es tan sólo una parte de la conspiración de la moda. Lo que inspiró este libro sobre la industria de la moda fue la percepción de que uno puede seguir una pieza de vestuario –exactamente igual que se podría seguir el curso de un río– desde el lugar donde se cultiva el algodón hasta el momento en que el cliente desecha finalmente la pieza. En su camino, sin embargo, la falda o abrigo es sometida a la más extraordinaria “Hype” por parte de diseñadores, editores de moda, compradores de almacenes, publicistas, asistentes de ventas y el resto del “circo” de la moda”(34).
Al seguir de este modo la dinámica de la industria de la moda, se va descubriendo que se trata de un mundo mucho más amplio y complejo de lo que puede parecer a primera vista. No en balde es una de las industrias más poderosas, que en sus múltiples ramificaciones, mueve billones de dólares, da empleo a cientos de miles de trabajadores, y da qué hablar a decenas de miles de publicaciones del ramo.
¿Cómo se pone en movimiento esta enorme maquinaria? ¿Dónde empieza y dónde concluye el proceso? Para saberlo, podemos detenernos a considerar los actores principales: los diseñadores y el mundo de la Alta Costura; la moda “democratizada”, que sería el ámbito del Pret a porter; las “leyendas” de la moda; las revistas sobre la moda; los grandes almacenes, y, en penúltimo lugar, el comprador y usuario.
3-Los diseñadores y la Alta Costura (“Haute Couture”)
El lugar de origen de lo que se conoce hoy en día como Alta Costura es Francia; en el terreno de la moda la hegemonía francesa se impuso pronto, y en ningún país del mundo ha estado la industria del vestido tan regulada y protegida por el estado. Desde el Siglo XIV, o incluso antes, había interés en conocer las tendencias del vestuario en la corte de Francia; se enviaban a las ciudades de cierta importancia las llamadas “Pandoras”, muñecas ataviadas con los vestidos de moda; algo similar a lo las estatuillas que, en la Antigüedad, los asistentes a los Juegos en Delfos llevaban a sus lugares de origen: así las mujeres podían estar al día de las formas más recientes de llevar el pelo, el calzado, la túnica… Del mismo modo, las Pandoras eran esperadas con ansia para conocer las últimas tendencias de la moda francesa.
En el siglo XVI el centro de la elegancia es la Corte de Versalles; un siglo después, ya cercana la Revolución, María Antonieta y sus damas empleaban gran parte de su tiempo diseñando los vestidos y los complicadísimos tocados que usarían en el próximo baile. Como es natural, los modelos eran copiados por el resto de damas de la corte, con gran provecho de la más famosa modista de ese tiempo: Rose Bertin, que hizo fama y fortuna elaborando los suntuosos trajes. Algunos la consideran la iniciadora de la Alta Costura, pero realmente su influencia no trascendió mucho fuera del exclusivo ambiente de la Corte.
El verdadero origen de la Alta Costura se encuentra en París, a mediados del siglo XIX, concretamente en el número 10 de la Rue de la Paix, donde abrió su salón Charles Frederick Worth, inglés de nacimiento establecido en París. La mayoría de autores están de acuerdo en que Worth es sin duda el primero que puede ser considerado “diseñador de modas”, en el sentido moderno del término. Gracias a una hábil estrategia de mercadeo –llevó algunos modelos a Paulina de Metternich, una de las damas más cercanas a la Emperatriz de los franceses, Eugenia de Montijo– con la propuesta de que los podía considerar suyos, a condición de que los usara en la Corte. Desde el primer momento, la Emperatriz se mostró encantada con los modelos y ordenó varios. Worth quedaba así establecido como el modisto de las damas más elegantes de París. Muchos modistos siguieron su ejemplo, y París se afianzó como el centro indiscutible de la “Alta Costura”: otras grandes figuras como Poiret, Pacquin, las hermanas Caillot, Jeanne Lanvin, Madame Grès, Jean Patou, Chanel, Elsa Schiaparelli, Lucien Lelong, Molyneux, Givenchy... brillan también desde París. Entre los “maestros”, Fortuny destaca como excepción: su centro de operaciones fue Venecia. Balenciaga, Valentino, Armani, Issey Miyake, grandes artistas de la moda, sin importar cuál sea su país de origen, convergen en París. Casi todos se han iniciado en alguna de las grandes casas de Alta Costura.
Ser el centro de gravedad del mundo de la moda se debió –y se sigue debiendo– no sólo a que muchas de las mujeres con medios económicos suficientes para vestirse en las grandes casas visitaban París regularmente, sino porque en 1868 se creó la “Chambre Syndicale de la Haute Couture Française” dedicada a salvaguardar este terreno de modo que fuera difícil la usurpación, y para impedir que la moda parisina perdiera exclusividad al ampliarse excesivamente el número de diseñadores.
Así como existen reglas para mantener lo que se denomina “l’appelation contrôlée” para vinos de Burdeos, para Cognac, para Champagne o para los quesos Camembert o Roquefort, existen desde hace muchas décadas reglas para garantizar la calidad de la Alta Costura. De acuerdo con las estrictas reglas de la Cámara Sindical de la Alta Costura, nadie puede emplear el título de diseñador a no ser, además de mantener un taller en París, emplear al menos 20 trabajadores a tiempo completo, elaborar los vestidos totalmente a la medida, y debe presentar dos colecciones al año: una en la última semana de enero, y otra en la última semana de julio. Al menos 65 modelos tienen que ser creados para cada colección. Es difícil producir 130 modelos originales sin repetirse, copiar… Pero en eso radica el genio del diseñador.
En 1973 se constituyó la “Féderation Française de la Couture, du Prêt-à-Porter des Couturiers et des Créateurs de Mode”, que incluye las Cámaras Sindicales de Alta Costura, la de Moda Lista para Usar y la de Moda Masculina. En 1975 se adhirió a la Federación la “Union National Artisanale de la Couture et des Activités Connexes”. Toda esta estructura se ocupa de regular hasta los más mínimos detalles de las políticas relacionadas con el tema; el resultado es que París sigue siendo la meca de la alta moda, aunque en décadas recientes otras capitales (Nueva York, Milán, Tokio) se han unido al grupo de ciudades relevantes para la Alta Costura. El temprano establecimiento de escuelas de formación especializada, dependientes de las Cámaras, ha hecho que en ningún lugar del mundo se concentre una cantidad similar de artesanos especializados. François Lesage, experto bordador, lo explica sobre todo “porque París tiene una maravillosa gama de artesanos dedicados en cuerpo y alma a la moda”(35) .
El secreto no está sólo en una idea genial, sino en la técnica: se trata de piezas de inigualable calidad. El reverso de cada prenda debe ser tan bello como el exterior. Todas las costuras se hilvanan, con puntadas que miden lo mismo y dejan un espacio también medido entre ellas. Los bolsillos se preparan a mano, se cosen a máquina y se terminan a mano. Los cuellos y los forros se hacen completamente a mano. En el taller de Saint Laurent, por ejemplo, no se usan hombreras ni refuerzos para la tela; se trabaja sólo con la tela, capas y capas de tela. Un vestido de noche puede tener una capa superior de encaje, debajo del encaje una capa doble de muselina negra, y debajo de ésta, una capa de muselina color café, para suavizar el color negro. Los puños de las mangas largas tienen un zipper oculto para que no se suban, y se esconden detrás de un pequeño bordado. Además de estos cánones de calidad, está el alto grado de adaptación a la usuaria: de cuatro a siete pruebas son lo normal para un conjunto de tarde, y hasta doce para un vestido de gran gala. Este cuidado extremo por los detalles hace que el precio de los atuendos, elaborados con materiales costosos, se eleve considerablemente: $25,000 por un vestido de noche no es extraordinario.
Ha habido intentos de destronar la hegemonía de París en cuanto a la moda. Durante la II Guerra, al caer Francia en manos de los alemanes, Hitler tuvo la idea de trasladar el mundo de la alta moda a Viena y Berlín. El entonces presidente de la Cámara Sindical de la Alta Moda, Lucien Lelong, y la también diseñadora Madame Grès lo impidieron. Lelong logró convencer a Goebbels que solamente en París se podia desarrollar el concepto tan exclusivamente parisino de “Haute Couture”.
Después de la Guerra, los diseñadores norteamericanos que habían adquirido soltura y muchas ideas nuevas –y prácticas, requeridas por la escasez de materiales– trataron de resistir a la dominación francesa. Adrian, Claire McCardell, Mainbocher, Geoffrey Beene, James Galanos, Ralph Lauren y después una larga serie de artistas del vestuario han hecho que en la geografía de la alta costura figure Nueva York como una de las grandes capitales de la moda, junto a Milán y más recientemente, Tokyo. La producción de la Alta Costura se dirige a un número reducido de compradoras, que disponen de los medios necesarios. Una de ellas decía: “Por qué compro alta costura?”. Después de mencionar la calidad, en primer lugar, precisaba: “no quiero ver el mismo vestido cien veces. Vas a Sidney o a Sevilla, y en todas partes es el mismo tipo de ropa lista para usar. No quiero eso. En la Alta Costura, si vez un vestido en negro y lo quieres en rojo porque te queda mejor, puedes ordenarlo en rojo. De todos modos, la alta costura ha sido siempre la tradición. Durante siglos toda la ropa se elaboró individualmente”(36).
La ropa de alta costura permite plasmar mucho mejor la inspiración del diseñador, que lo que es posible hacer en la ropa lista para usar. Cada temporada se ordenan solamente pocos miles, y de estos sólo algunos cientos serán hechos tal como fueron diseñados. Además, el diseñador tiene que partir de una idea: original, que pueda despertar el interés, capaz de ser captada en una pieza de vestir. Un elemento importante es “si gustará”: el público es impredecible la mayor parte de las veces, y las sorpresas en este terreno equivalen a pérdidas millonarias. Las fuentes de inspiración son muy variadas: algún estreno musical, película, obra literaria que haya obtenido un éxito resonante… Pueden además fijarse en cualquier época histórica (S. XVIII), en cualquier área geográfica (Safari, kimono, Chinoiserie); el ritmo de vida, las necesidades que plantea el horario de trabajo profesional (Power dressing de los 80s), las circunstancias del momento: escasez de tela (en la Guerra), conveniencia nacional de impulsar un determinado producto, etc.. Constantemente están a la escucha de “lo que hay en la calle”. Las ideas podrán traducirse en fantasías diseñadas específicamente para las clientas de “primera fila”, pero llegará en formas más “usables” al gran público. En la actualidad las grandes casas están haciendo videos para mostrar sus modelos, con óptimos resultados.
4-La moda lista para usar: el “Prêt-à-Porter”
Desde la segunda mitad del S XIX, como se mencionó más arriba, la aparición de la máquina de coser y los patrones para confeccionar las prendas de vestir en la propia casa permitieron que un gran sector de la población pudiera tener acceso a prendas de vestir “a la moda”. Más adelante, esta “democratización” de la moda (en el sentido de que dejaba de ser exclusiva de un grupo y podía llegar a todos) recibió el impulso definitivo con el nacimiento de lo que se conoce como el “Prêt-à-Porter” (Ropa lista para usar).
En 1966, ante la crisis económica por la que atravesaba el mundo de la Alta Costura, Ives Saint Laurent y el empresario Pierre Bergé concretaron una idea novedosa: vender ropa diseñada por un “grande” de la alta costura, pero más sencilla (sin plumas, bordados, o costuras rematadas a mano) y asequible: fue una idea brillante, y la inauguración de la Boutique “Rive Gauche” marcó un hito en la historia de la moda. Se amplió enormemente el radio de usuarios, al colocar en el mercado piezas de vestir de grandes diseñadores, listas para ser adquiridas y usadas, en un surtido de materiales, colores y tallas. Y, sobre todo, por un precio notoriamente inferior a los de la Alta Costura. En la elaboración de un vestido prêt-à-porter de Saint Laurent o Chanel se invierten aproximadamente 12 horas, y puede costar dos o tres mil dólares. En cambio, un traje de dos piezas de alta costura puede tener 200 horas de trabajo concentradas en él, a manos de una docena de costureras en el taller del diseñador, y puede venderse por quince mil dólares o más.
Muchos de los grandes diseñadores tienen su línea de ropa lista para usar; y hay algunos que se dedican sólo a este tipo de prendas. Los diseños de Prêt-à-Porter se presentan también en desfiles que se concentran en París, Milán y Nueva York. Las tendencias que aparecen en los modelos listos para llevar reflejan, de alguna manera, las líneas, colores y materiales presentados en los diseños originales de la Alta Costura. La influencia de este tipo de prenda es muy grande, porque llega a un número considerablemente mayor de usuarios.
A la vez de haber crecido prodigiosamente en las últimas décadas, el mundo de la moda “se ha hecho más pequeño”, al haberse internacionalizado: se puede encontrar una tienda Chanel, Saint Laurent, Armani, Gucci y muchas más en las grandes capitales y también en ciudades de dimensiones menores. Se puede ver una prenda de Valentino, Dior o Chanel, o cualquiera de los diseñadores principales, tanto en la Quinta Avenida de Nueva York como en un concierto en Viena, como en un ballet en San Petersburgo, como en el Teatro Colón de Buenos Aires, o en las calles de Milán o Santiago de Chile, en un restaurant de Hong Kong o, naturalmente, en las calles de París. El “blue jean” (pantalón de mezclilla) se ve en casi todos los puntos del globo.
5-Las “leyendas” de la moda (“fashion icons”)
Una vez creado un modelo, se tiene que dar a conocer. Para esta tarea los medios fundamentales son dos, muy relacionados entre sí: la publicidad en los medios de comunicación, y por otra parte lograr que mujeres que se presentan siempre “a la última moda” y que son consideradas como paradigmas de estilo, elegancia o “audacia” en el vestir, sean vistas usando estos modelos. Suelen estar presentes en las reuniones de la alta sociedad mundial (“jet set”), en las que se mezclan artistas de cine, cantantes, figuras de la aristocracia... Se las fotografía con los vestidos que diseñadores han creado para ellas –o que les ha facilitado para una ocasión determinada– y estas imágenes dan la vuelta al mundo en poco tiempo: revistas, prensa, televisión, videos.
Se incluyen aquí, en primer lugar, las mujeres de la nobleza o de la aristocracia, o aquellas pertenecientes a la alta sociedad, o que por diversas razones cuentan con los medios económicos necesarios para vestir extremadamente bien. Son admiradas y, en la medida de lo posible, imitadas con fervor. En el S. XIX Elisabeth de Habsburgo (Sissi) o la Emperatriz Eugenia (de Montijo) fueron indudables “leyendas” de la moda, y también la Reina Alexandra de Inglaterra; la Duquesa de Windsor marcó asimismo una época en los años 1930s. En fechas más recientes, muchos autores consideran que fue Jacqueline Kennedy quien influyó más en la moda de los años sesenta: millones de mujeres siguieron la línea de sus vestidos, su sombrero (“pillbox”), o su forma de colocarse los anteojos de sol en la cabeza. Sólo la Princesa Diana de Gales podría colocarse a la misma altura, en cuanto a “leyenda” imitada por muchedumbres de mujeres a partir de 1981.
Entran asimismo en este grupo artistas –del teatro o del cine, cantantes...– muchas veces “creadas” por el mismo aparato publicitario y propuestas como paradigmas de mujeres vestidas “a la última moda”. En la década de los 1930s, Hollywood cobró auge y puso en marcha un sistema para fabricar “estrellas”, que durante muchos años fueron las mujeres más imitadas; recordemos el sofisticado corte de pelo de Veronica Lake, el peinado de estilo “paje” de Greta Garbo en alguna de sus películas, las anchas hombreras de Katherine Hepburn, el pelo platinado de Jane Harlow, y en fechas más cercanas, las estilizadas figuras de Ingrid Bergman, Grace Kelly y Audrey Hepburn...
Una vez que en la mente del gran público estas mujeres han sido constituídas como “estrellas” de la moda, pueden tener gran influencia en la moda y crear tendencias, incluso sin darse cuenta. A nadie se le habría ocurrido, probablemente, usar un pañuelo de seda ajustado en torno a la cabeza, coronado por unos lentes oscuros, hasta que Jacqueline Kennedy se presentó así. Se cuenta también, por ejemplo, que una de las mujeres más elegantes de Estados Unidos en la década de los 1950s y 1960s, “Babe” Paley, salió un día de su casa sin tiempo de ponerse un pañuelo de seda en el cuello, y temporalmente lo anudó en torno al asa de su cartera. Quienes la vieron no perdieron tiempo en imitarla: sin darse cuenta creó una nueva moda –el pañuelo amarrado a la bolsa– que duró muchos años. La historia de la moda está llena de estos ejemplos.
6-Las revistas sobre moda
Las publicaciones del mundo de la moda ocupan un lugar relevante: tienen en sus manos el éxito o el fracaso de las creaciones de los diseñadores. Una frase de aprobación y la publicación de una fotografía, puede colaborar a consagrar a un diseñador, un color, un material, una línea. Y de la misma manera, simplemente ignorar una creación, dejar de mencionarla o incluso no ubicarla en un lugar relevante dentro de la publicación, puede significar un fracaso para el creador, y para quienes tal vez ya han hecho grandes inversiones para producirla. Su enorme importancia en el mundo de la moda radica en que son uno de los vínculos más importantes de la moda recién creada, y sus posibles usuarias.
Nacieron a finales del S, XVIII, y en la época victoriana ya estaban establecidas las más importantes. Una publicación especial es el WD (Woman’s Fashion Daily), Harper’s Bazaar, Elle y Vogue. Además, la sección de moda en periódicos y revistas de temas generales llegan a millones de lectores en todo el mundo. No es de extrañar que las grandes casas de moda les reserven asientos muy cotizados, para cada desfile de sus colecciones.
Una de las mejores maneras de captar el poder de las publicaciones sobre moda son las famosas listas – creadas por John Fairchild, director de la influyente “Women’s Daily”– de “what’s in” y “what’s out” (lo que está de moda, lo que ya está pasado de moda). Es interesante repasar números de revistas de moda, o revistas con alguna cobertura con el tema, para ver de año en año la increíble cantidad de elementos, colores, telas, etc., que han sido desechados. Y cómo se ha favorecido la introducción de otros elementos que no merecían la pena. Para la lectora de la revista esta lista crea, cuando menos, una cierta presión; pero para quienes trabajan en la industria, puede suponer grandes pérdidas. El único consuelo que les queda –aunque no sirva de casi nada– es que dentro de varios años lo que salió de la lista como completamente obsoleto y “horrible”, volverá a ponerse en el primer lugar, y será el último grito de la moda. Es, este de la moda, un negocio de grandes oportunidades, pero enormemente riesgoso.
7-Compradores de grandes almacenes
Otro grupo de gran importancia en el ensamblaje de la industria de la moda; son los que en definitiva ponen la moda “en la calle”. Muchos sistemas se han empleado para “acercar” el producto de los diseñadores a los grandes almacenes. En algunos casos, se copian secretamente los modelos para reproducirlos después; otro sistema empleado durante varias décadas fue el de comprar el modelo para desarmarlo posteriormente y copiarlo pieza por pieza, elaborar el patrón y proceder a producirlo masivamente. En algunos casos, la propia casa de moda vende el “toile” o modelo original elaborado en una tela sencilla.
En cada desfile de modas uno de los grupos de asistentes más cercanos a la pasarela es el de los compradores extranjeros. Su misión es escoger, de entre las casi 200,000 prendas que ven en las colecciones, aquellas que consideren más “vendibles”; para hacerlo, cuentan habitualmente con un presupuesto de millones de dólares. Su gran poder adquisitivo les permite negociar e incluso poner algunas condiciones a las grandes casas de moda. Pero al mismo tiempo esta disponibilidad de fondos lleva consigo una responsabilidad agobiante. No es posible estar completamente seguro que una determinada línea, color, tela, o modelo gustará y se venderá. Hay un elemento imponderable, que ni los mejores estudios de mercadeo y las previsiones de futuro que se puedan hacer son capaces de eliminar. A fin de cuentas, todo el engranaje del mundo de la moda es capaz de producir muchas cosas, de intentar entusiasmar al público con ellas. Pero no es capaz de garantizar que se venderá. Como el público es impredecible, los compradores corren el peligro de encargar mucho de algo que no gustará, o de encargar muy poco de algo que se venderá como pan caliente. En casi todas las ciudades existen varias tiendas muy similares, y la competencia se basa muchas veces en la disponibilidad: quien tenga en su salas de venta lo que los posibles usuarios desean, en el momento en que lo deseen, es el que tendrá éxito. Pocas semanas después del momento justo, ya el artículo en cuestión no generará el mismo interés, probablemente no se venda a buen ritmo, y al final deba ser rebajado o incluso significará una pérdida.
8-Otros sectores del mundo de la moda
En torno a la moda gira también un número enorme de distintos campos de trabajo, entre los que podemos encontrar:
8.1 Patronaje: Si lo que llega a manos de los encargados de fabricar las prendas es el “toile”, (el modelo original del diseñador elaborado en una tela sencilla), con base en él tienen que elaborar los patrones necesarios para producir en gran escala. El trabajo de patronaje require la adaptación del patrón original a las distintas tallas, teniendo en cuenta las diferencias entre los continentes: no son iguales las tallas norteamericanas que las europeas o asiáticas.
8.2 Maquilas: Una vez que se tienen los patrones y se adquiere el material necesario, queda la tarea de elaborar las prendas. Durante mucho tiempo, en Estados Unidos, las fábricas ubicadas en la Séptima Avenida de Manhattan hacían la mayor parte de la ropa. Por eso esa zona se conoce todavía como “Fashion District”. En las últimas décadas este proceso se ha desarticulado en fases aisladas, con el fin de poder distribuir algunas de las tareas al punto del globo donde resulte más barata la mano de obra. Así han proliferado las llamadas “maquilas” especialmente en México, Centroamérica y países de Asia; el pago por hora es risiblemente bajo, comparado con las tarifas mínimas establecidas por la ley en Estados Unidos y otros países desarrollados. No hay beneficios laborales, y las condiciones de trabajo no son óptimas. Por otra parte, quienes trabajan en las maquilas pueden ganar al día una cantidad que, de otra manera, tal vez no podrían traer a la casa.
Aparte de las consecuencias socio-económicas de estos procedimientos –muy interesantes en sí, a veces lamentables, pero que caen fuera del tema– se ha dado el fenómeno de que una prenda viaja el mundo en zig-zag antes de llegar al punto de venta. Coleridge cita un ejemplo: “El diseñador japonés Yohji Yamamoto adquiere miles de yardas de una tela de algodón oscura, de acabado tosco, con la que quiere hacer una colección de verano. Lo adquiere en Tailandia y hace que lo envíen a Tokio. Diseña y elabora algunas muestras y las reparte a distintos operarios de las áreas rurales japonesas. Una vez terminadas, las muestras se envían a París, porque Yamamoto no muestra sus colecciones en Tokio, sino en París –punto más conveniente para los compradores extranjeros. Una vez transcurridas dos semanas para permitir que los compradores coloquen sus órdenes, las muestras vuelan a la oficina de prensa de Yamamoto, en Manhattan. Una agencia de publicidad de New York decide fotografiar las prendas en las Seychelles, y allá tienen que trasladarse el fotógrafo, la modelo y la ropa. Es ciertamente una empresa de ramificaciones globales”(37) .
Junto a esta gran especialización y “fragmentación”, hay que mencionar el caso de algunas empresas –como la española Zara– que han asumido la realización de todas las tareas: desde el diseño hasta la venta, con excelentes resultados. Es necesario un gran esfuerzo de coordinación, y esta empresa lo ha conseguido ampliamente, y muchos la consideran un modelo dentro de la industria.
8.3 Agencias de modelaje: Se atribuye a Poiret haber sido el primero que tuvo la buena idea de usar modelos “vivas” para enseñar sus creaciones. Su esposa fue una excelente ayuda en este sentido. Jean Patou reclutó en una ocasión un grupo de jóvenes norteamericanas para modelar los atuendos que quería dar a conocer en Estados Unidos. El propio Poiret viajó por Europa y más tarde a Nueva York con sus modelos. La profesión de modelaje se organizó en torno a las agencias especializadas –la más famosa sin duda ha sido la de Eileen Ford, en Nueva York–. Las modelos más cotizadas –como Suzy Parker en los años 50 y 60, Twiggy y Jean Shrimpton, y las “supermodelos” actuales tienen ingresos enormes.
8.4 Fotógrafos especializados: Al artista de la fotografía Cecil Beaton se atribuyen muchas de las mejores imágenes de la moda: fue un clásico en su ramo. La fotógrafa Louise Dahle-Wolfe también contribuyó a la profesionalización de este campo profesional, con sus trabajos para las mejores revistas de moda. Actualmente en muchos centros académicos se puede cursar esta especialización.
8.5 Cosmética y perfumería: Es uno de los sectores del “mundo de la moda” que han crecido más vertiginosamente. Siempre las mujeres han tenido interés en los productos que permiten disimular las imperfecciones del rostro y destacar los rasgos más atrayentes; en tiempos pasados, como hemos visto, estos productos eran de elaboración doméstica. Una de las primeras iniciativas que tuvo éxito en este terreno fue la de las “cremas” limpiadoras que más adelante se conocieron como “cold creams”, (porque se debían mantener en refrigeración) vendidas bajo la marca Pond’s. El volumen de este sector industrial en la actualidad es considerable.
8.6 Peletería: Las pieles siempre han sido parte importante de la moda, sea como zapatos, bolsas y accesorios, o como pieles de abrigo. La peletería ha ido adquiriendo una presencia mayor en la industria de la moda, y el cuero es un elemento muy usual en las colecciones para faldas, chaquetas y pantalones, abrigos y elementos decorativos.
9-Puntos de venta: grandes almacenes, boutiques
Las grandes tiendas, una vez que han colocado las órdenes de compra, tienen que hacer su propia promoción. Como la presentación de los productos en las salas de venta es esencial, se han ido diseñando sofisticadas estrategias basadas en estudios psicológicos, para atraer a los posibles compradores delante de lo que más quiera la tienda vender. Existen además reglas muy precisas, que a veces vienen exigidas por los propios diseñadores o fabricantes de algunos productos, para colocar las áreas de venta dentro de un almacén: el número de metros cuadrados que se les dedicará, la ubicación… Marvin Traub, presidente de Bloomingdale’s por muchos años, recuerda en su libro “Como ninguna otra…” la larga negociación entre él y Estée Lauder, que insistía en contar con un punto preciso de la tienda para instalar su mostrador de productos; resultó un gran éxito. A la vez, menciona también algunos casos en los que no hubo acuerdo entre las pretensiones de un diseñador, y los intereses de la famosa tienda neoyorkina (38).
Actualmente, muchos diseñadores cuentan con sus propias boutiques o salas de venta en las grandes capitales. En unos pocos minutos de paseo por Madison Avenue, en Manhattan, se pasa frente a Carolina Herrera, Kenzo, Prada, Calvin Klein... Además de una enorme variedad de comercios pequeños dedicados a ofrecer un poco de todo.
*NOTAS
34. COLERIDGE, Nicholas : The Fashion Conspiracy. A Remarkable Journey through the Empires of Fashion, Harper & Row, Publishers Inc., Nueva York, 1989, p. 2-3.
35. LESAGE, François: “De padre a hijo”, en Label France, 23 de marzo de 1996.
36. COLERIDGE, Nicholas: The Fashion Conspiracy, p. 174
37. COLERIDGE, Nicholas: The Fashion Conspiracy, p. 174.
38. Cfr. TRAUB, Marvin: Like no other Store: The Bloomingdale’s Legend and the Revolution in American Marketing, Diane Publishing Co., Upland, CA, 1993.
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