Autor: Juan Miguel Otxotorena
Vamos viendo ya que son varios los aspectos preocupantes de la evolución reciente de la moda. Pero hay que empezar por los relativos a la afección que causa en sus destinatarios.
Destacan en este apartado, concretamente:
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En primer lugar, la trágica experiencia de la anorexia, presuntamente asociada a una obsesión enfermiza por la apariencia física y a los excesos esteticistas de la industria de la pasarela, ligados a sus rígidos dictados sobre el canon de la figura deseable;
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En segundo término, la sistemática e impía inducción al consumo, a un consumo con frecuencia compulsivo, que ejerce sobre nosotros la evolución de una industria presa de una competitividad salvaje, y de la obsesión por aumentar sus ventas que le impone su mera aspiración a mantenerse a flote;
La incansable agresividad de la oferta late sin duda tras la radical asociación de la autoestima a la imagen física, correlativa de una dependencia destructiva. La doctora Nancy Etcoff, catedrática de la Universidad de Harvard, llega a esta conclusión en su libro Survival of the Prettiest (La supervivencia de los más apuestos): “Demasiadas mujeres tienen poca autoestima debido a complejos relacionados con su aspecto físico, y así son capaces de alcanzar su pleno potencial en la vida”.
Según refleja un estudio encargado por la firma Dove, 4 de cada 10 mujeres aseguran que cuando se ven menos guapas se sienten peor en general; y “… sentirse bien en el propio físico explica al menos el 25% de la autoestima”.
No parece exagerado concluir que el dinamismo de la moda, tal como lo vivimos, lleva a la frustración. Y acaso sobrevive únicamente en tanto aún mantiene la capacidad de seducirnos por la vía del engaño, mediante el recurso a los espejismos más crueles. Lo menos que cabe decir al respecto es que su vertiginosa aceleración nos impide tener con el vestido y el cuidado de nuestro aspecto un tipo de relación presuntamente normal, equilibrada y serena.
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