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La complementariedad varón-mujer en la familia y en la sociedad
Ángela Aparisi

La diferencia entre varones y mujeres está respaldada por la Genética, la Endocrinología y la Neurología. Todas las células del hombre (contienen los cromosomas XY) son diferentes a las de la mujer (XX). La desigualdad sería de un 3%. No se trata de un porcentaje muy alto. No obstante, esa pequeña diferencia se encuentra en todas las células de nuestro cuerpo. Mujer. Eso tiene, al menos, dos consecuencias: que somos más iguales que diferentes, y que somos iguales y diferentes en todo.

Es bien conocido que la modernidad supuso, para la mujer, la exclusión de la vida política, jurídica, económica y cultural. Su discriminación en estos ámbitos tuvo consecuencias muy negativas, no sólo para su realización personal, sino también para toda la sociedad. Frente a esta situación surgió el primer feminismo -o feminismo liberal-, cuya lucha por la igualdad de derechos entre hombre y mujer llevó a cabo una aportación innegable. Sin embargo, este feminismo implicó una defensa de la mujer sobre unos presupuestos claros: la devaluación de lo que, tradicionalmente, había sido el espacio social femenino y la potenciación, de una manera dicotómica, del ámbito de lo público. En definitiva, se presuponía que, para realizarse personalmente, la mujer tenía que renegar de aquellas actividades que, tradicionalmente, habían constituido su ámbito social, sucumbiendo ante los valores modernos de la productividad y del éxito.

Varón y mujer están llamados a protagonizar un progreso equilibrado

Frente a este feminismo liberal de la igualdad, surgió un feminismo de la diferencia. Este reivindicó, adecuadamente, la importancia de los valores que tradicionalmente había defendido la mujer. No obstante, tuvo el desacierto de hacerlo desde una posición de exaltación unilateral de lo femenino. Como ha señalado Ballesteros, este feminismo considera al varón como un ser irredento, condenado a guiarse exclusivamente por criterios de poder y violencia. Comete, por ello, un grave error: el de atribuir al género masculino, como si fueran su "esencia" o naturaleza, los caracteres y modos de construir la realidad que a éste le había asignado la modernidad.

El tercer feminismo, o feminismo de la complementariedad, pretende conservar y ahondar en la defensa de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, propia del primer feminismo. No obstante, rompe con planteamientos antagónicos y dicotómicos. Por un lado, destaca que la defensa de tal igualdad no debe implicar, necesariamente, un igualitarismo. Busca, asimismo, hacer compatibles igualdad y diferencia, sin que ninguna de estas categorías lesione a la otra. Se trata, en consecuencia, de evitar caer en los errores, tanto del subordinacionismo, como del igualitarismo. Ambos son excesos en los que han incidido quienes han desequilibrado la balanza a favor de la diferencia o, por el contrario, de la igualdad.

Presupuestos y consecuencias del feminismo de la complementariedad

Para el feminismo de la complementariedad la categoría de la igualdad entre varón y mujer es un presupuesto incuestionable. Es más, tal igualdad es condición imprescindible para la propia complementariedad. De hecho, estudios psicológicos han demostrado que las semejanzas entre los sexos son muy superiores a las diferencias en cualquier tipo de variable. Ambos, varón y mujer, participan de una misma naturaleza, y tienen una misión conjunta: la familia, la cultura y en definitiva, la sociedad.

Pero, una vez establecida convenientemente la igualdad, el feminismo de la complementariedad debe dar un paso adelante: tiene que dilucidar dónde se encuentra la diferencia y saber insertarla en la igualdad, de modo que ninguna categoría lesione o le reste su lugar a la otra. Se trataría de encontrar lo que Janne Haaland Matláry denomina el "eslabón perdido" del feminismo, es decir "una antropología capaz de explicar en qué y por qué las mujeres son diferentes a los hombres". Al determinar en qué consiste la diferencia, tendrá que precisar qué tiene de cultural y qué de permanente en la condición sexuada, explicando cómo se armonizan igualdad y diversidad.

Ya se ha señalado que cualquier diferencia entre hombres y mujeres presupone, necesariamente, la igualdad. Tanto el varón como la mujer, están llamados a ser protagonistas de un progreso equilibrado y justo, que promueva la armonía y la felicidad. En este sentido, podemos referirnos a dos elementos estructurales comunes a ambos: su dignidad intrínseca y su carácter interdependiente.

El principio de la dignidad implica que todo ser humano, varón o mujer, posee una excelencia o eminencia ontológica, una superioridad en el ser frente al resto de lo creado. Podríamos afirmar que ambos nos situamos en otro orden del ser. Es un principio ontológico, ya que se trata, como se ha indicado, de una dimensión intrínseca a todo ser humano. O dicho de otra manera, designa la clase de seres vivientes que somos, tanto varones como mujeres, determinando nuestro estar en el mundo. La dignidad es también un principio moral y jurídico, en la medida en que debe orientar decisivamente las acciones humanas.

La experiencia humana -tanto de varones como de mujeres- es de relación con los demás

El segundo elemento estructural, que sustenta la igualdad, radica en que varón y mujer somos seres relacionales e interdependientes. La persona se construye en y a través de la relación intersubjetiva. La experiencia humana -tanto de varones como de mujeres- es, así, una experiencia de relación con los demás. En realidad, el ser humano es un ser con los demás. La persona es, por constitución, máxima comunicación. Ello no significa, como indica Castilla, que su carácter de persona derive o dependa de la interrelación (reduciendo, en definitiva, la persona a relación). Tampoco presupone que la sociabilidad sea el resultado de una convención humana posterior, dependiente de un contexto histórico o cultural.

Ciertamente, este rasgo constitutivo se manifiesta, posteriormente, en sus actos, pero la estructura relacional está enclavada en el ser de la persona. Por ello, para Polo el ser personal es incompatible con el monismo: "Una persona única -afirma- sería una desgracia absoluta", porque la persona es capaz de darse y el don requiere un destinatario" Este ser-acompañado que es toda persona se describe, desde Heidegger, con el término ser-con. El hombre no sólo es ser, sino ser-con. O, siguiendo a Polo, coexistencia.

Algunas reflexiones sobre la diferencia

Partiendo de la igualdad ontológica entre varón y mujer, el problema está ahora en dilucidar el estatuto de la diferencia, ensamblándolo con la igualdad. Considero que la distinción o diferencia entre varón y mujer afecta a la identidad más profunda de la persona. En contraposición al pensamiento dualista, se parte de la unidad radical entre cuerpo y espíritu, entre dimensión corporal y racional. De ahí que la singularidad personal deba acoger, como un elemento fundamental, el cuerpo, el sexo, en definitiva, ser varón o mujer. La función del sexo, que en cierto sentido es "constitutivo de la persona" (no sólo "atributo de la persona"), demuestra lo profundamente que el hombre, con toda su soledad espiritual, con la unicidad e irrepetibilidad propia de la persona, está constituido por el cuerpo como "él" o "ella".

La diferencia sexual humana sería, entonces, una distinción en el mismo interior del ser. Y teniendo en cuenta que el ser humano es personal, sería una diferencia en el seno mismo de la persona. De este modo, como señala Castilla, existirían dos modalidades o posibles "cristalizaciones" del ser personal: la persona masculina y la persona femenina.

La diferencia entre varones y mujeres está actualmente respaldada por las ciencias biomédicas; en concreto, por la Genética, la Endocrinología y la Neurología. Sabemos que, desde un punto de vista genético, todas las células del hombre (que contienen los cromosomas XY) son diferentes a las de la mujer (cuyo equivalente es XX). Se calcula que la desigualdad sería de un 3%. No se trata de un porcentaje muy alto. No obstante, hay que tener en cuenta que esa pequeña diferencia se encuentra en todas las células de nuestro cuerpo. En realidad, hasta su última célula, el cuerpo del varón es masculino y el de la mujer, femenino. Eso tiene, al menos, dos consecuencias: que somos más iguales que diferentes, y que somos iguales y diferentes en todo.

Las diferencias no permiten dividir el mundo en dos planos

El desarrollo adecuado del cromosoma "Y" determinará, a su vez, diferencias endocrinológicas, que se sumarán a la diferenciación genérica. La acción de las hormonas es muy importante en el posterior crecimiento intra y extrauterino del ser humano. Estas determinan el desarrollo sexuado, e influyen en el sistema nervioso central. En consecuencia, también configuran de modo diferencial el cerebro. Así, para Zuanazzi, "la sexualización involucra a todo el organismo, de modo que el dimorfismo coimplica, de manera más o menos evidente, a todos los órganos y funciones. En particular, este proceso afecta al sistema nervioso central, determinando diferencias estructurales y funcionales entre el cerebro masculino y femenino". De este modo, para este autor, ambos cerebros serían dos "fundamentales variantes biológicas del cerebro humano".

Ciertamente, estamos ante un campo de investigación aún abierto, en el que no cabe hacer afirmaciones definitivas. No obstante, diversos estudios psicométricos han demostrado la existencia de una variedad de diferencias, estadísticamente significativas, respecto a habilidades cognitivas entre hombres y mujeres. Así, por ejemplo, Kimura estudió las diferencias entre el cerebro de! varón y el de la mujer en el modo de resolver problemas intelectuales. Llegó a la conclusión de que, en general, poseen modelos diversos de capacidad, aunque no de nivel global de inteligencia. De este modo, se podría afirmar que existe heterogeneidad entre los sexos en cuanto a la organización cerebral para ciertas habilidades. Pero tal diferencia no implica una mayor o menor inteligencia entre ellos, sino una capacidad complementaria de observar y abordar la realidad.

Las virtudes pertenecen a la naturaleza humana, que es la misma para los dos sexos

Dicho esto, conviene tener en cuenta que las diferencias referidas no nos permiten, como en ocasiones se ha pretendido, dividir el mundo en dos planos, el masculino y el femenino, entendiéndolos como dos esferas perfectamente delimitadas. Siguiendo a Palazzani, la generalización de conductas consideradas, por ejemplo, típicamente femeninas implicaría "el riesgo de estereotipar la imagen de la mujer, puesto que se estaría haciendo caso omiso de las diferencias existentes entre las mismas mujeres, además de entre hombres y mujeres, y acabaríamos idealizando y elevando a la mujer a la condición de ser superior, capaz de saber cómo actuar en cada situación (sería algo así como pasar del paternalismo al maternalismo)".

Tampoco es admisible referirse a "valores" exclusivamente masculinos o femeninos. Por ello, no se puede hacer una distribución de virtudes y cualidades propias de cada sexo, afirmando, por ejemplo, que a la mujer le corresponde la ternura y al varón la fortaleza. Como indica Blanca Castilla, las cualidades, las virtudes, son individuales, personales. Tener buen o mal oído, buen

Puede resultar ilustrativo mencionar aquí a Jung, quien descubrió que cada sexo era complementario dentro de sí mismo. Este autor advirtió que los sexos, no son sólo complementarios entre ellos, sino también en el interior de cada uno. Afirmaba que cada varón tiene su "anima" -o su parte femenina-. Como contrapartida, cada mujer posee también su "animus" -o parte masculina-. Podrían interpretarse, en este sentido, los comentarios que hizo Ortega y Gasset sobre el cuadro de La Gioconda. En su opinión, Leonardo Da Vinci no pintó en él el retrato de una mujer, sino la parte femenina de su alma.

En resumen, es cierto que hombres y mujeres presentan, en general, modos complementarios de percibir y construir la realidad. Se podría afirmar así que los valores, cualidades y virtudes se concretan de manera diferente en hombres y mujeres. Por decirlo de algún modo, en general, es distinta la fortaleza femenina que la masculina. Pero, al mismo tiempo, cada una necesita o se complementa con la otra.

La construcción de una cultura de la corresponsabilidad, tanto en el ámbito público como en el privado, debe asentarse, en primer lugar, en la superación de la trampa antropológica que supone la exaltación de los criterios considerados "masculinos" en la sociedad. En segundo lugar, se debe desenmascarar el error en el que han caído ciertos feminismos: la consideración del varón como un ser irredento, violento y deshumanizado por "naturaleza". Los denominados "modos de hacer masculinos" (como, por ejemplo, el individualismo, la utilización irresponsable de la sexualidad o la poca dedicación a la familia) son, en cierto grado, los atributos y actitudes que la modernidad asignó al varón, y que éste ha asimilado, en gran medida, de una manera acrítica.

De esto se deduce una consecuencia fundamental: el grave error añadido que supone la "masculinización" de las mujeres. Tal actitud, que en realidad implica asumir los defectos que la modernidad asignó a los hombres, no hace sino dar un paso adelante en la deshumanización de la sociedad. Pero, junto a esta equivocación, hay que evitar también caer en el fenómeno inverso, la "feminización" de los varones. Se trata, en ambos casos, de dinámicas consistentes en incorporar los errores del otro sexo. Frente a ello, se propone, por el contrario, asimilar los "modos de hacer" positivos, lo que de virtuoso y humano aporta cada sexo en su modo de afrontar y de enfrentarse a la realidad.

En conclusión, la complementariedad implica la inadecuación de imponer un concreto modelo, ya sea masculino o femenino, de actuación. Varones y mujeres tenemos un modo distinto de construir la sociedad. De lo que se trata, como indica Castilla, "es de que cada sexo no imite, sino que aprenda del otro, encarnando, las virtudes, en definitiva, lo que éste tiene de positivo". Cada persona, ya sea masculina o femenina, debe "abrirse" a la contemplación del bien en los demás y desarrollarlo en su propia existencia. Para ello, puede tomarse como referente la actitud más genuinamente humana: la capacidad de servicio a los otros.

Nuestro Tiempo  # 627 
Año: 2006 


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