Firmado por: Gerard van den Aardweg
La homosexualidad puede superarse con terapia oportuna. La idea de que el homosexual no puede cambiar responde a un error. Una de las razones de la actitud fatalista es el escaso número de personas que trabajan en la investigación y tratamiento de la homosexualidad.
El gran público mira la homosexualidad a la luz de infundados prejuicios e ideas superadas. Por desgracia, algunos profesionales no han quedado inmunes a esos errores. Las causas de esta ignorancia son variadas, y la menor de ellas no es el escaso número de personas que trabajan con competencia profesional en la investigación y tratamiento de la homosexualidad.
De esta ignorancia casi generalizada se aprovecha la estrategia de emancipación de los homosexuales militantes, que pretenden inculcar en la sociedad algunos dogmas de cierto cariz: “la homosexualidad es una variante normal de la sexualidad humana”; “el único problema es la discriminación social”; “el homosexual nace, no se hace”; “el homosexual no puede cambiar, y mucho menos curarse”. Esta última afirmación expresa la actitud fatalista que está hoy día enormemente difundida.
Una personalidad bloqueada
Aunque en el siglo pasado se hicieron ya algunas tentativas para aclarar el origen psíquico de la homosexualidad, fue la corriente de pensamiento en torno al psicoanálisis freudiano quien aportó los primeros progresos consistentes. Progresos debidos no a las formulaciones originales de las teorías freudianas, que hoy día resultan insostenibles, sino a la enunciación de algunos conceptos fundamentales que han tenido gran eficacia orientadora. Concretamente, la convicción de que las causas han de localizarse en los años de la juventud, el papel importante que juega en este proceso la relación con los padres, y también la comprobación de que en el homosexual, como en general en otros pacientes afectados de disfunciones sexuales, en la mayor parte de los casos subyace una personalidad bloqueada, fijada en una forma de vida sexual inmadura e infantil.
Quienes dieron el siguiente paso adelante - cada uno a su modo- fueron los discípulos de Freud, Stekel y Adler. Wilhelm Stekel (1) describió la homosexualidad como un “infantilismo psíquico afín a la psiconeurosis, susceptible de una mejora considerable y a veces incluso de curación”. Alfred Adler (2) fue el primero que puso la homosexualidad en relación n un complejo de inferioridad frente al propio sexo, que por consiguiente, en el hombre se manifiesta como complejo de falta de virilidad.
Las investigaciones, anámnesis (3) y tests psicológicos desarrollados en los últimos decenios han confirmado las ideas de Adler. Aunque las preferencias de los estudiosos difieren en la mayor o menor importancia que se concede a éste o a aquel factor genético y psicodinámico, existe un acuerdo en concebir la homosexualidad como una reacción ante la dificultad de identificarse con el propio sexo, un “problema de identidad sexual”
De las observaciones de Adler proceden algunas indicaciones terapéuticas que se han desarrollado mucho más tarde, como por ejemplo (en el caso de un hombre), la de estimular una confianza viril en sí mismo y la de luchar contra la tendencia de huir de los comportamientos, actividades e intereses propios del mundo masculino.
Deseos insatisfechos
Las investigaciones empíricas de Bieber y otros especialistas (4) han contribuido a corregir algunas ideas de matriz psicoanalista en relación con el origen y la estructura de la homosexualidad. Se ha puesto de relieve la importancia que tiene, para que un hijo se identifique positivamente con su rol sexual, el hecho de que tenga estima por el progenitor del mismo sexo. Traducido en términos de terapia de la homosexualidad, quiere decir que se debe promover una actitud madura de aceptación en relación con este progenitor (5), y también a corregir la frecuente actitud infantil ante el progenitor del otro sexo.
Bieber ha puesto también en evidencia que el adulto homosexual es una persona que no ha vivido sus años de juventud bien inmerso en la vida grupal de los jóvenes del mismo sexo. Es el caso del muchacho que siente que las actividades de los varones de su edad no le van, o de la chica que se siente en una posición de inferioridad en el ambiente de sus coetáneas. Estas experiencias juveniles llevan al niño o al joven a dramatizar la propia situación y a mendigar el afecto de aquellas personas del mismo sexo por las cuales no se siente aceptado o de cuya compañía se siente excluido.
Las fantasías homosexuales tienen su origen con frecuencia en esta necesidad -erotizada- de atención, y de hecho así cristalizan en la vida del interesado. El psiquiatra holandés Arndt (6) resume este conjunto de ideas en una fórmula: “dentro del homosexual vive un pobre niño que se consume con deseos insatisfechos”.
Experiencias terapéuticas
Es importante precisar ahora que cuando hablamos de terapia de la homosexualidad, no debemos pensar sólo en un cambio de la afectividad sexual en cuanto tal. Una auténtica terapia debe ir mucho más al fondo, porque la afectividad desviada no es sino uno de los elementos de un fenómeno mucho más amplio, de una personalidad que también en otros muchos aspectos se ha quedado sin madurar. Por tanto, la terapia debe orientarse a enseñar al paciente a reconocer y combatir toda una gama consuelos y compensaciones, de afectaciones infantiles, y sobre todo una actitud pueril de autocompasión y un impulso a ver la propia vida en clave de tragedia y sufrimiento.
En efecto, en la esfera emotiva maduramos y nos hacemos adultos cuando crece la confianza en nosotros mismos, como hombres o mujeres, que es típica del adulto, y nos sentimos íntimamente como pez en el agua en nuestro papel de hombre (por ejemplo, asumiendo responsabilidades como padres). Sólo quien se siente hombre, y es feliz de serlo, estará en condiciones de sentir conscientemente atracción por el otro sexo; y lo mismo se puede señalar para la mujer.
Por tanto, una terapia no se puede decir que ha tenido un éxito total si el único resultado ha sido reducir y hacer desaparecer las emociones homosexuales, pero no se ha llegado a formar en el paciente una personalidad más equilibrada en su conjunto, menos neurótica, más adulta y menos egocéntrica.
Conviene precisar que los instintos heterosexuales existen también en el homosexual, pero son bloqueados por su complejo de inferioridad homosexual. La mayor parte de los pacientes que lo desean verdaderamente y se esfuerzan con perseverancia, mejoran en uno o dos años, y poco a poco disminuyen o desaparecen sus obsesiones homosexuales, aumentan la alegría de vivir y la sensación general de bienestar, y su egocentrismo se atenúa. Algunos, que por el momento constituyen una minoría de los que se someten a tratamiento, acaban por convertirse totalmente en heterosexuales; otros padecen episódicas atracciones homosexuales, que son cada vez más esporádicas conforme toma fuerza en ellos una afectividad heterosexual. Existen ya casos de personas que se han enamorado, se han casado y han formado una familia. En mis estudios publicados en 1986 y en 1992 pueden hallarse algunos datos estadísticos de los resultados de la terapia (7).
Más allá de la compasión
Siempre cito con gusto un caso que resulta especialmente significativo por ser contado por un oponente, es decir un psiquiatra holandés que milita en el movimiento de emancipación homosexual. Se trata de la curación radical de una mujer que era lesbiana. Su mejoría comenzó el día que con una claridad fulgurante, entendió cuanta verdad había en las palabras que un sacerdote católico, dotado de un buen sentido psicológico, le había dicho: “¡Es que sigues siendo una niña!”. El proceso de cambio, la lucha, duró algunos años, pero después pudo testimoniar que su homosexualidad había desaparecido: “como una pierna amputada, que no vuelve jamás”.
Hechos semejantes son también un ejemplo de lo equivocada que es la actitud de no pocos eclesiásticos que se dedican a la atención pastoral y que, con toda su buena fe, pero víctimas probablemente de la escasa difusión de que gozan las experiencias terapéuticas mencionadas, consideran que la mejor manera de ayudar a personas con tendencias homosexuales es enseñarles a resignarse y aceptar el sacrificio que comporta su situación, en lugar de animarlas a luchar con paciencia y perseverancia para salir de ella.
Además de ignorancia, esta actitud demuestra una gran ingenuidad, ya que es dificilísimo – por no decir imposible- convivir con las propias tendencias homosexuales sin dejarse arrastrar por ellas. Su fuerza compulsiva tiene origen en un foco de infección profundo: mientras siga existiendo, la vida del homosexual será una historia de amarguras e infelicidad.
Por tal razón, el camino de la liberación, para el homosexual, no pasa por la compasión y mucho menos por el reconocimiento de la «normalidad» de las relaciones homosexuales propugnado por algunos poderosos movimientos en el mundo occidental. El egocentrismo y el infantilismo que afligen al homosexual en una continua ansia de “recibir” atención y afecto hacen que le sea imposible “darse” en una amistad verdadera.
El camino de la liberación
No hay que dejarse engañar por las conclusiones fatalistas de incurabilidad ni siquiera en presencia de casos en los que las tendencias homosexuales alcanzan una fuerza obsesiva e irresistible; o estamos en presencia de una neurosis muy grave o de una cuasi-psicosis. Debemos admitir que, por el momento, el máximo resultado que puede esperarse del tratamiento de esas personas es la abstención de relaciones sexuales, y una cierta estabilidad de comportamiento; pero se aplica aquí lo mismo que a las distintas fobias y neurosis obsesivo-compulsivas: unas son más fáciles de vencer que otras. Por consiguiente, la terapia tiene en algunos casos más éxito que en otros.
Esto no tiene nada de extraño: la medicina se ocupa también de otras enfermedades, como el asma y artritis reumática, que por el momento no siempre se pueden curar. Pero ningún médico serio concluiría que no tiene sentido someter a esos pacientes aun tratamiento, o estudiar nuevas terapias.
Incluso para los homosexuales más graves, no hay otro camino de liberación que la lucha por corregir sus propias tendencias desviadas. La rendición a esta neurosis sexual, la búsqueda de contactos y de relaciones, inestables y frustrantes por su propia naturaleza, desemboca a la larga en una espiral de profunda insatisfacción, en una vida miserable de infelicidad, disfrazada por una ruidosa alegría aparente, que lleva a la destrucción psíquica ya la desesperación.
Sin fatalismos
Frente a esto, merecen ser recordadas dos categorías de personas que hoy se esfuerzan con particular energía en el tratamiento de la homosexualidad. La primera está formada por un discreto número de psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas que podrían calificarse como psicoterapeutas de orientación psicodinámica. Integran la segunda algunos grupos cristianos, la mayoría protestantes.
Se trata de un proceso que conviene observar con interés y satisfacción, porque la práctica terapéutica enseña que un paciente animado por una motivación religiosa, y que crece en sus virtudes humanas y teologales, progresa más velozmente. Pero también es cierto que, en el plano puramente humano, para que el paciente mejore necesita tener cierto conocimiento psicológico del origen, estructura y dinámica del problema, un conocimiento de su propio carácter y en particular de aquellos aspectos de la personalidad que adolecen de un desarrollo completo.
ISTMO N° 255 |