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Javier Mahillo Monte, filósofo y escritor pamplonés

Javier Mahíllo concedió esta entrevista tres semanas antes de su fallecimiento el pasado 2 de diciembre a causa de un cáncer. Su experiencia con la enfermedad la dejó plasmada en un libro.

Pedro Gómez. Diario de Navarra, Domingo 16 de diciembre de 2001

Una sorpresa recibida con tranquilidad En agosto de 1996, Javier Mahíllo Monte no podía imaginarse que el intenso dolor que le recorría la pierna derecha y que fue diagnosticado como una ciática era en realidad un tumor, más en concreto un adenocarcinoma incrustado en el coxis.

«Qué cosas», pensó éste filósofo nacido en Pamplona, cuando en 13 de marzo de 1998, tras someterse a una resonancia, una gammagrafía y una biopsia le confirmaron el verdadero diagnóstico.

Entonces le aseguraron que tenía un 50% de posibilidades de curación con sesiones de quimioterapia y radioterapia.

Mientras moría escribió su último libro, «Vivir con cáncer» El pasado 2 de diciembre agotaba ese 50% de opciones positivas y falleció en Mallorca, donde vivía desde hace doce años, cerca de su mujer, Pilar Sánchez, y sus cuatro hijos, Raquel, Alvaro, Leyre y Carlitos, de 14, 12, 11 y 9 años, respectivamente. A éstos ha dedicado su libro «Vivir con cáncer», un diario que empezó a escribir en el hospital sobre el proceso de su enfermedad, sus buenos y malos ratos, recaídas y mejorías y lo que se le pasaba por la cabeza al ver tan cerca la muerte.

Tres semanas antes de su muerte, Javier Mahíllo concedió esta entrevista. Acababa de superar una recaída que le mantuvo en cama durante varios días. El pasado mes de mayo los médicos le habían dado unos seis meses de vida. El pronóstico se ha cumplido con bastante exactitud.

Su sentencia de muerte no frenó su actividad
En un Instituto

Después de pasar un año ingresado en el hospital –de febrero de 1998 a maro de 1999– y de someterse por todo tipo de pruebas médicas y tratamientos, el tumor se redujo y pudo volver a casa. Aunque no podía reincorporarse a su cátedra de profesor de filosofía de un instituto de Mallorca, los médicos sí le permitieron ciertas actividades. A partir de entonces se dedicó a dar conferencias, participar en programas televisivos como “Crónicas marcianas” (Tele 5), “Al cabo de la calle” (ETB) y “Saber vivir” (TVE) y a escribir libros. Hasta entonces ya había publicado varios, como “¿Sabes estudiar?” y “Mis pequeños monstruos", en la que relata su experiencia como padre de cuatro hijos.

Cuando se ve que la muerte se acerca es diferente —En “Mis pequeños monstruos” escribía hace unos años:“Sólo cuando nos rompemos una pierna nos damos cuenta de su valor...” Cuando, hace tres años, le diagnosticaron el cáncer, ¿qué cosas empezó a valorar más?

—Es bien sabido que descubrimos el valor de las cosas justo cuando vemos que estamos a punto de perderlas. En octubre hice una gira por Estados Unidos y México, donde impartí conferencias sobre la muerte y el más allá a estudiantes y profesores. Pues bien, se nota muchísimo cuando el que te está escuchando ya ha vivido gran parte de su vida y le empieza a ver las orejas al lobo y cuando no es más que un pipiolo de trece años que aunque sabe que un día morirá, lo ve tan, tan lejano, que apenas le preocupa. Siempre he sabido con la cabeza que un día moriría, pero sólo ahora sé con el corazón que soy un ser mortal. Que lo único que podemos llevarnos es lo que somos, no lo que tenemos. No merece la pena vivir apegado a nada.

Nos conviene un poco de paciencia —Usted está preparado para morir. ¿Su mujer y sus hijos también están preparados?

—Nunca estamos preparados del todo para morir, ni yo ni nadie. Pero ya tengo las maletas hechas, estoy dispuesto a emprender este maravilloso viaje. Mi mujer y mis hijos también saben lo que me está pasando.

Siempre hacia arriba
Para los hijos

—Su libro «Vivir con cáncer» está dirigido a sus hijos. ¿Lo han leído o al menos saben de su existencia?

—Todavía no. No hay ninguna prisa. Ya tendrán tiempo de leer mis memorias cuando tengan 18 años. Entonces podrán enterarse pormenorizadamente de qué pasó. Mientras tanto, el libro está haciendo mucho bien a personas que padecen cáncer como yo y piensan que su vida ya no tienen sentido. Han tirado la toalla y ya no luchan ni disfrutan de la vida. Mientras me queden fuerzas no me cansaré de repetir dos cosas.

—¿Cuáles?

—Primero, que la vida hay que vivirla hasta el último día con intensidad, con alegría, dando todo el amor que podamos y dejándonos amar por los demás, aunque a veces nos salga todo al revés. Segundo, que después de esta vida viene la otra, que es la más interesante. Y es bueno pensar en ella de vez en cuando para animarse a seguir caminando y subiendo las cuestas arriba que hay en ésta.

Sacar el máximo partido

—¿Cuándo fue la última vez que los dolores se le hacían insoportables?

—Hace unos meses lo pasé muy mal, y creí que la última etapa de mi vida consistiría en aguantar mecha metido en la cama, drogado con morfina que me quitaría el dolor pero también la cabeza. Pero en mayo, los médicos me pusieron unos parches derivados del opio que me han devuelto nuevamente a la vida activa. Así que, ahora la cosa va por temporadas, unos días muy bien y otros no tanto. Mientras vamos probando nuevas quimioterapias experimentales a ver qué pasa, sólo pienso en cómo puedo emplear cada hora para disfrutar de la vida a tope y ayudar a los demás a hacer lo mismo, gritando a los cuatro vientos que la vida siempre tiene sentido y que no hay que echarse al surco por tener una enfermedad incurable, sino todo lo contrario: aprovechar cada día para sacarle todo su jugo, con la convicción de que ninguno de nuestros esfuerzos quedará sin recompensa.

La muerte un segundo parto

Una oportunidad


—Dice que la muerte va a ser el momento más emocionante de su vida. ¿Por qué?

—Precisamente porque será el momento en que empezaré a vivir la verdadera vida con todas mis posibilidades a tope. Siempre me ha resultado sorprendente que en los funerales se diga: descanse en paz, porque, al menos yo. Bastante he descansado en esta tierra, que me he pasado al menos un tercio de la vida durmiendo. La muerte no es más que la puerta a través de la cual saldré de esta existencia para adentrarme en otra muchísimo más emocionante y rica. Es como un segundo parto: en el primero pasé de vivir unos meses en el vientre de mi madre a vivir unos años de un modo mucho más autónomo y emocionante.

Es preferible ser consciente del propio morir

—¿Prefiere morir de cáncer o preferiría haber muerto en el atentado de las Torres Gemelas, así de golpe?

—Es más fácil morir de un golpe, sin enterarte, pero prefiero mil veces saborear mi muerte tanto como he saboreado mi vida. A fin de cuentas es mía –se ríe–. Es una oportunidad ver llegar la muerte para poder prepararme mejor para este tránsito tan importante en mi existencia. Además es una oportunidad para poder contárselo a los demás y así, animarles a ver las cosas más claras: menos vieja de la guadaña que viene a cortarnos el cuello y todas esas mandangas.

Oportunidades para la construcción personal

—¿Y los sufrimientos?

—El sufrimiento y las contrariedades son oportunidades para decidir libremente quiénes somos y qué queremos llegar a ser, lo mismo que las cosas maravillosas que nos pasan. Ante una desgracia que nos sale al camino, podemos actuar de distintas maneras: asumirla con dignidad o tomárnosla a la tremenda, revelarnos y cagarnos en tó lo que se menea. Lo mismo cuando nos sucede algo realmente bueno, también podemos reaccionar mal. A base de cosas agradables y desagradables que nos van sucediendo, nos vamos moldeando como seres humanos positivos o negativos, cultivando y desarrollando valores humanos o volviéndonos cada día menos solidarios, más egoístas, menos humanos y más animales. Es el resultado de nuestras decisiones.

Filosóficamente convencido

—Como filósofo, estoy convencido de que cuando muera no me disolveré en la nada, porque si fuera así la humanidad entera no tendría ningún sentido.

—¿Por qué?

—Me parece muchísimo más lógico y natural creer que nuestra vida en el planeta tierra es tan sólo la primera parte de la existencia humana, una especie de campo de pruebas en el que cada cual puede decidir libremente cómo quiere vivir: amando a los demás, sin control ni medida, o amándose a sí mismo hasta llegar al desprecio y la manipulación de los demás. Yo he optado por el primer camino, porque creo que compensa desde todos los puntos de vista. Eso me da una confianza ciega en que esta vida merece la pena vivirla hasta el último día con optimismo y generosidad, porque de ello depende la siguiente.

La importancia de no quedarse quieto

COMPRENDER LOS DOLORES

Javier Mahillo publicó recientemente dos libros sobre filosofía, «Filos, un comando camino de Santiago» y «Estrategias de ganador». La muerte le llegó cuando preparaba otros cinco libros sobre el sufrimiento humano y valores humanos. Este filósofo pamplonés ya tenía asumido que quizás no llegara a terminarlos. «Sí no me da tiempo, pues ¡qué se le va a hacer! Lo importante es no quedarse quieto viéndolas venir, que la vida hay que vivirla, no ver cómo se nos escapa tontamente como el agua entre los dedos», comentaba a principios de noviembre.

Por la teoría y por la práctica

—Usted hizo la tesis doctoral sobre el sentido del sufrimiento humano según Santo Tomás de Aquino. ¿Con quién ha aprendido más, con Santo Tomás o con el cáncer?

—Estudiando y leyendo mucho, aprendí, en teoría, cuál es el sentido del sufrimiento humano, que a efectos prácticos se ha convertido en una oportunidad para crecer en valores humanos. Pero a vivir el sufrimiento con dignidad no te enseñan los libros, te enseña la vida, el pequeño disgusto de cada día, los contratiempos inesperados, etc. Hace dieciocho años defendí mi tesis doctoral, ahora la estoy viviendo en mis propios huesos. Pues bien, sigo convencido de que el dolor y los padecimientos de todos los tipos son de dos clases: los llevaderos y los absolutamente insoportables.

Una chulería fuera de lugar

—Y ante los dolores insoportables, ¿qué hay que hacer?

—Hay que pedir socorro y no ponerse chulo porque existen sustancias médicas que nos pueden aliviar y devolver la calidad de vida necesaria para seguir viviendo y dejando vivir a los que nos rodean. En cambio, los dolores llevaderos, esos que nos amargan la existencia todos los días, son una buena oportunidad para crecer en valores humanos: humildad, constancia, valentía, solidaridad... Y creo que merece la pena aprender, y enseñar a nuestros jóvenes, la manera de convertirlos en aliados de nuestro crecimiento humano y espiritual, y no en enemigos absurdos y sin sentido.