No hay duda de que una empresa no es una familia. Pero el afecto a la compañía en la que uno trabaja es ese valor intangible casi olvidado en tiempos de deslocalización, reducción de plantillas, constantes cambios de empresa y venta propia al mejor postor. En “El afecto a la empresa”, Enrique de Sendagorta diagnostica con acierto algunos de los males de esa desafección general y señala las posibles soluciones. El texto no tiene que ver nada con modas o tendencias de “management” emocional, o por lo menos, no en el sentido en que habitualmente se alude a él. Eso sí, puede calificarse de inteligencia empresarial y, por lo tanto, emocional. El autor, ingeniero naval, empresario, fundador de la empresa de ingeniería Sener y presidente del Instituto de Empresa y Humanismo de la Universidad de Navarra, habla con cariño, fundamento, de modo cercano y ameno y, sobre todo, con un tono hoy casi olvidado entre quienes dirigen las empresas. El libro es un conjunto de cinco textos del autor desde 1989 hasta hoy. Sin embargo, se percibe un claro hilo conductor que va desde las raíces éticas del liderazgo del empresario a la necesidad del afecto a la empresa. Volver a los orígenes, es decir, ver a la empresa como una comunidad de personas es uno de los puntos de inflexión del libro. Porque sólo si sabemos para quiénes y con quiénes trabajamos –personas– podremos superar economicismos de corto alcance. No basta con las buenas intenciones de considerar “intereses de unos y otros”, como proponen con renovado “interés” (nunca mejor dicho) ciertas teorías neocontractualistas en línea con algunas de las argumentaciones de la responsabilidad corporativa. No, hace falta más. En la misma línea el autor recupera ese líder servidor de Greenleaf, revisa los fines de la empresa, la conciencia de Goodpaster para que las organizaciones o empresas tengan conciencia, la idea de bien común, etc. Se atreve a decir Sendagorta que el afecto es condición necesaria para legitimar el mando en las empresas: todo una declaración de principios que supera por cualquier flanco las teorías al uso. Este afecto no es “falsa bondad (…), va parejo a la justicia y a la prudencia que son las virtudes que sustentan el buen gobierno en las empresa”. Más aún, el problema más grave y más difícil, cuyo enfoque desde la empresa necesita liderazgo, es el del empleo, señala el autor. Parte de esa desatención general a las personas radica precisamente en que el valor social del trabajo se expresa hoy casi exclusivamente por su valor financiero, cuando es fundamental que se considere en un sentido completo. Aurora Pimentel
|