  
                                    En la definición de altruismo de  Comte sólo hay dos posiciones extremas: o egoísmo o altruismo. En la definición  de egoísmo de Platón hay un inmenso espacio. La mayoría de las actividades a  través de las cuales cada hombre se realiza no son ni altruistas ni egoístas.  Estas coincidencias y diferencias entre las dos definiciones han dado lugar a variadas  interpretaciones. Como método de investigación del altruismo se ha usado la comparación  con la definición de egoísmo. Platón es el puente, la referencia para aclarar aspectos  ambiguos de la definición de Comte. El altruismo no reemplaza a la justicia, la  perfecciona. La sociedad libre se toma como el mejor modelo social. En tanto  que hay libertad, también hay egoísmo, como demuestra un hecho de la vida  social: la justicia no es suficiente para neutralizar las injusticias  provocadas por el egoísmo. La prudencia social ha de promover el altruismo. La  justicia es el punto de referencia para construir una sociedad más altruista. 
                                    Palabras clave: Altruismo  según Comte, Egoísmo según Platón, Interés personal no egoísta, Justicia y  altruismo, Promover el altruismo. 
                                    * Pablo Otegui es Director de  Ventas en China de la empresa uruguaya Chargeurs (oteguicn@yahoo.com). 
                                    I.  Conceptos correlativos 
                                    Existen pocas palabras de las cuales  podemos llegar a identificar quién fue su autor. La palabra “altruismo” es una  de esas excepciones: sabemos quién fue su autor, la fecha y el motivo de su  creación. 
                                    De acuerdo con el Diccionario  Enciclopédico Hispano-Americano, el término ‘altruismo’ (del francés autrui,  y éste del latín alter, otro) fue acuñado por Augusto Comte en 1851,  como contraposición, como contrapunto de otra palabra, de una realidad que  resultaba y sigue resultando más conocida: el egoísmo (del latín ego,  yo)1. 
                                    Según Comte, “el dominio del sentimiento  sobre el pensamiento es un principio normativo de la conducta humana, porque,  son los impulsos afectivos los que gobiernan al individuo y a la raza humana. 
                                    Cada hombre está bajo la influencia de  dos impulsos afectivos, el personal o egoísta y el social o altruista. La  primera condición para el bienestar individual y social es la subordinación del  egoísmo a los impulsos benevolentes (…).El primer principio de moralidad es la supremacía  de la simpatía social sobre el instinto del interés propio”2- Para  hacer realidad el reinado del altruismo, Comte inventó una religión. De hecho,  se puede afirmar que la parte religiosa de su sistema nunca fue aceptada por  más que unos pocos seguidores. Los hombres, por obligación moral deben, según  Comte, subordinar su egoísmo a los sentimientos sociales. Comte decide erigir  una nueva religión, sin Dios, basada en el altruismo; sustituye a la Divinidad,  para honrar a la “Humanidad”. Es decir pretendió fundar la religión más  “egoísta” que un hombre pueda pensar, la de honrarse a sí mismo y sólo a sí  mismo. No es sorprendente que no haya tenido muchos seguidores. 
                                    Sin embargo, la palabra altruismo ha  sido ampliamente aceptada. 
                                    Hay muchas interpretaciones de su  significado, pero donde hay un acuerdo unánime, al margen de cualquier teoría  de orden político, económico, o social, es en ese “ser algo distinto del  egoísmo”. Así, por ejemplo, años más tarde, la ideología marxista, considerará  que “sólo la moral comunista, que rechaza la violencia y la explotación, descubre  la auténtica naturaleza del altruismo como la unidad y armonía entre los  intereses personales y sociales”3. Esto es, el marxismo acepta la  definición de altruismo en todos sus términos, en la medida que se identifican  la violencia y la explotación como los únicos sentimientos egoístas de una  persona. La interpretación marxista añade un matiz. Para Comte, el altruismo es  un impulso interior de la persona; en la definición marxista, lo que prevalece  en el altruismo es el ser elemento de unidad y armonía entre los intereses personales  y sociales. Marx mira más al resultado de la acción de la persona que a la  decisión tomada por ella. Para alcanzar esa unidad y armonía de intereses  propone no una religión sino una revolución. 
                                    De momento, ni la “Religión sin Dios” de  Comte ni la “Moral de Resultados” de Marx consiguen abrirse camino en la  sociedad de los hombres. 
                                    En las dos concepciones de altruismo  mencionadas, no hay una referencia expresa a una realidad anterior al egoísmo:  la libertad humana. También está ausente una manifestación de esa libertad que  relaciona a los miembros de toda sociedad: la justicia. ¿Es posible que en ambos  casos haya una coincidencia en dar por supuesto que el altruismo presupone la  libertad y también presupone la justicia? En su artículo sobre este tema Elias  Khalil concluye que el fenómeno del altruismo ha probado ser un terreno fértil  para el diálogo interdisciplinar, que puede conducir a una teoría unificada.  Una teoría que pueda servir de ejemplo de cooperación para otras cuestiones. Si  bien la comprensión del comportamiento humano es una tarea formidable, es  posible hacer progresos a través de reexaminar los hechos básicos a la luz de  las contribuciones de otras disciplinas4. 
                                    En primer lugar, es importante encontrar  una definición de egoísmo, pues esta palabra es clave en la definición de  Comte. Hacia el año 350 a.C., un filósofo ateniense escribe en Las Leyes,  lo que podemos tomar como la primera definición de egoísmo. “El peor de  los defectos está íntimamente ligado a las almas de la mayoría de los hombres,  defecto con el que todo el mundo se muestra comprensivo y para el que no busca  ningún medio para evitarlo (…) Todo hombre por naturaleza se ama a sí mismo y  es normal y necesario que así ocurra. El verdadero responsable de todas las  faltas que generalmente se dan en cada hombre se halla en el excesivo amor por  sí mismo...hasta el punto de juzgar desviadamente lo justo, lo bueno y lo  bello, creyendo que siempre debe estimar lo suyo más que la verdad (…) Como  consecuencia de este error a todos les ocurre que toman por sabiduría lo que no  es más que su propia ignorancia, (…) por ello se hace necesario que todos los  hombres eviten el exceso de amor por sí mismos”5. 
                                    Entre estas dos definiciones que podemos  llamar primogénitas la de Platón, por su antigüedad y la de Comte, por el  testimonio escrito, queda en evidencia un espacio donde se superponen grandes  cantidades del pensamiento y de la acción humana a los que Platón considera como  el natural amor a sí mismo y a los que Comte llama sentimientos egoístas. ¿Es  posible reducir este espacio confuso entre las definiciones de los dos  filósofos? Comparando las dos definiciones se ve que donde hay coincidencia es  en el sentido de los términos ego y alter como sujetos. Nadie se  confunde cuando piensa en yo o en otro. Otro aspecto importante es que, desde  el punto de vista del autor, para uno, el egoísmo es algo indeseable, defecto,  vicio; y para el otro, el altruismo es deseable, positivo, virtud. También aquí  es comúnmente aceptada -con excepciones- esta equivalencia que identifica  egoísmo con vicio y altruismo con virtud. Es en estas coincidencias, en este  contraste con lo conocido, donde la palabra altruismo ha encontrado su  aceptación, su razón de ser. 
                                    Una forma de analizar las diferencias es  tomando como punto de partida la definición de altruismo: 
                                    a. Para Comte el dominio del sentimiento  sobre el pensamiento es un principio normativo de la conducta humana. Platón  define el egoísmo, sin ninguna referencia a este predominio. 
                                    b. En opinión de Comte son los impulsos  afectivos -los sentimientos- los que gobiernan al individuo y a la raza humana.  Platón no habla de sentimientos, sino de amor. El amor es una decisión de la voluntad,  implica al conocimiento, en este caso el conocerse a uno mismo y a los otros:  no se puede amar lo que no se conoce. 
                                    c. Según Comte cada hombre está bajo la  influencia de dos clases de impulsos afectivos, el personal o egoísta y el  social o altruista. Como tales, todos los impulsos personales deben estar  subordinados a los sentimientos altruistas. Por su parte, Platón habla de un  natural, aceptado por todos, normal y necesario amor propio. Lo egoísta reside no  en el amor propio sino en el excesivo amor propio’. 
                                    d. En el planteamiento de Comte la  primera condición para el bienestar individual y social es la subordinación del  egoísmo a los impulsos benevolentes. Platón tiene otras ideas sobre el bien de  la persona y el bien común. 
                                    e. Comte considera que el primer  principio de moralidad es la supremacía de la simpatía social sobre el instinto  del interés propio. 
                                    Tampoco en esto Platón estaría de  acuerdo. Aun en la más exigente de las religiones, no habría tal principio. A  lo más, el principio de amar a los demás como a uno mismo. 
                                    f. Está ausente en la definición de  Comte la idea de que el egoísmo llega hasta el punto de juzgar desviadamente lo  justo, lo bueno y lo bello, creyendo que siempre debe estimar lo suyo más que  la verdad. 
                                    Según Platón, el egoísmo ya es de por  sí, una falta a la justicia, a la verdad y a la belleza. 
                                    Todos y cada uno de los elementos que  Platón tiene en cuenta para definir el egoísmo enriquecen la original idea de  Comte sobre el altruismo en su aspecto original de sentimiento benevolente  hacia los demás. 
                                    II  Primero la justicia 
                                    El libro de moral más importante de la  antigüedad, la Ética Nicomaquea, y el libro de moral más importante de  la Edad Media, la segunda parte de la Summa Theologica, constituyen sistemas  de virtudes. Tanto Aristóteles como Santo Tomás trazaron un mapa de virtudes a  fin de orientar la vida humana. Este mapa no es cerrado ni definitivo. Todo el  edificio moral aristotélico se apoya sobre un concepto, que es al mismo tiempo  la razón de ser y la meta de la ética: la felicidad6. La enumeración  de las virtudes en la Ética Nicomaquea no descansa en las preferencias y  valoraciones personales de Aristóteles. Refleja lo que éste considera el  “Código del caballero” en la sociedad griega contemporánea. Continúa  entendiéndose fácilmente que las personas no deberían usarse unas a otras como un  simple medio instrumental, ni como partes de un todo, ni como cosas de su  propiedad, sino que deberían más bien tratarse como fines en sí mismas. Son  muchas las personas que aceptan el altruismo como una virtud contrapuesta al  egoísmo. Como tal virtud, es bienvenida a engrosar las filas del código de la  mujer, del hombre del tercer milenio. 
                                    De la extensa lista de virtudes que  propone Santo Tomás, la justicia es la que nos acerca, nos pone directamente en  relación con los demás. Para él, la justicia es el hábito según el cual uno,  con constante y perpetua voluntad, da a cada cual su derecho7. Más  adelante, aclara que no basta con ser justo en algún negocio, hay que serlo en  todas las cosas; y también piensa que “puesto que la justicia se refiere al  otro, todas las virtudes referentes a los demás pueden por razón de esta  coincidencia anexionarse a la justicia”8. Así, el ser honesto en los  negocios con otros es de justicia. O el declarar la verdad en un juicio, sin  dejarse llevar por aquel excesivo amor por uno mismo. Lo mismo podemos decir de  la honradez, de la amabilidad, del cumplimiento de un contrato o del pago de  una prestación o de un impuesto, etc. Todo esto es de justicia. Sin embargo, en  las relaciones de justicia no se considera otra disposición del sujeto, que no sea  el dar al otro lo que le corresponde. Comparando las ideas de Comte con las de  Platón de forma gráfica, habría cuatro etapas: 
                                    1. Amor personal egoísta; 
                                    2. Amor personal natural; 
                                    3. Amor social de justicia; 
                                    4. Amor social de benevolencia o  altruismo. 
                                    El altruismo no reemplaza a la justicia.  Sin embargo, el egoísmo es fuente continua de injusticias. Para muchas  personas, el hecho de procurar dejar de ser tan egoístas ya supondría dar un  gran paso hacia el altruismo. 
                                    En la raíz de la definición de la  actitud altruista está aquella simpatía social, aquel impulso benevolente que  nos lleva a hacer el bien a los otros, sin tener en cuenta el interés personal.  Será condición necesaria, el ser capaz de comprender el punto de vista de los  otros, saber sus necesidades, anticipar sus problemas para poder saber agregar lo  que falta. Así por ejemplo, “la cercanía con la enfermedad y la muerte nos  recuerda la crudeza de la vida y desentierra aquello que la modernidad ha  negado en este último siglo: el sufrimiento, la fragilidad, la decadencia  física, la dependencia con respecto a los demás, la soledad, la muerte. ¿Es la  compasión un sentimiento? Los diccionarios recogen esa idea de ternura,  sentimiento y lástima que se tiene de algún mal o desgracia que otro padece. La  compasión contiene la conciencia de la propia fragilidad”9. El  altruismo abarca todas las circunstancias de la vida, tales como decidir adoptar  a un niño, donar un órgano, contribuir con dinero o esfuerzo a ayudar a los  damnificados de una catástrofe natural, etc. Nos limitamos a observar cómo se  refleja la actitud egoísta o altruista en los aspectos de la organización  socio-económica. En este terreno se dan muchas injusticias provocadas por el  egoísmo. La sociedad tiene el derecho y el deber de promover actitudes de  altruismo entre todos, y especialmente entre los ciudadanos que más pueden  hacer por reducir esas injusticias. 
                                    III  El altruismo como disposición interior. 
                                    Los animales no pueden contemplarse a sí  mismos, ni pueden identificarse, ni considerarse como objeto de sus  pensamientos. El hombre es el único ser que se puede conocer a sí mismo “puede  girar sobre sí y observar sus propios pensamientos, como si estuviera frente a  un espejo”10. “Conócete a ti mismo”. Esta inscripción, grabada en  piedra, es clásica en el pensamiento griego. La sabiduría de Occidente comienza  con este pensamiento. El autoconocimiento es una de las acciones reflexivas más  importantes que el hombre puede realizar. La persona que se conoce y conoce su  situación, podrá distinguir si su amor a sí mismo es excesivo o no. Podrá  distinguir, por una parte, entre un interés personal y uno egoísta, por otra; entre  su interés -personal o egoísta- y el interés del otro. Interesarse, querer el  bien del otro, sin pensar en uno mismo, es una consecuencia de conocer que el  hombre -cada yo y los otros- comparten derechos, dignidades, libertades,  fragilidades; y de ese conocimiento concluyen que hay motivos, ya sean de  justicia, ya sean de solidaridad, para actuar a favor de terceros. Dicho de  otra forma, el altruismo no es sólo una oposición al egoísmo, es también el  reconocimiento del valor de los otros, reconocimiento que mueve a la acción. 
                                    En esa búsqueda del conocimiento de sí  mismo el hombre descubre que él es el único ser que precisa ayuda durante toda  la vida. 
                                    Ciertamente, cuando una persona nace,  pasan años sin posibilidades de ser autosuficiente en su alimentación,  educación etc. El proceso de aprender a tomar decisiones es increíblemente  largo, lleno de errores. El hogar es el mejor lugar para equivocarse, donde los  niños aprenden, cometen errores sin hacerse daño11. Un hecho que  pone esto de manifiesto: las empresas no quieren contratar personas recién salidas  de la universidad, sin experiencia, a pesar de que ya han transcurrido 23 años  de su vida. Y luego, durante los años de trabajo intenso, cada persona necesita  de otras personas en las que pueda confiar: un arquitecto que diseña la casa,  otro la construye, otra la vende, un abogado la registra, el policía la cuida,  etc. La división del trabajo contribuye, en gran medida constituye, ese gran  espacio en el que se superponen el interés personal de cada hombre con los  intereses sociales, pues cada trabajo es, de alguna forma, un servicio, una ayuda  a otros. Después de muchos años de trabajo, las personas adultas requieren una  creciente cantidad de ayuda. Hay sociedades que prefieren exterminar a sus  ciudadanos al llegar ese momento de la vejez o de la enfermedad. Curiosamente,  para fundamentar esta posición no hablan de justicia sino de altruismo. Es una  contradicción que el altruismo vaya contra la justicia. 
                                    Entonces, se puede estar de acuerdo con  Platón en que no toda actuación por el interés propio es egoísta. De hecho, las  personas comienzan el día duchándose, lavándose los dientes, peinándose, vistiéndose,  sin que ninguna de estas actividades, que se repiten millones de veces cada  día, signifique que son egoístas o altruistas. 
                                    Es de agradecer que el idioma español  nos dé esta oportunidad de comprender mejor cuán reflexivas son muchas de  nuestras acciones. 
                                    Cada uno se viste a sí mismo; es una  acción realizada por el interés propio, el interés de cada uno, sin que haya  necesidad de llamar egoísta a la persona que cada día se viste. Nadie puede  comer o dormir, adquirir conocimientos, etc., por otro. Además, cada persona es  responsable de su estudio, de su trabajo, de sacar adelante a su familia, de  defender a su patria, todo esto por razón de ser persona, por razones de  justicia, y no por egoísmo. De otra forma, otra persona tendría que tomar su  lugar, lo que violenta la libertad de cada uno. En la visión de Comte, el  hombre sólo tiene sentimientos egoístas o altruistas. En la visión platónica,  el hombre tiene en sus manos el proyecto de su vida, de su autorrealización, en  donde hay muchas decisiones personales que no son egoístas. Es la tierra de  todos, donde cada uno se hace mejor o peor. 
                                    Muchos autores cuestionan la  posibilidad, cuando no niegan de raíz, de esa disposición interior benevolente,  ese amor social desinteresado. 
                                    En el artículo antes mencionado, Khalil  se pregunta si el altruismo tiene necesariamente un ulterior motivo, de interés  propio en todo lo que una persona hace. Para responder dice que es importante examinar  cómo los donantes explican sus acciones. Generalmente, ellos piensan que sus  acciones están motivadas por un cuidado de los intereses de los beneficiarios12.  Esta motivación es claramente un acto de auto-sacrificio: cuando los agentes no  se preocupan de si saldrán con vida para reclamar un beneficio, o cuando  ejecutan actos espontáneamente, en las guerras o en casos de emergencias,  cuando no tienen ni siquiera tiempo para imaginar el posible placer de los beneficiarios  por sus acciones. Incluso en las Teorías económicas de la reciprocidad no se  pueden explicar aquellas acciones que no están motivadas por un interés propio.  Este fenómeno es una anomalía en las actuales Teorías económicas y biológicas.  No queda otra alternativa que reconocer las razones dadas por los altruistas:  usualmente, aquellas personas que han arriesgado sus vidas corriendo hacia una casa  en llamas para salvar a otra dicen que lo han hecho por una genuina  preocupación por el bien del beneficiario13. Así pues, el altruismo  no está necesariamente asociado a que el altruista ame o conozca al  beneficiario de su acción. 
                                    El punto de vista motivacional ha  llegado a calar tan hondo entre los estudiosos del altruismo, que hoy la  mayoría de las definiciones dadas sobre este constructo incluyen, en mayor o  menor medida, alguna referencia a la intencionalidad14. Por su  parte, Christopher Jencks15 distingue tres fuentes de altruismo: la  empatía, -el sentimiento de participación afectiva de una persona en una  realidad ajena a ella, en este caso, en los sentimientos de otra persona-; la comunidad  y la moralidad. Llama altruismo empático al que se deriva del hecho de que nos  identificamos con otras personas de tal modo que sus intereses se convierten en  los nuestros. Llama altruismo comunitario, al que se identifica con una  colectividad en vez de con individuos en particular. Esta colectividad puede  tomar virtualmente cualquier forma, pero los ejemplos más comunes en las  sociedades modernas son, probablemente, la familia, el grupo de trabajo y la  nación-estado. El altruismo moral incorpora un ideal moral externo a nuestro  sentido del yo. Esos ideales morales normalmente provienen de la cultura  colectiva de un grupo más numeroso. 
                                    Comúnmente, implica que deberíamos  comportarnos de modo que tengamos en cuenta el interés de los otros tanto como  el interés de uno mismo16. Aquí, Jenks se acerca mucho a la  exhortación del apóstol Pablo: Alter alterius onera portate, llevad los  unos las cargas de los otros17. 
                                    IV.  Una decisión política: la sociedad altruista. 
                                    Para muchos autores, el trabajo, y  especialmente la organización del trabajo, tienen una singular importancia en  la consideración de las posibilidades de realizar el interés personal y a su  vez, de trascender el ámbito del interés personal. La organización y división  del trabajo requieren ciencia, estudio, experiencia, orden, no sólo  sentimientos afectivos de benevolencia. Para Durkheim, “la armonía social esencialmente  se produce con la división del trabajo. Se caracteriza por una cooperación que  se produce automáticamente por la búsqueda por parte de cada uno de lo  que sea de su interés personal. Es suficiente que cada uno se dedique a sus  tareas específicas con orden, para que por fuerza de los hechos, se haga  solidario con los otros”18, porque se crea entre los hombres un  sistema completo de derechos y deberes que los conectan de forma estable y  duradera19. Durkheim señala los hechos; él ve en ese entrelazamiento  de diversas actividades laborales, un gran elemento armonizador, un gran  terreno donde vivir la solidaridad; pero no llega a justificar cómo  automáticamente se produce la solidaridad entre los hombres. 
                                    “El principio fundamental de las  sociedades modernas más desarrolladas, es que en el ordenamiento de todas las  actividades, se debe dejar hacer lo más posible a las fuerzas espontáneas de la  sociedad, y recurrir tan poco como sea posible a la coacción”20.  Nadie sería tan insensato de calificar de egoísta al atleta que ganó una  competición porque con su victoria hizo que sus contrincantes se sintieran mal. 
                                    Lo que es verdad en los otros campos lo  es también en el campo de los negocios. Siguiendo la línea de pensamiento de  Rafael Termes, podríamos preguntarnos: “¿O es que alguien elogiaría al  fabricante que, llevado de generosos impulsos de compasión hacia sus  competidores, decidiera producir bienes de mala calidad, para dejarse arrebatar  una parte del mercado? Lo que se espera de todos los hombres es que actúen de  acuerdo con las reglas de juego, desarrollando el más alto nivel de eficacia de  que cada uno sea capaz”21. No es necesario encontrar oposición entre  el sano espíritu de competición y la disposición altruista. Es más, las  personas que tienen más capacidad para manejar, para dirigir, para crear una  empresa, más fácilmente podrán poner en práctica sus hábitos altruistas, y con  mejores resultados. Altruismo es una invitación a salir del encerramiento  mental y social que significa el egoísmo. Es compatible el ser un excelente político,  presidente de empresa, profesor universitario, etc., y al mismo tiempo poseer  un no menos excelente espíritu altruista. 
                                    El éxito de la sociedad moderna se basa  en reconocer que la libertad es un derecho de la persona y no una concesión de  la sociedad o del Estado. El milagro económico americano, que se manifiesta en  el hecho de ser la superpotencia del mundo; la realidad de la desaparición soviética,  que sólo puede explicarse como un fenómeno de bancarrota económica; y la  reorientación de la economía (en el caso chino del modelo soviético de sociedad  dirigida al modelo americano de sociedad libre, y sus formidables resultados en  menos de treinta años de aplicación) ofrecen, desde la perspectiva del tercer  milenio, un espejo para la humanidad. Pero, ¿es el egoísmo el verdadero motor  de este éxito? ¿Hay espacio para hacer compatibles esta senda de libertad y  prosperidad y la senda que señala el diccionario soviético, la senda del  altruismo como unidad y armonía entre los intereses personales y sociales? ¿Es  el egoísmo una de las llaves del éxito en la vida? En el siglo XVIII, Adam  Smith creó un sistema económico que hasta el momento ha sido el que ha dado  mayores resultados en términos de bienestar en toda la historia de la  humanidad. 
  “Cada individuo dirige su actividad de  forma que su producto -y por lo tanto el de la sociedad- tenga el máximo valor.  Por regla general, no intenta promover el bienestar público ni sabe cuál es el  máximo valor y por regla general no intenta promover el bienestar público, ni sabe  cuánto está contribuyendo a ello. Dirigiendo esa actividad de forma que consiga  el mayor valor, sólo busca su propia ganancia, y en este, como en otros casos,  está conducido por una mano invisible que promueve un objeto que no  entraba en sus propósitos. Tampoco es negativo para la sociedad que no sea  parte de su intención, ya que persiguiendo su propio interés promueve el de la  sociedad de forma más efectiva que si realmente intentase promoverlo”22.  Es así como los intereses y las pasiones privadas de los individuos les  disponen naturalmente a dirigir sus capitales hacia los empleos que, en los casos  ordinarios, son los más ventajosos para la sociedad23. Parece que  todo lo que propone Smith es una apología del egoísmo. 
                                    Pero, lo cierto es que Smith además de Las  Riquezas de las Naciones, también escribió La Teoría de los Sentimientos  Morales. Es en la lectura de ambas obras donde se ve que el autor conoce  perfectamente que en la vida hay muchas motivaciones, unas más fuertes y otras más  nobles, y que, si en La riqueza de las naciones se ocupa principalmente de  las motivaciones más fuertes, en La teoría de los sentimientos morales se  ocupa de las más nobles. En este sentido, tomamos algunas citas de esta obra  menos conocida, pero no menos importante: “No es un buen ciudadano quien no  desea promover, por todos los medios a su disposición, el bienestar de la  sociedad entera de sus conciudadanos”24. “El amor, la gratitud, la  admiración del prójimo son los sentimientos que más deseamos”25;  “humanidad, justicia, generosidad y espíritu público son las cualidades de  mayor utilidad para los demás”.26 Smith se muestra especialmente  atraído por la figura del hombre sobrio, frugal: considera que la obsesiva  admiración de la riqueza es “la mayor y más universal causa de la corrupción de  nuestros sentimientos morales”27. 
                                    Cuando Smith da a entender que el  hombre, al buscar su interés propio, contribuye aun sin proponérselo al bien  común, no excluye que pueda proponérselo. De hecho, habla con elogio de “aquellos  que, amantes de la patria y del beneficio común, manejan sus negociaciones con  utilidad propia y sin perjuicio del interés público”28. 
  “El interés personal no equivale al  egoísmo miope, sino que engloba cuanto interesa a los participantes en la vida económica,  todo lo que valoran, los objetivos que persiguen. El científico que intenta  ensanchar las fronteras de su disciplina, el misionero que se esfuerza por convertir  a los infieles a la verdadera fe, el filántropo que trata de aliviar los  sufrimientos del necesitado, todos ellos procuran colmar su interés personal de  acuerdo con sus propios valores”29. Atender a los compromisos  familiares, profesionales, sociales, son deberes de justicia, no  manifestaciones de sentimientos egoístas. 
                                    Producir el bien en los demás no es  entonces el fruto de una mano invisible- Smith-, ni una consecuencia automática  de la división del trabajo -Durkheim-; ambos han acertado en ver y en proponer  un ordenamiento de la sociedad que respete la libertad de la persona. Es en este  respeto de la libertad personal de los ciudadanos donde radica el éxito de la  sociedad moderna, con el consiguiente enriquecimiento social, cultural y  político de la sociedad en su conjunto. Pero persiste la validez de la  definición dada por Platón en cuanto al número de egoístas; persiste la  necesidad de promover la conducta altruista como señala Comte. La realidad es  que aun en la sociedad del bienestar, cada día los periódicos, nos recuerdan  que existe hambre, odio, crueldad, miseria, desastres naturales, guerras,  abusos a mujeres, niños sin posibilidades de educación, gente que necesita de otros.  En toda sociedad libre, el egoísmo es y será siempre un hecho de experiencia.  Si todos aceptamos que el altruismo es deseable pero no imponible, entonces en  la misma base política, aún más en la misma Constitución, cada sociedad puede,  como decisión de prudencia, no sólo de justicia, decidir que la sociedad apoya,  promueve y premia las actitudes altruistas de sus dirigentes, de sus  ciudadanos. 
                                    Porque la experiencia enseña que la  justicia sola, no alcanza para contrarrestar los efectos del egoísmo. 
                                    V.  El altruismo: un edificio siempre en construcción. 
                                    Agustín, el célebre filósofo y teólogo,  “reflexionaba diariamente sobre las violentas vicisitudes de los tiempos. Veía  que el mundo estaba afligido por las divisiones, por el sufrimiento y la  fealdad. 
                                    Escuchaba palabras llenas de mentira y  de odio (...) somos seres humanos y vivimos entre los hombres”30.  Hoy, igual que ayer, la sociedad, cada sociedad tiene sectores necesitados,  siempre habrá una persona en situación desventajosa, con necesidad de ayuda,  etc. 
                                    Para mí, no existe ejemplo más claro de  esa unión práctica de la justicia con la caridad, que el comportamiento de las  madres. Aman con idéntico cariño a todos sus hijos, y precisamente ese amor les  impulsa a tratarlos de modo distinto -con una justicia desigual-, ya que cada  uno es diverso de los otros. Pues, también con nuestros semejantes, la caridad  perfecciona y completa la justicia, porque nos mueve a conducirnos de manera  desigual con los desiguales, adaptándonos a sus circunstancias concretas, con  el fin de comunicar alegría al que está triste, ciencia al que carece de  formación, afecto al que se siente solo... La justicia establece que se dé a  cada uno lo suyo, que no es igual que dar a todos lo mismo. El igualitarismo  utópico es fuente de las más grandes injusticias”31. 
                                    Tradicionalmente, se ha identificado a  la justicia en tres líneas de acción: la justicia distributiva, la social y la  vindicativa. Por analogía, por ser el altruismo un paso más en el acercamiento  entre las personas -como acerca la justicia- es posible pensar en un altruismo  distributivo, social y vindicativo. La justicia distributiva está a cargo de aquellos  que detentan el poder político y consiste en la ecuanimidad en el reparto de  cargos y beneficios; el altruismo distributivo consistiría en la magnanimidad  con que las personas a cargo del poder promueven, a través de disposiciones  legales, las acciones de los ciudadanos a favor de los sectores y de las  personas más necesitadas de la sociedad. Por ejemplo, excepciones impositivas a  las personas y empresas que invierten en actividades altruistas; subsidios a  instituciones en las que trabajan personas como voluntarios en áreas de acción  social; aumentar los gastos en áreas geográficas de bajos recursos, de forma  que se incentive la transferencia de personas con alta preparación intelectual,  cultural o científica a zonas de bajos recursos, etc. Ayudar a resolver los  grandes problemas de las clases indigentes es misión de todos, también del  Estado. 
                                    En segundo lugar estaría el altruismo  social, ese campo inmenso donde cada miembro del cuerpo social puede extender  su mano, un puente hacia el otro para transmitir su estímulo, su apoyo, su  presencia, su consuelo, sus conocimientos, su iniciativa, su espíritu de  organización, de administración, etc., a quien lo necesita. Cuanto mayor es la  preparación, la persona está en mejores condiciones de anticipar un hecho  negativo, de prever una necesidad, de colaborar con su consejo, de fomentar  iniciativas de mayor cooperación con los más necesitados, de poner su capacidad  intelectual al servicio de una causa noble en el bien común de la sociedad, de  ayudar a su vecino, a su colega, a su cliente. Después de considerar entre  diversas opciones, la persona altruista piensa, prepara, organiza, cómo se  pueden mejorar las condiciones de vida de otras personas, de las que no está obligado  a tomar responsabilidad por razones de justicia, sino de solidaridad humana. Y  como el hombre hace su futuro, dirige su espíritu altruista no sólo a  situaciones del presente, sino que se proyecta al futuro. 
                                    Por último, de modo similar a como la  justicia vindicativa busca corregir un desorden, y evitar la repetición de  actos injustos, podemos considerar que el tejido social puede promover una  actitud activa, dinámica frente a las injusticias. Ninguna persona puede dejar  de ver a su alrededor situaciones que requieren atención, ayuda. El altruismo  vindicativo, consiste en un no refugiarse en pensar “éste no es mi problema, yo  no soy culpable de esta situación”, etc. Así como existe hoy una mayor  sensibilidad ante las desgracias humanas ocasionadas por desastres naturales, y  muchas personas se hacen presentes ante las víctimas con una ayuda generosa,  desinteresada, la sociedad civil puede estudiar cómo fomentar esa sensibilidad  entre los ciudadanos. De esta forma, cada uno sentirá como propia la injusticia  que afecta a otros y colaborará en la búsqueda de soluciones, siempre y cuando  no se basen en un tomarse la justicia por cuenta propia. En este terreno se  aprecia un gran incremento de asociaciones de voluntariado que tienen como fin  solucionar problemas concretos como la drogadicción, el alcoholismo, ayudar a  personas que seriamente consideran la opción del suicidio, etc. 
                                    El lema del siglo XVIII europeo fue  “libertad, igualdad, fraternidad”. Se podría decir que el avance del siglo XIX,  ha sido en materias de libertad; en el siglo XX, el esfuerzo se ha centrado,  aunque con diversos resultados, en la igualdad. A comienzos del siglo XXI, la  aspiración es crecer en la fraternidad. Si echamos una mirada al mundo vemos  que la aceptación de la libertad es casi universal. En cuanto a la igualdad,  también la inmensa mayoría está de acuerdo, al menos en cuanto principio basado  en la igual dignidad de la persona, la igualdad ante la ley y la igualdad de  los derechos humanos, tales como educación, familia, trabajo, descanso, etc.  Pero aquí ya hay muchas personas físicas o jurídicas que, en la defensa de  posiciones de privilegio, se apartan del deseo de igualdad. Este aspecto  evidencia la falta de fraternidad: es casi sistemático ver cómo las naciones más  favorecidas, aquellas con mayor desarrollo económico, se reúnen con frecuencia  casi exclusivamente para estudiar cómo seguir ayudándose unos a otros. La  declaración universal de los derechos humanos debería servir de motivo para que  los países en los que esos derechos ideales sí pueden ser derechos reales  procedieran a proveer a los países necesitados de las condiciones colectivas  que hacen posible la existencia efectiva de tales derechos; en lugar de servir  de instrumento para que aquellos países impongan censuras y obligaciones a los  países que no cumplen lo contenido en esa declaración32. 
                                    El resurgir de la valoración del diálogo  como forma de resolver conflictos, los descubrimientos por parte de las  empresas en invertir en el mejoramiento de las personas y de las relaciones  entre los miembros que forman parte de esas empresas; las fórmulas de alcanzar win-win  situations, en vez de las fórmulas “uno gana-otro pierde”, la integración  que produce el entrelazamiento de culturas, la facilidad de comunicación, como  vehículo de reducir el aislamiento físico, el éxito de variadísimas asociaciones  basadas en el trabajo voluntario de sus miembros, el mejoramiento de los  mecanismos de control fiscal que permiten una distribución de la riqueza más  justa y una mejor asignación de los recursos del Estado, etc., son algunas de  las consideraciones que permiten mirar las sociedades del futuro con optimismo.  Cada sociedad puede analizar los aspectos, las áreas, los instrumentos, las  iniciativas que puedan contribuir a crear oportunidades de desarrollo de forma  cada vez más altruista. 
                                    Así como habrá siempre gente muy  egoísta, la sociedad tiene la posibilidad de promover que haya también un  creciente número de sus miembros que se destaquen por su altruismo. “Nuestra  ventaja respecto de los seres humanos de la Edad de Piedra no es que tengamos mayor  o menor memoria, -inteligencia, bondad, etc.,- sino sólo que podemos aplicar  nuestros recursos igualmente limitados a productos culturales como las obras de  Newton, Vermeer y Beethoven, mientras que ellos no pudieron”33. Es  innegable que el trabajo de unos beneficia a otros. Los avances de la ciencia,  de la salud, de la educación, de la cultura se extienden e impregnan, con  matices diferentes, a todo el tejido social. También es cierto que, para muchas  personas, ni el egoísmo ni el altruismo figuran entre sus preocupaciones, ni  ocupaciones diarias. Porque se ocupan el día entero en resolver las situaciones  apremiantes de su vida, sin otras posibilidades que no sean resolver las  necesidades de interés propio. Las personas que tienen a su cargo la vida  política, el mundo académico, el de las comunicaciones sociales, la dirección  de las empresas, tienen una particular responsabilidad de contribuir a  incorporar el altruismo como producto cultural de primera necesidad. 
                                    Bibliografia 
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                                    2 “Altruism”, Catholic Encyclopedia on CD-ROM. 
                                    3 Diccionario soviético de filosofía. 
                                    4 Khalil, E. L. (2004), p. 119. 
                                    5 Platón, Las Leyes, Libro V, 731  e. 
                                    6 Vidal, M. (1996), p. 67. 
                                    7 Crosby, J. (1996), p. 40. 
                                    8 Tomás de Aquino, Summa Theologiae,  II, II, q. 58, a 1. 
                                    9 Tomás de Aquino, Summa Theologiae,  II, II, q. 80, a 1. 
                                    10 Béjar, H. (2001), pp. 78-92. 
                                    11 Sheen, F. (1962), p. 54. 
                                    12 Stenson, J. (2004), p. 138. 
                                    13 Monroe, K. R. (1990). 
                                    14 Khalil, E. L. (2004), pp. 108-109. 
                                    15 González Portal, M.D. (1992), p. 77. 
                                    16 Jencks, C. (1979), pp. 63-86. 
                                    17 Mansbridge, J.J. (1990), p. 53. 
                                    18 S. Pablo, Carta a los Gálatas,  cap. 6, v. 2. 
                                    19 Durkheim, E. (1933), p. 200. 
                                    20. Durkheim, E. (1933), p. 406. 
                                    21 Hayek, F. A. (1974), p. 17. 
                                    22 Termes, R. (1990). 
                                    23 Smith, A. [1776 (1996)], Libro IV,  capítulo II, número 9. 
                                    24 Smith, A. [1776 (1996)], Libro IV,  capítulo VII, número 88. 
                                    25 Adam Smith, Teoría de los  Sentimientos Morales. VI, II. 
                                    26 Smith, A. [1759 (1996)], Libro III,  capítulo IV. 
                                    27 Smith, A. [1759 (1996)], Libro IV,  capítulo II. 
                                    28 Smith, A. [1759 (1996)], Libro I,  capítulo III. 
                                    29 Smith, A. [1776 (1996)], Libro I,  capítulo XI, número 10. 
                                    30 Friedman, M. y R. (1981), p. 47. 
                                    31 de Courcelles, D. (1998), pp.  165-166. 
                                    32. San Josemaría Escrivá, Amigos de  Dios, punto 173. 
                                    33 Cruz Prados, A. (1999), p. 367. 
                                    34 Olson, D. (1996), p. 158. 
                                    Bibliografía 
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                                  Revista Empresa y Humanismo Vol. IX, /06, pp. 137-158  |