Filósofo  de la Universidad Pontificia Bolivariana. Especialista en Políticas Públicas de  la Universidad Nacional. Candidato a Magíster en Filosofía “Ética” de la  Universidad Pontificia Bolivariana. Docente de la Facultad de Ciencias Sociales  y Educación de la Corporación Universitaria Lasallista y de la Corporación  Colegiatura Colombiana 
                                  Mauricio  Amézquita Londoño; Jehisson Arenas López; Iván Mauricio Castañeda Gómez 
                                  Estudiantes  de la Licenciatura en Educación Básica con énfasis en ética y valores humanos
                                     
                                      
                                    Resumen 
                                    En  la Educación Superior de nuestro medio viene jugando un papel secundario el  componente humanista inserto en los programas académicos. Tal situación genera  una gran preocupación para los diferentes centros universitarios, toda vez que  es un hecho que se enmarca en una sociedad en crisis, que clama por una  humanización de su situación, teniendo en tal criterio la esperanza de salida, que  es de complejas proporciones. Tales condiciones nos invitan a adelantar una  búsqueda que tienda a potenciar el sentido y valor efectivo de dicho componente  dentro del marco académico y a legitimar la necesidad del mismo dentro de la  construcción de una nueva sociedad más justa, participativa y equitativa, con  una idea clara del sentido por lo humano en el hombre. 
                                    Palabras  clave: Humanismo. Formación. Educación superior.  
                                    Introducción 
                                    En  la educación superior de nuestro medio viene jugando un papel secundario el  componente humanista inserto en los programas académicos. Tal situación genera  una gran preocupación para las diferentes instituciones universitarias, toda  vez que éste es un hecho que se enmarca en una sociedad en crisis, que clama  por una humanización de su situación, teniendo en el retorno al humanismo la  esperanza de una mejora o salida a la actual situación de complejas  proporciones. 
                                    Tales  condiciones nos invitan a adelantar una búsqueda que tienda a potenciar el  sentido y valor efectivo de dicho programa dentro del marco académico superior  y a legitimar la necesidad del mismo, dentro de la construcción de una nueva sociedad  más justa, participativa y equitativa, con una idea clara del sentido por lo  humano en el hombre. 
  “Trata  más bien de conseguir en torno tuyo algún bien que ha de quedarse contigo; mas  no existe ninguno sino el que el alma encuentra en sí misma. Solamente la  virtud proporciona un gozo perpetuo, seguro; incluso, si algún impedimento surge,  pasa a modo de nubes que son llevadas por debajo y nunca vencen el día”. 1  Con una invitación tan bella, como la que acabamos de citar, Séneca, una  de las figuras mas destacadas de la filosofía clásica, invita a un alumno suyo  a buscar la virtud, señalando que es ella el camino al bien, el cual él mismo  estima como la “felicidad”. 
                                    Pues  bien, cabe anotar que la intención de buscar la felicidad no era solo del  tiempo Romano o Griego, hoy mismo en nuestra sociedad esto se ha convertido en  el dilema por resolver, y frente a tal problema es que el Ministerio de  Educación Nacional ha venido haciendo esfuerzos para responder a esta situación  de búsqueda, en la cual el último propósito es garantizar que en Colombia se  preparen profesionales de alta calidad, académica, íntegros e integrales, con  una visión clara de su deber con la sociedad. 
                                    Con  tal inspiración, el Ministerio emitió la Ley 30 la cual establece en su  artículo 6º como objetivo de la educación superior: “Profundizar en la  formación integral de los colombianos, dentro de las modalidades y calidades de  la educación superior, capacitándolos para cumplir las funciones profesionales,  investigativas y de servicio social que requiere el país”.2 
                                    Con  tal ilustración, nos situamos con claridad en la determinación parte del  gobierno nacional por emprender un modelo formativo compuesto por varios  aspectos, pero no resignados con esa postura nos situamos más lejos y vemos de  forma más explícita algunos componentes que ordena deben hacer parte de los  diferentes planes de estudio: “En todas las instituciones de educación superior,  estatales u oficiales, privadas y de economía solidaria, serán obligatorios el  estudio de la Constitución Política y la Instrucción Cívica en un curso de por  lo menos un semestre. Así mismo, se promoverán prácticas democráticas para el  aprendizaje de los principios y valores de la participación ciudadana.”3 Mas  adelante añade: “La formación ética profesional debe ser elemento fundamental  obligatorio de todos los programas de formación en las instituciones de  educación superior.” 4 
                                    A  todas éstas, lo que ha logrado la ley 30 de 1992 es imponer a las diferentes  instituciones de educación superior unas condiciones especiales, a las cuales  todas han de acogerse, pero lo complejo de tal fenómeno no se agota en dicha imposición,  si no en la dificultad que implica para los diferentes centros educativos  asumir tal situación sin contar con una directriz clara, que indique o señale  con absoluta precisión: ¿De qué forma o a qué escala ha de ser aplicada esta normativa?,  razón por la cual se ven abocadas a aplicar apoyadas en su buen juicio un  programa que posibilite el cumplimiento a la medida partiendo de sus diferentes  posibilidades. 
                                    A  tales programas es a lo que hoy y desde hace un tiempo largo venimos  denominando “Formación Humanista”, y que como ya decíamos, hace parte de los  programas de todas las instituciones superiores del país, pero la situación no  se agota, en el simple hecho de conformar el tan mentado proyecto o “programa  de humanidades” o “formación humanista”, por el contrario es justo allí donde  se inician los problemas, toda vez que al no contar con una directriz clara,  las instituciones terminan dando tumbos de lado a lado, tratando de diseñar,  componer, estructurar, en fin, de dar lógica a un plan que de fondo no hacía parte  efectiva de su proyecto, pero que termina siendo adoptado, motivados por el  propósito de cumplir firme y decididamente con las ordenanzas del Ministerio.  Además de cumplir de forma íntegra con aquellos enunciados que definen los propósitos  de la educación superior: “Sin embargo, el papel de la educación no puede  quedarse en un mero proceso de adaptación a las exigencias externas, sino que  ha de promover e influir activamente en los cambios sociales, económicos y  culturales”5. Tales afirmaciones procedentes de todas las fuentes posibles  que se refieren al espíritu de la educación superior, que sumadas a las  disposiciones legales, terminan de poner en “calzas prietas” a los centros de  educación superior, ante lo cual no se miden esfuerzos por revisar y ajustar lo  otrora diseñado, y se inicia, entonces, de nuevo el debate que entorna toda la  composición del tan polémico programa a partir de un sin número de preguntas.  ¿Cuál es el propósito que se persigue con esta área?, ¿Qué asignaturas debe ofrecer?,  ¿Cómo se deben ordenar las diferentes asignaturas del mismo?, ¿Qué perfil de  docentes debe tener?, ¿Cómo se debe evaluar?, ¿Cómo se debe de integrar con las  demás asignaturas que componen los diferentes programas académicos?. 
                                    En  fin, son muchas las inquietudes a resolver, y que pretenden dar un piso sólido  a la composición de dichos proyectos y que, desventuradamente, en muchos casos  dada la premura que requiere el poner en marcha tales cursos, dejan de ser  consideradas y por lo mismo terminan siendo abandonadas, descuidadas o relegadas  a un segundo plano, en tanto que en la práctica los programas acaban como un  intento frustrado por lograr una formación integral, un esfuerzo perdido por  generar una nueva conciencia, y sus resultados serán un fiasco o, en las peores  condiciones, no terminan siendo nada. 
                                    Pues  bien, para meditar un poco más el propósito de tales cursos, dispuestos por la  norma legal, a fin de que en la práctica deje de ser un motivo de angustia, de  desacierto y caos, consideraremos el diseño de los programas de humanidades y  meditar “Cómo Formar en Humanismo y No Morir en el Intento”. Para tal fin nos  serviremos de las preguntas que anteriormente señalábamos hacen parte de la meditación  ¿Cómo hacer un mejor diseño de dichos programas? y que reiteramos, son en la mayoría  de los casos hechas a un lado, generando las mencionadas consecuencias, así que  iniciaremos por considerar la primera cuestión: ¿Cuál es el propósito que se  debe perseguir con un programa de formación Humanista? 
                                    Si  nos aferráramos a una argumentación de tipo filosófico, bien al caso vendría  citar al pensador Alemán Martín Heidegger, quien en su texto “Carta Sobre el  Humanismo” nos señala: “Pues esto es humanismo: pensar y cuidar de que el  hombre sea Humano y no “in-humano”, esto es fuera de su esencia”6 
                                    Visto  así, el propósito de un programa de formación humanística no sería otro que el  de velar por difundir en los estudiantes unos criterios claros sobre el deber  que como seres humanos tienen con su género, y por lo mismo cumplen estos cursos  con la intención de formar una sociedad donde el fundamento primordial, es el  deber que tiene el hombre para con su especie, por encima de la búsqueda de un  interés meramente económico, comercial, o productivo, con lo cual  contribuiríamos a la construcción de una nueva sociedad compuesta por sujetos  íntegros, sensibles y conscientes de su deber en el mundo más allá de la simple  razón práctica impuesta por el modelo de mercados que difundió un espíritu  anarquista y particular, derivándose en un individualismo desmedido que llevó a  la sociedad contemporánea a la mencionada crisis actual de valores, que de  hecho, no es tal crisis de valores sino una transposición de los mismos donde  se anteponen los principios valorativos del modelo mercantil individualista, a  los valores humanistas que se fundamentan en privilegiar la condición de  especie antes que de sujeto. 
                                    De  este modo podremos concluir que: el sentido que tiene una formación humanista  en la educación superior es el de sensibilizar a los estudiantes para que una  vez hechos profesionales pongan en práctica su conciencia de humanos al servicio  de la especie de la cual hacen parte, sin anteponer sus intereses egoístas  particulares. 
                                    Lógico  o no, utópico o romántico, cabe anotar que dadas las condiciones no está por  demás confiar en que dicho esfuerzo alcance, no la solución plena de nuestra  crítica situación social, pero si al menos aporte unos elementos que lleven a  la reflexión y permitan abonar el terreno para ir mejorando las condiciones a  las generaciones venideras. Dicho sea de paso, no estamos solos en tal empeño  pues en este mismo sentido se orientan esfuerzos en todas las sociedades. “La  mayoría de los países ha puesto en marcha reformas educativas que persiguen una  mayor calidad, eficiencia y equidad de la educación. Es un hecho, que la  rapidez de los cambios sociales, económicos, culturales y tecnológicos plantea  nuevas exigencias y desafíos que obligan a los sistemas educativos a una  renovación constante para dar respuesta a las nuevas demandas y necesidades sociales”.6 
                                    Ya  argumentada esta cuestión pasaremos a considerar el segundo interrogante que  nos hacíamos frente a la disposición de los programas de formación humanista,  esta es: ¿Qué asignaturas debe ofrecer un programa de formación humanista? A  esta pregunta la reglamentación oficial ya tiene algunas disposiciones previas  como lo son: la enseñanza de los principios constitucionales, la difusión de  unos valores ciudadanos y la instrucción en ética profesional. Esto significa  que la ley nos aporta un sustrato básico de los elementos que como mínimo debe  tener un programa de formación humanista, pero con el ánimo firme de que dichas  asignaturas no operen como simples ruedas sueltas que se imparten con el único  ánimo de cumplir la ley, los distintos centros de educación superior han venido  pensando: ¿De qué forma estas materias se pueden articular con otras, de manera  que conformen un bloque sólido y más funcional en la tarea de cumplir con el  propósito anteriormente citado? 
                                    Pues  bien, a esta compleja cuestión debemos encaminarnos resaltando, que uno de los  problemas que ha tenido la universidad actual, frente a la composición de los  programas de humanismo ha sido el perder de vista los elementos mínimos a los  que debe apuntar, reflejo de ello es la no existencia de una cátedra de  Constitucionalismo en los programas, y que las pocas instituciones que cuentan  con ella, la tienen absolutamente desarticulada dentro de sus programas  académicos, o en el peor de los casos ésta aparece como un curso opcional al  que los estudiantes no acuden por lo cual termina siendo abandonada y sin  programación en los períodos subsiguientes. Hechos como estos hacen que sea  preciso señalar que por ningún motivo debemos perder de vista la iniciativa de  aportar unos conocimientos determinados, indicados en la norma legal, que antes  bien, éstos deben ser el andamiaje de apoyo para construir el programa en  pleno, así tendremos de precedente que tres son los lineamientos a tener  presentes a la hora de diseñar un programa de humanidades o formación humanista,  estos son: una formación constitucional o política que le permita al estudiante  identificar el contexto social en el que está inmerso y en el que probablemente  se verá sujeto adelantar su práctica profesional. 
                                    Segundo,  una conciencia ciudadana, en la que el estudiante pueda identificar las  necesidades de la sociedad a la que pertenece, incorporarse un vez graduado y  en que medida él representa una promesa o una contribución que permita el mejoramiento  de las condiciones sociales no solo como profesional sino además como miembro activo  de dicha sociedad. 
                                    Finalmente  la difusión de una Ética profesional, en la cual cada alumno llegue a  interpretar la importancia que tiene el asumir una actitud recta y responsable  frente a cada uno de los actos que como sujeto y, que como profesional, una vez  graduado emprenda, actos de los cuales dependerá en muchos casos no solo su  bien estar particular, sino el de un colectivo laboral y en algunas circunstancias,  el de una sociedad en pleno. 
                                    Pasemos  ahora a la tercera cuestión a tratar, la cual es: ¿Cómo se deben ordenar las  diferentes asignaturas del programa de humanidades dentro del plan de  estudios?. Aquí sí podríamos reconocer una ligera dificultad referente a que si  damos un sitial determinado a una de las asignaturas, implícitamente estaríamos  desvalorizando o subestimando la importancia de otra de ellas. Pero cabe  anotar, que para dicha disposición es preciso valernos de un principio necesario  y objetivo como es el de estimar con que habilidades o fortalezas llega el  alumno al nivel de educación superior, y ante esta situación solo podremos  anotar que aunque la coyuntura es de carácter particular, toda vez que depende tanto  del talento del estudiante, como de la calidad de la institución de la cual  procede. Una cosa sí es definitiva y no es conveniente pasarla por alto: “No  todo conocimiento humanista se puede impartir en cualquier momento”, a esta afirmación  estamos seguros que muchos se preguntarán: ¿Por qué razón afirman tal cosa?, y  la respuesta a tal interrogante es la siguiente: no en todo momento el  estudiante es consciente de los alcances y la dimensión del deber que implica el  oficio o profesión que está aprendiendo. Para ilustrar un poco nuestra  afirmación señalaremos un ejemplo: ¿Cómo un estudiante de segundo semestre de Ingeniería  Ambiental, puede ser consciente de los alcances que tiene para su carrera el  procurar difundir un programa de manejo de residuos sólidos en su casa?. Bien  diferente puede ser esta condición en un estudiante de noveno o décimo  semestre, el cual ve en su casa un campo de acción y una alternativa para poner  en práctica algunos de los principios que le han aportado las diferentes  materias dentro del proceso formativo, y por tanto ve en la tarea de difundir  un programa de manejo de residuos sólidos en su casa, un acto de simple  aplicación de su talento profesional o para cifrarnos en los principios  humanistas de manera más precisa. ¿Cómo puede ser consciente de la importancia de  la ética dentro del campo de la comunicación, un estudiante de primer semestre  de dicho programa, cuando aún no tiene claro o está seguro de que es la  comunicación su verdadera vocación profesional? 
                                    Estos  son algunos ejemplos que nos permiten ilustrar la afirmación hecha  anteriormente, y por la cual nos permitimos señalar que, aunque se considere  que una materia del componente humanista tiene determinada prioridad por el  valor de su contenido con respecto a otra, debe ser tenido en cuenta el grado  de madurez de los estudiantes a la hora de abordar algunos contenidos, además  de estimar la viabilidad que tienen los mismos de acuerdo a la formación  alcanzada por los estudiantes, junto con la pertinencia de tal asignatura con  relación a los intereses sociales y profesionales del estudiante dada su ubicación  en el proceso formativo superior. 
                                    Abordaremos  ya un nuevo interrogante: ¿Qué perfil de docentes debe tener un programa de  formación humanista? Desafortunadamente, es necesario destacar que en esta  cuestión la deuda de las instituciones de educación superior es mucha, en  virtud de lo siguiente: toda vez que se desconoce o desatiende el papel que  cumple el programa de formación humanista en la universidad, de este mismo modo  se desconoce cuál debe ser el perfil indicado para los docentes que se disponen  a servir las materias de dicho componente, ¿qué consecuencias ha generado tal  conducta?. Varias y de inmensas proporciones cabe destacar, que en la mayoría  de los casos los estudiantes desestiman la importancia de la formación  humanista, a partir de identificar una cierta apatía por parte de algunos de  los docentes que sirven dichas materias, o en algunos casos, ven como sus  propios profesores subestiman la importancia de los aportes de este componente  de la formación superior, generando en ellos una reacción estrictamente consecuente  y que deja tal programa en el más absoluto descrédito siendo tachado en  ocasiones como “el relleno”. 
                                    Pero  si buscamos una fórmula, más que unas condiciones, tendremos que advertir que  es necesario que los programas de formación humanista de las diferentes  universidades deben ser ofrecidos por docentes formados en tales criterios, es  decir con una educación netamente humanista, pues “nadie puede dar de lo que no  tiene”, por tanto si su deber es formar en humanismo es vital que él mismo esté  persuadido de aquello que difundirá, ya que es imposible hablar de aquello de  lo cual no estamos convencidos y a esta condición debemos sumar una conciencia  clara de la importancia que reviste dicho componente formativo dentro del  esquema de educación superior, en el cual cumple con el propósito de  contextualizar al sujeto dentro de la sociedad en que desarrollará su acción  laboral, como de hacerlo consciente de la dimensión de sus actos como  profesional y líder de un grupo particular. 
                                    A  lo anterior es importante anexar que dadas las categorías de las asignaturas  que se imparten en los componentes humanistas, el docente debe estar en la  posibilidad de acompañar su enseñanza con un proceder recto que sustente lo que  en discurso ya ha destacado. 
   Sigamos con la siguiente inquietud que ahora  nos ocupa: ¿Cómo debemos evaluar una asignatura de formación humanista? Esta  pregunta parecería ridícula si partimos del supuesto que al igual que las demás  asignaturas del componente técnico, las humanistas son unas materias más del  plan de estudios; visto de ese modo, su evaluación deberá ser el mismo que el  de cualquier materia, pero es preciso tener en cuenta que a diferencia de las  materias de carácter técnico, las humanidades no buscan aportar o brindar  habilidades al estudiante sino que pretenden aportar elementos que le permitan ver  con una óptica más sensible y humana el entorno social, cultural, político y  económico que lo enmarca, a fin de mover en él una conciencia activa de su  papel en la construcción del tejido social. 
                                    Siendo  así la situación su evaluación, no puede, ni debe, ser igual al de una  asignatura de orden técnico, sino que antes bien, su evaluación debe ser  orientada por un sentido que estime cuanto ha logrado el estudiante comprender  o estimar ese contexto del cual se le ha hablado dentro de las diferentes  materias de carácter humanista, y una evaluación hecha desde esta perspectiva  no podrá ser de ningún modo cuantitativa, sino más de orden conductivo,  teniendo como referente la conducta y los cambios que en la misma ha alcanzado el  estudiante a partir de los aportes de las materias de este orden. 
                                    Dicho  modo de evaluación es probable que no se ajuste a los lineamientos o  determinaciones de la ley, pero si se acercaría más a los resultados que en  carácter de competencias debe buscar el modelo de educación superior. 
                                    Finalmente  trataremos nuestra última inquietud. ¿Cómo se deben articular las materias del  componente humanista con las demás asignaturas de orden técnico propias de los  distintos programas académicos? A esta duda, la respuesta prácticamente se le ha  dado de forma implícita en algunas de la respuestas anteriores, pero como  probablemente no ha quedado resuelta del todo, destacaremos, que: dado el  perfil formativo de los estudiantes, las humanidades deben buscar integrarse de  modo proactivo a cada uno de los distintos programas académicos, pues aunque su  propósito no es generar una habilidad particular, propicia para una acción  profesional, su intención es fortalecer y potenciar el perfil de cada  profesional para el desempeño en su área específica de acción, por tanto, no  significa que se subordine a las materias o a los programas técnicos de cada  programa, pero si es preciso, que articule sus contenidos de manera que puedan  favorecer y vincularse a la acción que como profesional el estudiante se prepara  a adelantar. 
                                    Tal  proceder aportaría al componente humanista un valor sólido, que le permita ser  reconocido como parte importante y cooperadora del proceso de formación de  profesionales íntegros e integrales que persigue, o debe perseguir, la  educación superior no sólo e nuestro medio sino en cualquier lugar. 
                                    Con  esta breve meditación quisimos, de uno u otro modo, contribuir a la ya muy  extensa lista de esfuerzos adelantados en pro de considerar los ajustes,  cambios o características que se dan entorno a nuestro esquema de formación humanista,  seguros de que no se encuentra aquí la última verdad, si somos conscientes de  que en algo moveremos la reflexión de todos aquellos que componemos el sistema  de educación superior y que nos vemos en la fundamental tarea de repensarla, a  fin de encontrar sus fallas para advertir los cambios que se deben hacer, con  el ánimo de mejorar cada vez más, buscando el camino a la excelencia. 
                                    Referencias 
                                    1.  Séneca. Carta XXVII. En : Epístolas Morales. Barcelona : Editorial Juventud, 2000.  p.85. 
                                    2.  Colombia. El Congreso de la Republica. Ley 30 de diciembre 28 de 1992 : por el  cual se organiza el servicio público de la Educación Superior. (Diario Oficial  No.40.700, 29 de Diciembre, 1992). Artículo 6º 
                                    3.  Ibíd., Artículo 6º 
                                    4.  Ibíd., Artículo 6º 
                                    5.  Henríquez Guajardo, Pedro y Machado, Ana Luisa. Prologo. En : Blanco Guijarro, Rosa  y Messina, Graciela. Estado del Arte Sobre las Innovaciones Educativas en  América Latina. Bogotá : Convenio Andrés Bello, 2000. 180p. 
                                    6.  Heidegger, Martín. Carta Sobre el Humanismo. Madrid : Editorial Taurus, 1970.  p.14. 
                                  Revista  Lasallista de Investigación - Vol. 3 No. 1  |