Artículos de Prensa / Afectividad
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La importancia del aprendizaje afectivo
Alberto Lifshitz

La responsabilidad educativa no puede limitarse a lo técnico, lo cognoscitivo o lo psicomotor. El cemento que propicia la permanencia de lo aprendido se encuentra en el área afectiva; en la medida en que el alumno aprecia y valora lo que aprendió, se enamora de ese aprendizaje y se vincula con él permanentemente. No es equivalente aprender una serie de conceptos o de destrezas de manera automática y mecánica, a involucrarlos dentro de lo que es más caro para el individuo que aprende. Todos los aprendizajes tienen este componente. Los pacientes diabéticos que sólo obedecen las órdenes del médico son menos eficientes que aquellos que comprenden, valoran, justiprecian y defienden las razones de esa disciplina.
Para los profesores existe el reto formidable de incidir en los componentes afectivos en el aprendizaje de sus alumnos, porque es lo que puede favorecer que sea significativo. Pero, además, tienen el deber de propiciar una formación integral, una maduración de los educandos, de favorecer la adopción de un compromiso con los mejores valores de la profesión y de la humanidad. El profesionalismo ha resultado un término que agrupa muchos de estos valores para los integrantes del personal de salud, y abarca un compromiso con la competencia profesional permanente, la honestidad con los pacientes, la confidencialidad, las buenas relaciones interpersonales, la mejoría en la calidad de la atención, el mejor acceso a los servicios de salud, la distribución justa de los recursos, el conocimiento científico, la capacidad de mantener la confianza manejando los conflictos de interés, la profesión, las leyes y reglas, etc.
El reto pedagógico se centra en las dificultades para lograr aprendizajes en el terreno afectivo y, más aún, para evaluarlos. ¿Se puede enseñar a ser empático, a ponerse auténticamente en el lugar del otro? ¿Compasivo y no sólo simular que se es? ¿Verdaderamente solidario? ¿Se puede enseñar a ser honesto, comprometido, caritativo, responsable y comprensivo? ¿O todas estas son cualidades que trascienden las posibilidades de la escuela? ¿Más aún, se puede enseñar (aprender) a tener una buena relación médico (u otro personal de salud)-paciente, o esto depende de atributos personales innatos? Una persona no agraciada físicamente, que no tiene un buen aspecto, tendrá dificultades para ganarse la confianza de los pacientes.
A mi juicio, todas estas cualidades sí son susceptibles de adquirirse por el proceso educativo, pero hay que reconocer que la didáctica convencional ayuda poco. En este sentido, el currículum oculto parece ser más importante que el explícito. El alumno aprende todo esto a partir de los ejemplos que ve en los docentes y los profesionales, del ambiente moral de escuelas y hospitales y de los espacios que se le propicien para la reflexión.

Medicina Interna de México Volumen 25, núm. 6, noviembre-diciembre 2009 423


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