Argumentos de Fondo / Afectividad
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La libertad cautiva
José Luis del Barco

Seguramente sorprenda oír que la libertad pueda hallarse prisionera. No cuadra con la creencia generalmente aceptada de una libertad suelta, emancipada de rejas, dispensada de cadenas, como un viento desatado soplando por la ancha estepa. Y hasta sería natural que alguien dijera engreído que la libertad cautiva es un círculo cuadrado. Una libertad cautiva sería como un sol absurdo que, en vez de alumbrar, sombreara. Una libertad presa sería tan irracional como la mar entre rejas. No sería nada extraño oír cosas parecidas. Si uno cerrara los ojos para no ver cómo a veces se da fraudulentamente una mercancía por otra, y tapiara los oídos para no escuchar las quejas de la verdad silenciada por el fragor de lo falso, podría hilvanar un discurso rutinario y repetido y de caminos trillados. Podría decir que es un sueño todavía no realizado; un ideal de altos vuelos por el que se han inmolado muchos hombres visionarios; una noble aspiración normalmente insatisfecha, como un corazón avaro insaciable de riqueza; la gran utopía olvidada por déspotas y tiranos; y si uno fuera político en periodo electoral, podría llegar a decir que es un logro popular, un éxito democrático, una conquista esforzada que hace que los pueblos sean los dueños de su destino.
Indudablemente es falso, como un documento apócrifo imitador del auténtico, que la libertad real, legítima y verdadera como las promesas hechas en un mundo sin engaño, pueda estar encarcelada. La libertad personal, la libertad radical cuya sede es la persona, jamás puede estar cautiva, igual que al amor no puede ser rehén de la lujuria. Eso es del todo imposible, puesto que ella es el motor que activa y saca partido del gran potencial humano. Ella libera las fuerzas raptadas por la materia y rompe las ataduras que uncen al hombre a la tierra. "Eso activo es la libertad personal"1. Pero hoy reina la apariencia. En la cultura oropel, volcada hacia el exterior, devota de la fachada, se cultiva el simulacro, como una obra de farsa interpretada con máscaras, y se llama libertad a ciertas esclavitudes.
A esas formas aparentes, superficiales y frívolas, a esa pseudo-libertad llamo libertad cautiva. Libertad cautiva es libertad aparente, como oro de relumbrón desprovisto de quilates; libertad superficial no fondeada en la persona, como embarcación anclada en la masa de la espuma; libertad banalizada reñida con la verdad como el arte dadaísta con la métrica y la rima. Y si es verdad que hacia arriba hay grados de libertad; si el hombre puede aumentar su libertad personal y ser más o menos libre2; si también como ser libre puede crecer y crecer, igual que un río abastecido por un venero incesante, lo es también que, hacia abajo, la libertad tiene grados: ser más o menos cautiva. Será tanto más cautiva, cuanto más superficial la región en la que arraiga.
Resulta muy conocida esa libertad esclava llamada emancipación. El credo emancipatorio entiende la libertad como romper ataduras. El hombre se halla encerrado, dice el emancipador, en distintos cautiverios -la educación, el pasado, la autoridad, la cultura- y debe salir de ellos desbaratando y rompiendo, como un viejo explorador abriéndose paso a golpes por la broza de la selva. El hombre se halla atrapado en redes sojuzgadoras -la religión, la familia, la tradición, la política- que debe cortar resuelto. Si un día consiguiera hacerla, sería un hombre nuevo, liberado, emancipado. Ese es el alto ideal del credo emancipatorio: desprenderse de tutelas, de maestros, de servidumbres, y ser patrón de uno mismo sin regla ni autoridad, como melodía sin norma, sin pentagrama, sin notas. Emanciparse es romper con vínculos y ataduras, pues se considera al hombre, al hombre mayor de edad, como un ser desarraigado sin raíces precedentes, igual que una planta anómala que germinara sin suelo, sin semilla, sin abono, y se cree que el hombre nuevo es un sujeto ilustrado soberano de sí mismo. El proceso interminable de eliminar ataduras se llama liberación. Se puede llamar así, pero es libertad cautiva.
A Nietzsche le producía un profundo descontento, de ilusión desengañada por la decepción y el chasco, ver cómo la libertad es lisiada y mutilada cuando el hombre la reduce a mera "libertad de", a impulso emancipatario sin ningún fin, para nada, como esas embarcaciones con las velas desplegadas para quedarse en la dársena. "¿Libre de qué?", se pregunta Zaratustra. "¡Qué importa eso a Zaratustra! Esto es lo que debe decirme claramente tu ojo: ¿libre para qué?"3. La insatisfacción de Nietzsche es la que produce ver a la libertad esclava. Esclava sin remisión, como forzado a galeras sin reducción de condena, si está forzada a enredarse en un proceso continuo sin objetivo ni fin; si es la sierva sojuzgada por una tarea opresiva que no se termina nunca; si es la vasalla oprimida por la ocupación tediosa, de la que nada ni nadie podrá jamás liberarla, de destruir ataduras. Es esclava porque está condenada a liberarse.
El pasado es la cadena que ata a la emancipación. A él se halla sometida, a él se halla vinculada de manera negativa, como un filósofo insano entregado a la mentira, y su única tarea, de Sísifo encadenado, es liberarse de él. La emancipación no acaba, como la liberación, que es un proceso sin fin, y por eso no termina su sumisión al pasado. "Proceso emancipatorio", "proceso liberador" (dos giros ilustrados que señalan la tarea que el hombre tiene ante sí) son buena confirmación de esclavitud al pasado. Aunque las esclavitudes sean siempre desgarradoras, la esclavitud al pasado es el desgarro completo, pues es andar al revés, seguir la senda contraria que sigue la libertad, que apunta siempre al futuro. "Hace algunos años", escribe Leonardo Polo, "propusimos entender la libertad como la capacidad de enfrentarnos con el futuro y de poseerlo"4. Esa es una fórmula clara de libertad con sentido. Libertad para el futuro, que es lo que está por hacer, y lo que hay que conformar a golpes de libertad, como un escultor grabando alma trémula en la piedra. Libertad es enfrentarse con el riesgo del futuro, no dedicarse a romper amarras con el pasado; es afán de poseerlo, o de hacer que el porvenir llegue a ser un por traer, no furia devastadora con el tiempo ya vencido.
El vínculo es otra cadena que oprime a la emancipación. Si la libertad consiste tan sólo en desvincularse, como un deudor empeñado en eludir los gravámenes, se halla de nuevo sujeta a una tarea obligatoria impuesta por el destino; si es sólo independizarse de ancestrales sujeciones, es dependencia completa, sumisión a su programa de conquistar la autarquía. Además de estar cautiva, la emancipación se basa en un lamentable error: creer que la libertad es no tener compromisos. Como creer que un pianista, cuando interpreta a Beethoven con unos dedos maestros libres de legalidades, no ha pasado muchas horas prendido a la partitura, es pensar que el hombre libre es el ser sin compromisos. "Existe la idea de que la libertad y el compromiso son dos palabras que se oponen: cuanta más libertad, menos compromiso. Y viceversa: aquel que se compromete -se dice- sacrifica su libertad. Frente a esto, viene a mi memoria aquella frase de Saint-Exupéry que reza así: la calidad de un hombre se mide por la calidad de sus vínculos"5. Yo considero un error creer que uno se hace libre saltándose a la torera las normas tradicionales, y otro todavía más grande proclamar el "fin de la moderación", o sea, pensar que ya no hay barreras, tampoco las que nos ponen las estrecheces del otro, estrecheces que nos obligan a preocuparnos de él, a vincularnos a su sino con grilletes solidarios. La raíz del error es olvidar esta idea: no hay emancipación sin solidaridad6.
Otra forma renombrada de libertad prisionera es el relativismo.
El relativismo enseña la completa indiferencia ante la verdad o el bien o el valor o la belleza. La libertad relativista es un despego de todo, un desdén neutral por todo, un desafecto hacia todo, como el mirar de una estatua glacialmente anquilosado, pues cree que entregarse a algo es fuente de esclavitudes.
Ante todo hay que cuidarse de creer en la verdad, ya que la verdad expresa la dimensión de las cosas indiferente a vaivenes, esa dimensión eterna no regida por las leyes de la mudanza y el tiempo, e impide la displicencia del neutral e indiferente señalándole el camino, como un jalón en el suelo marcando el rumbo seguro. Si conozco la verdad, entonces no da igual todo, y eso resulta un estorbo inaceptable para el relativista, que entiende la libertad como hacer lo que se quiera, como una veleta frívola que no hiciera caso al viento. Aunque pueda sorprender, como renunciar a amar porque el amor veta al odio, la libertad entendida como "haz lo que te plazca", o como "haz lo que quieras", está hoy muy difundida. "Un ejemplo muy claro -además de esa ambigua noción de tolerancia, acuñada como anulación de la idea de valor en el mundo práctico- es la extensión de la idea anglosajona de privacy"7.
Una libertad así es varias veces errónea. Crece en un suelo abonado de descuidos y de yerros, como planta trastornada que pretendiera medrar en un terreno salino. Primeramente no cuadra con el ser de la persona, que está abierto a la verdad y es social y es dialógico, no amante de la mentira ni se encuentra recluido en la concha de su antojo. El relativista cree que atenerse a la verdad es recortarse las alas, y, como piensa asimismo que ser libre es trasladarse de un lugar a otro lugar sin obstáculos ni trabas, o moverse sin tropiezos en todas las direcciones, igual que un farandulero viajando de pueblo en pueblo por la geografía entera, la considera una brida que frena su movimiento, versátil, a ningún sitio. Transitar por la verdad, peregrinar por la vida con la verdad por delante, como los Magos de Oriente guiados a su destino por el fulgor de una estrella, es para el relativista meterse en un marco estrecho que oprime la libertad. En la verdad ve un escollo que lo atasca sin remedio, y se desprende de ella como de un fardo oneroso para moverse ligero. Así se ofusca y engaña, como un avaro atrapado en las redes de la usura, y obtiene lo que no quiere, recortar su libertad, pues sin ahondar en la verdad se convierte en algo superficial, como un diálogo fútil sin adentrarse en honduras. "La libertad no es la mera aceptación de la necesidad, sino la profundización en la verdad, 8.
Esquivando la verdad también se puede ser libre, pero de forma cautiva, igual que es posible el vuelo del murciélago en la noche, aprisionado en la sombra; también se puede ser libre de manera baladí y sin ninguna substancia, pues la libertad se mide por la realidad que halla, no por la elasticidad de la variación y el cambio9. Dar la espalda a la verdad tal vez permita ser libre, pero libre sin sentido, como un violín insensato desdeñoso de las notas, no libre para regir y timonear la vida. Si no enlaza con la verdad, la libertad que se logra es totalmente neutral, como un gris indefinido, y no es posible emplearla para forjarse un estilo. Una libertad así, de indiferencia perpetua, es incolora y estéril, indecisa e impersonal, presa de la indiferencia. Es libertad prisionera.
Tampoco el bien hace gracia al credo relativista, y lo considera un virus letal para el hombre libre. El relativista cree, por razones parecidas a las que ha presentado en contra de la verdad, que hay que librarse del bien para ser libre sin trabas. Obviamente el bien no es neutro, y si ser libre consiste en hacer lo que se quiera, que es libertad aparente o esclavitud de la gana; si es hacer lo que me plazca sin ningún impedimento, como una prosa a lo loco absuelta de la gramática, me encuentro con un obstáculo. Aparentemente acierta el credo relativista, pues quien anda por dos caminos, el del bien y el del mal, tiene ante sí más anchuras que el que camina por uno, y quien se guía por el bien se cierra el área del mal, como una mirada a medias con un ojo clausurado. "Bien y mal" es más que "bien", por eso la rebeldía contra el mandato del bien aumenta la libertad.
Esta idea es un espejismo, como ilusión engañosa de errático en el desierto, y va muy descaminada. Aquí, como tantas veces, no son tan simples las cosas, ni son lo que nos parecen. "Bien y mal" no es más que "bien" porque el mal es reducción. No suma, sino que resta. "El mal", así lo define Spaemann, es "no prestar atención" 10, y por tanto es ignorar un trozo de lo real, aquél al que no se atiende, y estrechar el horizonte, como un vigia que observara metido en un agujero, no desde el sitio más alto. Al bien le pasa al revés. Es dedicar atención a la realidad entera, mirarla límpidamente, sin ficción ni veladuras11, y eso permite moverse por una inmensa llanura abierta crecientemente.
Es totalmente imposible que el bien recorte las alas a la libertad, o que disminuya el radio de las acciones humanas dejándolas recluidas en un estrecho recinto condenadas a apreturas, pues el bien no es reclusión, sino un acto de justicia con la realidad entera. Si hacer el bien significa considerar "lo que es" 12, contar con la realidad de una manera completa, sin omitir las regiones que nos resultan molestas, como hacen los consentidos con antojos infundados, entonces no es que no achique el ámbito de la libertad, sino que es la condición para que sea dilatada, como un vasto panorama despojado de confines, y disponga de unas alas con que remontar el vuelo en un ascenso sin fin, como un pensamiento estético en busca de la belleza. El relativista yerra cuando en el bien ve un escollo que frustra la libertad, en lugar de un requisito para no estar prisionero. El bien es un valladar contra el versátil capricho, y representa un obstáculo para hacer lo que se quiera, o sea, para esa forma actual de la libertad cautiva.
El bien no paraliza la libertad ni la actividad humana. Seguramente Guardini haya visto como pocos, con esa penetración de la inteligencia fina adiestrada en los conceptos, que la libertad no encaje por estar sujeta al bien, como un pintor no empeora por someterse al color, sino que crece y aumenta como afición cultivada en el régimen del genio. Guardini define el bien de diferentes maneras, como filósofo pródigo espléndido de verdades, y ninguna representa una amenaza para la libertad. Hay veces que lo define como "la verdad del ser", otras como "la autorealización del hombre que armoniza con su esencia"13 Están de más las palabras. ¿Cómo la verdad del ser, que es apertura completa y ofrece a la libertad amplitud ilimitada podría ser una obstrucción? ¿Cómo el hombre, en la tarea interminable de llegar a ser quien es, podría ser el represor de su propia libertad? Como gravedad contraria que elevara a los objetos es ver en el bien un dique opuesto a la libertad.
Más que el bien tal vez sea el mal el que a veces se presenta como gran liberación, como terreno vedado a la libertad medrosa, no a la libertad heroica, y, como el relativista es indiferente a todo y cree que todo es igual (por eso la libertad es hacer lo que se quiera), ve el bien como una objeción para ser libre sin trabas. Entre ciertos creadores es frecuente esta opinión de antagonismo fatal entre bien y libertad, que armonizaría mejor con la villanía y el mal, aunque ninguno tan célebre como Thomas Mann. Hay algunos escritores que esbozan tímidamente la fecunda sociedad entre el arte (la gran manifestación de la libertad humana) y la maldad, y dicen cosas así: "El arte de la novela es una variedad de la mentira", "la literatura es una forma de delincuencia", "el poeta es un fingidor". Thomas Mann va aún más lejos, y habla sin contemplaciones, como un sol desde la altura distribuyendo sus rayos, de que hay un mal creador (schopferischen Basen) que daría alas al artista y ubérrima libertad. Anque Mann elaboró una teoría compleja sobre esta curiosa estética, la teoría de lo satánico, eso del mal creador es una frase pomposa, con muchísimo aparato e hinchada de altisonancia, que encubre secretamente la destrucción del sentido, cuya ausencia tiraniza a la libertad humana.
Podría aducir mil razones para mostrar la endeblez de esta idea relativista, pero daré sólo dos. Una consiste en mostrar que el mal es algo sobrante y está de más en el mundo, como estorbo en la vereda que obliga a dar un rodeo, y su presencia no ayuda ni a crear, ni a hacer, ni a nada, aunque su existencia ubicua sea fatal e inesquivable. Como "negación de lo que debe ser" lo ha definido Guardini, algo que "no constituye un elemento necesario del mundo"14. La otra es un testimonio de un artista genial, de esos que alumbran su época y les sobra claridad para dar luz a las siguientes; el alegato sincero, rubricado con su vida, de que convertir el bien en la sustancia del arte requiere una libertad raramente conquistada por los grandes creadores, y genialidad artística. "La idea fundamental", dice Dostoievski sobre El Idiota, "es la representación de un hombre verdaderamente perfecto y bello. Todos los poetas, no sólo de Rusia sino también de fuera de Rusia, que han intentado la representación de la belleza positiva no lograron su empeño, pues era infinitamente difícil. Lo bello es el ideal; pero el ideal, tanto aquí como en el resto de Europa, ya no existe. Sólo hay en el mundo una figura positivamente bella: Cristo"15.
La libertad relativista, que es hacer lo que uno quiere porque no hay verdad ni bien y todo es indiferente, ve enemigos dondequiera, como el sombrío hipocondríaco imagina enfermedades en síntomas anodinos. La belleza y el valor también le parecen diques, como la verdad y el bien, que limitan sin remedio la libertad de elección, como incendio controlado por seguros cortafuegos. Si ser libre es elegir de manera indiferente una cosa y la contraria, como una pasión voluble que hoy ama y mañana odia, el valor y la belleza son frenos intolerables puestos como valladar a las elecciones libres. Solamente acertaría el credo relativista con su idea de libertad como "elección infinita" si elegir fuera la forma más alta de libertad, no una libertad cautiva. "Pero la libertad de elección", dice Leonardo Polo, "no es la forma más alta de libertad"16.
Solamente acertaría el credo relativista si el valor fuera un recinto a cal y canto cerrado, donde quedaría enclaustrada la libertad de elección como un vuelo a las alturas enjaulado en una cueva, no algo digno de existir cuya ausencia achica el mundo y la libertad del hombre que actúa dentro de él 17. ¿A qué queda reducida la libertad de elección en un mundo sin valores, sin lo noble, sin lo alto, sin lo justo, sin lo bello, y condenado a existir en un universo estrecho? A libertad prisionera. Con la clara sencillez de la palabra entrenada para expresar lo inefable lo ha dicho Ricardo Yepes. "Ellos -los valores- son los fines a medio y largo plazo que busca nuestra conducta, nuestra voluntad y nuestra libertad"18.
Solamente acertaría el credo relativista si la belleza enceldara la libertad de elección en ceñido encerramiento, como una alta aspiración humillada a lo plebeyo, en vez de ser ella misma libertad de crear formas armónicas con la pura voluntad, o sea, como dice Schiller, que se ejercita creando formas estéticas19. "La belleza tiene un precio, no en oro, sino en silencio"20, pues sólo en la soledad del esfuerzo creador se le arranca algún destello, y es preciso merecerlo para que se nos entregue. Pero es también un regalo, cuando somos dignos de ella, que aumenta la libertad. Como la verdad y el bien. Y basta de relativismos.
La enumeración de tipos de libertad prisionera quedaría incompleta si no se hiciera mención de otros tres muy conocidos: individualismo, subjetivismo, hedonismo. Los tres son formas cautivas de la libertad humana, y se asientan en errores iguales o parecidos a los que sirven de base a los dos que he examinado. Gastaré, pues, pocas palabras.
El individualismo estrecha la libertad, y la acorta, encerrándola en el sí mismo. Para un individualista, la mayor esclavitud es sujetarse a unas normas globales o generales, no salidas por las buenas de su voluntad autónoma, como sale un mal deseo del pecho descontrolado, y decide clausurarse dentro de su propio yo como forma más segura de guardar la libertad. John Stuart Mill propugnaba una libertad así. "Si una persona", escribía, "posee una razonable cantidad de sentido común y experiencia, su propio modo de disponer de su existencia es el mejor, no porque sea el mejor en sí mismo, sino porque es su modo propio".
Así serían las cosas si los individuos fueran unidades clausuradas dentro de su propia concha, sin relaciones ni vínculos con los demás, con lo ajeno, como un jardín confinado entre inaccesibles verjas, y no un ser dueño de sí que tiene que ver con todo. "Cuanto más individuo se es, se es más universal"21. Aquí pasa como siempre, que por pretender ser libre de una manera torcida, se acaba siendo cautivo, como un laxo libertino que por buscar sin parar sensaciones siempre nuevas queda atrapado en el vicio. Si el individualista piensa que rehusando los principios recibidos de otros hombres, y cambiándolos por otros inventados por el mismo, va a lograr la libertad, tan sólo conseguirá someterse a su capricho. Con una fina ironía de talento despejado acertó a expresarlo Lewis: quien rechaza los principios se esclaviza a los impulsos.
El subjetivismo estrecha la libertad, y la acorta, porque circunscribe el mundo al universo minúsculo "cribado" por el sujeto. De entrada el subjetivismo es una descompensación, como balanza inestable con un brazo sobrecargado, que desequilibra al hombre. Lo ve como independiente y completamente autónomo, sin relaciones con nada y desligado de todo, como una gota de lluvia aislada del aguacero. Y eso no es ninguna libertad exonerada de obstáculos, abierta y excarcelada, sino clausura en sí mismo, como un huraño misántropo que diera la espalda al mundo. El subjetivismo acorta el radio de la libertad porque crea desinterés (lo único que interesa es el individuo autónomo), y crea incomunicación (que agarrota la conducta con gestos inseguros), y produce crispación, esa manera egotista (o sea, sierva de sí misma) de vivir la subjetividad. Hay un síntoma palmario de que, en vez de liberar, el subjetivismo oprime. El subjetivismo crea reacciones de defensa frente al mundo exterior, que ve como una amenaza, y por eso se recluye, se encarcela, se desliga. El subjetivismo es una libertad esclava porque interrumpe el proceso de maduración humana.
El hedonismo estrecha la libertad, y la acorta, porque se rinde al placer sin exigir condiciones, como el ebrio a la bebida o el sectario a los dictados de una turbia de libertad prisionera, el hedonismo padece una gran ofuscación, de mirada deslumbrada por una luz derretida, y sucumbe a la consigna "haz lo que te venga en gana". Aunque ahora la contraseña adopta un aire solemne de sentencia filosófica con más aire que sustancia, y se da un tono arrogante de verdad irrefutable, el resultado es el mismo: una nueva esclavitud. La invitación hedonista pretende ser la adecuada al modo de ser del hombre, el que respeta su ser y lo sitúa en el camino de la libertad sin trabas, como el lazarillo al ciego en un camino expedito, pues dice que hay un querer arraigado en lo más hondo de las entrañas humanas, un querer fundamental completamente indomable, al que hay que someterse para poder liberarse.
Como un grito de libertad que reclamara cadenas es esta oferta hedonista. El querer incoercible, de vendaval insumiso, es el placer, el agrado, y la libertad que cuadra con ese afán placentero se llama "permisivismo". Para conseguir placer está permitido todo: he ahí la máxima liberadora. Ser libre es la interminable fiesta del goce y las sensaciones; rendirse al instante breve para extraer, estrujándolo, sus ingredientes amenos, y pedirle que sea eterno, que se detenga y se pare, como corriente de un río remansado para siempre por un perpetuo helamiento; entregarse a los placeres que pasan a nuestro lado "en cortejos sonoros de sedas esfumadas". Una libertad extraña ésta de ser dominado. Que es libertad prisionera se percibe reparando en la grave seriedad, de desazón enlutada en un rostro luctuoso, que el hedonista adopta en presencia del placer, ante el que ruega y se humilla como siervo adicto al látigo. El hedonismo predica que está permitido todo, pero ante el placer se inclina. Tal vez sea libertad, sí, pero libertad cautiva.
En los casos mencionados la libertad es un fraude. Naturalmente reflejan chispas de la libertad afincada en la persona, como en un rostro ceñudo la preocupación oculta, pero son destellos curvos de pasiones arrugadas que maniatan al hombre. Como formas alienadas de libertad paradójica, porque en vez de liberar sojuzga, oprime, encadena, son libertades sartrianas, o sea, "un vacío de ente, un proceso absurdo que al determinarse se empasta, se niega a sí misma"22.
La razón de este dislate, que consiste en presentar como libertad suprema ciertas apariencias suyas, como un lujo simulado para ocultar la miseria, es una idea equivocada, enormemente extendida en el pensamiento actual, acerca de la voluntad. La filosofía moderna entiende la voluntad como una fuerza espontánea, y su querer infundado de arrebato gratuito como la forma más alta de la libertad humana. La voluntad espontánea es libertad ella misma, como el hielo es agua yerta, desapasionada, fría, y sus actos inconscientes la auténtica libertad. "Si la voluntad es espontánea, no hay distinción entre la libertad y la voluntad.23 Haría falta elaborar una teoría completa de la voluntad humana, para sentar firmemente, como una conducta entera incansable en la injusticia, que no es espontaneidad y que no es libre de entrada. Por ahora bastará con tomar unas palaras de alguien que la ha elaborado. "La libertad", dice Polo, "sólo llega a la voluntad a través de los hábitos", y "no pertenece primariamente a la naturaleza, sino que es un trascendental personal; desde la persona se comunica, a través de los hábitos adquiridos, a las potencias pasivas"24.
No. Una libertad cautiva es una contradicción de funestas consecuencias, y por eso no libera ni colma el profundo anhelo de excarcelación humana. La mar es la gran metáfora, el símil insuperable, de la paradoja interna de la libertad cautiva. Poner lindes a la mar, enmarcar lo inabarcable para encerrar su apertura de horizontes infinitos; aprisionar sus azules de distantes lejanías; cercar sus olas combadas, que son renglones sonoros sobre un azul infinito; atenazar su fragor de bajos enronquecidos; limitar su ancha llanura de incesantes travesías, entrenada en el oficio de largas navegaciones y de sueños atrevidos y aventuras arriesgadas, es un propósito absurdo de mentes extravagantes, como un verso paradójico verdugo de la belleza.
Pero esto es sólo una imagen, una alegoría marina, de una verdad innegable. Lo realmente imposible, como una llovizna seca en cielos limpios de nubes, es recluir la libertad, y, como es imposible, cuando se insiste en hacerla, con la obstinación cerril de una avalancha fanática despeñándose hacia abajo, lo acaba sufriendo el hombre. No presa de esclavitudes, sino liberadora, ha de ser la libertad si quiere contribuir al crecimiento humano.
Pocos deseos más humanos que el de libertad auténtica; pocos tan puros e íntimos; pocos tan reveladores de una aspiración noble, sencilla, buena. Wer wird mich befreien? (¿Quién me liberará?), se pregunta Eugen Biser25, recogiendo el gran anhelo de la gran liberación: la de la muerte severa. Para esa liberación de la más dura cadena, las libertades cautivas son débiles e impotentes, más débiles e impotentes que un par de gotas de agua para anegar el desierto. Esa gran liberación es obra de la Verdad. Pero hay otras esclavitudes, aparte de la cadena que nos impone la muerte, cuya opresión siente el hombre como un peso insoportable, y de las que sólo libra la libertad verdadera radicada en la persona.
Seguramente sea el arte (la libertad saturada de verdad inexpresable concretada en obras bellas) la gran expresión humana del deseo de libertad, y puede que sea la música (esa libertad con alas de oberturas y de fugas) la que mejor la ha cantado. Podría citar sinfonías, nocturnos, arias, sonatas, cuyo gran protagonista es la libertad humana, pero hay dos muy especiales, Dem Andeken eines Engels, un concierto de violín compuesto por Alban Berg con motivo de la muerte de Manan Gropius, y una cantata de Bach, O Ewigkeit du Donnerwort. Quien quiera intuir, casi tocar con los dedos, la libertad verdadera, que las escuche despacio.
¿Y qué es esta libertad, la libertad que libera, tan querida, tan cantada? Es libertad personal. Quien es realmente libre es la persona, ella tiene libertad (o ella es libertad), y es en el ser personal donde se afinca y se ancla. La libertad personal no es un rasgo, o una cualidad más de las que adornan al hombre, como un cierto temperamento o una inteligencia fina o una mala inclinación; no pertenece a la esencia, sino al ser de la persona. Es un trascendental personal. "La libertad tiene grados, pero su radicalidad es la persona"26.
Un examen detenido, hecho con ese cuidado de un detalle preciosista, mostraría que el cuerpo humano está abierto a un amplio espectro de conductas, movimientos, significados, figuras; que se halla indeterminado y tiene casi infinitas posibilidades significativas. Como un amplísimo cauce por el que ha de discurrir la libertad personal está "diseñado" el cuerpo. En un cuerpo más estrecho la persona no cabría, que es "apertura sin restricción"27, o sea, libre. Y no solamente el cuerpo. Todo en el hombre es abierto, como un barco sin cubierta o un campo exento de obstáculos; todo en él es un proyecto continuamente esbozado, como un diseño glorioso creado día tras día para albergar lo divino, y no sólo lo corporal, sino las capas más hondas, lo intelectual y volitivo, de su condición humana. Esa anchurosa abertura, de grandes brazos abiertos invitando a la acogida, que el hombre entero revela, y que ha llevado a decir que es el ser abierto al mundo, es la expresión apropiada de un ser personal libre.
Libre en un sentido estricto, o hablando con propiedad, sólo es libre la persona. La libertad tiene en ella su domicilio nativo y su asiento originario, como los metales puros en la entraña de la tierra, y de ahí se difumina empapando a todo el hombre, sin excluir a su cuerpo, que, como he dicho ya, es albergue descampado (o sea, no especializado) para acoger a un ser libre.
De manera radical sólo es libre la persona, no la naturaleza. "De suyo, la naturaleza no es libre". "La voluntad no es nativamente libre"28. La naturaleza humana, la voluntad, el alto querer del hombre, la subjetividad, la individualidad, el afán liberador, la acción acometedora, y las demás dimensiones constitutivas del hombre, no son al principio libres, pero llegan a ser libres con auxilio de los hábitos, esas ramblas de albedrío por donde el ser personal empapa de libertad toda la vida del hombre. "Los hábitos son un cauce abierto para la libertad"29.
Las libertades cautivas cometen el grave error de olvidarse del origen. Ven cómo el hombre refleja libertad por todos lados, en su cuerpo, en su ansia emancipatoria, al actuar y elegir, y se ofuscan y deslumbran y paran en los destellos, sin continuar hasta el foco que emite la radiación, como unos ojos frustrados de convivir con la sombra esquivando un haz de luz. Las libertades cautivas, presas de los mil colores pincelados en las hojas, no llegan a la raíz, y se marchitan, se ajan, se vuelven lacias, como un follaje clorótico empobrecido de savia. Como inepto explorador que, hechizado por la anchura del caudal bajo de un río, no remontara su curso para buscar el venero, y se encaminara al mar, es la ilusión que producen las libertades cautivas, una ilusión de quincalla, de afeite, de brillo hueco. También la elección seduce, y querer lo que uno quiere, y hacer lo que da la gana, y alcanzar la autonomía, y obrar como un ilustrado con mayoría de edad, y emanciparse de todo, y seguir sus propias normas, pero son sólo destellos, que pueden ser luz robusta nutridas por la corriente de la libertad personal, o apariencias mortecinas, o sea, libertad cautiva.
La libertad personal es señorío de sí, es ser dueño de uno mismo, sin sentirse acorralado por apremios, por acosos. Pero éste ya es otro tema, y, como hoy me conciernen las libertades cautivas, diré sólo unas palabras sobre la liberadora. Aunque esté muy extendida la idea de libertad como mando soberano, de autócrata inmoderado, sobre otros hombres u otras cosas, que acatan nuestro poder con docilidad de malva, o como ausencia de obstáculos para moverse sin trabas en todas las direcciones, igual que brújula loca ajena a la orientación de los puntos cardinales, la libertad de verdad (libertad liberadora o libertad personal) es poder sobre uno mismo. Es el "dominio que cada ser tiene sobre sí"30.
Aparentemente es libre quien mangonea lo demás y dispone de lo otro con voluntad indomable, de hierro robustecido en una forja de brío, aunque él mismo quede al margen de su propia libertad. Una extraña libertad, contradictoria e ilógica, como ascender hacia abajo, sería la que me excluyera, la que me dejara al margen de su acción liberadora. La libertad de verdad es una capacidad de disponer de uno mismo. No puede ser de otro modo si es verdad que el hombre anhela empuñar su libertad, tenerla en sus propias manos, y llamar libre al que no tiene dominium sui actus, con una expresión certera de filósofo preciso, es sólo hablar por hablar, como un discurso esperpéntico dispensado de sentido.
Si es personal, verdadera; si es dominio sobre sí, señorío sobre uno mismo, porte del que ejerce mando y dominio sobre algo (dominio liberador como el que permite al músico crear nocturnos eternos con arpegios quebrantados); si al usarla no nos unce a uno de los muchos yugos en que vienen a parar las libertades cautivas, tiene que dejar su huella en los hombres que la ejercen, una huella duradera de inacabable goteo, los cuales han de exhibir de manera involuntaria cómo ha afectado a su ser. Si ser libre no se notara y pasara inadvertido, como un rumor anegado en agudo griterío, la libertad sería inútil, y no habría diferencia entre ser libre o esclavo.
La libertad sin secuelas sería un insípido juego, una burla, un pasatiempo, igual que una distracción para ir matando las horas. " Nos encontramos", dice Daniel Innerarity, "con infinidad de formas en que la libertad se llena de vacío, se anquilosa, se pudre por falta de uso, revienta cuando es vivida como acumulación de poder, se trivializa cuando renuncia a proyectarse socialmente"31. Solamente quien negara que ser libre es algo ocioso e inútil para la vida, que ni cambiara su estilo ni su forma de vivir ni su modo de afrontar la tarea de la existencia; quien negara que a la vida no le afecta en lo más hondo la libertad personal, y es hojarasca sin peso para moldear su estilo, igual que una espiga vana estéril para el sembrado, podría hacer esta pregunta de desconcierto redondo: la libertad, ¿para qué?
La libertad deja huella, una señal de avatar, una marca de troquel que imprime su propio cuño, como vivencias profundas, y esa huella es la virtud. La libertad sin virtud es como un plantío sin suelo, en el que la semilla no prende y es imposible el cultivo. "Las buenas costumbres, las virtudes, son el soporte donde necesariamente se apoyan la voluntad y la libertad a la hora de actuar"32. La libertad sin virtudes no tiene fuerza bastante para regir las tendencias con facilidad autónoma, y pierde el control de ellas, o sea, se hace su esclava, como el capitán de un barco títere de las manías de su tripulación amotinada.
No estoy yo tan convencido de que, como dice Proust, el vicio sea una ciencia exacta, pero sí creo que la acción, cuando su origen está en una tendencia oblicua desviada por el mal, se hace sorda y no obedece la voz de la libertad, como un son recalcitrante que sofocara su eco y le impidiera atronar en los espacios abiertos. La venganza, por ejemplo, que es una tendencia humana, puede esclavizar al hombre cuando se tuerce y se vicia. También esclaviza el odio (que es el amor antagónico del corazón al revés), pues la persona que odia, al devolver mal por mal, como una justicia bárbara de talión resentido, queda atrapada en el mal y pierde su libertad. Y así todos los afectos, todas las inclinaciones desviadas de su camino como un mirar revirado. "Las malas tendencias comportan un déficit de libertad".
La libertad sería un juego de jugador solitario conspirando contra el tedio si no liberara al hombre, como un viento insubstancial cuyas rachas no orearan. Para que tenga sentido, y no sea un sonido hueco de palabra desgastada, la vida ha de percibirla en sus capas más profundas. La libertad personal ha de irradiar y anegar la naturaleza humana, como una alegría buena, y eso tan sólo es posible por medio de la virtud. "La virtud moral es la mediación entre la libertad personal y la naturaleza del hombre"33. Aunque ese es un gran papel, la virtud aún tiene otro todavía más decisivo, y consiste en aumentar la potencia de querer y hacer que la libertad crezca y no se quede estancada en elecciones pequeñas, como un azul que azulara únicamente los ríos renegando de la mar. Quien quiere ser aún más libre, y más libre todavía, necesita la virtud, como la forja la fragua, pues la virtud es potencia que aumenta la libertad.

Notas
1. Sellés, J. F., "La persona no se conoce sino personalmente", en Memorias del Congreso Internacional de Bioética, Universidad de la Sabana, Chía-Cundinamarca, 1977, p. 58.
2. Polo, L., y Llano, C., "El hombre puede ser más o menos libre", Antropología de la acción directiva, Unión Editorial, Madrid, 1977, p. 111.
3. Nietzsche, F., Also sprach Zarathustra, Reclam, Stuttgart, 1994, p. 63.
4 Polo, L., y Llano, C., op. cit., p. 169.
5. Yepes, R., La persona y su intimidad, Eunsa, Pamplona, 1997, pp. 38-39.
6 Spaemann, R., "Kein Recht auf Leben? Zur Auseinendersetzung um den Schutz des ungeborenen Kindes", en Auf Leben und Tod. Baestei, Lübbe, Bonn, 1986, p.72.
7. Yepes, R. op. Cit., p. 20
8 Polo, L., Y Llano, C., op, cit., p. 38.
9 "La libertad se mide por la realidad con que se encuentra", Ibidem., p. 92.
10 Spaemann, R., "Man konnte das Base geradezu definieren als Verweigerung der Aufmerksamkeit", en Moralische Grundbegrijfe, C. H. Beck, Munchen, 1986, p.87.
11. Cfr. Ibidem..
12 "Was macht eine Handlung gut? - so fragten \wir. Un die Antwort lautet nun: dass sie dem, was ist, Rechnung tragt". Ibidem., p. 91.
13 Guardini, R., Ethik. Vorlesungen and der Universitat Munchen (1950-1962), Matthias-Grünewald-Verlag - Mainz Verlag Ferdinand Schoningh, Paderborn, 1993, Band 1, pp. 37 y 55.
14 "Das Bose ist die Negation dessen, was sein soll", "Das Bose bildet in keiner Weise ein Notwendiges Element der Welt". Ibidem., pp. 79 y 77.
15 Dostoievski, F., Obras completas, Aguilar, Madrid, 1982, p. 1648.
16 Polo, L., La voluntad y sus actos (1), Pamplona, 1998, p. 59.
17 "Wert' bedeutet, etwas ist würdig, dass es sei es ist gerechtfertigt, zu bestehen; ist kostbar, edel, hoch. 'Wert' ist Ausdruck also dafür, dass etwas positiv ist, erfüllungskraftig; dass es Hebt, Sinn hereintragt". Guardini, R., Vom Sinn der Schwermut, Matthias-Grünewald-Verlag, Mainz, 1993, p. 30.
18 Yepes. R., op. cit., p. 62.
19 "Schonheit also ist nichts anders als Freiheit in der Erscheinung". Schiller, F., Kallias oder über die Schonheit. Briefe an Gottfried Korner, en Was das Schone set, Deutscher Taschenbuch Verlag, München, 1994, p. 261.
20 Trapiello, A., Todo es menos, Pre-Textos, Valencia, 1977, p. 272.
21 Polo, L., La persona humana y su crecimiento, Eunsa, Pamplona, 1996, p. 24.
22 Polo, L., La voluntad y sus actos (1), ed. cit., p. 22.
23 Ibidem., p. 39. "Si la voluntad es espontánea, también es nativamente libre".
Ibidem., p. 41.
24 Ibidem., p. 42.
25. Biser, E., Der Mensch. Das uneingeloste Versprechen, Patmos, Düssseldorf, 1995, pp. 142-153.
26. Polo, L., Quién es el hombre. Rialp, Madrid, 1991, p.83.
27. Sellés, J.F., art. cit., p. 72.
28. Polo, L., La voluntad y sus actos (I), ed. Cit., p. 72.
29. Polo, L., y Llano, C., op. Cit., p. 110.
30. Yepes, R., op. cit., p. 10.
31. Innerarity, D., La libertad como pasión, Eunsa, Pamplona, 1992. P. 15.
32. Yepes, R. op, cit., p. 61.
33. Polo, L., Quién es el hombre, ed. Cit., p. 140.

Cuadernos de Anuario Filosófico
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Universidad de Málaga