Todo en función de... y para lo mismo
No a la mente. Lo físico, jamás la sensibilidad intelectual. El cuerpo concebido como escaparate, ventana que incita a los espectadores a asomarse a él. El cuerpo único canon de belleza. El cuerpo exhibido y codiciado, publicitado. Playas. Gimnasios. Toda ocasión es propicia para vestirle con insinuantes ropajes, para desnudarle, no importa el escenario. Al fin, vivimos en función del sexo, y éste necesita despertarse, ser estimulado al precio que sea. Nada en función del pensar, conocer, imaginar. Exhibir como único poder de la atracción física que despierta la carne cuidada, preparada en la escuela de la vida. ¿Quién osaría crear otra que gastara sus recursos y energías en la preparación moral, intelectual? Ellos, ellas, y sus cuerpos, persiguiendo, acosando con sus imágenes a los consumidores, da igual lo que publiciten, de lo que hablen, nada cuenta fuera de la pintura que los recubre, los ejercicios que los estimulan, los vestidos y trajes en que habitan, las formas que insinúan o abiertamente exhiben desnudas. Los cuerpos. Para ellos organizan sus vidas. Al fin, unas y otros no son sino la continuidad sincrónica y repetitiva del mundo, todos incursos en la forma que parece detener el tiempo, sin cuestionarse el hecho de que un día han de envejecer. Cuando se encuentran en el bar tomando una copa, cuando entre sí frotan sus bocas o sexos, no pueden escuchar el latido futuro de sus feos pellejos. Ante la inexistencia de la inmortalidad no se plantean el absurdo de envejecer. Aceptan simplemente la realidad.
Lo único que parece contar
Y todo el estruendo del poder, la malsana canción de los negocios, la decadencia del mundo en que habitan y consumen sus vidas, desaparece ante su única obsesión: posesionarse de un cuerpo, real o imaginado, el cuerpo exhibido, deseado, tal vez soñado. Beben y casi nunca pierden la compostura, es decir, borrachos o cuerdos hablan y hablan de sus reiteradas historias, incapaces de escapar a la vulgaridad que las informa. Lo importante es que no se piense, que no se reflexione: espectáculos de masas, gentes vociferantes, conciencias sumisas a las que sólo se permite aplaudir o corear idénticas palabras, en la política, en la televisión, en el deporte: convertir todo, cualquier actividad profesional o lúdica, de la vida, en espectáculo, ficción, nunca participación, y, en medio, la belleza del cuerpo al que se rinde, aunque esté hueco por dentro, pleitesía. La sonrisa erótica de Claudia Schiffer importa más que el contenido del coche que anuncia, o, sepa o no jugar al tenis, la Kournikova ganará más que cualquier otra deportista. Y así podríamos hablar, en la decadencia del cine, de actores como Antonio Banderas o Penélope Cruz... Al fin, en la sociedad de la gesticulación, boca, senos, piernas, melenas o muslos, de hombres o mujeres, es lo único que cuenta.
Así estamos
Ya hace muchos siglos escribió Marco Aurelio: «Has nacido esclavo, no participes de la razón». ¿Y qué lejos nos quedan páginas como las del Diario de Kierkegaard: «Si un árabe, en el desierto, descubriese de pronto un manantial dentro de su tienda, que le surtiera de agua en abundancia, se consideraría muy afortunado; y lo mismo le ocurre a un hombre cuyo ser físico está siempre vuelto hacia lo exterior, pensando que la felicidad mora fuera de él, cuando finalmente entra en sí mismo y descubre que la fuente nace dentro de él». ¿Cómo no iba a llegar el momento en que la presentadora de telediarios, entre noticia y noticia, se fuera despojando de la ropa? Ah, mujer, dónde queda tu lucha emancipadora, y tú, hombre, en qué pozos de profunda nada arrojaste tu desarrollado pensar... Cultivar el cuerpo porque ya no se cree en la existencia, es decir, el valor del espíritu. Es el nihilismo absoluto. La belleza sin sentimientos, el asesino sin motivos, Sísifo o Raskolnikov.
La Razón 13.07.02. Selección de Almudena Ortiz |