Hace mucho tiempo viene manifestándose una descomposición evidente en la niñez de este país. Implementar la disciplina en nuestras aulas es cada vez más difícil. El uso de drogas en nuestros niños se ha constituido en un grave problema social; la iniciación sexual entre niños pre-adolescentes es cada vez más frecuente y augura graves consecuencias para el futuro: la obesidad infantil se ha instituido en un reconocido problema nacional y la matanza de Colombine ha llevado toda esta lista de problemas a una escala simplemente alarmante por el horror que representa.
Hasta este momento todos estos problemas han sido analizados y tratados individualmente, pero los acontecimientos recurrentes indican que se ha tenido muy poco éxito en evitar su repetición. Obviamente las medidas correctivas de la psicología calman el escozor pero no logran detener la propagación de la epidemia.
No tenemos que ser expertos para darnos cuenta de que la conducta de rebeldía desordenada de nuestros hijos es una respuesta a las acciones o falta de acciones de nosotros, sus padres.
Los que tenemos hijos y también los que se dedicaron a estudiarlos en sus comportamientos y necesidades, sabemos que esos proyectos de seres humanos que la vida pone a nuestro cuidado, vienen pequeños y vacíos, que necesitan ser alimentados con comida, educación y amor para poder crecer sanos de cuerpo, mente y espíritu.
Todas sus necesidades dependen de los adultos, y sabemos además que cuando sus necesidades no están satisfechas lo demuestran con llantos y perretas. Es el lenguaje natural del que no sabe expresarse de otra manera. Pero sin lugar a dudas, no se llora por lo que se tiene ya, se llora por lo que no se tiene, por lo que se necesita.
Del anterior razonamiento pudiéramos concluir que las últimas perretas, que han llegado a niveles sangrientos de matar y matarse a si mismos, no han sido por falta de comida, tampoco han sido ocasionadas por falta de ropas o videojuegos, como tampoco de televisiones o computadoras. La mayoría de los niños envueltos en esos trágicos incidentes, tenían todo lo que el dinero podía comprar, pero el mensaje enviado por sus actos es simple: “la vida que estoy teniendo no vale la pena, renuncio a ella”.
Sí necesitan algo, ese algo no es material, por lo que tiene que ser emocional o espiritual lo que reclaman con desesperación suicida. Lo que obviamente reclaman es que los padres les dediquen tiempo de calidad, que se establezca una relación de familia, que se les brinde ejemplos positivos, que se les diga “te quiero” no con regalos sino con actitudes y palabras.
Es necesario que los padres se involucren, no solo en la educación formal que imparten las escuelas, sino y mucho más importante en la educación de hogar, como se llamaba cuando ésta existía.
Esa es la causa directa del desorden emocional y espiritual de nuestros niños, se sienten abandonados, solos en la vida frente al televisor, los videojuegos o la computadora. Ahí está la causa que produce el efecto actual: no tenemos tiempo.
Pero, estamos tratando los síntomas, no la enfermedad; tratamos los efectos sin eliminar la causa que los producen, el enfoque debe variar para detener la destrucción de nuestro futuro. Es importante entender que los efectos traumáticos, que todos estos problemas están imprimiendo en la mente de los niños que sobrevivirán, tendrán graves consecuencias para esta nación y para el resto de la humanidad, dada la posición de influencia que este país ostenta.
Muchas han sido las características que definían a EUA a través del tiempo: una nación de gentes amantes de la Libertad, de personas muy trabajadoras y una nación muchas veces exagerada en la protección de su niñez, entre otras. ¿Qué sucedió para originar este cambio tan radical?
1960, una sociedad con una moral victoriana asfixiante, todo reglamentado por reglas no re-explicadas y un frente de guerra desacreditado en el que los jóvenes eran obligados a morir, esto tenía que producir algún efecto y lo produjo: la gran “revolución de las flores”, el movimiento Hippie. El rompimiento con todas las costumbres, modas, pensamientos, y en fin, contra todo lo establecido.
Es importante para nuestro tema central significar que su forma de vivir y vestir fueron la imagen de identificación principal del movimiento: La imagen gritaba el mensaje.
La reacción natural de una sociedad de mercado como la nuestra fue: comercializarlos. Se comenzó con su música, pinturas, artesanías, etc., hasta se llegó a tratar de estereotipar sus vestimentas y llevarlas a las tiendas y lógicamente, se generó una clase empresarial hippie que, a regaña dientes y vestidos de hilachas, comenzaba a regresar al sistema.
La victoria fue del mercado, del sistema (establishment), y como reacción defensiva se impuso derrotar el mensaje en la imagen de los hippie, se manipulo la sociedad para crear la contra imagen, se creo el Yuppie. Comenzaron a bombardear con publicidad al país y en esa década comienza la clase media norteamericana a abandonar su apatía sobre la moda y el buen vestir: imagen.
Y como siempre, las manipulaciones en la sociedad o en las relaciones personales nunca dan los resultados esperados.
Se crearon axiomas que nadie, en su intima vanidad y aspiración, se atrevió a discutir: “para lograr tener éxito hay que mostrar que ya se tiene éxito, nadie apuesta a un perdedor”. Se priorizó la imagen sobre todas las cosas ya que, a la vez que se consolidaba la victoria sobre los deshilachados, la industria se movía.
El efecto Yuppie
El resultado a largo plazo de esta manipulación: la vieja tendencia del ser humano inmaduro de crear imágenes falsas, ya sea como defensa o necesidad de ser aceptados por los demás; ahora era aceptada, acertada y promovida. Hasta existían corporaciones que se encargaban de estudiar y proponer imágenes.
La sociedad aceptó la mentira, la legalizó. La mentira se constituyó en una herramienta aceptable en el juego social y económico. La imagen, por definición propia, nunca es la realidad, es una imagen hasta en el espejo, y comenzamos a mentir. Nos mentimos todos unos con otros, a sabiendas que todos estábamos mintiendo, y nadie creyó en nadie nunca más.
Empezamos a trabajar como bestias para poder mantener la imagen del “éxito”, a buscar el dinero como fuera, no para ser ricos, no, solo para aparentarlo. Gastamos nuestras entradas y algo más en la imagen del éxito, y eso simplemente nos quita el tiempo y el sosiego. La agonía de mantener una farsa funcionando permanentemente es extenuante, totalmente estresante, antes y después de la lluvia de quiebras personales que el Efecto Yuppie está provocando.
No hay ni tiempo ni cabeza para escuchar “pendejadas” de muchachos y eso es, precisamente, lo que ha frustrado y desequilibrado nuestros niños, hasta llevarlos al crimen y suicidio.
Para poder volver a crear familias es necesario desmontar la mentira de las imágenes, tenemos que volver a nuestra realidad y a nuestras posibilidades verdaderas y sanas.
Desmontamos esta mentira u ofreceremos a nuestros hijos en holocausto a la causa de las falsas imágenes.
La discusión está servida
El Nuevo Herald. 24 de Mayo 2005 |