Manuel González Oscoy, de la Facultad de Psicología de la UNAM, dijo que es un modo de comunicación para los 23.7 millones de cibernautas en el país y 8.7 millones de usuarios de celular
Para Raymundo Mora, del Instituto de Investigaciones Filosóficas, constituye un nuevo tipo de expresión, positivo, que no desvirtúa al lenguaje y, por el contrario, lo potencia
Cambio de identidad, acoso cibernético, pornografía, “piratería”, así como pérdidas económicas y laborales son algunos de los estragos provocados por el chateo en Internet, considerado en algunos casos como una adicción con características similares a las drogas, el tabaco y el alcohol, señaló Manuel González Oscoy, de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM.
Sin embargo, para Raymundo Morado, del Instituto de Investigaciones Filosóficas (IIF), este medio es utilizado en gran parte por niños y adolescentes como una nueva forma de expresión, superior a la hablada y al escrito tradicionales, con una taquigrafía contemporánea. En su opinión, su uso “no desvirtúa al lenguaje, sino que lo potencia”.
González Oscoy aseveró que ya sea por la web o el celular –con 23.7 millones y 8.7 millones de usuarios en el país, respectivamente, según un estudio de la Asociación Mexicana de Internet (Amipci)–, esta “plática virtual” puede desembocar en una dependencia, pues interfiere significativamente en la vida normal de una persona.
El chateo –cuyos orígenes se remontan a 1988 en Finlandia, según consigna Antulio Sánchez en el libro La era de los afectos en Internet– tiene varios aspectos, recordó, por lo que su manejo debería ser regulado.
Esta vía es empleada para iniciar amistades, charlar con cibernautas de afinidades comunes, el comienzo de relaciones afectivas serias y la inmediatez en la comunicación entre países y continentes, “no desarrolla la adicción por sí sola; hay factores predisponentes, pero es el medio de cultivo para que crezcan”, mencionó.
Tras destacar que “es un fenómeno real e inevitable, que no se puede frenar”, señaló que da la posibilidad de cambiar de sexo, edad y nacionalidad, al “explorar las fantasías” del usuario, facilitado por la ausencia de contacto físico y el desconocimiento del interlocutor.
Empero, puede dar pie al erotismo, la pornografía, sobre todo infantil y adolescente, al chantaje, al bloqueo o desvío de correos, “a un manejo sádico de la información” escondido en el anonimato que provee la Internet, cuyos usuarios en un 42 por ciento mantienen un blog o consultan otros, con base en cifras de la Amipci, advirtió.
Es algo cotidiano y natural para los jóvenes, detalló González Oscoy, pero se convierte en una adicción cuando deteriora el desempeño en otras áreas, como la escolar, familiar, social, laboral o económica, además del estado anímico con pérdida de ciclos de sueño, cambios emocionales o estrés continuo.
No obstante, aclaró que la dependencia a los espacios virtuales, denominado Desorden Adictivo a Internet (DAI) por los expertos estadounidenses –quienes estiman que el diez por ciento de los aproximadamente 189 millones de usuarios en ese país padecen ese trastorno– se caracteriza por la preferencia del placer temporal a las relaciones íntimas y profundas.
Este medio también ha invadido las zonas laborales y ya hay varias empresas en diferentes naciones, principalmente en EU, que han comprobado que sus trabajadores utilizan la Internet en un 60 ó 70 por ciento para uso personal, puntualizó.
El especialista refirió que se han dado despidos en el vecino del norte por el uso excesivo de la Web con fines particulares o de entretenimiento, y se estudia legislar al respecto, para que exista un límite de tiempo donde lo puedan ocupar para sus propios asuntos.
Si bien en otros países existe el espionaje legal a fin de monitorear los servidores de las computadoras, en el que se detecta el tiempo y número de entradas de los usuarios en horarios de trabajo, también se pueden interferir los contenidos de los correos, lo que ha desatado una polémica sobre la privacidad, apuntó.
Ante ello, lo ideal es la autorregulación, a fin de evitar una reglamentación estricta, como es la tendencia. “Si uno dice ‘hasta aquí puedo chatear’, no va a haber necesidad de que a uno le pongan límites externos. En regímenes autoritarios incluso lo censuran”, explicó.
El chat potencia el lenguaje
Raymundo Morado, por su parte, destacó que con el chateo “el lenguaje no se desvirtúa, se potencia, es más útil y fácil de manejar. La palabra no es para hacer estructuras placenteras a la vista de una profesora del siglo XIX, está para poder entendernos”.
Expuso que el chat –puesto en boga mundial a partir de 1991 durante la Guerra del Golfo para obtener noticias de Kuwait– “es una herramienta poderosa que puede servir para perder el tiempo o para recuperar la vida”, de aquellas personas que se encuentran incomunicadas o aisladas.
Sobre los íconos y abreviatura de frases, el también vicepresidente de la Asociación Filosófica de México, manifestó que con su descubrimiento y una “taquigrafía contemporánea”, ahora se tiene un tercer lenguaje además del hablado y el escrito, “superior a los otros dos, el de la inmediatez de la palabra”.
Escribir bien, precisó, no es seguir las reglas que alguien inventó hace siglos. “La buena escritura es para que se comprenda mejor, y si mi ortografía hace más fácil entenderme, así está bien, y el chat facilita la comunicación al hablar en tiempo real”, para lo cual se necesita un sistema rápido.
El chateo –nacido en la Universidad de Oulu, Finlandia, cuando Jarkko Oikarinen creó el Internet Relay Chat (IRC), para conversar con académicos de otras latitudes– permite “decir más escribiendo menos”, subrayó.
Es un sistema para hablar y comunicar más e, indirectamente, pensar más, en lugar de perder el tiempo en la parte mecánica de escribir. Es un entrenamiento con el que se puede informar el doble de ideas que a través de las formas tradicionales; para eso sirve este lenguaje en la actualidad, dijo.
Quien también fuera el primer presidente de la Academia Mexicana de Lógica, concluyó que en lugar de tildarlo como un medio que desvirtúa la escritura, se debe reconocer que si las reglas del pasado dificultan la comunicación, forzosamente “se deben mejorar”.
Boletín UNAM-DGCS-040
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