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El papel de la escuela
Jorge Alberto Serraño

1. Introducción
El abuso de las drogas es una de las más graves amenazas que pesan sobre el porvenir del hombre, mientras se observa actualmente un consumo cada vez más precoz de las sustancias llamadas «psicótropas» (Juillard, 1979: Johnson Institute «Bush Study», 1985; Du Pont, 1987). Según algunas estadísticas americanas, los Jóvenes de doce a diecisiete años se han hecho entre 1962 y 1982, veintisiete veces más numerosos en fumar marihuana y dieciocho veces más numerosos en consumir drogas duras. Esta difusión va a la par con otros indicios de malestar de los adolescentes: disturbios de nutrición, suicidio, violencia, delincuencia. Reconocer este hecho, por encima del silencio que le rodea, es admitir la necesidad de tomar medidas eficaces para limitar su propagación.

Esta intervención se dedica a analizar el papel preventivo de la escuela en materia de consumo de drogas. No es posible en una breve exposición considerar la gran variedad de situaciones educativas y familiares que determinan las políticas preventivas en los diferentes contextos socioculturales. Igualmente difícil, en este terreno, es separar los hechos, muy a menudo parciales, de nuestros propios deseos, aun los mejor intencionados. Por consiguiente, esta exposición se limitara a plantear tres grandes cuestiones referentes: primero, al sentido de la prevención; después, a la escuela como lugar de prevención; y por ultimo, a su dimensión social.

2. El sentido de la prevención

¿Qué se entiende por prevención? ¿La prevención tiene un sentido? Tomado en una acepción amplia, el termino «prevención» significa «acción de preceder» (Petit Robert 1, 1987), «anteponerse a algo». Y así lo entendemos en nuestro lenguaje corriente: «Más vale prevenir que curar»; o también: «La prevención corta el mal de raíz».
Al nivel de la psicología, la prevención se presenta como una «intervención compuesta de un conjunto de medidas que tienen por objeto reducir la incidencia de un comportamiento o de una situación peligrosa. Esta intervención es doble: investiga e identifica los factores asociados al origen de tales comportamientos y situaciones; y pone en acto medidas de protección destinadas a prevenir su aparición. Influye el medio (equipamiento y ambiente) y/o el factor humano (selección, formación o aprendizaje)» (Dictionnaire des sciences humaines).

En el terreno medico, la prevención implica toda acción destinada a preceder a ciertos riesgos; comprende el conjunto de medidas implicadas en el origen de un problema (situación a cuyo propósito se puede provocar un cambio), a fin de evitar su aparición. Más allá de esta primera acepción, el modelo médico nos permite ir más lejos en nuestra reflexión y distinguir tres niveles de prevención, según el momento en que se interviene (Caplan, 1966).

La prevención primaria pone por obra todo para evitar la aparición de la enfermedad, actuando cuando el problema aún no existe. Por su parte, la prevención secundaria pretende reducir el prevalecer de la afección, es decir, disminuir la gravedad y la duración de la enfermedad mediante un diagnóstico precoz. La prevención secundaria se ocupa del problema ya presente. En cuanto a la prevención terciaria, su objetivo será la mejoría del estado de salud o la estabilización de la enfermedad a fin de evitar recaídas y permitir así a la persona enferma utilizar al máximo sus potencialidades. La prevención terciaria se ocupa de reintegrar o de rehabilitar al sujeto, según las situaciones, en el seno de la comunidad.

Estos diferentes niveles de intervención connotan el conjunto de la prevención como un proceso dinámico que supone una interacción permanente entre los diferentes participantes, los expertos y la población o comunidad en cuestión. Su objetivo común es elaborar proyectos o programas que traten la información, la formación, la intervención y la investigación acerca de un determinado problema.

La identificación de un problema comunitario como el del consumo abusivo de drogas, supone una coincidencia coyuntural entre los intereses «de quienes deciden» la política o los técnicos y los de la comunidad «beneficiaria» de la acción, en torno a tres ejes:
1. Una definición correcta del problema que tenga en cuenta las implicaciones culturales que, en el caso de la droga, son importantes.

2. A partir de las necesidades reales de la población interesada en el programa de prevención. Efectivamente, la experiencia muestra que los proyectos elaborados al margen de la demanda y de las necesidades reales de la población están llamados al fracaso.

3. Que permitan la movilización y la participación de la población interesada. Esta participación se obtiene a menudo al precio de múltiples contactos y de una información o sensibilización correcta.

Dicho de otro modo, el proceso dinámico de la prevención supone la posibilidad de recurso y la interdependencia de toda estrategia de intervención que puede dar lugar a la aparición de condiciones capaces de reducir al mínimo la incidencia y la preponderancia de problemas que tienen un impacto social importante, como es el consumo de drogas.

3. La escuela: lugar de prevención

La escuela, lugar importante de socialización del niño y anillo esencial del conjunto social, puede representar un papel capital en toda política de prevención primaria referente al consumo de drogas. Como proceso dinámico, la prevención supone una interacción permanente entre los diferentes protagonistas de la situación escolar, a saber: los niños, los maestros y los padres. Pero no hay que olvidar que esos diferentes protagonistas están sometidos a constricciones por el contexto socioeconómico en cuanto a su «disponibilidad» y en cuanto a su grado de intervención.

La Utopía de todo programa de prevención consiste en favorecer el encuentro de intereses entre los protagonistas de la comunidad de educación en torno a «la causa de los niños». Coincidencia en el modelo asociativo propuesto, en los modelos de identificación personal y en la integración existencial de la educación. En el terreno de la prevención no existen respuestas ya dadas. Solo con el apoyo de la comunidad, en un amplio espíritu de concertación o de coordinación, se llegara a elaborar una verdadera política de prevención coherente.

Una de las condiciones primordiales para lograr esa prevención consiste en que el mayor número posible de maestros posea, además de los conocimientos de la materia científica que debe enseñar, una actitud de escucha y de atención autentica a la vida concreta del alumno. Seria reductivo abordar la cuestión de la «droga» sin evocar los «problemas de vida» del niño. Para que una prevención sea integral, dirigiéndose a la persona en su totalidad, es decir, a su cuerpo, a su espíritu y a su relación con los demás, exige superar todo reduccionismo. Además, para que sea eficaz, será necesario que comience muy pronto en la vida, prosiga durante la adolescencia e incluso más allá, en el adulto.

La comunidad educadora —aun sacudida por corrientes ideológicas contradictorias y limitadas por factores económicos— es uno de los lugares en los que se puede proponer al niño una formación integral. Puede contribuir así a la promoción de la salud, en el sentido definido por la OMS: el objetivo primero de la prevención, en el terreno de la droga como en cualquier otro terreno, es promover y desarrollar un estado armonioso de bienestar físico, mental y social de la persona en cuestión.

Es necesario pasar de una concepción un tanto negativa, que tiende a disminuir los riesgos evitando el contacto del niño o del adolescente con la droga —supresión de la producción o de la comercialización— a una concepción positiva de promoción de la salud, que no es ajena a una cierta representación del mundo, de la persona y a una jerarquía de valores.

Como psicólogos interesados por la situación del niño y como representantes del BICE, somos sensibles a la promoción de todo el niño en todos los niños.

La intervención del psicólogo en el terreno social está animada por su capacidad de escucha y de comprensión de la persona. El carácter antropológico de su práctica, en el sentido amplio del término, sitúa al psicólogo fuera de toda actitud represiva. Por tal hecho, concibe la prevención primaria en el niño y en el adolescente en su totalidad.

El abuso de las drogas es una situación a propósito de la cual se debe proponer y provocar un cambio. Provocar un cambio supone una voluntad y una opción políticas referentes a los médicos destinados a tal efecto. Tales opciones políticas —debemos constatarlo— son a veces más espectaculares que eficaces. Más orientadas a llamar la atención o a justificar la existencia de organismos e instituciones burocráticas. Estas opciones políticas están a menudo divorciadas de las necesidades reales de la población y más aun de la población desfavorecida que no se beneficia ni de las recaídas del comercio de la droga ni de las tristes subvenciones concedidas a las instituciones que «luchan» contra ella. Esta es una de las paradojas de la política actual de la «lucha» contra el abuso de las sustancias tóxicas.

Algunos problemas actuales, especialmente el abuso de alcohol, de tabaco, de tranquilizantes y de somníferos y los estados de asuefacción resultantes, figuran más concretamente entre las preocupaciones de gran número de maestros y responsables, deseosos de ayudar con más eficacia a los adolescentes que están a su cargo a que lleguen a ser adultos formados y consumidores responsables.

Con todo, la experiencia prueba que, a menudo, las autoridades escolares, administrativas y políticas, no sostienen y animan la prevención más que en la medida en que esta no se desvía demasiado del cuadro existente. Ahora bien, como afirma Servais (1988), «una prevención autentica pondrá en tela de juicio, tarde o temprano, ciertos cuadros existentes. Pero si no se quiere una prevención en rebaja, si se quiere seguir siendo creíble a los ojos de los jóvenes, será necesaria esa disponibilidad que consiste en dejarse poner en tela de juicio como persona, familia o institución».

El mismo autor subraya la importancia de articular todo programa de prevención sobre la estructura de la instrucción del adolescente, permitiéndole desarrollar sus conocimientos, ciertamente, pero también despertando su curiosidad y sus preocupaciones. Se trata, por supuesto, de hacer del adolescente el actor comprometido de un proceso que le estimula a tomar una posición personal y a afirmar su personalidad.

La escuela no es solamente el lugar de transmisión de un saber, sino de la educación, de la maduración de la persona. Su diseño es favorecer la autonomía del muchacho, preservando los valores de solidaridad y de compromiso.

Un programa de prevención inspirado por estos valores ayudara al niño y al adolescente a dar cara a las dificultades de la existencia (angustia, aburrimiento, agresividad, conflictos) por medio de una capacidad de diálogo y de escucha, por una sana inversión del cuerpo y una organización floreciente de los ocios.

El programa de prevención específica del consumo de drogas debe ser concebido a largo plazo, incluyendo una acción en el ambiente familiar y teniendo en cuenta el conjunto de sustancias psicótropas. A corto plazo, se trata de ayudar al alumno a reflexionar sobre sus opiniones personales acerca de las drogas, a reforzar las opiniones sanas y a modificar las que no lo son. El adolescente debe adquirir aptitudes que le hagan capaz de afirmarse en su ambiente y conservar el dominio de sí mismo. En esta materia tan delicada, la colaboración activa y fiable de los padres es indispensable.
A largo plazo, el objetivo de una prevención autentica debería ser ayudar al joven a tomar en sus manos la propia vida, enseñarle a vivir con sus dificultades sin recurrir a las drogas.

4. Dimensión social de la prevención

El consumo abusivo de drogas es paradigma de una situación bio-psico-social. Siempre es comparable, tanto en el joven como en el adulto, a la parte emergente de un iceberg: una señal reveladora de un malestar más profundo en el sujeto. El joven recurre a las drogas por «razones» múltiples: medio rápido y fácil de encontrarse bien, de hacerse aceptar por el grupo, de modificar los sentimientos negativos, de reducir las tensiones, el stress o las emociones perturbadoras, de aliviar la depresión y de «olvidar» las dificultades de la existencia (Morrison et Smith, 1987; Bailey, 1989). Es una solución evanescente, pasajera, que engaña al sujeto, el adolescente, en su sed de una vida sin problemas.

La identificación de los factores de riesgo es una tarea primordial de toda política de prevención en materia de asuefacción. La Comprehensive Drug Abuse Treatment, Rehabilitation y la Treatment Act de 1986 han identificado nueve categorías de jóvenes cuyo riesgo es mayor: los hijos de padres a su vez dependientes; los niños víctimas de abusos psíquicos, sexuales o psicológicos; los niños sin escolaridad; las adolescentes embarazadas; los jóvenes económicamente desfavorecidos; los jóvenes delincuentes; los adolescentes con tendencia suicida; los jóvenes que presentan disturbios psicopatológicos; los adolescentes minusválidos (Kumpfer, 1987, cit. por Bailey, 1989).
Entre los factores psicológicos asociados al consumo del alcohol o de otras drogas, los autores han identificado rasgos de comportamiento como el rechazo de toda autoridad, el fracaso escolar, el comportamiento asocial o delincuente (Kandel, 1982); características de personalidad como una débil estima de sí mismo, la ansiedad y la depresión, la falta de autocontrol (Carrol, 1981; Kandel, 1981, cit. por Bailey, 1989). Estos factores psicológicos actúan en un terreno familiar, genético y social.

El ambiente social es un factor de riesgo no desdeñable. Los modelos de identificación comportamental propios del ambiente del niño (por ejemplo, padres a su vez drogados) tienen un valor de predisposición importante (Harford y Grant, 1987). Las creencias y normas sociales del adolescente, a propósito de la droga, así como la predisposición a poner en tela de juicio toda autoridad, a la rebeldía (Semlitz et Gold, 1986), las malas relaciones con los padres, la falta de responsabilidad social o de compromiso (Newcomb et al., 1986) son otros factores de riesgo.

Sin embargo, como en todo lo que toca a la existencia humana, no conviene efectuar una lectura lineal, de causa a efecto, sin introducir la noción de causalidad circular o, mejor aún, en espiral. Ese modo de pensar introduce la noción de continuum y la sucesión temporal de todo comportamiento. Así es útil distinguir un continuum entre dos polos, por una parte el no consumidor y, en el extremo opuesto, el consumidor forzado. Entre estos dos extremos hay posibilidad de reconocer otras formas de consumo de alcohol o de drogas, como el consumidor experimental o el consumidor ocasional (Bailey, 1989). Esta panoplia comportamental explica, por ejemplo, la función identificadora que puede representar el consumo ocasional de ciertas sustancias, tanto en el niño de la calle o en el adolescente en general.

De todos modos, banalizar los riesgos de un consumo ocasional de drogas, es olvidar que, para ciertos niños o adolescentes, ciertas drogas (alcohol, tabaco, haschich) constituyen puertas de ingreso (gateway drugs) o de paso hacia formas más estables de asuefacción a drogas más peligrosas. El placer buscado en un primer momento cede a una dependencia psicológica y aun física más importante.

5. Reflexiones finales  

La droga es «un siniestro instrumento de medida del desarreglo juvenil», afirma Hamburger (1989), y añade: «El mundo adolescente de los países más ricos está invadido por deseos de evasión. Porque la droga es un rechazo y una huida. El rechazo de una época en la que los dioses han muerto. La huida de un mundo del que falta la esperanza».

En efecto, la sociedad actual está marcada por la sed de consumo y por la búsqueda inmediata y fácil del placer. El sentido de la existencia, de su apertura a la trascendencia, así como los valores de solidaridad, de responsabilidad o de compromiso, se han hecho opacos, puestos en tela de juicio, olvidados. Privado de un diseño afirmado, el hombre de hoy, y por lo tanto el joven, arriesga la deriva en una existencia cuyos «caminos parecen no llevar a ningún lado.... Sin programa, sin esperanza. Cuando no se sabe que hay que esperar, la esperanza misma no tiene sentido» (Hamburger, 1989).

En un mundo carcomido por la incertidumbre de los valores y por la desconfianza con respecto a las instituciones y a las estructuras sociales, en un mundo arrasado por la búsqueda incesante del dinero y del poder, en un mundo que hunde a los débiles y a los más sensibles en la incertidumbre y en el desconcierto, la droga se presenta como solución fácil, aunque ilusoria y efímera.

Es cierto que la lucha contra la droga debe ser una lucha sin cuartel contra los traficantes. Pero esta política represiva, con todas las ambigüedades que lleva consigo, no puede dispensarnos «de someter a una revisión desgarradora las estructuras que crearon las sociedades llamadas civilizadas con el solo provecho de que algunos monstruos con poderes de sirena, a los que se llaman desarrollo económico, seguro a todo riesgo y confort» (Hamburger, 1989).

El hombre de finales de siglo se interroga acerca de su destino y el sentido de su existencia. Aguarda un mensaje de esperanza y de amor. Más allá de la represión de normas y de prohibiciones, a veces necesarias, este hombre espera una palabra —la de las Bienaventuranzas, tal vez, la de la Nueva Alianza, ciertamente, un mensaje positivo, una respuesta a su desconcierto— que le permita esperar y afrontar así las graves amenazas que pesan sobre él y en particular sobre los jóvenes.

Prof. Jorge Alberto Serraño
Director de la Clínica Asociada al Servicio de Psicopatología Infantil de las Clínicas Universitarias St.Luc de Lovaina
(Bélgica)

Bibliografía
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Dolentium Hominum n. 19