El ánimo con el que comienzo esta intervención es el de ayudar a contestar cuatro preguntas que me parecen particularmente interesantes. Lo hago con mucha modestia y sin pretender moralizar o censurar en ningún momento a nadie que piense lo contrario de lo que voy a decir a continuación. Las cuatro preguntas son: en primer lugar, si se debe dar educación corporal en la escuela primaria y secundaria; después, quién debe dar esa educación; en tercer lugar, cuándo debe darse; y, por último, cómo y bajo qué premisas darla de modo que sirva para el mejoramiento de todos y cada uno.
1.- La sexualidad y el momento histórico
Para responder cabalmente a la pregunta de si hemos de incorporar la sexualidad como parte esencial del currículo educativo de modo que podamos conformar una educación corporal que proporcione al estudiante un entendimiento completo de sí mismo, hemos de tratar de entender el tiempo en que vivimos. Particularmente hemos de comprender en toda su dimensión y trascendencia la revolución sexual.
A la hora de estudiar los cambios recientes en los comportamientos humanos, la expresión "revolución sexual" es un lugar común. Con la revolución sexual ocurre algo parecido a lo que ocurre cuando nos referimos a la revolución industrial para tratar de entender los grandes cambios sociales de los últimos doscientos años: sabemos a qué se refiere pero no disponemos de esquemas analíticos lo suficientemente aceptados por la jerga de la calle para discernir sus elementos constitutivos. Para facilitar esta comprensión en el caso de la revolución industrial los estudiosos y expertos hablan más propiamente de tres revoluciones industriales: la productiva, la técnica, y la informática. Nosotros al hablar de sexualidad tendremos que hacer algo parecido con la idea de dotarnos de elementos de análisis que nos ayuden a entender mejor este hecho que tanto ha influido y cambiado nuestras vidas.
Una revolución es un proceso acelerado de cambio concentrado en el tiempo. La revolución más estudiada hasta hace pocos años por mis colegas ha sido sin lugar a dudas la revolución industrial. Como hemos dicho, sus estudiosos, para entender y hacer entender un proceso tan complejo, dividían el fenómeno y hablaban de una primera, de una segunda, y de una tercera revolución industrial, que vendrían representadas respectivamente por la máquina de vapor, la organización industrial de la producción, y la computadora. En la primera mitad del siglo XX se pensaba que la revolución industrial por sus repercusiones y ámbito global era la culminación de un proceso de cambio difícilmente repetible en la historia humana. Sin embargo la segunda mitad del siglo XX iba a alumbrar otra revolución todavía si cabe más radical y profunda que la anterior. El cambio ha sido y es espectacular, sin parangón en la historia del mundo. Este proceso revolucionario en el que todavía estamos inmersos, quizá por tenerlo tan cerca, no ha sido calibrado en muchos ambientes con la justeza que merece. Por eso para entender qué es lo que ha pasado y está pasando y las implicaciones de las nuevas actitudes respecto a la procreación humana aparecidas en los últimos años, trataremos de acompañar la descripción analítica de la revolución sexual con su desglose en tres fases: tres revoluciones sexuales cada una con una palabra clave y una datación concreta. La distinción es una necesidad explicativa. Hablamos de un mismo proceso, simultáneo e interrelacionado, que separamos y diseccionamos para entenderlo mejor.
La primera revolución sexual es la consecuencia social del desarrollo de la farmacología contraceptiva que se implanta a finales de los años 60 del siglo pasado y que de hecho divide la sexualidad en dos campos estancos. Por un lado está la capacidad de engendrar, y por otro, completamente separado, la capacidad de gozar de placeres específicos. Separamos sexo y procreación. Esto, en definitiva, supone un punto de partida nuevo en la historia de la sexualidad y de la cultura de los comportamientos humanos: ya nada es como ha sido desde el principio. La palabra clave aquí es "píldora". La píldora anticonceptiva es de hecho el invento técnico que de manera más radical ha cambiado la vida de las personas desde que tenemos memoria histórica.
La segunda revolución sexual se inicia, como muy bien muestra el famoso Janus Report de 1993, en los años 80, y supone la aceptación paulatina y la consiguiente aprobación de comportamientos catalogados como "desviados" desde tiempo inmemorial. La palabra clave aquí es "homosexualidad", aunque no nos refiramos exclusivamente a ello. El hecho más singular de esta segunda revolución es un cambio de opinión pública que produce la aprobación social de las relaciones homosexuales, pero en general podemos referirnos a la comprensión más o menos generalizada del sexo como algo que pertenece en exclusiva al ámbito privado del que lo tiene y que no está sujeto, por tanto, a rendición de cuentas públicas de ningún tipo.
La tercera revolución sexual tiene lugar con el cambio de siglo. Este tercer paso abre ciertamente unas perspectivas inimaginables hace solo unos pocos años. Podemos atisbar aquí un posible fin del sexo. La palabra clave es ahora "reprogenética". Con las nuevas tecnologías biomédicas aplicadas a la reproducción humana, podemos adquirir el dominio efectivo de dos procesos: la clonación y el placer sexual. La fecundación in vitro fue el prólogo de la clonación y la clonación es el adiós a la paternidad. Con el dominio de la técnica el mercado se hace cargo de la reproducción social (la reprogenética) y el laboratorio sustituye a la unión conyugal. Las características de la prole serán diseñadas en un laboratorio y encarnadas sin sexo: recuérdese que Dolly, la primera oveja clónica, nace del concurso de tres ovejas hembras solo. Y el placer, por otro lado, puede procurarse también sin sexo. Los mecanismos artificiales de excitación sexual son ya lo suficientemente sofisticados como para gozar solo y sin compañía, bien a través de viagras virtuales o bien a través de la perfección de técnicas hipnóticas o nerviosas que envíen artificialmente al cerebro los mismos impulsos que envía el coito.
Estas tres revoluciones que, como hemos dicho, marcan el cambio más importante operado en la historia de la humanidad por lo que se refiere a los estilos de vida de la gente, están, paradójicamente, huérfanas de estudio. Consecuentemente, la sexualidad, que debería de constituir y conformar uno de los pilares formativos del sistema educativo, se trata en las escuelas, colegios y en la universidad solo marginalmente y a menudo de manera harto frívola.
Esta dejadez está originada no solo en la falta de rigor a la hora de entender qué ha sido y es la revolución sexual sino también en la contaminación que ha producido en la cultura moderna el auge del individualismo. Efectivamente, a menudo entendemos defectuosamente que las relaciones sexuales son algo que pertenece exclusivamente al ámbito privado de las personas. Realmente no es así: el acto sexual es un acto social y tiene por tanto una dimensión pública; no es una mera función corporal.
El problema que encontramos es que si no se entiende el sexo como medio de comunicación, difícilmente se puede comprender y aceptar su carácter normativo. La relación sexual es una relación social, y por tanto en la medida en que trasciende al individuo, está sujeta a normas. Estas normas han de transmitirse, como cualquier otro tipo de normas sociales, sean estas las de la gramática, las del tráfico, o las de la cortesía, a través del proceso educativo.
Pero el sexo es más importante que los signos. Como la lengua hablada, el sexo comunica en el tiempo, pero además, como la escritura, el sexo comunica a través del tiempo. El paso del testigo social de una generación a la siguiente lo posibilita en primer lugar la sexualidad.
En mi país, en la universidad, al inicio de curso académico y al dar el profesor la bienvenida al alumnado de primero, se ve uno en la obligación de dar las gracias. Efectivamente, las alumnas y los alumnos, hacen ver al profesor la jubilación con cierto optimismo: ellas y ellos le pagarán la pensión. Inmediatamente después y ante la perplejidad del público, ese mismo profesor da el pésame. Sus alumnos no tendrán quién les pague una pensión si la natalidad sigue decreciendo y el envejecimiento poblacional se acentúa. Obviamente aquí hay falta de comunicación diacrónica entre dos generaciones sucesivas. Pues bien, la diacronía se viene irresponsablemente divorciando del sexo en estos últimos años y ello tiene un elevado coste social. Nuestra cultura tiende a mirar al otro lado con casi todas las acciones de efectos diferidos lo cual está afectando también a la sexualidad en la medida en que los nueve meses de la gestación o las secuelas de una enfermedad o de un trauma sexual se consideran desligados de un acto que todavía muchos no consideran que debe de tener la etiqueta de social y que por tanto no debe de estar sujeto a normas.
Se comprenderá de todo lo expuesto hasta ahora que la contestación de ese primer interrogante sobre si la sexualidad debe de estar presente en el curriculo educativo es afirmativa. Sé que hay opiniones divergentes. Me he encontrado con personas que opinan que la educación corporal debe de estar difuminada y trasmitida indirectamente de modo transversal en asignaturas varias. También me he encontrado y he debatido con maestros y directivos de colegios que opinan que no hay que hablar de sexo a los niños y a los jóvenes sino solo de amor. Incluso he leído que hay quien aconseja mantener lo que llaman “el velo del misterio” y en un peligroso elogio de la ignorancia piden que no se dé una completa educación corporal en los colegios. En mayor o menor medida estas posturas derivan de una defectuosa comprensión del devenir histórico y particularmente de una falta de entendimiento de lo que ha representado y representa la revolución sexual. Lo queramos o no, la revolución sexual está aquí y ante ella no podemos comportarnos como si no hubiese venido: como los partidarios del antiguo régimen ante la revolución francesa o como señores feudales en plena revolución industrial.
Antes de pasar al segundo interrogante permítaseme traer a colación ejemplos de buenos educadores que seguramente todos hemos conocido. Maestros que enseñaron a sus alumnos a encarar la vida solucionando sus problemas e inquietudes sin necesariamente ceñirse a los estrechos raíles de libros y programas que dejaban de lado lo que realmente importaba a niños y jóvenes. Pienso en Manuel, el delicioso personaje que interpreta Spencer Tracy en Capitanes Intrépidos, en Monsieur Mathieu que nos deleitó a todos en Los Chicos del Coro. Estos grandes maestros supieron leer a sus pupilos el manual de la vida. Un manual en el que a mi juicio la educación corporal debe de estar presente de forma diferenciada y manifiesta.
2.- ¿A quién corresponde?
La segunda cuestión que nos planteamos es la de quién es o debe ser el sujeto de esta educación. Nos preguntamos dónde están los derechos y deberes sociales que emanan de la conveniencia y necesidad de impartir educación corporal.
En el siglo XXI los grandes debates que van a separar y a unir a la humanidad girarán en torno a lo que algunos de mis colegas llaman las guerras culturales: la guerra por los modelos de familia, por la actitud ante la vida dependiente, o la guerra por la autodeterminación cultural. En estas guerras la educación es una batalla de capital importancia. En ella se juega mucho poder y mucho futuro. La educación conforma expectativas y la expectativa es lo que mueve a los capitales, y a muchos gobiernos tras ellos, en busca de réditos. Hoy en muchos países la educación decide la agenda del debate político en torno a temas calientes como los de la financiación de los colegios de iniciativa social, la educación diferenciada, o los contenidos de los programas dictados por los gobiernos y de obligado cumplimiento para todos.
En este debate cada bando esgrime los conceptos que apuntalan mejor sus aspiraciones. Uno de estos conceptos que se esgrime a veces para frenar la intromisión abusiva del estado en la educación de los jóvenes es el del derecho de los padres a decidir la educación de sus hijos. Este derecho debe de ser, sin embargo, matizado.
Estrictamente hablando quien tiene derecho no son los padres sino los hijos. Los hijos tienen derecho a la educación y sobre los padres recae el deber. Nuestras sociedades han sido edificadas a partir de la sobrerrepresentación del adulto que heredamos del derecho romano, que en muchos aspectos como este no ha sido actualizado todavía. La equidad y la justicia reclaman, no obstante, una apuesta decidida por la defensa de los derechos de los niños y el pleno reconocimiento de estos como sujetos de derecho. En la educación a los jóvenes les compete el derecho y a los padres, a la comunidad y al Estado, los deberes. Esto aplica en general y en concreto y por tanto también en el campo de la educación corporal. Los niños y jóvenes tienen derecho a esta educación, derecho que no debe de ser conculcado por ninguna otra instancia.
Como se podrá observar estamos proponiendo un giro copernicano en el entendimiento de los derechos y deberes cívicos, pero como también puede comprenderse, se trata de un giro necesario. La sobrerrepresentación de la visión de los adultos y la defensa de sus derechos sobre los de los niños produce resultados abominables. Esta sobrerrepresentación ha adquirido últimamente carta de legitimidad académica por medio de una teoría cual es la ideología del personismo. Para algunos de los defensores de esta ideología los niños no son personas todavía y como resultado pueden ser prescindibles. De sus nefastas lógicas consecuencias podemos darnos cuenta no solo cuando pensamos en el inhumano crimen del aborto sino también cuando vamos al cine. Si ustedes recuerdan la película La Isla, los personajes que interpretan Ewan MacGregor y Scarlett Johanson son las víctimas de este supuesto derecho de los adultos que lleva en su exageración a privar a los niños de su reconocimiento como sujetos de derecho. Una de las mayores inmoralidades de nuestro tiempo es la conversión de los niños en objetos.
Si en la dicotomía entre padres e hijos abogamos por el reconocimiento de los niños como sujetos de derecho qué decir del Estado. En muchos países los Estados se han abrogado el monopolio del deber excluyendo de sus responsabilidades a los padres en el campo educativo. La guerra cultural se manifiesta en esta batalla por el control de los valores que transmite la escuela en torno a temas capitales como: la religión, el matrimonio, la opción sexual, o las relaciones de género. Aquí los niños son considerados como meros objetos de una lucha que muchas veces los margina hasta convertirlos en instrumentos para la implemetación de nuevos modelos de sociedad lo que a la postre los transforma en víctimas.
Es responsabilidad de los padres proteger a sus hijos y sacarlos del campo de batalla. Los padres han de rescatar a sus hijos del Estado sin al mismo tiempo privar a sus hijos del derecho. Ello ha de hacerse huyendo de dos peligros extremos. Si ustedes recuerdan la película italiana de los hermanos Taviani Padre Padrone, el personaje que interpreta Omero Antoniutti va a rescatar a su hijo de la escuela pública, pero para ponerlo a su servicio, privando al niño de su derecho a la educación. Se trata de una actitud ignominiosa y condenable. Por otro lado debemos también evitar caer en lo que yo llamo el síndrome del coronel Nicholson. Si ustedes recuerdan la película de David Lean, El Puente sobre el Río Kwai, el personaje que interpreta Alec Guinnes impersonando al coronel inglés se ve constreñido por dos deberes: su lealtad al código de conducta militar y la lealtad a su país. Él nunca pensó que pudiera haber contradicción, sin embargo al final se da cuenta qué lealtad es más importante y él mismo acciona el mecanismo que hace explotar el puente que con tanto orgullo, rigor y disciplina había levantado. De igual modo los padres nunca podemos olvidar qué lealtad es más importante que en este caso es aquella que protege el derecho de nuestros hijos frente al Estado monopolista que quiere convertirlos en instrumentos para el diseño de nuevos modelos de sociedad. Como en el caso del Puente sobre el río Kwai en algunos países será necesario volar los puentes de la dependencia estatal para dar cauce de libertad a reformas sustanciales en el sistema educativo.
Efectivamente el reconocimiento de los hijos como sujetos de derecho está en la base de un nuevo modo de ver el quehacer educativo que promueva los cambios estructurales necesarios para hacer de la escuela un instrumento al servicio de los niños y jóvenes y no al servicio de los mayores.
3.- ¿Cuándo debe ofertarse la educación corporal?
Pasamos a contestar la tercera pregunta sobre cuándo debe darse en la escuela educación corporal. Al plantear nuestra argumentación pensamos que un defecto a evitar es el del moldealismo. El moldealismo está representado en aquél cuento del monje y el mar. En la edad Media, había en un monasterio encerrado entre montañas un monje muy sabio que se pasaba mucho tiempo estudiando y escribiendo y había sido capaz de leerse toda la ingente biblioteca del cenobio. Era experto en muchos saberes pero sobre todo en el agua y el mar aunque nunca lo había visto. Así un día animado por sus superiores fue a visitar un convento cercano al mar para profundizar en su saber y poder culminar la obra de investigación que estaba realizando. Pero ocurrió que al llegar por primera vez a la costa, bajar a la playa y ver el mar, exclamó: este mar no me sirve, no es como yo lo había pensado. La realidad es como es, no como nosotros deseamos que sea. Nosotros podríamos desear vivir en otra época, antes de la revolución sexual, para no vernos en la necesidad de pensar, trabajar y experimentar el mejor modo de dar educación corporal a nuestros hijos, o para despreocuparnos del tema, pero esos deseos no son realistas como no era realista la actitud del monje. Más bien era una actitud moldealista: había moldeado el mar hasta adecuarlo a su imaginación y sus deseos, muy lejanos de lo que era la realidad.
La realidad de nuestras sociedades y nuestra cultura esta hoy condicionada por los efectos de la revolución sexual. Se trata de algo nuevo y de gran calado que hemos de tomar en consideración. A mi entender por eso a esta tercera pregunta sobre cuándo empezar la educación corporal la respuesta adecuada es cuanto antes: como las letras y los números.
Yo soy sociólogo y sé de lo que hablo cuando me refiero y cito encuestas. Sé que tienen una gran facilidad de manipulación pero sé que también proporcionan pistas muy interesantes. En mi país, un organismo neutral como la organización nacional de consumidores, acaba de publicar un estudio que cifra en los 15 años la media de edad de iniciación sexual. No me creo del todo la encuesta, pero aún con esto sí sé, pues llevo más de veinte años estudiando estos temas, que en la mayoría de los casos los educadores, los padres, los servicios sociales y los profesores y maestros estamos llegando tarde y mal.
Con expresión muy de mi tierra he de decir que hemos de agarrar el toro por los cuernos y poner toda nuestra ciencia, nuestra técnica y nuestra experiencia en diseñar un sistema educativo nuevo que sirva a los niños y jóvenes de hoy. A la revolución sexual debe de seguir una revolución pedagógica que haga de la escuela no un elemento de una batalla cultural sino un instrumento válido y útil para los niños y jóvenes que atienden sus clases. Ellos, los alumnos deben de ser el centro sobre el que gire toda innovación y al que se orienten los esfuerzos y fondos invertidos.
Hemos pasado en pocos años de exigir lo que los ingleses llaman las 3 erres (´riting, ´rithmetic, y reading: escritura, aritmética y lectura) a una situación donde las complejidades del mundo moderno demandan de la escuela una respuesta también mucho más compleja y polivalente. A nuestro juicio la educación primaria y secundaria debe de incorporar y desarrollar un programa curricular que dé respuesta a las necesidades y aspiraciones de los jóvenes en el mundo real en el que se van a desenvolver. Ello supone prestar atención equivalente y continua a 6 áreas principales de formación que deben desarrollarse en asignaturas ad hoc, a saber:
1.- Formación instrumental para la comunicación: clases de lenguaje hablado, escrito, corporal y virtual.
2.- Formación social: clases de leyes, usos, costumbres, civismo y habilidades.
3.- Formación del carácter en base a virtudes: clases de constancia en el estudio, sobriedad en el regalo, liberalidad en el interés, diligencia en las acciones, orden en los deberes y en las cosas, prudencia y perseverancia en la asignación de metas, y espíritu de servicio.
4.- Formación religiosa: clases de doctrina, cultura, historia, y moral.
5.- Formación corporal: clases de higiene, salud, fertilidad, alimentación y deporte.
6.- Formación académica: clases de artes, letras y ciencia.
No creemos que la escuela deba ni pueda renunciar a ninguna de estas áreas. En concreto y por lo que se refiere a la educación corporal, y dentro de ella, al reconocimiento de la fertilidad, su inclusión en el currículo escolar nos parece, por un lado, un deber inexcusable de los que procuran la educación de los jóvenes y, por otro, un derecho básico de los alumnos que aspiran a conocer cómo y para qué funciona su cuerpo.
Afortunadamente y como veremos a lo largo de estas jornadas, aquí ya existen varias y cualificadas experiencias de sistemas y métodos que están formando con éxito educadores con los conocimientos científicos necesarios para transmitir a sus alumnos los contenidos mínimos de una educación corporal básica. La inclusión de esta educación específica en los programas formales de escuelas y colegios está sin embargo pendiente de ejecución en muchos países.
No podemos olvidar, por último y antes de pasar a la cuarta pregunta de nuestro examen, que la educación moderna por mor de sus condicionamientos culturales está impregnada de individualismo. Si bien sabemos que la apertura de espacios para ofertar una completa educación corporal hará indudablemente un gran bien, pretendemos que las reformas educativas pendientes tengan el suficiente calado como para que puedan acogerse bajo el calificativo de revolución pedagógica. Deseamos una reforma radical de las actitudes y aptitudes para que puedan ponerse los acentos en las responsabilidades y en el servicio donde ahora se ponen en los derechos y el beneficio. Es decir, donde efectivamente prive la familia como metáfora de la vida lograda en vez del individuo autónomo y autosuficiente como metáfora del éxito. Esta es una propuesta que también descubrimos en el cine cuando vimos aquella excelente película de Ridley Scott, Blade Runner. Si recordamos, en una escena del filme le pregunta su amigo al protagonista: ¿y cómo distinguiremos a los replicantes?, a lo que Harrison Ford contesta muy acertadamente: los replicantes no tienen familia.
4.- Una educación proactiva
A estas alturas de mi intervención ya va siendo hora de ir resumiendo lo que consideramos más relevante de lo expuesto hasta aquí. Lo haremos contestando la última de nuestras preguntas: ¿cómo, bajo qué premisas, impartir la educación corporal?
Creo que nos enfrentamos a un dilema: bien nos decantamos por una respuesta reactiva, es decir por unos planteamientos que respondan en cada momento a los retos que plantea la cultura dominante, o bien nos decantamos por una respuesta proactiva, a saber, una propuesta que se anticipe a los desafíos y que dé a los alumnos la preparación necesaria para desenvolverse ante cualesquiera retos con las actitudes y aptitudes adecuadas.
La respuesta reactiva es ciertamente la más cómoda. Dicen los que abogan por esta actitud que solo cabe administrar la cura una vez que ha aparecido la herida. Es decir que solo habrá que impartir educación corporal una vez que haya que responder a las provocaciones de una campaña gubernamental que, so capa de prevenir el sida, aliente la promiscuidad y la iniciación sexual temprana, como se ha hecho en mi país con niños y niñas de 12 años, o cuando activistas gays adquieran por ley el derecho a entrar en el aula para explicar a los niños cómo se descubre la verdadera opción sexual de cada uno, o cuando haya que responder a las guías y folletos elaboradas por organismos o instituciones oficiales sobre la autovaloración del propio cuerpo en las que se enseña a niños y niñas a practicar el autoerotismo como medio para evitar los complejos de la adolescencia y así prevenir la bulimia y la anorexia.
La respuesta reactiva está equivocada. Apunto cuatro razones entre las muchas más que podríamos traer a colación. La primera es de orden práctico ya que con esta actitud se pierde la iniciativa que se regala a los que pretenden imponer a los niños los códigos morales del Estado en vez de los de los padres; siempre es mejor llevar uno la iniciativa. La segunda razón es mediática: en un mundo globalizado como el nuestro es imposible poner barreras a la moda y aspirar a que eso que está ocurriendo en aquel país nunca llegue al mío y que por tanto yo no tenga necesidad de reaccionar no es más que una ilusión que acabará por desvanecerse. La tercera razón esta basada en la experiencia de los países que han adoptado la política de minimizar los daños de las conductas antisociales en vez de prevenirlos formando y exigiendo responsabilidades: como muestra el libro de Christie Davies (The strange death of moral Britain) las políticas remediales no están funcionando hoy en casi ningún país. Y, por último, la cuarta razón es estratégica y es que no nos conviene a ninguno la aspiración larvada en el pensamiento conservador inmovilista de convertir a los defensores de la familia en miembros de un gueto aislado que no tenga contacto con el mundo exterior. Yo pienso que acabaríamos como los adoradores de la bomba en El Regreso al Planeta de los Simios, convertidos en una caricatura de humanidad totalmente desconectados de una realidad que les ha superado por todas partes.
Más bien creo que la respuesta acertada es la de los que piensan que los contenidos y orientación de la educación corporal impartida en la escuela deben responder a una actitud proactiva que entiende que todos tenemos derecho a saber cómo y para qué funciona nuestro cuerpo y que hurtar este derecho a los jóvenes es privar a nuestros hijos de conocimientos vitales para entender la sociedad en la que viven y para su propia comprensión como personas. Naturalmente pensamos que esta debe ser una actitud totalista derivada de un enfoque omnicomprensivo que impregne todo el currículo educativo: nada que pueda solucionarse con acciones puntuales aquí y allá sino más bien con asignaturas precisas, con libros de texto adecuados, con generosidad de tiempo, y con una buena formación específica de maestros y directivos. Para entendernos, una actitud como la del protagonista de El Hombre Araña: Spiderman sabe que un gran poder entraña una gran responsabilidad, una responsabilidad que implica a toda su persona ante toda la sociedad. O como la actitud del cónsul Perlaska, que en la película del mismo nombre, no se contenta con solucionar los problemas de la familia que le pide ayuda para escapar de los nazis en la Viena ocupada sino que afronta el reto de salvar a todos los refugiados políticos que hay en la ciudad.
Estamos, y con esto concluyo, ante un gran quehacer. El reto que tenemos delante es un reto pionero. Se han hecho cosas pero se ha hecho muy poco. Faltan libros de texto, faltan profesionales preparados, faltan voluntades políticas, y falta también diseminar el convencimiento de la perentoria necesidad de afrontar con radicalidad una reforma del sistema educativo de manera que sirva a nuestros hijos como bagaje para liderar la cultura de mañana. Espero y deseo que estas jornadas aquí nos ayuden a paliar estas lacras.
José Pérez Adán
Departamento de Sociología
Universidad de Valencia/ Universidad Libre Internacional de las Américas.
Bibliografía comentada:
-Barceló, Manuel (2002), Cómo valorar mi sexualidad, Madrid: EIUNSA. El autor, médico psiquiatra, defiende la perspectiva holista y humanista que integra la dimensión afectiva en el conjunto de actitudes que nos hacen reaccionar como humanos ante los retos de la vida diaria.
-Elósegui, María (2002), Diez temas de género, Madrid: EIUNSA. Libro idóneo para profesores y maestros que deseen entender y comprender las diferencias y la complementariedad entre hombres y mujeres. Resulta también de interés para la comprensión de temas de debate actual como la transexualidad y la homosexualidad y los intereses políticos que subyacen en estos debates.
-Medialdea Concepción (2001), Cómo funciona mi cuerpo, Madrid: EIUNSA. Texto adecuado para que los padres lo lean con sus hijos en casa y como material de ayuda a la docencia en los cursos de educación corporal.
-Medialdea, Concepción; Otte, Ana y Pérez Adán, José, (2001), Curso de Educación de la Sexualidad para Adolescentes (Programa SABE). Madrid: EIUNSA. 285 páginas. El manual de referencia básico utilizado en los cursos para profesores de secundaria que se preparan para impartir educación corporal. Es también idóneo para padres, monitores de jóvenes, y centros de formación y ocio de adolescentes.
-Otte Ana (2000), Cómo hablar a los jóvenes de sexualidad, amor y procreación 136 respuestas a sus preguntas, Madrid: EIUNSA. Se trata de un libro muy actual, claro y didáctico de obligada lectura para padres y jóvenes.
-Pérez Adán, J. (2005), Repensar la Familia, Madrid: EIUNSA. El libro trata desde una perspectiva académica y con la óptica de defensa de la unidad familiar de las consecuencias del reconocimiento de la soberanía familiar frente a las imposiciones del individualismo y el consumismo modernos.
-Pérez Adán, José y Villar Amigo, Vicente (1997), Sexo: razón y pasión, Pamplona: EUNSA. Un ejercicio sobre las implicaciones prácticas respecto a temas de tanta importancia como la dignidad del sexo, el comienzo de la vida humana, el reconocimiento de la fertilidad y la cultura sexual moderna. Su apuesta es presentada como progresista y revolucionaria frente a las tendencias que la consideran conservadora.
-Pérez Adán, J. y Ros Codoñer, J. (2ª, 2005), Sociología de la familia y de la sexualidad, Valencia: Edicep. Manual de las asignaturas del mismo título sobre Estudios del Matrimonio y la Familia (sección española).
-Tarasco Martha y Marco, Javier (2001) Diez temas sobre reproducción asistida, Madrid: EIUNSA Un sucinto y completo análisis desde la antropología adecuada de lo que es, cómo se practica y sus implicaciones éticas, científicas y sociales.
-Varios Autores (1995), Sexo y Naturaleza, Pamplona: EUNSA. Trata de dar respuestas serenas a preguntas de gente corriente y también a interrogantes de más calado: ¿en qué consiste la desviación sexual? ¿qué es y qué no es obsesivo en el sexo? Va dirigido a un amplio espectro de público: padres, educadores, novios y jóvenes matrimonios.
-Villar, Vicente y O´Leary, Dale (2003), Cómo entender la homosexualidad Madrid: Sekotia. Texto con claridad expositiva, analiza los procesos tanto biológicos como sociológicos de las desviaciones de personalidad más comunes, con abundantes informaciones estadísticas, cuantitativa y cualitativamente contrastadas.
I Encuentro Internacional sobre Educación de la Afectividad y la Sexualidad. Cd. de Mexico 19-21 Mayo-2006
27 mayo, 2006