| Luis Caballero MartínezMédico Psiquiatra, Hospital  Universitario Puerta de Hierro
 Profesor Asociado del  Departamento de Psiquiatría de la   UAM, Madrid
 «Ha transcurrido  aproximadamente una semana y acabo esta confesión bajo la influencia de la  última dosis de las sales originales. A menos que suceda un milagro esta será,  pues, la última vez que Henry Jekyll pueda expresar sus pensamientos y ver su  propio rostro...».Roberto Luis Stevenson
 «El Dr. Jekyll y Mr.  Hyde».
 Prólogo
 En España, al igual que en otros  países de nuestro entorno, el número de consumidores y de personas adictas a la  cocaína se ha incrementado significativamente en la última década, tal y como  constatan numerosos estudios, así como las encuestas que periódicamente realiza  la Delegación  del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas.Por dar una cifra especialmente  relevante, entre 1994 y 2004, el porcentaje de estudiantes de 14 a 18 años que manifestaba  haber consumido cocaína en el año anterior a ser encuestados se multiplicó por  cuatro, pasando del 1,8% al 7,2%. Además, los consumidores de cocaína se  inician a edades muy tempranas, y en un contexto de uso simultáneo de otras  sustancias como el cánnabis, las drogas de síntesis y el alcohol. De otro lado  también ha disminuido, especialmente entre el sector más joven de la población,  la percepción de riesgo en relación con el consumo de cocaína.
 Esta situación se ha visto  reflejada en los datos de carácter asistencial. Así, el número de personas  tratadas por primera vez por adicción a cocaína pasó de 932 en 1992 a 7.125 en 2002, y la  proporción de urgencias hospitalarias por reacción aguda a drogas en que se  menciona la cocaína se incrementó del 26,% en 1996 al 49% en 2002. Todo ello  supone que la cocaína es, en la actualidad, la segunda droga ilegal en lo que  respecta al volumen de problemas generados.
 Esta situación de aumento del  consumo de sustancias, que además se produce en un contexto de policonsumo, de  baja percepción del riesgo por parte de los usuarios, y de consideración de  estos consumos por quienes los realizan como parte de una cultura de ocio y  diversión que contribuye a la participación e integración social, ha sido y  está siendo objeto de estudio y reflexión por parte de distintos investigadores  y estudiosos y, por supuesto, de los responsables del Plan Nacional sobre  Drogas, en todos sus niveles.Fruto de este debate y reflexión  ha sido la elaboración de un Plan de Acción sobre Drogas para el período  2005-2008, presentado por la   Ministra a la Comisión Mixta para el Estudio del Problema de  las Drogas en marzo de 2005. Este Plan contempla en sus seis ejes de trabajo la  puesta en marcha de acciones concretas, dirigidas a desarrollar actuaciones y  programas de prevención, información y sensibilización en los entornos  familiar, escolar y comunitario. También prevé el apoyo a la realización de  actividades dirigidas con carácter prioritario a la juventud para promover  estilos de vida más saludables, alejados del consumo de drogas, y la formación  en valores de responsabilidad y autoestima.
 Además, el Plan de Acción también  fomenta la investigación y la formación de los profesionales que intervienen en  drogodependencias. Buen ejemplo de esta labor de estudio e investigación es  este libro que prologamos: «Adicción a cocaína: neurobiología, clínica,  diagnóstico y tratamiento», escrito por el Dr. Luís Caballero Martínez,  médico psiquiatra y profundo conocedor de la materia, en el que se selecciona y  presenta ordenadamente un amplio caudal de la información científica disponible  sobre esta sustancia. El libro aborda aspectos tan importantes y variados como  la epidemiología del consumo de cocaína, los aspectos farmacológicos  relacionados con la sustancia y los nuevos hallazgos relacionados con la  neurobiología de la acción de la cocaína. Describe también los aspectos clínicos y  diagnósticos de los trastornos por consumo de cocaína, aportando instrumentos  de evaluación y medida que el lector podrá utilizar en su práctica clínica, así  como los trastornos psiquiátricos relacionados con el consumo de esta droga.  Finalmente, se aportan las técnicas de tratamiento de un modo comprensivo y  pragmático, constituyéndose así en una herramienta para la formación y  capacitación de los profesionales que intervienen en drogodependencias. El autor  incluye pautas dirigidas al tratamiento de la adicción a la cocaína en atención  primaria, así como en las urgencias médicas derivadas del consumo de esta  droga. No me queda más que felicitar al  autor, por su notable aportación a una comprensión integrada del problema  clínico de la adicción a cocaína desde un riguroso planteamiento científico,  coherente y actualizado, y manifestar mi apoyo y el de la Delegación para que  puedan ver la luz trabajos de tanta calidad como éste.
 Carmen Moya García
 Delegada Del Gobierno para el  Plan Nacional Sobre Drogas
 1. Introducción La primera descripción clínica  completa de la cocainomanía fue publicada por Erlenmeyer (1885) durante la  denominada «primera epidemia» de consumo de cocaína que tuvo lugar a finales  del siglo XIX. Freud había publicado en 1884 su trabajo Über Coca (objeto de  serias críticas por parte del farmacólogo Louis Lewin y del propio Erlenmeyer)  y, en 1885, hubo de escribir unas «Notas sobre el ansia de cocaína y el miedo a  la cocaína» en las que matizaba su opinión acerca del «carácter inofensivo» que  había atribuido a la cocaína en su primera publicación (Freud, 1975). Durante la llamada «segunda  epidemia» que tuvo lugar entre 1920 y 1930, el médico alemán Meyer (1925)  describió con detalle las características clínicas de la psicosis cocaínica.  Descripciones completas y minuciosas de la cocainomanía y de la psicosis  cocaínica se hicieron también después a lo largo de la primera mitad del siglo  XX por autores como el francés Claude (1933) y por otros muchos (Caballero,  1998). Sin embargo, a principios de los años 1980 la cocaína estaba comúnmente  considerada como una «droga poco peligrosa». El uso limitado y elitista de la  cocaína después de la Segunda Guerra Mundial  y hasta bien entrados los años 70 y el protagonismo de las anfetaminas en el  mercado mundial de estimulantes contribuyeron, sin duda, a mantener esta idea  de inocuidad o de baja peligrosidad de la cocaína. Incluso  en ámbitos profesionales especializados y en la literatura psiquiátrica más prestigiosa  (por ejemplo, en el capítulo de Grinspoon y Bakalar del Tratado de Psiquiatría de  Freedman, Kaplan y Sadock de 1980) la cocaína no se asociaba a problemas  médicos graves, salvo en casos extremos que se suponían infrecuentes.  A partir de 1980, sin embargo, la  eclosión de la denominada «tercera epidemia» en EE.UU. reveló la existencia de  graves problemas sanitarios y sociales asociados al consumo de cocaína (Jekel y  cols., 1986). La investigación neurobiológica, epidemiológica y clínica sobre  la cocaína realizada desde entonces apoya la incontestable existencia y la  particularidad de las entidades clínico-biológicas «abuso» y «dependencia» de  cocaína. Ambos trastornos son el resultado de una disregulación cerebral compleja  que cursa con una expresión conductual, psicológica y neurofisiológica  características (alteración del estado de ánimo, del impulso a consumir y de  las funciones cerebrales ejecutivas).  El conocimiento de estos hechos  ha obligado, por un lado, a redefinir los conceptos básicos de «abuso»,  «dependencia» y «abstinencia» de drogas (Gawin, 1991; West, 2001); por el otro,  ha impulsado extraordinariamente el conocimiento de la neurobiología del placer  y de la motivación animal y del funcionamiento de las estructuras anatómicas  que les dan soporte.  Desde 1980, año tras año, las  publicaciones relacionadas con la cocaína y la cocainomanía no han dejado de  crecer. A comienzos del 2005 la base de datos médica Medline recogía más de  22.000 referencias bibliográficas sobre cocaína. Este manual intenta  seleccionar y resumir de ese caudal ingente de información médica disponible,  aquella imprescindible para abordar el diagnóstico y articular el tratamiento  de la cocainomanía conforme al conocimiento actual. 2. Una panorámica sobre la  epidemiología del consumo y la adicción a cocaína Como buena parte de la  información relativa a la cocaína y la cocainomanía procede de los EE.UU.,  conviene recordar que el consumo de cocaína reciente ha tenido unas  características y un curso bastante diferente en América y en Europa:— En EE.UU. (Platt, 1997; SAMHSA,  2004) tuvo lugar un gran incremento de consumo de clorhidrato de cocaína y de  «crack» a principios de los años 1980 que tuvo su acmé en 1985. A partir de ese año,  el número de consumidores descendió hasta 1994 (aunque no el de cocainómanos,  ni los indicadores de problemas médicos asociados).
 A partir de 1995 y hasta el 2000  se incrementó de nuevo el consumo en la población general. La National Houselhold   Survey on Drug Abuse mostró que en el año 2000 el 0,5% de la  población norteamericana mayor de 12 años había consumido cocaína. Aunque la tendencia  general era levemente descendente, la población más joven mantenía el consumo  de años previos, lo cual representaba un problema de salud pública muy  considerable. La tasa de consumo en varones seguía siendo mayor que en mujeres,  pero la diferencia se había acortado en las 2 últimas décadas (Van Etten y  Anthony, 1999; SAMHSA, 2004). El consumo de cocaína se daba en todos los estratos  sociales y grupos de edad con un claro predominio en los más jóvenes. Con  frecuencia, el consumo de cocaína se asociaba al de otras drogas; por ejemplo,  en el Epidemiological Catchment Area Study llevado a cabo en población general,  el 84% de los dependientes de cocaína lo eran también del alcohol (USDHHS,  1993). La cocaína fue también la droga que con más frecuencia causó urgencias médicas  durante este periodo (29% de las urgencias por drogas) (SAMHSA, 2004).
 —En Europa, la prevalencia del  consumo en población general y en subgrupos específicos varió bastante según  los países, pero en todos ellos se encontró un incremento notable en los  últimos años. En el año 2000, el Reino Unido tenía la tasa más alta de  prevalencia-vida de Europa (5,2%) (si bien, bastante por debajo del 18%  alcanzado en la epidemia americana de «crack» en 1985), y Suecia tenía la tasa  más baja (1%, probablemente por las características del mercado de cocaína y  el consumo elevado de anfetaminas en ese país). La estabilización de las tasas  de consumo de cocaína en Europa en torno al año 2000 ha coincidido con la  discusión generalizada en los media de muchos países de los riesgos que  conlleva (igual que pasó en USA a partir de 1985). Por sorprendente que parezca,  hasta hace poco no se habían publicado estudios epidemiológicos relevantes con  ámbito europeo. En un estudio multimodal y multicéntrico reciente (Haasen y  cols., 2004; Prinzleve y cols., 2004) se ha comprobado que el consumo actual de  cocaína en 10 grandes ciudades europeas de 9 países tiene características bastante  diferentes del americano, tal y como sostenían muchos observadores. El estudio  se llevó a cabo sobre 1855 consumidores pertenecientes a tres grupos  diferentes: pacientes en tratamiento por adicción a cocaína (sobre todo en  programas de metadona), grupos marginales sin tratamiento y consumidores  socialmente integrados sin tratamiento. Los tres subgrupos de población  estudiados (jóvenes, especialmente en ámbitos de diversión; grupos socialmente  marginados como prostitutas y «sin hogar»; y dependientes de opiáceos en  mantenimiento con metadona) consumían más que la población general. El grupo de  los socialmente integrados (sin tratamiento) consumía cocaína snifada en el 95%  de los casos. Los grupos marginales consumían con más frecuencia e intensidad  cocaína, heroína y otras sustancias, y utilizaban más las vías inyectada y  fumada, aunque había diferencias notables según las ciudades. El 96% había  consumido además otras sustancias en el último mes y aunque el uso relativo de  clorhidrato en polvo o de «crack» variaba según las ciudades, el policonsumo  era la norma. Las  vías usadas más frecuentemente variaban mucho también. Todo lo anterior muestra  importantes diferencias en las poblaciones de cocainómanos en Europa y sugiere  que son subsidiarias de diferentes abordajes. En conjunto, la situación epidemiológica  europea actual parece de menor gravedad que la americana de los años 1980, pero  plantea también importantes problemas asistenciales que son mayores en el caso  del «crack» (Gossop y cols., 2003). — En España la cocaína es hoy la  segunda droga ilegal en lo que respecta a problemas socio-sanitarios (Barrio,  1998; OED, 2004). En los últimos años hemos asistido a un incremento muy  importante de diversos indicadores relacionados con el consumo de cocaína, que  sitúa a España a la cabeza de los países consumidores del mundo; este  incremento ha sido recogido por los medios de información general (Lázaro, 2005)  con una alarma justificada. Destacan entre dichos indicadores los siguientes:•El porcentaje de estudiantes entre  14-18 años que había consumido cocaína en el año previo, según la Encuesta Escolar  sobre Drogas, pasó de 1,8% en 1996   a 6,8% en 2004.
 •El porcentaje de adultos entre  15-64 años que había consumido cocaína en el año previo, según la Encuesta Domiciliaria  sobre Drogas, pasó de 1,8% en 1995   a 2,7% en 2004.
 •Las proporción de urgencias  hospitalarias por reacción aguda a cocaína frente a otras drogas pasó del 26,1%  en 1992 al 49% en 2002.
 •La identificación de cocaína  entre muertos por reacción aguda a drogas pasó del 19,3% de los casos en 1987  al 54,4% en 2002.
 •El número de adictos a cocaína  que solicitaron tratamiento por vez primera en los dispositivos públicos pasó  de 932 en 1992 a  7.125 en el 2002. Este año las demandas de tratamiento por cocainomanía superaron  en número a las de heroinomanía y desde entonces se mantienen a la cabeza.
 •Los adictos a cocaína que  demandaron tratamiento en el 2002 fueron mayoritariamente varones que consumían  cocaína por vía intranasal (78%), pulmonar (20%) o IV (2%); además, tomaban  alcohol (65%), cannabis (19%) heroína (12%) o anfetaminas (6%) y eran HIV (+)  en el 4% de los casos. La edad media cuando solicitaron tratamiento era de 28,7  años y habían comenzado a consumir cocaína 7,4 años antes (a la edad promedio  de 21,3 años).
 •La cocaína es la tercera droga  de abuso en la población de heroinómanos (después del cannabis y los sedantes).
 Otros datos  clínico-epidemiológicos generales que tienen interés para el clínico son los  que siguen:
 •El consumo de cocaína difiere según  el género. Los hombres parecen tener respuestas más rápidas e intensas a la  cocaína (Lukas y cols., 1996), más anomalías de la perfusión cerebral  (Gottschalk y cols., 2001), más pérdida neuronal en el cortex frontal (Kaufman  y cols., 2001) y menos ansiedad derivadas del consumo de cocaína (Kosten y  cols., 1996). Las cocainómanas suelen tener más trastornos afectivos y menos  trastornos asociales de la personalidad que los cocainómanos (Weis y cols.,  1977; Magura y cols., 1998). Algunos estudios sugieren que la adicción a  cocaína podría desarrollarse más rápidamente en la mujer que en el hombre  (McCance-Katz y cols., 1999) y generar mayor desajuste psicosocial (Weiss y  cols., 1997; McCance-Katz y cols., 1999).
 •El 0,1% de las mujeres  embarazadas americanas consume cocaína con regularidad y este consumo se asocia  a mayor frecuencia de rotura placentaria, parto prematuro y bajo peso al nacer  (Franck y cols., 2001). No parece haber, sin embargo, más secuelas de  enfermedad permanente en niños nacidos de adictas a cocaína. No hay datos  europeos al respecto.
 •No se ha encontrado un perfil de  personalidad en riesgo especial de adicción a cocaína. Los estudios recientes  sugieren que los «buscadores de sensaciones o de novedades» tienen mayor  probabilidad de iniciarse en el consumo (Laviola y cols., 1999).•El abuso de otras drogas (Wither  y cols., 1995; Birnbach y cols., 2001) y otros trastornos psiquiátricos  (trastorno depresivo mayor, trastorno bipolar, esquizofrenia, trastorno de  estrés postraumático, trastorno por déficit de atención e hiperactividad,  trastorno de ansiedad y trastorno de la personalidad) coinciden con la adicción  a cocaína en muchas series clínicas (Volkow, 2001). Los trastornos bipolares, el  trastorno por déficit de atención e hiperactividad y el trastorno de  personalidad suelen preceder a la cocainomanía y la depresión suele seguirla  (McMahon y cols., 1999; Clure y cols., 1999) o formar parte del síndrome de  abstinencia.
 Se han propuesto tipologías de  consumidores de cocaína (Calafat y cols. 2001), pero la validez y la relevancia  clínica de las mismas no se han explorado científicamente. Es indudable que el  ritual, el tiempo y el lugar del consumo, las creencias y las expectativas  acerca de la cocaína, las consecuencias sociales y la posible conducta ilegal  asociada a la adicción a cocaína, están determinados por variables culturales y  subculturales que tienen una importancia crítica para el abordaje clínico. No  obstante, se observan regularidades entre los distintos cocainómanos en lo que  se refiere al rendimiento escolar, delincuencia, alteración de las relaciones  familiares y problemas de salud en función de la forma de presentación de la  cocaína que consumen. En general, los consumidores de «crack» presentan más  problemas en todos los ordenes que los inhaladores de clorhidrato (Kandel y  Davies, 1996).Suele aceptarse (Calafat y cols.,  2001) que el consumo actual de la cocaína en nuestro medio es básicamente  instrumental y que no se asocia a ninguna subcultura concreta. Los valores del  individualismo, el placer o el éxito social (por lo demás bastante extendidos  en muchas culturas contemporáneas) se asocian regularmente a una actitud  favorable al consumo. Es probable que algunos valores de la cultura occidental  limiten la percepción del riesgo de la cocainomanía; por ejemplo, el valor  «éxito» que se asocia a la cocaína podría contribuir a que cocainómanos,  incluso graves y deteriorados, se sientan «legitimados » en el consumo.
 3. Farmacología general de la  cocaína 3.1. Formas de presentación y consumoLa cocaína es un alcaloide con  acción anestésica en el sistema nervioso periférico y estimulante sobre el  sistema nervioso central. Se obtiene de las hojas de la planta Erithroxylon Coca  originaria de Bolivia, Perú, Colombia y Ecuador, que se cultiva hoy en estos y  en otros países del Oeste Sudamericano.
 Del tratamiento de las hojas de  coca desecadas con gasolina o queroseno, bases alcalinas, permanganato potásico  y ácido sulfúrico se obtiene la denominada «pasta de coca» de la cual se  refinan y preparan las distintas presentaciones de cocaína que existen en el  mercado (Lizasoaín y cols., 2001): — La forma ácida o clorhidrato de  cocaína se obtiene por tratamiento de la pasta de coca con ácido clorhídrico.  El clorhidrato de cocaína que resulta es un polvo blanco cristalino con sabor  amargo que puede inhalarse por vía intranasal, fumarse mezclado con tabaco,  disolverse en agua para inyección intravenosa, ingerirse por vía oral, o  aplicarse directamente en mucosas donde ejerce un efecto anestésico característico.— El calentamiento del  clorhidrato de cocaína con amoniaco o bicarbonato sódico disueltos en agua  elimina el ácido clorhídrico y produce formas básicas de aspecto gelatinoso  que, a su vez, pueden fumarse por calentamiento. El denominado «crack», menos  frecuente en España, es una forma básica sólida que se vende ya preparada para  el consumo. La cocaína que se vende al detalle en España (OED, 2004) tiene una  pureza que oscila entre el 20-80% (habitualmente está en torno al 25-50%); el  resto son adulterantes como azúcares (glucosa, lactosa, manitol), anestésicos  locales (procaína, lidocaína) y otros (talco, harina, anfetaminas, quinina y heroína).  La composición de adulterantes de la cocaína explica alguna de sus complicaciones  clínicas.
 El consumo de cocaína varía según  la cantidad, ritmo, vía y posible combinación con otras sustancias del modo que  sigue (Caballero y Alarcón, 2000): a. Según la Cantidad y el Ritmo:
 • Consumo controlado,  habitualmente experimental o recreativo de cantidades moderadas (menos de 1/4  de gramo de cocaína) y con conservación del control voluntario sobre el  consumo.
 • Consumo intensificado o  compulsivo que caracteriza el abuso y la dependencia de cocaína (pueden llegar  a tomarse varios gramos, muchas horas o días seguidos y no se conserva integra  la voluntad de dejar de consumir a pesar de las consecuencias negativas).
 b. Según la Vía:
 • Oral, de hojas frescas de la  planta de coca mascadas. Propio de los países productores e inexistente en  nuestro país.
 • Nasal o naso-alveolar, por  inhalación mediante un tubo hueco de «líneas» o «rayas» de clorhidrato de  cocaína pulverizada. Es la forma más frecuente de uso en España.
 • Aspiración fumada de pasta de  coca (infrecuente en España), o aspiración de base libre fabricada a partir de  clorhidrato (más frecuente en España) o de «crack». El efecto por esta vía es  más rápido, intenso y breve.
 • Intravenosa, de clorhidrato de  cocaína disuelto en agua mediante calentamiento en una cucharilla o similar.  Este consumo añade los riesgos y complicaciones de la vía parenteral. La mezcla  de heroína con cocaína en presentación i.v. se llama «speed ball»  (literalmente: «pelotazo»).
 • Otras menos frecuentes: oral,  rectal, genital.
 c. Según la Mezcla o consumo conjunto  con otras sustancias:
 • Cocaína pura.
 • Cocaína mezclada con alcohol,  cannabis, heroína u otros estimulantes o sedantes, incluidos los de  prescripción médica.
 En orden decreciente de  frecuencia las vías de consumo más utilizadas en la actualidad en España son la  intranasal (sobre todo), la pulmonar y la IV.
 3.2. FarmacocinéticaLa cocaína (Gawin 1991; Platt,  1997; Lizasoaín y cols., 2001) es una base débil (pKa: 8.6) que atraviesa  rápidamente las membranas corporales (incluidas las placentarias y las  hematoencefálicas). La absorción, los picos plasmáticos, la biodisponibildad y  las concentraciones alcanzadas tras el consumo dependen de la forma de  presentación farmacológica y de la vía utilizada (Tabla I). La inhalación nasal  del clorhidrato de cocaína, por ejemplo, produce efectos en pocos minutos (con  un pico a los 20-30 minutos) que desaparecen completamente a los 60 minutos  (aunque pueden permanecer más si el efecto vasoconstrictor de la mucosa  lentifica la absorción). Por vía intranasal la biodisponibilidad de la cocaína  nunca supera el 40%. Las formas fumadas son más rápidas de acción (llegan a  actuar en segundos), menos duraderas (por ello predisponen más al consumo  compulsivo) y tienen una biodisponibilidad más irregular. La vía intravenosa es  también muy rápida y proporciona una biodisponibilidad completa de la cocaína  inyectada (100%).
 
  La distribución de la cocaína es  muy amplia y alcanza todo el organismo. El metabolismo principal de la cocaína  tiene lugar mediante una hidrólisis enzimática hepática rápida que produce los  metabolitos inactivos benzoilecgonina (45%), metilesterecgonina (45%) y  ecgonina; también se producen cantidades menores de norcocaína (que es activa  pero tiene una acción clínica poco relevante). En el caso de las formas fumadas  el metabolismo produce también metil-ester-anhidroecgonina, activa en animales  y de acción poco conocida en humanos. Todos los metabolitos de la cocaína  tienden a acumularse en el tejido graso desde el cual se liberan lentamente. La  benzoilecgonina aparece en orina hasta al menos 3-4 días después de un consumo  moderado y, por ello, es el metabolito más utilizado para determinar el consumo  reciente en ámbitos asistenciales. La benzoilecgonina puede detectarse también en  la saliva, el cabello o el sudor, mediante las técnicas habituales de radio —o  enzimo— inmunoanálisis. Las técnicas cromatográficas (p. ej. TLC, HPLC, de fase  gas-líquido) son capaces de detectar metabolitos de cocaína hasta 10-20 días  después de consumos moderados y se utilizan para confirmar resultados dudosos  con los procedimientos habituales de criba, por motivos medicolegales u otros.
 El consumo conjunto de alcohol y  cocaína da lugar por transesterificación hepática a etilencocaína o  cocaetileno, un estimulante también potente y con una vida media 2 ó 3 veces  más larga que la de la cocaína (McCance y cols., 1995; Hart y cols., 2000). 3.3. Acción FarmacológicaLa cocaína tiene las siguientes  acciones farmacológicas generales (Platt, 1997; Lizasoaín y cols., 2001):
 — Amina simpaticomimética  indirecta de tipo I.
 — Anestesia local por bloqueo de  la transmisión nerviosa.
 — Estimulo del sistema nervioso  central.
 — Anorexia e inhibición del sueño  por acciones sobre el hipotálamo, sistema reticular ascendente y cerebelo.
 Como consecuencia de estas  acciones farmacológicas la cocaína tiene unos efectos clínicos que pueden  resumirse como sigue:
 — Vasoconstricción periférica,  taquicardia, incremento de la contractilidad cardiaca, hipertensión, midriasis,  temblor y sudoración, todo ello por acción sobre los receptores alfa y  beta-adrenérgicos.
 — Incremento de la temperatura  por incremento de la actividad física, vasoconstricción y alteración directa  del centro hipotalámico de control térmico.
 — Estímulo potente del SNC por  acción dopaminérgica. Este efecto varía según la dosis, la vía, el ambiente y  las expectativas del consumidor. Con dosis bajas se produce incremento del tono  vital y de la energía, disminución del apetito, insomnio, aumento del  rendimiento intelectual y físico, hiperactividad motora, verbal e ideatoria,  disminución de la fatigabilidad e incremento de los placeres en alerta. Tras un  consumo moderado los consumidores no adictos experimentan habitualmente un  periodo de cansancio y, en ocasiones, disforia y deseo de tomar cocaína que  dura horas. Con dosis más altas y/o en personas predispuestas pueden aparecer  alteraciones de la capacidad crítica y discriminativa, ilusiones y/o  alucinaciones auditivas, táctiles y visuales, esterotipias, bruxismo y  convulsiones.
 — Activación de las hormonas  tiroideas (lo cual da cierta similitud a la intoxicación cocaínica con el  hipertiroidismo).
 En la Tabla II se resumen los  efectos psicológicos de la cocaína a corto plazo observados en laboratorios de  farmacología humana. Como puede verse corresponden a los de una fuerte  estimulación apetitiva. El placer «apetitivo» que proporciona la cocaína (a  diferencia del placer «saciativo» que proporciona la heroína) genera una  actividad insaciable que incita a consumir más cocaína y a buscar nuevas  sensaciones (suele decirse que reproduce muy intensa y distorsionadamente el  placer asociado a «actividades de búsqueda» como en los contactos sociales, el  encuentro sexual, el baile, la caza, etc.). Los experimentos en los que se  basan las observaciones de los efectos de cocaína nunca suelen superar 6 horas  de consumo y utilizan cantidades moderadas de cocaína, muy inferiores a las  tomadas por los adictos. Por esa razón buena parte de los efectos que la  cocaína tiene en los cocainómanos distan de los que se exponen en este  epígrafe.
 Tabla  II. Efectos psicológicos de la cocaína (tomado de Caballero y Alarcón, 2000)
 1  Euforia y, en ocasiones, disforia.
 2  Aumento de la sensación de energía en alerta.
 3  Sensación de agudeza mental.
 4  Mayor conciencia de las sensaciones sexuales, auditivas, táctiles y visuales.
 5  Incremento de la actividad motora y conductas estereotipadas.
 6  Anorexia.
 7  Incremento de ansiedad y suspicacia.
 8  Disminución de la necesidad de sueño.
 9  Posibilidad de retrasar la sensación de fatiga.
 10  Aumento del «insight» y de la autoestima (grandiosidad).
 11  Síntomas físicos por descarga generalizada del SN simpático.
 La acción estimulante de la  cocaína deriva principalmente de su  capacidad para inhibir la recaptación de los neurotransmisores norepinefrina,  serotonina y, sobre todo, dopamina en las sinapsis del SNC. La hipótesis  dopaminérgica de la recompensa cocaínica esta basada en la afinidad de la  cocaína por el transportador de dopamina (Dackis y Gold, 1985), pero la acción  sobre este neurotransmisor no explica todos los efectos clínicos de la cocaína. La activación  serotonérgica, norepinefrinérgica, gabérgica, glutamatérgica, histaminérgica, acetilcolinérgica  y feniletilaminérgica están también implicadas, aunque los detalles de las  mismas son menos conocidos. Junto a los efectos psicológicos sobre el ánimo, la  cognición, los instintos y la conciencia, la liberación de neurotransmisores  producida por la cocaína proporciona también disminución del umbral convulsivo,  temblor, cambios en la activación eléctrica, emesis, hiperpirexia, taquicardia,  hipertensión, diaforesis, retraso en la eliminación urinaria y fecal,  contracciones musculares y enrojecimiento facial (Gawin y Ellinwood, 1988;  Gawin 1991; Platt, 1997). Además, el consumo repetido de cocaína produce  tolerancia y puede producir dependencia. Mucha investigación animal y humana ha  mostrado que el uso de altas dosis de cocaína durante periodos prolongados de  tiempo altera el ánimo y la respuesta hedónica normal, tal y como se expone más  adelante.  El cocaetileno que resulta del  consumo conjunto de alcohol y cocaína tiene una acción dopaminérgica semejante  a la cocaína, pero menor afinidad por los transportadores de serotonina y  norepinefrina (Jatlow y cols., 1991; Bradberry y cols., 1993; McCance-Katz y  cols., 1993; Henning y Wilson, 1993) y mayor riesgo tóxico (Randall, 1992;  Fowler y cols., 1992).  Las acciones farmacodinámicas  básicas de la cocaína son muy parecidas a las anfetaminas con las diferencias  entre unas y otras que pueden apreciarse en la Tabla III.
  4. Neurobiología y etiopatogenia  de la adicción a cocaína
 En las dos últimas décadas se ha  ampliado extraordinariamente el conocimiento de las bases neurobiológicas de la  cocainomanía. En este apartado se pretende sintetizar y exponer de modo claro  los hallazgos esenciales para entender y tratar los fenómenos clínicos  característicos de la adicción a cocaína. 4.1. Acción de la cocaína en los circuitos cerebrales de la  recompensa-motivaciónDesde el punto de vista  neuroquímico, la acción más importante de la cocaína es el bloqueo del transportador  de dopamina (Koob, 1999) o lugar de la membrana sináptica encargado de retirar  el neurotransmisor de la sinapsis.
 El bloqueo de este trasportador  produce un aumento de la concentración sináptica de dopamina y de la  transmisión dopaminérgica, directamente asociado a la experiencia de la euforia  cocaínica (Volkow y cols., 1999). Las vías dopaminérgicas en las que actúa la  cocaína (Figura 1) dan soporte neural en los animales a experiencias  placenteras o «reforzantes» básicas como son la ingesta alimentaria y la  conducta sexual. Estudios recientes de autoadministración de cocaína en  animales como las moscas de la fruta (Torres y Horowitz, 1998), los gusanos  planaria (Raffa y Valdez, 2001), los peces (Volkoff y Peter, 2001) y los  cangrejos de mar (Panksepp y Huber, 2004) sugieren que la activación  dopaminérgica de las vías de acción y de sensibilización de la cocaína forman  parte de un logro neural conservado a lo largo del camino evolutivo que existe  entre dichos animales, los vertebrados superiores y el hombre. Las vías  dopaminérgicas dan soporte a funciones y a conductas esenciales para la  conservación y reproducción de los animales. La cocaína activa dichas vías de  un modo intenso y anómalo y da lugar a un placer distorsionado muy apetitivo,  fuera del rango de las experiencias reforzantes naturales (comida, sexo,  etc...). Una vez experimentados los efectos de la cocaína por el animal, el  deseo de volverla a consumir puede dispararse por estímulos visuales, olfativos  o auditivos previamente asociados a los efectos de la cocaína, que bloquean la  atención del individuo sobre ellos (Childress y cols., 1999; Kalivas y  McFarland, 2003) de un modo que puede llegar a ser más intenso que el que  dirige la atención del animal hambriento, sediento o con deseo sexual a la  comida, la bebida o el objeto sexual respectivamente. El riesgo deletéreo para  los animales de la libre disposición de cocaína se ha observado en numerosos  experimentos de autoadministración en los que la cocaína llega a ser preferida  a la comida y al apareamiento y les conduce, con frecuencia, al deterioro  biológico y a la muerte (Dackis y Gold., 1985). El cortocircuito que la acción  de cocaína introduce en el orden y en el sentido teleológico de estos sistemas  funcionales permite entender muchos de los fenómenos clínicos característicos  de la adicción a la cocaína en humanos.
  FIGURA 1. El circuito dopaminérgico  mesotelencefálico del cerebro de un mamífero (rata de laboratorio). La porción  primaria del cerebro relevante en las recompensas forma parte de las  proyecciones que se originan en el área tegmental ventral (núcleo DA A10) y  terminan en el núcleo accumbens. Tomado con permiso de Cooper JR y cols. The  biochemical basis of neuropharmacology, 5th ed. New York: Oxford University  Press, 1986.
 El denominado «circuito neural  básico de la recompensa de los mamíferos superiores» está localizado en el área  limbo-pálido-estriatal (Figura 2) e incluye el área tegmental ventral, el  núcleo acumbens, el núcleo pálido ventral y la corteza prefrontal (Kruzich y  See, 2001; Kalivas y McFarland 2003). En la Figura 3 se presenta un esquema de la acción de  la cocaína en el cerebro humano. Las neuronas dopaminérgicas mesolímbicas  proyectan sus axones sobre las células espinosas de tamaño medio del nucleo  accumbens dotadas de receptores dopaminérgicos sinápticos y extrasinápticos.  Estas células sintetizan y acumulan en su interior GABA y péptidos opioides  endógenos (encefalinas y dinorfinas) y se activan por la presencia o evocación  de agua o de comida y (si se ha probado previamente) de cocaína (Carelli y  Ijames, 2001). A su vez, las neuronas espinosas medias proyectan sobre otras  regiones de los circuitos de recompensa entre las que se incluye el hipotálamo  lateral (centros de la comida y sexual), el córtex prefrontal medio y otras  estructuras límbicas. El 90-95% de la masa del núcleo accumbens esta conformada  por estas neuronas espinosas de tamaño medio que reciben también cientos de  miles de axones con glutamato procedentes del córtex prefrontal, la amígdala,  el hipotálamo y el tálamo (Berke y Hyman, 2000). Las neuronas del núcleo  accumbens tienen, pues, sinapsis dobles en sus dendritas con proyecciones  dopaminérgicas y glutamatérgicas. Habitualmente, las neuronas espinosas del núcleo  accumbens se encuentran en un estado de activación bajo que puede aumentar si  hay suficiente entrada de glutamato; en esta circunstancia, las proyecciones  dopaminérgicas se hacen excitatorias a través su acción en los receptores D1.  El papel modulatorio de la DA  en los circuitos de recompensa se ejerce merced a esa condición de membrana  bi-estable que tienen estas neuronas espinosas medias y las neuronas corticales  conectadas a ellas por axones DA.
 Las neuronas espinosas medias con  receptores D1 sintetizan principalmente dinorfinas y proyectan sobre receptores  opioides kappa; las neuronas con receptores D2 contienen encefalinas y  proyectan sobre receptores opioides mu. Como consecuencia, puede anticiparse  que la utilidad terapéutica potencial en la cocainomanía de los agentes  selectivos D1 y D2 ha de ser diferente. La cocaína, las anfetaminas, el  alcohol, los opioides, el cannabis y la nicotina incrementan también las  concentraciones de DA en la unión dopaminérgica del núcleo accumbens y por esta  razón cada una de ellas puede inducir deseo de consumo de las otras. FIGURA 2. Diagrama de los circuitos  cerebrales de recompensa de los mamíferos (rata de laboratorio), con los  lugares en los que actúan diversas sustancias de abuso facilitando las  recompensas cerebrales e induciendo las conductas de toma de drogas y  posiblemente la apetencia de las mismas.
 
  ABN, nucleo anterior del tálamo del haz  medial anterior; Acc núcleo accumbens; FCX, cortex frontal; GABA, sistema de  fibras inhibitorias gabérgicas que sinaptan en las células noradrenérgicas del  locus coeruleus, el área tegmental ventral, el nucleo accumbens y salidas  gabérgicas del nucleo accumbens; GLU, sistemas glutamatérgicos que se originan  en el cortex frontal y sinaptan en el área tegmental ventral y en el nucleo  accumbens; 5HT, fibras serotonérgicas que se originan en el núcleo anterior del  rafe y se proyectan sobre el área tegmental ventral y las zonas de proyección  terminal de las neuronas dopaminérgicas de la recompensa (nucleo accumbens); ICSS  componente mielinizado descendente de velocidad moderada de los circuitos de  recompensa cerebrales que se activa preferencialmente con la autoestimulación  eléctrica intracraneal; LC, locus coeruleus; NE, fibras noradrenérgicas que se  originan en el locus coeruleus y sinaptan en las proximidades de los campos celulares  mesencefálicos ventrales dopaminérgicos del área tegmental ventral; Opiod,  sistemas neurales de péptidos endógenos que sinaptan en los campos celulares  tegmentales ventrales dopaminérgicos y en los lugares finales de proyección del  nucleo accumbens; Raphé, núcleos serotonérgicos del rafe en el tallo  encefálico; VP, pálido ventral; VTA área tegmental ventral. Tomada con permiso  de Gardner E L. Brain Reward Mechanisms. En: Lowinson JH y cols. Substance  Abuse. A Comprehensive Textbook 4th ed. pp 48-97 Philadelphia: Lippincott  Williams & Wilkins, 2005.
 Las neuronas con transmisión DA,  GLU (Kalivas y cols., 2003) y GABA/ opioide convergen en las regiones de  recompensa y median la respuesta hedónica a través de interacciones temporales  complejas que se disregulan por acción de la cocaína. La Figura 3  resume las acciones neuroquímicas de la cocaína en el SNC y ayuda a entender la  racionalidad del uso de las distintas sustancias potencialmente útiles en el  tratamiento de la cocainomanía.  La neurotransmisión  dopaminérgica-glutamatérgica-gabérgica entre el núcleo accumbens (que es el  «lugar universal de las adicciones»), el área tegmental ventral («lugar de las  recompensas naturales») y el cortex prefrontal («lugar de las funciones  ejecutivas») es crítica para entender la alteración de los mecanismos cerebrales  de la recompensa o placer en la cocainomanía. Pero hay (Bardo, 1998) implicados  en esa función al menos otros 4 sistemas de neurotransmisión (serotonina,  acetilcolina, NO y péptidos diversos) y 6 áreas cerebrales (sistema  mesolímbico, nucleo pálido ventral, amígdala, hipocampo, hipotálamo y núcleo  pedúnculo-pontino tegmental). La participación de los sistemas de  neurotransmisión mediados por la serotonina, acetilcolina, glutamato, GABA,  diversos péptidos endógenos, NO y otros en la acción de la cocaína está  comprobada, pero no se conoce con detalle.
  FIGURA 3. La cocaína eleva los niveles  extracelulares de dopamina, glutamato y betaendorfina en los núcleos de  recompensa. Tomado con permiso de Dackis CA y O’Brien CP. Cocaine dependence:  the challenge for pharmacotherapy. Curr Opin Psychiatry 2002;15:261-267.
 En la clínica, resulta útil  concebir las áreas neurales implicadas en la acción de las distintas drogas  como sistemas neurales funcionales más o menos independientes (White 1996)  (Figura 4) en los que suceden procesos paralelos que dan soporte a los  distintos aspectos de la experiencia del placer, de los estados internos, de  las conductas y de los pensamientos que conforman la motivación. El  circuito estriado-tálamo-cortical, por ejemplo, está implicado en funciones  emocionales, motivacionales y de conducta social. El cortex insular regula la  alimentación y emoción. El cortex cingulado anterior regula la atención, la  emoción y el aprendizaje de asociación estímulo-respuesta. La amígdala tiene un  importante papel en el aprendizaje de relaciones entre estímulos biológicos y  señales y se relaciona con el cortex orbitario. El núcleo accumbens está  relacionado con las dos estructuras anteriores, es el lugar de la acción de la  cocaína y el lugar universal de las adicciones. El cerebelo se activa también  por los reforzantes naturales y tiene un lugar fundamental en las alteraciones de  la psicomotricidad que producen las drogas. El cortex frontobitario procesa  información sobre estímulos reforzantes y aversivos. La interacción dinámica  entre estas estructuras y las circunstancias del ambiente da soporte a  fenómenos complejos que van mucho más allá del simple «registro de la actividad  hedónica» y que se alteran de forma singular en la adicción a cocaína (Dackis y  O’Brien, 2001).
 Varias revisiones recientes  resumen el conocimiento actual de la modificación de los sistemas de memoria  (Figura 4) por la acción de las drogas en la amígdala, el hipocampo y el nucleo  estriado dorsal (White, 1996; Deadwyler y cols., 2004) así como la relación  entre los mecanismos moleculares de la memoria, los fenómenos de  neuroadaptación y la plasticidad sináptica en la cocainomanía (Thomas y  Malenka, 2003; Robinson y Kolb, 2004). Se aconsejan estas revisiones al lector  que quiera profundizar en la neurobiología de las alteraciones de la  motivación, memoria declarativa, hábitos o apetencia de cocaína. Cuando un animal lleva a cabo una  actividad nueva y obtiene una recompensa como consecuencia de ella, la  frecuencia de disparo neuronal dopaminérgico se incrementa intensamente. Al  repetir dicha actividad tiene lugar un aprendizaje mediante el cual el disparo  dopaminérgico se produce no solo con la actividad referida, sino también por la  acción de estímulos ambientales asociados a la recompensa, de las conductas  preparatorias o de la simple percepción de la oportunidad de consumir (Kalivas  y McFarland, 2003). Esta «capacidad de disparo aprendida» parece esencial para  explicar el fenómeno de la apetencia intensa e incontrolable de consumir  («craving») y otros fenómenos que caracterizan el proceso adictivo a la  cocaína. Se ha observado en modelos animales que si la recompensa no llega  después de la activación referida, la tasa de disparo neuronal vuelve a su  nivel basal y disminuye la transmisión DA en el córtex prefrontal y en la  amígdala; si, por el contrario, se consume cocaína, se refuerza el mecanismo y  puede instalarse un ciclo de conducta del tipo «consumo- placer-resaca-consumo».  Fenómenos intraneuronales «en cascada» originados por la disregulación en la  transmisión DA pueden terminar por modificar la expresión génica de las  neuronas implicadas en las experiencias de administración aguda y crónica de  cocaína y en los síntomas de abstinencia o retirada (Nestler, 2004).
  FIGURA 4. Afectación de los sistemas de  memoria por las drogas. Tomado con permiso de White NM. Addictive drugs as …:  multiple partial actions on memory systems. Addictions 1996;91:921-949.
 Se ha comprobado que incluso  cantidades pequeñas de cocaína pueden producir una tolerancia rápida y cambios  cerebrales relacionados con la adicción en algunas personas, pero habitualmente  se requieren dosis altas y periodos prolongados de consumo (que pueden ser  intermitentes) para que ocurran los cambios neurofisiológicos característicos  de la adicción a cocaína. Entre estos cambios se incluye la depleción de los  almacenes de dopamina, la hipersensibilidad de los receptores dopaminérgicos y  alfa y beta adrenérgicos, la degeneración neurotóxica y otras alteraciones  relacionadas con las encefalinas, la serotonina y el GABA (Nestler, 2004).
 La apetencia («craving») o deseo  intenso de tomar cocaína que sufren muchos consumidores regulares es un  fenómeno complejo e incompletamente conocido, que resulta tanto de la capacidad  de refuerzo positivo de la cocaína (el placer y la «euforia cocaínica») como de  refuerzo negativo (la denominada «abstinencia motivacional» por la que los  estímulos placenteros habituales dejan de motivar). La instalación de estos dos  procesos oponentes (Koob y Nester, 1997) en el cocainómano impulsa a la  repetición compulsiva de ciclos de intoxicación-apetencia que se producen con  diferente gravedad y consecuencias en cada paciente. En las personas  vulnerables, la apetencia progresa muy rápidamente (Majewska, 1996) y una vez  instalada se dispara por elementos del ambiente que activan el sistema límbico  (la amígdala y el córtex cingulado) mediante un patrón que recuerda al de la  activación sexual en la tomografia de emisión de positrones (Childress y cols.,  1999). La experiencia del apetito de cocaína y de otros fenómenos  característicos de la adicción a cocaína (como su peculiar patrón de recaídas y  la psicosis cocaínica) se ha relacionado con las alteraciones de la capacidad  de discriminar los efectos de la cocaína, la sensibilización y la tolerancia  neuronal observadas en laboratorios de farmacología (Nestler 2004). No  obstante, la naturaleza biológica de todos estos fenómenos dista de estar  aclarada. La sensibilización neuronal tiene aspectos condicionados y otros que  no lo parecen, e involucra a los mismos sistemas dopaminérgicos mesocorticales  y estructuras aferentes y eferentes del córtex prefrontal y límbico medial a  los que se ha hecho mención. Algunos autores han pensado que la sensibilización  neuronal por cocaína y la tolerancia son fenómenos igualmente derivados de la  exposición a la droga que podrían estar disociados solo en su secuencia  temporal y que dependen del contexto para su configuración y su expresión (Goeders,  2002). El fenómeno de la apetencia o «craving» que contribuye a la extensión y  al mantenimiento de los ciclos de consumo disminuye solo gradual e  irregularmente después de semanas de abstinencia y se reproduce con facilidad  tras meses, e incluso años, de abstinencia. Se denomina «priming» (para  distinguirlo del «craving»), que podría traducirse por «apremio» o «cebado», al  fenómeno por el cual se produce un incremento intenso e incontrolable del deseo  de tomar una vez iniciado el consumo (Nestler, 2004). Se han postulado fenómenos de  sensibilización del tipo «kindling» (como los que caracterizan algunas  epilepsias) por efecto de la acción intermitente de dosis altas de cocaína que  podrían estar en la base de la apetencia, el apremio, la hiperactividad, los  movimientos estereotipados y las crisis comiciales. Las recaídas, las psicosis  cocaínica y las crisis de angustia que presentan muchos cocainómanos se han  atribuido también a fenómenos de esta índole, pero la neurobiología subyacente  tampoco está aclarada. Desde el punto de vista  conductual, la cocainomanía puede entenderse como un proceso de aprendizaje  condicionado y complejo que implica de manera crítica a la amígdala, el núcleo  accumbens y la corteza prefrontal. Para el clínico, tiene interés conocer las  características conductuales del refuerzo producido por la cocaína en los  animales superiores que pueden sintetizarse como sigue (Higgins, 1997; Itzhak y  Martin, 2002): 1. El potencial de abuso reside,  sobre todo, en sus efectos positivos.2. El abuso esta regido por  reglas de condicionamiento operante.
 3. El control sobre el consumo  depende del ambiente y es modificable.
 4. Las alternativas de refuerzo  pueden modificar el abuso.
 Se sabe que el refuerzo puede ser  diferente según el género (Lynch y cols., 2002).Se ha comprobado la disminución  de la concentración de sustancia gris en la corteza insular, órbitofrontal,  cingulada y temporal de pacientes cocainómanos y la detención de la maduración  cerebral en el lóbulo frototemporal (Nestler 2004) de adictos a cocaína  crónicos. Fenómenos lesionales de esta índole pueden estar en la base de  deficits cognitivos estables observados en la clínica (ver más adelante).
 4.2. Etiopatogenia de la adicción a cocaínaLos diversos factores  etiopatogénicos implicados en la cocainomanía pueden resumirse como sigue:
 — El principal factor  etiopatogénico parece ser el propio efecto biológico del consumo agudo de  cocaína; por ello, la exposición y la disponibilidad de consumo, la dosis, la  duración y la ruta de administración de la cocaína son fundamentales en el  desarrollo de esta adicción (Platt, 1997). Mayores cantidades y vías más  rápidas son más adictivas. La cocaína produce una secuencia alternativa de  efectos positivos (euforia) y negativos (apetencia y abstinencia motivacional),  que tiende a perpetuar el consumo (Dackis y O’Brien, 2001). Como se ha  expuesto, de las diversas acciones que la cocaína ejerce sobre los  neurotransmisores cerebrales, las que tienen lugar en la unión dopaminérgica del  nucleo accumbens, otras regiones mesolímbicas y mesocorticales y cortex  prefrontal (Koobs, 1999) median de manera crítica los efectos adictivos.  Estudios recientes con diversas técnicas de neuroimagen (SPECT, PET y iRMF) han  comprobado esta hipótesis (Bolla y cols., 1998; Volkow y cols., 1999) y han  localizado en la amígdala, en el gyrus cingulado anterior, en el cortex  prefrontal dorsolateral y en el cerebelo, las alteraciones más características  de la dependencia de cocaína (Childress y cols., 1999; Garavany cols., 2000). Todas  estas estructuras están vinculadas a la memoria, al aprendizaje, al placer, a  la motivación y a las funciones ejecutivas humanas (LeDoux, 2000). La  taquifilaxia (o tolerancia aguda) y la acción sobre otros receptores parecen  también factores importantes, pero no se conoce claramente su papel en la  adicción de (Sora y col., 2001). — El consumo crónico de cocaína  produce cambios neurofisiológicos en los sistemas cerebrales que regulan las  experiencias placenteras, la conducta hedónica (Bolla y cols., 1998) y la  motivación y dan soporte a las conductas básicas de supervivencia y  reproducción como se ha revisado en otro lugar (Caballero, 2005). El  conocimiento de la profunda alteración teleológica que induce la cocaína en las  conductas instintivas ha resultado clave en la exégesis científica de la  motivación y del placer humanos. La hipótesis de la depleción de DA sugiere que  el estímulo repetido por cocaína y el bloqueo subsiguiente de la recaptación conduce  a una depleción de los depósitos de DA presinápticos y a la hipofunción  dopaminérgica (Reppeto y Gold, 2004). Esta hipótesis tiene múltiples apoyos  pero, hasta la fecha, no se ha comprobado completamente. En estudios animales  se han descrito alteraciones de los autoceptores dopaminérgicos inhibitorios  (Weiss y cols., 2001b) y una disminución de la disponibilidad de serotonina en  las sinapsis (Jacobsen y cols 2000) por consumo crónico de cocaína, que podrían  estar en la base de la anhedonia y de la abstinencia motivacional (Koob y  Nestler, 1997) observada en muchos cocainómanos (Weiss y cols., 2001). En otros  estudios se ha mostrado la implicación de otros neurotransmisores (Hemby,  1999), de proteinas celulares (por ejemplo, sintetasas del segundo mensajero),  de la proteina G,  proteinkinasas, modificaciones de la expresión génica (que determina la  configuración específica de la plasticidad molecular y conductual) y neurotoxicidad  (Nestler, 2001). — Estudios en gemelos han  mostrado que la vulnerabilidad genética puede condicionar el uso, abuso y  dependencia de cocaína (Kendler y Prescott, 1998). La asociación de la psicosis  cocaínica con determinadas variedades alélicas del trasportador de dopamina  (A9) y la existencia de haplotipos en el locus cromosómico que determinan una  actividad plasmática baja de la dopamina-beta-hidroxilasa sugieren que la  vulnerabilidad para el abuso y la dependencia de cocaína está, al menos en  parte, genéticamente determinada (Kuhar y cols., 2001). Parte de esta  vulnerabilidad genética (por ejemplo, la asociada a la variedad alélica del  receptor D2A1) parece compartida con la vulnerabilidad genética del alcoholismo  (Miller y cols., 1990). Otras características genéticas parecen predisponer a  la cocainomanía en ratas y otros animales y muchas investigaciones recientes  han mostrado que las drogas (incluida la cocaína) son capaces de inducir expresión  génica en el prosencéfalo (amígdala, córtex cerebral, septum lateral, núcleos  del tálamo intralaminares y de la línea media), dejando un «sello» propio y  específico de cada una de ellas. Hoy se conocen al menos 400 genes que podrían  estar en la base de la transformación del consumidor ocasional en adicto. Cada  droga lleva a cabo esta modificación de modo diferente, pero hay mecanismos  comunes que implican los sistemas dopaminérgico y glutamatérgico (Self &  Nestler, 1998).— Algunas personas con ciertos  trastornos psiquiátricos (afectivos, de la personalidad, de ansiedad, por uso  de otras sustancias, por déficit de atención, etc.) pueden buscar en la cocaína  una especie de «automedicación» para estos síntomas (hipótesis de  automedicación primaria) y terminar dependiendo de ésta (Khantzian, 1997). Sin  embargo, la hipótesis de la automedicación primaria no ha encontrado suficiente  confirmación en la clínica (Platt, 1997). Algunos adictos graves podrían, incluso,  buscar alivio con cocaína a trastornos afectivos, cognitivos u otros causados  por el propio consumo crónico de cocaína (hipótesis de automedicación  secundaria).
 — Otros factores: Algunos autores  han asociado la adicción a cocaína a rasgos de personalidad como la  impulsividad, la búsqueda de sensaciones, la tendencia a ignorar el riesgo o la hipertimia. Aunque  estas afirmaciones serían suscritas por muchos clínicos, no se conocen  científicamente las características de las posibles personalidades  cocainogénicas ni, incluso, si existen como tales. La asociación de la  cocainomanía con rasgos de personalidad límite, hipertímica y psicopática es  muy frecuente en la clínica, pero hay que determinar siempre si estos rasgos son  previos (primarios) o posteriores (secundarios) al consumo de cocaína. Tienen importancia en muchos  casos los hábitos específicamente asociados al riesgo de consumir y el  desconocimiento o la negligencia de que se sufre una adicción (por falta de  información y/o afectación selectiva del recuerdo de las conductas anómalas que  ocurren al consumir).  En muchos momentos históricos, la  cocaína se ha asociado a estatus y nivel sociocultural y ello ha acercado a  consumir a grupos específicos de población (aunque, regularmente, el consumo ha  caído después en descrédito por los problemas que acarrea). El lugar o rol que el paciente  desempeña en la familia es también significativo en muchas cocainomanías. Con  frecuencia, los cocainómanos suelen haber formado una familia propia en la que  establecen tácitamente una relación de demanda de cuidados, dependencia y/o  control anómalo con sus parejas. Este factor condiciona el curso de muchas  cocainomanías en medios clínicos y su consideración es muy relevante desde el  punto de vista terapéutico.En resumen, la apetencia o  «craving», la falta de motivación para la abstinencia, la negación de la  enfermedad y el incumplimiento terapéutico que caracterizan a la cocainomanía  tienen un soporte biológico que se conoce cada vez mejor y su consideración es  imprescindible para la indicación y aplicación exitosa de los tratamientos  biológicos y psicosociales.
 5. Historia natural del consumo  de cocaína y de la adicción a cocaína en humanos 5.1. Consumo de cocaína y adicción a cocaínaEstudios realizados en laboratorios  de farmacología humana han mostrado que dosis únicas y pequeñas de cocaína  producen un estado intenso de bienestar y de placer en alerta y una sensación  de incremento de energía, autoestima, autopercepción de capacidad, emociones y  sensaciones sexuales (Bolla y cols., 1998). Habitualmente, esta experiencia no  se acompaña de alucinaciones ni de trastornos perceptivos relevantes, tiene una  aparición rápida y una persistencia corta que varía en función de la cantidad  consumida y de la ruta de administración (ver Tabla I). Cuando la cocaína se  consume conjuntamente con alcohol, a los efectos conjuntos de ambas drogas se  suma el del cocaetileno, que es un metabolito más activo aún que la cocaína  (Hart y cols 2000). El consumo conjunto de cocaína con heroína es también  frecuente, pero menos que con alcohol.
 La cocaína tiene una vida media  de eliminación plasmática de unos 90 minutos pero, con mucha frecuencia, se  produce un fenómeno de tolerancia aguda o taquifilaxia, es decir, los efectos  estimulantes desaparecen antes (p.ej. a los 40 minutos de ser inhalada, a los  5-10 minutos en la inyección intravenosa) de que la sustancia sea eliminada del  organismo (Jufer y cols., 2000; Moolchan y cols., 2000). En sí mismo, este  hecho farmacodinámico predispone a repetir el consumo una vez realizado  (apremio o «priming») y a acortar el intervalo entre las tomas (Bradberry,  2000). Tras un consumo inicial de  cocaína muchas personas se detienen porque los efectos estimulantes les  producen ansiedad, porque no disponen de más cantidad de droga, o por temor a  perder el control o a las posibles consecuencias personales, familiares,  legales o médicas. Sin embargo, otras se convierten en consumidoras regulares y  aprenden pronto que dosis mayores o repetidas de cocaína incrementan y  prolongan la euforia.   Algunos consumidores regulares progresan hasta el consumo  compulsivo y les resulta difícil dejar de consumir una vez que han comenzado, a  pesar de las consecuencias adversas recurrentes y más o menos graves. Para un  porcentaje menor de consumidores crónicos, la cocaína llega a ser la motivación  prioritaria que subordina cualquier otra actividad o intención, y se desarrolla  un patrón de consumo excesivo y un ciclo crónico de problemas psicosociales  asociados. Las variables que, en cada caso, determinan la progresión del uso al  abuso y de este a la dependencia no se conocen en detalle (Bolla y cols.,  1998), pero se sabe que en torno al 10-15% de los consumidores regulares de  cocaína desarrolla una dependencia (Warner y cols., 1995; Van Etten y Anthony,  1999). Los pacientes dependientes llevan a cabo episodios de consumo  incoercible que suelen oscilar entre 8-12 horas y varios días, durante los  cuales experimentan una euforia-disforia extrema (Margolin y cols., 1996,  Uslaner y cols. 1999). Durante el consumo, el cocainómano se entrega al mismo  casi en exclusiva (p. ej., desatiende sus responsabilidades laborales o  familiares básicas y la satisfacción de sus necesidades biológicas elementales,  como el sueño o la alimentación), hasta que la falta de cocaína, el agotamiento  extremo, o algo ajeno detiene el consumo. El paso de la vía intranasal a otra  más rápida (fumada o intravenosa) se asocia invariablemente a incremento de  consumo y descontrol y a riesgo de dependencia (Ward y cols., 1997, Foltin y  Fishman, 1998). Los pacientes dependientes de cocaína suelen presentar de 1 a 4 episodios de consumo por  semana, separados entre sí por cortos periodos de abstinencia. Esta  intermitencia, diferente al patrón de consumo diario de los heroinómanos o de  la mayoría de los alcohólicos, es crucial para entender la adicción a cocaína (Pottieger  y cols., 1995; Evans y cols., 1999), incluida la ambivalencia ante el tratamiento  y la tendencia al abandono en las primeras etapas del mismo tras periodos  cortos de abstinencia. Se ha descrito un periodo de  abstinencia de cocaína trifásico en algunos consumidores crónicos (Gawin y  Kleber, 1986). Las fases de este síndrome serían las que siguen:— Abstinencia aguda o «crash» (de  horas o días) con fatiga, disforia, insomnio, hipersomnia diurna, incremento de  apetito y agitación o retardo psicomotor.
 — Abstinencia prolongada (2-10  semanas) con síntomas depresivos menores.
 
                                        
                                          Extinción progresiva del deseo de consumir ante  estímulos que evocan la euforia cocaínica o de modo espontáneo (meses a años  después).   Si embargo, otros estudios (Satel  y cols., 1991) y la experiencia clínica muestran que el síndrome de abstinencia  completo, tal y como se ha descrito, no es frecuente. En la práctica, el cocainómano  que acude a la consulta puede estar taquipsíquico, hipervigilante y mostrarse  inquieto y suspicaz. Si estos síntomas persisten 24-48 horas después del último  consumo hay que descartar la existencia concurrente de un trastorno bipolar  (Carroll y cols., 1994). También puede ser traído al hospital en un delirium  con confusión, desorientación y agitación y, en ese caso, debe considerarse una  urgencia médica. La hipertermia y la agitación también pueden simular un  síndrome neuroléptico maligno (Kosten y Kleber, 1988; Ross 1998). Si el  paciente acude tras el cese del consumo (Margolin y cols., 1996; Milby y cols.  2000) puede mostrar síntomas de abstinencia como cansancio extremo, depresión,  agitación y ansiedad más hipersomnia que ceden pronto, pero suelen dejar una  disforia residual (Westermeyer y cols., 1997) subsidiaria a veces de  tratamiento. Los síntomas de abstinencia  (disminución de energía, falta de interés y anhedonia fluctuantes) pueden durar  hasta 10 semanas y no suelen ser tan importantes como para requerir el diagnóstico  de depresión mayor pero inducen a volver a consumir. Además, algunos pacientes  pueden mostrar síntomas depresivos e ideas suicidas importantes. La fase de  extinción es indefinida y en ella la apetencia aparece tras exponerse a  estímulos o hábitos que evocan la euforia cocaínica (presencia de cocaína,  personas, lugares, utensilios o estados de ánimo asociados al consumo)  (Childress y cols 1993). Estudios en animales han demostrado la importancia del  ambiente de consumo para las recaídas (Weiss y cols., 2000). En resumen, la cocainomanía  humana es una condición crónica y recurrente, limitada a veces solo por el  coste o la imposibilidad del suministro, que cursa con impulso incoercible a  consumir, preocupación intensa por la consecución de cocaína, vida fuertemente  condicionada por el consumo, uso compulsivo a pesar de consecuencias adversas y  frecuentes recaídas (sobre todo durante los primeros meses de tratamiento)  asociadas o no al estrés psicosocial. Las recaídas pueden producirse incluso  años después de la abstinencia completa. Para muchos cocainómanos la  abstinencia tarda en adquirirse, su consecución completa requiere más de un  tratamiento y, no pocas veces, los puntos de inflexión favorable en la  evolución y los factores que la determinan se identifican sólo epicríticamente. 5.2. Adicción a cocaína como enfermedad de las estructuras neurales de  la recompensa-motivaciónLa cocainomanía se concibe  actualmente como una alteración compleja y/o una enfermedad de los denominados  nucleos de la recompensa del córtex frontotemporal (Self y Nestler, 1998;  Dackis y O Brien, 2001; Porrino y cols., 2004; Dom y cols., 2005) (Fig 2),  caracterizada biológicamente por:
 — Fenómenos anómalos de  neuroadaptación a la cocaína, como los que producen los mecanismos de tolerancia  y de sensibilización implicados en la apetencia, en la psicosis cocaínica y en  las recaídas. El uso crónico de cocaína se asocia a fenómenos de  sensibilización, tolerancia, apetencia, búsqueda compulsiva y síndrome de  abstinencia. Los cambios adaptativos en los sistemas de neurotransmisión DA,  GABA, glutamato, NO y otros están implicados en estos procesos, aunque el papel  concreto de cada uno de ellos no está completamente definido todavía.
 — Disminución de la reactividad  neuronal a la dopamina por alteración de los segundos mensajeros, de los  factores de transcripción nuclear y, a la larga, por cambios en la expresión  génica de los receptores y sistemas dopaminérgicos y glutamatérgicos.
 — Alteración de los sistemas de  memoria del hipocámpo, de la amígdala y del estriado que determinan anomalías  en el aprendizaje y en las conductas condicionadas, así como en la inducción de  la apetencia de cocaína, en el consumo compulsivo y en las recaídas.
 — Reducción y alteración de la  actividad del córtex orbitofrontal y gyrus cingulado anterior.
 — Disminución de la densidad  neuronal de las regiones frontales en IRMF.— Reducción de la transmisión  dopaminérgica y serotonérgica observadas mediante distintas técnicas de  neuroimagen (TEP, TE fotón único, EEC cuantitativa) con repercusiones  fisiopatológicas y neuroconductuales consistentes con los hallazgos de la  experimentación animal.
 — Alteraciones de la respuesta  hedónica derivada de estos cambios que podrían explicar las altas tasas de  depresión, irritabilidad, ansiedad y suicidio en cocainómanos.
 Poder distinguir (mediante  técnicas de neuroimagen u otras) entre las alteraciones neurales que subyacen  en la dependencia a cocaína y el consumo compulsivo sería una distinción  crítica, pero no puede hacerse de un modo práctico todavía (en todo caso,  requiere procedimientos que no están disponibles habitualmente en la clínica).
 6. Clínica y diagnóstico de los  trastornos por consumo de cocaína El diagnóstico de los trastornos  por consumo de cocaína requiere disponer de una historia clínica completa del  consumo de cocaína y de otras drogas que incluya las circunstancias de consumo,  los efectos, las vías, la frecuencia y la cantidad, así como las consecuencias  biológicas y psicosociales. El consumo de alcohol y de otras drogas tienen que  monitorizarse mediante determinación de metabolitos de drogas de abuso en orina  u otros fluidos corporales y, sobre todo al principio, ha conocerse  minuciosamente. La dependencia de otras sustancias puede preceder a la de la  cocaína y, en todo caso, requerir tratamiento antes o a la vez que esta.Además, es imprescindible  disponer de una historia psiquiátrica detallada con atención particular a la  secuencia temporal entre los síntomas psiquiátricos y el consumo de cocaína. Si  existe una enfermedad psiquiátrica previa a la adicción a cocaína, el  tratamiento de la misma suele ser imprescindible desde el principio. Si el  consumo de cocaína responde a alguna forma de «automedicación » de un trastorno  psiquiátrico preexistente (por ejemplo, trastorno bipolar o trastorno por  déficit de atención e hiperactividad), el tratamiento psicofarmacológico del  mismo puede mejorar drásticamente el pronóstico global. Estableciendo esta  secuencia temporal, por otro lado, puede evitarse el error de tratar con  psicofármacos síntomas limitados secundarios al consumo de cocaína, que podrían  exponer a nuevos riesgos a pacientes con tendencias adictivas.
 Hace falta también realizar un  examen físico completo y exámenes complementarios para descartar infección por  HIV y otras enfermedades de transmisión sexual, déficits vitamínicos y  desnutrición. En inyectores hay que descartar endocarditis, abcesos, celulitis  y hepatitis B y/o C. El EKG, una prueba de imagen cerebral para descartar  alteraciones groseras (TAC o RMN) y alguna prueba neuropsicológica (sobre todo  de función frontal) son necesarias en la mayoría de las primeras evaluaciones.
 Las clasificaciones diagnósticas  CIE-10 y DSM-IVtr contemplan diversos diagnósticos relacionados con el consumo  de cocaína. La CIE-10  dedica el capítulo F14 para los «Trastornos Mentales y del Comportamiento  debidos al Consumo de Cocaína» y en el capítulo F19 especifica con tres dígitos  más las condiciones clínicas aplicables en este caso a la cocaína (Tabla IV).  Obviamente, algunas de las categorías F19 de la CIE-10 son raras o  inaplicables en el caso de la cocaína. El DSM-IV-tr admite para la cocaína las  categorías específicas o no que se exponen en la Tabla V. En el apartado  siguiente se detallan los diagnósticos más relevantes.
 TABLA IV. F19. TRASTORNO MENTALES Y DEL  COMPORTAMIENTO DEBIDOS AL CONSUMO DE DROGAS O SUSTANCIAS PSICOTROPASF14.0 Intoxicación aguda
 .00 No complicada
 .01 Con traumatismo o lesión cerebral
 .02 Con otras complicaciones médicas
 .03 Con delirium
 .04 Con distorsiones de la percepción
 .05 Con coma
 .06 Con convulsiones
 .07 Intoxicación patológica
 F14.1 Consumo perjudicial
 F14.2 Síndrome de dependencia
 .20 En la actualidad en abstinencia
 .21 En la actualidad en abstinencia en un  medio protegido
 .22 En la actualidad en un medio clínico  supervisado
 .23 En la actualidad en abstinencia, con  tratamiento con sustancias aversivas o bloqueantes
 .24 Con consumo actual de cocaína
 .25 Con consumo continuo de cocaína
 .26 Con consumo episódico
 F14.3 Síndrome de abstinencia
 .30 No complicado
 .31 Con convulsiones
 F14.4 Síndrome de abstinencia con delirium
 .40 Sin convulsiones
 .41 con convulsiones
 F14.5 Trastorno psicótico
 .50 Esquizofreniforme
 .51 Con predominio de ideas  delirantes
 .52 Con predominio de  alucinaciones
 .53 Con predominio de síntomas  polimorfos
 .54 Con predominio de  síntomas depresivos
 .55 Con predominio de  síntomas maniacos
 .56 Trastorno psicótico mixto
 F14.6 Síndrome amnésico
 F14.7 Trastorno psicótico residual y de  comienzo tardío
 .70 con reviviscencias  («flashbacks»)
 .71 Trastorno de la  personalidad o del comportamiento
 .72 Trastorno afectivo  residual
 .73 Demencia
 .74 Otro trastorno  cognoscitivo persistente
 .75 Trastorno psicótico de  comienzo tardío
 F14.8 Otros trastornos mentales o del  comportamiento
 F14.9 Trastorno mental o del comportamiento  no especificado
 TABLA V. TRASTORNOS POR CONSUMO DE COCAÍNA  DSM-IV-TR CON SUS CORRESPONDENCIAS CIE-9 Y CIE-10F14.2x Dependencia de cocaína [304.20]
 F14.1 Abuso de cocaína [305.60]
 Trastornos  inducidos por cocaína
 F14.00 Intoxicación por cocaína [292.89]
 [Para CIE-9-MC especificar si: Con  alteraciones perceptivas]
 F14.04 Intoxicación por cocaína, con  alteraciones perceptivas
 F14.3 Abstinencia de cocaína [292.81]
 F14.03 Delirium por intoxicación por  cocaína [292.81]
 F14.51 Trastorno psicótico inducido por  cocaína, con ideas delirantes [292.11]
 Especificar si: De inicio durante la  intoxicación
 F14.52 Trastorno psicótico inducido por  cocaína, con alucinaciones [292.12]
 Especificar si: De inicio durante la  intoxicación
 F14.8 Trastorno del estado de ánimo  inducido por cocaína [292.84]
 Especificar si: de inicio durante la  intoxicación/De inicio durante la abstinencia
 F14.8 Trastorno de ansiedad inducido por  cocaína [292.89]
 Especificar si: De inicio durante la  intoxicación de inicio/De inicio durante la abstinencia
 F14.8 Trastorno sexual inducido por cocaína  [292.89]
 Especificar si: De inicio durante la  intoxicación
 F14.8 Trastorno de sueño inducido por  cocaína [292.89]
 Especificar si: De inicio durante la  intoxicación/De inicio durante la abstinencia
 F14.9 Trastorno relacionado con cocaína no  especificado [292.9]
 6.1. Intoxicación por cocaínaEl cuadro característico de la  intoxicación por cocaína no complicada (ver apartado 3) incluye excitación,  intranquilidad, incoherencia del lenguaje, taquicardia, midriasis,  hipertensión, náuseas (a veces vómitos), temblor, sudoración, hipertermia y,  ocasionalmente, arritmias, dolor torácico, movimientos estereotipados y  distonías. Los efectos más graves suelen producirse por consumo prolongado de  cantidades importantes de cocaína y solo en casos complicados se produce  colapso, convulsiones, coma, parada respiratoria y muerte. El efecto  psicológico más claro de la cocaína es la euforia que, de forma variable, puede  asociarse a ansiedad, irritabilidad, disforia, grandiosidad, deterioro del  juicio, incremento de la actividad psicomotriz (que puede llegar a la agitación)  e hipervigilancia (que puede llegar a la psicosis cocaínica con alucinaciones y  delirios).
 Otras características y riesgos  de la intoxicación por cocaína varían en función de la preparación consumida  (Platt, 1997):— La pasta de coca, por ejemplo,  da lugar a intoxicaciones saturninas y daños pulmonares, pero no es frecuente  en nuestro medio.
 — La base libre se asocia con  frecuencia a reacciones tóxicas y de tipo anafiláctico, pulmón de «crack»,  infarto agudo de miocardio, neumotórax y neumomediastino.
 — El clorhidrato de cocaína es  menos tóxico pero afecta a las mucosas nasales si se inhala y puede producir  paradas cardiacas, crisis convulsivas y necrosis por vía intravenosa.
 — El consumo conjunto de alcohol  y cocaína produce cocaltileno que es más tóxico que la cocaína.
 Como la tolerancia se presenta  antes y en mayor medida a los efectos euforizantes que a los cardiovasculares,  el peligro de intoxicación por cocaína aumenta si el consumidor toma dosis cada  vez más altas, buscando experimentar los efectos cerebrales del inicio.
 En pacientes con bajos niveles de  colinesterasa plasmática, déficit congénito de colinesterasa o alteraciones de  la sensibilidad del receptor NDMA del glutamato, la intoxicación por cantidades  moderadas de cocaína puede ser grave, e incluso fatal (Lizasoaín y cols.,  2001).
 Cuando se requiere tratar la  agitación por cocaína con benzodiacepinas o neurolépticos los de elección son el  loracepan y los neurolépticos de baja potencia que disminuyen menos el nivel  convulsivo, disminuido ya por la cocaína. Los criterios CIE-10 y DSM-IVr para  intoxicación por drogas y para intoxicación específica por cocaína son muy  parecidos y se exponen ambos en las Tablas VI a IX.
 TABLA VI. CRITERIOS CIE-10 (CDI) PARA  INTOXICACIÓN AGUDA (F1X.0)G1. Debe haber evidencia clara de consumo  reciente de una sustancia psicoactiva (o sustancias) en dosis lo  suficientemente elevadas como para poder dar lugar a una intoxicación.
 G2. Debe haber síntomas o signos de  intoxicación compatibles con el efecto de una sustancia en particular (o  sustancias) como se especifica más adelante y de la suficiente gravedad como  para producir alteraciones en el nivel de conciencia, la cognición, la  percepción, el estado afectivo o el comportamiento de modo clínicamente  relevante.
 G3. Los síntomas o signos no pueden ser  explicados por ninguna enfermedad médica no relacionada con el consumo de la  sustancia, ni por otro trastorno no mental o del comportamiento.
 La intoxicación aguda ocurre frecuentemente  en personas que, además, presentan otros problemas relacionados con el consumo  de alcohol o drogas. Cuando existen tales problemas, por ejemplo, consumo  perjudicial (F1x.5), también deben ser registrados.
 Puede utilizarse un quinto carácter,  codificado a continuación, para indicar cuándo la intoxicación aguda se asocia  con alguna complicación:
 F1x.00 Síntomas de gravedad variable no  complicados, normalmente dosis dependiente.
 F1x.01 Con traumatismo u otra lesión  corporal.
 F1x.02 Con otras complicaciones médicas  (por ejemplo, hematemesis, aspiración del vómito).
 F1x.03 Con delirium.
 F1x.04 Con distorsiones de la percepción.
 F1x.05 Con coma.
 F1x.06 Con convulsiones.
 F1x.07 Intoxicación patológica (sólo  aplicable al alcohol).
 TABLA VII. CRITERIOS DSM-IV-TR PARA  INTOXICACIÓN POR SUSTANCIASA. Presencia de un síndrome reversible  específico de una sustancia debido a su ingestión reciente (o a su exposición).  Nota: diferentes sustancias pueden producir síndromes idénticos o similares.
 B. Cambios psicológicos o de comportamiento  desadaptativos clínicamente significativos debidos al afecto de la sustancia  sobre el sistema nervioso central (p. ej., irritabilidad, labilidad emocional,  deterioro cognoscitivo, deterioro de la capacidad de juicio, deterioro de la  actividad laboral o social), que se presentan durante el consumo de la  sustancia o poco tiempo después.
 C. Los síntomas no se deben a una  enfermedad médica y no se explican mejor por la presencia de otro trastorno  mental.
 TABLA VIII. CRITERIOS CIE-10 (CDI) PARA  INTOXICACIÓN AGUDA DEBIDA AL CONSUMO DE COCAÍNA (F14.X0)A. Deben cumplirse los criterios generales  de intoxicación aguda (F1x.0).
 B. Debe existir un comportamiento alterado  o anormalidades perceptivas que incluyan alguno de los siguientes:
 1. Euforia y sensación de aumento de  energía.
 2. Hipervigilancia.
 3. Creencias o actos de grandiosidad.
 4. Actitud abusiva o agresividad.
 5. Beligerancia verbal.
 6. Labilidad del humor.
 7. Conductas repetitivas estereotipadas.
 8. Ilusiones auditivas, visuales o  táctiles.
 9. Alucinaciones, normalmente con la  orientación conservada.
 10. Ideación paranoide.
 11. Interferencia en el funcionamiento  personal.
 C. Deben estar presentes al menos dos de  los siguientes signos:
 1. Taquicardia (a veces bradicardia).
 2. Arritmias cardíacas.
 3. Hipertensión (a veces hipotensión).
 4. Sudoración y escalofríos.
 5. Náuseas y vómitos.
 6. Pruebas de pérdida de peso.
 7. Dilatación pupilar.
 8. Agitación psicomotriz (a veces enlentecimiento).
 9. Debilidad muscular.
 10. Dolor torácico.
 11. Convulsiones.
 TABLA IX. CRITERIOS DSM-IV-TR PARA EL  DIAGNÓSTICO DE F14.00 INTOXICACIÓN POR COCAÍNA [292.89]A. Consumo reciente de cocaína.
 B. Cambios psicológicos o de comportamiento  desadaptativos clínicamente significativos (p. ej., euforia o afectividad  embotada; aumento de la sociabilidad; hipervigilancia; sensibilidad  interpersonal; ansiedad; tensión o cólera; comportamientos estereotipados;  deterioro de la capacidad de juicio, o deterioro de la actividad laboral o  social) que se presentan durante, o poco tiempo después, del consumo de  cocaína.
 C. Dos o más de los siguientes signos, que  aparecen durante o poco tiempo después del consumo de cocaína:
 1. Taquicardia o bradicardia.
 2. Dilatación pupilar.
 3. Aumento o disminución de la tensión  arterial.
 4. Sudación o escalofríos.
 5. Náuseas o vómitos.
 6. Pérdida de peso demostrable.
 7. Agitación o retraso psicomotores.
 8. Debilidad muscular, depresión  respiratoria, dolor en el pecho o arritmias cardíacas.
 9. Confusión, crisis comiciales,  discinesias, distonías o coma.
 D. Los síntomas no se deben a enfermedad  médica si se explican mejor por la presencia de otro trastorno mental.
 6.2. Abuso y uso perjudicial de cocaínaLa categoría abuso de cocaína DSM-IVtr  se caracteriza un patrón desadaptativo del consumo de cantidades habitualmente  menores que en la dependencia y sin su regularidad pero con claras  consecuencias adversas (por ejemplo, abandono de las obligaciones laborales y/o  familiares, consumo en situaciones que implican riesgo o problemas legales,  interpersonales o sociales). Los episodios de consumo suelen tener horas o días  de duración y se repiten a lo largo de un periodo de al menos 12 meses,  intercalados entre periodos de abstinencia o de un consumo menos problemático.  El paso del abuso a la dependencia de cocaína es a veces es tan imperceptible y  sutil como en otras adicciones y no existe hasta la fecha ningún marcador  biológico fiable de uso clínico para identificar este tránsito. La apetencia de  consumo o «craving» es un fenómeno observable tanto en el abuso como en la  dependencia de cocaína, merced al cual irrumpen en la conciencia pensamientos y  deseos que determinan el estado de ánimo y la conducta del consumidor y los  orientan hacia la cocaína. Como se ha expuesto, la naturaleza de esta apetencia  no es simple ni clara (Jiménez y cols., 2002) y aunque suelen distinguirse  aspectos conductuales, fisiológicos y declarativos en ella, su medida no está  resuelta de un modo satisfactorio en la clínica (Pérez de los Cobos y cols.,  1999).
 La CIE-10 (CDI) no contempla  la categoría «Abuso» sino la de «Uso Perjudicial de Cocaína» que se expone en la Tabla X. En la Tabla XI se exponen los  criterios generales de «Abuso de Sustancias» DSM-IV-tr, porque no hay criterios  operativos de diagnóstico específicos para el abuso de cocaína en esta  nosotaxia.
 TABLA X. CRITERIOS CIE-10 (CDI) PARA  CONSUMO PERJUDICIAL DE SUSTANCIAS (COCAÍNA, F14.1)A. Debe haber pruebas claras de que el  consumo de cocaína ha causado (o contribuido sustancialmente a) un daño físico  o psicológico, incluido el deterioro de la capacidad de juicio o alteraciones  del comportamiento.
 B. La naturaleza del daño debe ser  claramente identificable (y especificada).
 C. La forma de consumo ha persistido por lo  menos un mes o se ha presentado reiteradas veces en un periodo de doce meses.
 D. El trastorno no cumple criterios para  ningún otro trastorno mental o del comportamiento relacionado con la misma  sustancia en el mismo período de tiempo (excepto para la intoxicación aguda  F1x.0).
 TABLA XI. CRITERIOS GENERALES DSM-IV-TR  PARA ABUSO DE SUSTANCIAS (COCAÍNA)A. Patrón desadaptativo de consumo de  cocaína que conlleva un deterioro o malestar clínicamente significativos  expresado por uno o más de los items siguientes durante un periodo de 12 meses:
 1. Consumo recurrente de cocaína que da  lugar al incumplimiento de obligaciones en el trabajo, la escuela o en casa (p.  ej., ausencias repetidas o rendimiento pobre relacionados con el consumo de  cocaína; ausencias, suspensiones o expulsiones de la escuela relacionadas con  la cocaína; descuido de los niños o de las obligaciones de casa)
 2. Consumo recurrente de cocaína en  situaciones en las que hacerlo es físicamente peligroso (p. ej. conducir un  automóvil o accionar una máquina bajo los efectos de la cocaína)
 3. Problemas legales repetidos relacionados  con la cocaína (p. ej., arrestos por comportamiento escandaloso debido a  cocaína)
 4. Consumo continuado de cocaína a pesar de  tener problemas sociales continuos o recurrentes o problemas interpersonales  causados o exacerbados por los efectos de la cocaína (p. ej., discusiones con  la esposa acerca de las consecuencias de la intoxicación o violencia física)
 B. Los síntomas no han cumplido nunca los  criterios para la dependencia de cocaína
 6.3. Dependencia de cocaínaEl reconocimiento de la  dependencia de cocaína en los años 80 tuvo una influencia profunda en la  vigente teoría de las adicciones y obligó a redefinir la dependencia en  términos de síntomas cognitivos, conductuales y psicológicos tras el uso  repetido de la sustancia y de consecuencias negativas sistemáticas. La primera  definición operativa de dependencia de cocaína incluida en una nosotaxia  psiquiátrica fue la del DSM-IIIr (APA, 1987) y se redactó en los comienzos de  la denominada tercera epidemia de consumo de cocaína, con gran presión social y  una base de investigación clínica y biológica insuficiente. Parte de lo  aceptado entonces (por ejemplo, el concepto de síndrome de abstinencia de  cocaína), se trasladó bastante directamente de lo conocido en otras adicciones  clásicas como el alcoholismo o la opiomanía, con una neuro-biología diferente a  la de la adicción a cocaína. Este hecho condicionó la primera investigación  clínica y terapéutica sobre la cocainomanía, que posteriormente hubo de  reorientarse.
 El consumo abusivo y dependiente  de cocaína suele asociarse a los patrones de consumo que siguen:
 1. Vía de administración. El  consumo de base libre (fumada) y de clorhidrato intravenoso son los más  adictivos. La mayoría de los pacientes adictos que acuden a tratamiento en  España consumen clorhidrato por vía intranasal; cuanto más rápido y de menor  duración sea el efecto de la sustancia (Tabla II), mayor refuerzo positivo y  mayor posibilidad de que se produzca el abuso o la dependencia.
 2. Tiempo de consumo y dosis. A  mayor tiempo y mayor cantidad de cocaína consumida, más posibilidades de que el  consumo se haga compulsivo y el consumidor dependiente. Consumos superiores a  1/2 gramo y periodos de consumo que sobrepasan 6-8 horas son, con frecuencia, compulsivos  y/o adictivos.
 3. Tendencia a la compulsión y a  la aparición de movimientos estereotipados. Los individuos que presentan estas  conductas cuando toman cocaína desarrollan adicciones más graves y más rápidamente  que el resto.4. Presencia de «crash». La  aparición de un cuadro de abstinencia con intensa disforia después de consumir  puede predisponer al consumo para aliviarlo (este aspecto es más dudoso en la  clínica).
 5. Presencia de síntomas  generales de abuso o dependencia.
 La Clínica de la dependencia  de cocaína establecida (Dackis y O’Brien, 2001) se caracteriza por los hechos  que siguen:
 — Pérdida del control sobre el  consumo y aparición automática de conductas de riesgo y autodestrucción.
 — Complicaciones graves  inevitables debidas al consumo (médicas, económicas, familiares, laborales y  legales), derivadas de la pérdida de control sobre el mismo y que no conducen  automáticamente a disminuirlo.
 — Negación de la enfermedad y/o  sobrestima de la capacidad propia para reducir o abstenerse del consumo.
 — Pérdida de las sensaciones  placenteras originales al consumir cocaína, que no disminuyen el consumo de la  misma.
 — Aparición de apetencia intensa  de cocaína que preludia conductas incoercibles de búsqueda. La avidez de  consumir suele tener una presentación breve (segundos o minutos de duración) y  es característicamente intermitente y repetitiva.
 — Fenómenos de tolerancia inversa  (cantidades pequeñas de cocaína producen efectos muy importantes).
 — Aparición sistemática de  fenómenos de apremio o «priming» (compulsividad que obliga a consumir más tras  experimentar los efectos iniciales).
 — Pensamiento rumiatorio sobre la  cocaína de carácter intermitente.
 — Ciclos de consumo y abstinencia  según el patrón apetencia-euforiadisforia-anhedonia-apatía-ideación  autoagresiva, que solo disminuyen después de muchas semanas de abstinencia.
 — Alteración de las funciones  ejecutivas y de la motivación.
 — Trastornos cognitivos y  psicosis.
 — Trastornos característicos de  la alimentación y del sueño
 El perfil clínico más  característico del dependiente de cocaína es el de un paciente que presenta  tolerancia, autoadministración compulsiva y, en ocasiones, síntomas de  abstinencia cuando interrumpe el consumo. La dependencia de cocaína suele  producirse años después de iniciar el consumo pero en algunos casos se  establece poco tiempo después de iniciado (en meses). Como la cocaína tiene una  vida media muy corta y produce taquifilaxia, mantener sus efectos requiere una  administración muy repetida. En la dependencia avanzada la motivación del  individuo puede quedar completamente secuestrada por el deseo de consumir, el  descuido de intereses y responsabilidades personales es muy llamativo y puede  incurrir en actividades como el robo o la prostitución para obtener cocaína. Es  importante subrayar que, incluso en los pacientes más graves, los periodos de  consumo suelen separarse por periodos de abstinencia de días de duración en los  que la dependencia puede resultar relativamente «asintomática». Con frecuencia  el dependiente de cocaína sufre complicaciones médicas o neuropsiquiátricas  como ansiedad, depresión, psicosis cocaínica, agresividad, pérdida de peso y  síntomas de abstinencia.
 Se han descrito diferencias en la  clínica de la cocainomanía según el género (Weiss y cols., 1997).
 En las Tablas XII y XIII pueden  apreciarse las diferencias de criterios CIE-10 (CDI) y DSM-IV-tr para el  diagnóstico de Dependencia de Sustancias. El énfasis de la definición de la CIE-10 en el «craving» o  apetencia y en los fenómenos de tolerancia y abstinencia en el DSM-IV-tr  refleja diferentes puntos de partida conceptuales, así como lo insatisfactorio  de la vigente situación nosológica (ver apartado 6.7).
 TABLA XII. CRITERIOS GENERALES CIE-10 (CDI)  PARA EL DIAGNÓSTICO DE SÍNDROME DE DEPENDENCIA (COCAÍNA F14.2)A. Deben haberse presentado simultáneamente  tres o más de las siguientes manifestaciones durante al menos un mes o, si  persisten durante períodos inferiores a un mes, deben haberse presentado  repetidas veces y simultáneamente en un período de 12 meses:
 1. Un deseo intenso o sensación de  compulsión a consumir la cocaína.
 2. Disminución de la capacidad para  controlar el consumo en lo referente al inicio, término o cantidades consumidas  como se prueba por: consumo frecuente de cantidades mayores o durante más  tiempo del que se pretende, o deseo persistente o esfuerzos sin éxito de  reducir o controlar el consumo.
 3. Un cuadro fisiológico de abstinencia  (ver F1x.3 y F1x.4) cuando se reduce o cesa el consumo de la cocaína, como se  prueba por el síndrome de abstinencia característico de la sustancia, o por el  consumo de la misma (o alguna parecida) con la intención de aliviar o evitar  los síntomas de abstinencia.
 4. Pruebas de tolerancia a los efectos de  la sustancia tales como necesidad de aumentar significativamente la cantidad de  cocaína para conseguir intoxicarse o el efecto deseado, o marcada disminución  del efecto tras el consumo continuado de la misma cantidad de sustancia.
 5. Preocupación por el consumo de cocaína,  que se manifiesta por el abandono o reducción de importantes alternativas  placenteras o de interés a causa del consumo de la sustancia; o por el empleo  de mucho tiempo en actividades necesarias para obtener, consumir o recuperarse  de los efectos de la sustancia.
 6. Consumo persistente de la cocaína a  pesar de las pruebas claras de sus consecuencias perjudiciales (ver F1x.1), que  se evidencia por el consumo continuado cuando el individuo tiene en realidad  conocimiento, o puede suponerse que lo tiene, de la naturaleza y amplitud del  daño.
 El diagnóstico de síndrome de dependencia  de cocaína puede especificarse más con los siguientes códigos, de un quinto y  sexto carácter:
 F14.20 En la actualidad en abstinencia
 F1x.200 Remisión temprana.
 F1x.201 Remisión parcial.
 F1x.202 Remisión completa.
 F14.21 En la actualidad en abstinencia,  pero en un medio protegido (por ejemplo, hospital, comunidad terapéutica,  prisión, etc.).
 F14.22 En la actualidad en un régimen  clínico supervisado de mantenimiento o sustitución (dependencia controlada).  (Por ejemplo, con metadona, parche o chicle de nicotina).
 F14.23 En la actualidad en abstinencia,  pero en tratamiento con sustancias aversivas o bloqueadoras (Por ejemplo,  disulfiram o naltrexona).
 F14.24 Consumo actual de la sustancia  (dependencia activa).
 F1x.240 Sin síntomas físicos.
 F1x.241 Con síntomas físicos.
 Si se desea, el curso de la dependencia  puede especificarse más como sigue:
 F14.25 Con consumo continuo.
 F14.26 Con consumo episódico (dipsomanía).
 TABLA XIII. CRITERIOS GENERALES DSM-IV-TR  PARA DEPENDENCIA DE SUSTANCIAS (COCAÍNA)Un patrón desadaptativo de consumo de  cocaína que conlleva un deterioro o malestar clínicamente significativo,  expresado por tres o más de los items siguientes en algún momento del periodo  continuado de 12 meses:
 1. Tolerancia, definida por cualquiera de  los siguientes items:
 a. Necesidad de cantidades marcadamente  crecientes de la sustancia para conseguir la intoxicación o el efecto deseado
 b. El efecto de las mismas cantidades de  sustancia disminuye claramente con el consumo continuado
 2. Abstinencia, definida por cualquiera de  los items siguientes:
 a. El síndrome de abstinencia  característico de la cocaína
 b. Se toma cocaína o una sustancia parecida  para evitar la abstinencia
 3. La sustancia se toma con frecuencia en  cantidades mayores o durante un periodo más largo de lo que inicialmente se  pretendía
 4. Existe un deseo persistente o esfuerzos  infructuosos de controlar o interrumpir el consumo de cocaína
 5. Se emplea mucho tiempo en actividades relacionadas  con la obtención de la sustancia (p.ej., visitar a varios médicos o desplazarse  largas distancias) en el consumo de la sustancia (por ejemplo consumir una y  otra vez) o en la recuperación de los efectos de la sustancia
 6. Reducción de importantes actividades  sociales, laborales o recreativas debido al consumo de la sustancia
 7. Se continúa tomando la sustancia a pesar  de tener conciencia de problemas psicológicos o físicos recidivantes o  persistentes que parecen causados p exacerbados por el consumo de cocaína  (p.ej., consumo de cocaína pesar de sentirse deprimido después etc.)
 Codificación del curso de la dependencia en  el quinto dígito
 0 Remisión total temprana
 0 Remisión parcial temprana
 0 Remisión total sostenida
 0 Remisión parcial sostenida
 1 En entorno controlado
 2 En tratamiento con agonistas
 4 Leve/moderado/grave
 6.4. Abstinencia de cocaínaEl síndrome de abstinencia de  cocaína se observa solo en un porcentaje de pacientes, a las pocas horas o días  de dejar de consumir o disminuir la cantidad de consumo y suele durar varios  días. Los síntomas fundamentales son la disforia y la presencia de 2 o más  síntomas que muestran una alteración psicofisiológica como fatiga, alteración  de la cantidad de sueño (por insomnio o hipersomnia), sueños vivos  displacenteros, incremento del apetito, retardo o agitación psicomotriz,  anhedonia y apetencia de cocaína. El cuadro de abstinencia de cocaína es una  situación de riesgo suicida que hay que prevenir con medidas oportunas.
 La concepción del síndrome de abstinencia  de cocaína realizada en los años 80 (vigente en el actual DSM-IV-tr) se apoyó  en los conceptos clásicos de tolerancia y dependencia física a drogas. Pero el  cuadro de abstinencia de cocaína tiene peculiaridades que no se contemplan en  la descripción general. El cocainómano, por ejemplo, no busca necesariamente  cocaína durante el síndrome de abstinencia y el consumo puede no aliviar los  síntomas de abstinencia, sino complicarlos. La concepción inicial del síndrome  de abstinencia de cocaína por Gawin y Kleber (1986) hizo énfasis en las  peculiaridades de la apetencia («craving») y en la anhedonia como  características de mismo y describía las siguientes fases:
 — Abatimiento o «crash»:  caracterizada por anergia intensa, hiperfagia, somnolencia e incremento de  sueño total y del sueño REM durante 2 ó 3 días después del consumo.
 — Abstinencia: caracterizada por  síntomas depresivos mayores, anhedonia y anergia de semanas o meses de  duración.
 — Extinción: en la que aparece la  apetencia incluso tras meses de abstinencia ante estímulos que evocan la  euforia cocaínica o tras consumos pequeños iniciales (apremio o «priming»).
 Sin embargo, es habitual observar  pacientes sin la segunda fase (o fase de abstinencia propiamente dicha) (Satel  y cols., 1992) y el estudio de la neurobiología de la apetencia y del papel que  juega en las recaídas ha llevado a considerar este síntoma más habitual y  característico en la abstinencia de cocaína.
 La identificación de un  componente fisiológico observable en la dependencia se asocia a una mayor  gravedad y ha llevado a proponer los siguientes subtipos de cocainomanía  (Schuckit y cols., 1999): con historia de abstinencia (tipo 1), sin abstinencia  pero con tolerancia (tipo 2) y sin abstinencia sin tolerancia (tipo 3) Un  subgrupo de pacientes puede presentar un «síndrome apático» en fases iniciales  de la abstinencia y sería subsidiario de intervenciones farmacológicas  específicas (Kalechstein y cols., 2002).
 Los criterios de abstinencia de  cocaína en la CIE-10  y el DSM-IV-tr son semejantes pero la   CIE-10 incluye la apetencia o «craving» de cocaína. Como el concepto  de apetencia tiene una validez científica insuficiente, en la práctica, es  aconsejable utilizarlo de forma descriptiva y completarlo con información adicional  acerca de lo que el paciente experimenta, el ambiente en el que surge, la  respuesta interna, la capacidad de rechazar o la tendencia a sucumbir al deseo,  las conductas asociadas subsiguientes, etc. Hasta que punto se pueden separar  claramente la apetencia de otras experiencias asociadas al consumo es otra  cuestión sin resolver. Unos pacientes experimentan la apetencia como deseo  intenso (probablemente los menos graves) y otros (probablemente diferentes y/o  más graves que los anteriores) como una compulsión irrefrenable. Algunos  autores consideran la presencia de una apetencia incoercible como el signo  característico de dependencia física, de abstinencia y/o de alteración  cognitiva debidas a cocaína. Como la apetencia suele asociarse a otros síntomas  habituales en el consumidor crónico (inquietud, irritabilidad, hipervigilancia  selectiva e ideas paranoides) todos ellos se han relacionado con la  hipersensibilidad, con el «kindling» y con otros fenómenos neurobiológicos  anómalos similares. Sin embargo, los sustratos biológicos específicos  correspondientes no están bien definidos. Las técnicas de neuroimagen han  mostrado que el flujo regional cerebral de cocainómanos expuestos a la  visualización de escenas de consumo de cocaína, experimenta un aumento de señal  en la amígdala y el cíngulo anterior y una disminución de la misma en los  ganglios de la base coincidiendo con la experiencia de la apetencia de cocaína  (Childress y col., 1999) (Fig. 6). En otro estudio reciente con IRMf (Wexler y  cols., 2001) (Fig. 7) la evocación del consumo mediante videos también producía  una activación poderosa del cíngulo anterior en pacientes cocainómanos frente a  otros estímulos y menor activación frontal, además de otras alteraciones  generalizadas de la neurorespuesta.
 Las Tablas XIV a XVII muestran los  criterios generales y específicos para la abstinencia de cocaína en la CIE-10 (CDI) y el DSM-IV-tr  y permiten apreciar las diferentes concepciones que subyacen en ellas.
 TABLA XIV. CRITERIOS DE DIAGNÓSTICO CIE-10  (CDI) PARA SÍNDROME DE ABSTINENCIA DE SUSTANCIAS (COCAÍNA F14.3)G1. Debe haber pruebas claras de un cese o  reducción del consumo de la sustancia después de un repetido y habitualmente  prolongado y/o a altas dosis consumo de dicha sustancia.
 G2. Los síntomas y los signos son  compatibles con las características conocidas del síndrome de abstinencia de  una sustancia o sustancias concretas (ver más adelante).
 G3. Los síntomas y signos no se justifican  por ninguna enfermedad médica no relacionada con el consumo de la sustancia, ni  tampoco por otro trastorno mental o del comportamiento.
 El diagnóstico de síndrome de abstinencia  puede especificarse más utilizando los siguientes códigos para el quinto  carácter:
 F1x.30 No complicado.
 F1x.31 Con convulsiones.
 TABLA XV. CRITERIOS DE DIAGNÓSTICO CIE-10  (CDI) PARA SÍNDROME DE ABSTINENCIA A COCAÍNA (F14.3)A. Deben cumplirse los criterios generales  del síndrome de abstinencia (F1x.3).
 B. Hay un humor disfórico (por ejemplo,  tristeza o anhedonia).
 C. Dos de los siguientes signos deben estar  presentes:
 1. Letargo y fatiga.
 2. Enlentecimiento o agitación psicomotriz.
 3. Deseo imperioso de cocaína.
 4. Aumento del apetito.
 5. Insomnio o hipersomnia.
 6. Sueños extraños o desagradables.
 TABLA XVI. CRITERIOS GENERALES DSM-IV-TR  PARA ABSTINENCIA DE SUSTANCIASA. Presencia de un síndrome específico de  una sustancia debido al cese o reducción de su consumo prolongado y en grandes  cantidades.
 B. El síndrome específico de la sustancia  causa un malestar clínicamente significativo o un deterioro de la actividad  laboral y social o en otras áreas importantes de la actividad del individuo.
 C. Los síntomas no se deben a una  enfermedad médica y no se explican mejor por la presencia de otro trastorno  mental.
 TABLA XVII. CRITERIOS PARA EL DIAGNÓSTICO  DE F14.3 ABSTINENCIA DE COCAÍNA [292.0]A. Interrupción (o disminución) del consumo  prolongado de abundantes cantidades de cocaína.
 B. Estado de ánimo disfórico y dos (o más)  de los siguientes cambios fisiológicos que aparecen pocas horas o días después  del Criterio A:
 1. Fatiga.
 2. Sueños vívidos y desagradables.
 3. Insomnio o hipersomnia.
 4. Aumento del apetito.
 5. Retraso o agitación psicomotores.
 C. Los síntomas del Criterio B causan un  malestar clínicamente significativo o un deterioro de la actividad laboral,  social o de otras áreas importantes de actividad del sujeto.
 D. Los síntomas no son debidos a enfermedad  médica ni se explican mejor por la presencia de otro trastorno mental.
 6.5. Un árbol de diagnóstico de los trastornos por consumo de cocaína.En la Figura 5 se muestra un árbol  de decisiones modificado a partir del de Jin y McCance-Katz (2004), para el  diagnóstico de los trastornos directos por uso de cocaína: intoxicación, abuso,  dependencia y abstinencia.
 
  FIGURA 5. Árbol de decisión para el  diagnóstico de los trastornos por consumo de cocaína. Tomado con permiso de Jin  CY, McCance-Katz EF. Substance abuse: cocaine use disorders. En: Tasman A, Kay  J, Lieberman JA. Psychiatry 2nd ed. pp 1010- 1036. Chichester (UK): Wiley.
 6.6. Trastornos psiquiátricos inducidos por cocaínaLas nosotaxias CIE-10 y DSM-IV-tr  consideran trastornos psiquiátricos inducidos por cocaína aquellos «cuyos  síntomas exceden claramente los esperables en un cuadro de intoxicación o  abstinencia de cocaína» y requieren una atención particularizada. Sin embargo,  lo que resulta «claramente esperable» de una intoxicación o abstinencia de  cocaína no es exactamente lo mismo en la CIE-10 que en el DSM-IV-tr. Las Tablas IV y V  muestran los diagnósticos psiquiátricos de trastornos inducidos descritos en la CIE-10 (generales) y en el DSM-IV-tr  (específicos). El DSM-IV-tr contempla los diagnósticos de delirium, ansiedad,  disfunción sexual y del sueño inducidos por cocaína, además del de psicosis  cocaínica. La relación temporal de los síntomas psiquiátricos con el consumo de  cocaína es la clave para establecer el diagnóstico de trastorno inducido. Los  criterios DSM-IV-TR requieren una asociación temporal entre el consumo y el  trastorno más estrecha (no más de un mes con síntomas tras la abstinencia) que la CIE-10 (criterios  temporales más laxos). En los apartados de comorbilidad psiquiátrica y  complicaciones médicas del consumo de cocaína se exponen otros trastornos  psiquiátricos frecuentemente inducidos por la cocaína. Por su particularidad e  interés clínico se expone aquí la psicosis cocaínica.
 Psicosis cocaínicaLa psicosis cocaínica es una de  las consecuencias psiquiátricas más dramáticas del consumo de cocaína. La  primera descripción detallada de su cuadro clínico la hizo Meyer en 1925. Esta  psicosis se presenta con mayor frecuencia en consumidores de base y en  inyectores y puede cursar con una agresividad y una agitación muy marcadas. Su  asociación con el «craving» de cocaína llevó a proponer fenómenos comunes de  sensibilización y a establecer el posible valor de la psicosis cocaínica como  marcador de la gravedad de la cocainomanía y del riesgo de recaídas (Bartlett y  cols., 1997). Un trabajo reciente, sin embargo, no ha confirmado la asociación  entre psicosis paranoide, gravedad de la adicción e intensidad del «craving»  durante las 24 horas previas (Reid y cols., 2004).
 La frecuencia de la psicosis  cocaínica en distintas series clínicas varía entre el 29% y el 68% (Manschreck  y cols., 1988; Brady y cols., 1991; Satel y Edell., 1991; Caballero, 1998). En  una revisión reciente Curran y cols. (2004) sugieren la existencia de factores  de vulnerabilidad individual en la psicosis cocaínica ya que, si bien es  posible que la sensibilización por consumo crónico juegue un papel, no parece  que este fenómeno explique completamente la sintomatología psicótica observada.
 Aproximadamente el 65-70% de los  consumidores crónicos de cocaína presentan síntomas paranoides transitorios que  suelen resolverse tras 24-48 horas de abstinencia. En algunos casos los  síntomas paranoides aparecen muy precozmente y no guardan relación directa con  la dosis. Sin embargo, otros consumidores crónicos de cantidades importantes de  cocaína no experimentan nunca síntomas psicóticos, como si estuviesen  protegidos frente a ellos (Boutros y cols., 2002). Estos dos hechos sugieren la  existencia de un componente de predisposición genética en la base de esta  psicosis inducida. En una serie de 100 cocainómanos (Caballero, 1998), la  psicosis cocaínica se clasificó en leve, moderada y grave (Tabla XVIII) en  función de la importancia y duración de los síntomas, la afectación del  pensamiento, la percepción y la motilidad. La psicosis no se asoció en esta  serie a los años de consumo, ni a la cantidad consumida en el último año o mes,  pero sí al uso de vías rápidas, al género masculino y a la presencia de ciertos  rasgos de personalidad de los grupos A y C del DSM-IV.
 TABLA XVIII. PSICOSIS COCAÍNICA EN UNA  SERIE CLÍNICA DE COCAINÓMANOS (Caballero, 1998)
  La psicosis cocaínica es un  cuadro bien delimitable de otros trastornos mentales orgánicos producidos por  cocaína, de la esquizofrenia, de otras psicosis y de la manía (Majewska, 1996;  Caballero, 1998). La aparición del cuadro clínico suele estar precedida de un  periodo en el que el paciente se muestra disfórico y suspicaz y presenta  diversas conductas compulsivas. Después aparecen ideas delirantes que son  típicamente de persecución, perjuicio (p.ej. por la policía o traficantes) y  celos, que parecen una «caricatura psicopatológica » de conductas de  autoprotección (Caballero, 2005). Es decir, las ideas delirantes de persecución  o perjuicio pueden entenderse como «experiencias patológicas de amenaza a la  propia supervivencia» y las ideas delirantes de celos pueden entenderse como  «experiencias patológicas de amenaza a la supervivencia del linaje propio».  Esta psicopatología refleja muy claramente la alteración funcional de  estructuras que a lo largo de la evolución han resultado críticas para la  supervivencia de los individuos y de las especies.
 Aproximadamente la mitad de los individuos  afectados por psicosis cocaínica suelen realizar comprobaciones congruentes con  sus ideas paranoides (por ejemplo, mirar tras las puertas, comprobar ventanas,  vigilar a sus parejas, etc.) y algunos presentan conductas agresivas para  defenderse de supuestos perseguidores o acosan a sus cónyuges con ideas o  conductas celotípicas. Son también habituales conductas estereotipadas y  trastornos perceptivos en forma de ilusiones y alucinaciones auditivas,  visuales o táctiles por este orden de frecuencia (Majewska, 1996; Caballero,  1998). Las clásicas alucinaciones hápticas o táctiles de parásitos en la piel o  debajo de ella con ánimo hipertímico son muy características de la psicosis  cocaínica, pero no son muy frecuentes y su ausencia en un caso dado no excluye  el diagnóstico de psicosis por estimulantes.
 En un artículo reciente Rosse y  Deutsch (2004) relacionan la psicosis cocaínica con la liberación del  neuropéptido Y que se secreta cuando el sexo o la alimentación tienen lugar en  situaciones estresantes o extremas, lo cual es congruente con la hipótesis  evolucionista que se ha expuesto en el párrafo anterior sobre la naturaleza de  la psicosis cocaínica.
 El tratamiento de la psicosis  cocaínica con neurolépticos puede ser peligroso y (dada la transitoriedad de  los síntomas) no suele ser necesario si se consigue que el paciente se mantenga  abstinente; no obstante, si se observan muchas alteraciones de conducta o la  psicosis no cede en el periodo de abstinencia, pueden utilizarse estos fármacos  en un contexto especializado.
 6.7. Instrumentos para el diagnóstico y la evaluación de la adicción a  cocaínaComo los fenómenos biológicos que  subyacen en la transición del consumidor de cocaína al adicto no se conocen  suficientemente, el diagnóstico clínico de cocainomanía debe realizarse por la  comprobación de los síntomas afectivos, cognitivos, conductuales y fisiológicos  característicos del consumo compulsivo de cocaína. Como se ha expuesto, tampoco  los sustratos biológicos de la sensibilización, de la apetencia o «craving», y  del consumo compulsivo están completamente aclarados y no existen todavía  marcadores biológicos o de neuroimagen de la adicción a cocaína para uso  clínico (Elkashef y Vocci, 2003). El diagnóstico de los trastornos por uso de  cocaína se hace por la clínica y, en su caso, con la ayuda de instrumentos de  diagnóstico estandarizados.
 Además de los instrumentos  generales de evaluación de las adicciones se dispone hoy de una variedad de  instrumentos para el diagnóstico y la medida de distintos aspectos de la  cocainomanía, cuyo uso clínico y estatus psicométrico es diverso. Tejero y  Trujols (2003) han publicado recientemente una monografía que los revisa y los  comenta con detalle e incluye versiones en español de buena parte de ellos. Se  remite al lector interesado a dicha monografía de la que se han entresacado  buena parte de los datos con los que se ha construido la Tabla XIX. En el  Apéndice I se incluyen las versiones en español cedidas por Tejero y Trujols  del Lifetime Severity Index for Cocaine Use Disorder (LSIC) (Hser y cols.,  1999), del Cocaine Selective Severity Assesment (CSSA) (Kampman y cols., 1998),  del Cocaine Craving Questionnaire (Tiffany y cols., 1991) Craving Questionnaire  (Weiss y cols 1995, 1997), Cuestionario de Autoregulación para la cocaína (CAC)  (Brown y Tejero, 2003 en Tejero y Trujols, 2003). Se incluye también la  traducción de otro instrumento útil, la Cocaine Relapse Interview de  McKay y cols. (1996) realizada por el autor de este libro.
 TABLA XIX. INSTRUMENTOS PARA EL DIAGNÓSTICO  Y MEDIDA DE LA   COCAINOMANÍA (confeccionada con datos de Tejero y Trujols, 2003,  modificados)
                           
 6.8. Exploraciones complementarias para el diagnóstico de la  cocainomanía LaboratorioEl estudio de laboratorio de  rutina en la cocainomanía incluye hemograma, bioquímica sanguínea y metabolitos  de drogas en orina. Los metabolitos de la   DA (ácido homovanílico), la prolactina, y la hormona de  crecimiento son parámetros que pueden verse alterados en pacientes  cocainómanos, pero no son sensibles desde el punto de vista del diagnóstico y  se solicitan más para descartar complicaciones neuroendocrinas. Si el proceso  de diagnóstico lo aconseja pueden solicitarse niveles de alcoholemia repetidos  u otros indicadores de consumo alcohólico como la gamma-GT, el VCM o las  Proteínas Deficientes en Carbohidratos (PDH).
 Los metabolitos de cocaína y de  otras drogas de abuso en orina o en otros fluidos son prescriptivos como medida  de resultados del tratamiento y como ayuda motivacional (sobre todo al principio).  Las técnicas habituales son por enzimo o radioinmunoanálisis (para criba, 1-2  veces por semana) o por cromatografía (para confirmación en algunos casos por  su capacidad detectora más prolongada).
 NeuropsicologíaLa cocainomanía puede asociarse a  diferentes déficits neuropsicológicos. Se han descrito disfunciones ejecutivas  (del juicio, de la toma de decisiones) asociadas a lesiones prefrontales  específicas, cortex órbito-frontal y gyrus cingulado anterior (Bolla y cols.,  1998). El Trail Making Test (velocidad perceptivo-motora y flexibilidad  cognitiva) y otros tests de funciones ejecutivas frontales como el Test de  Wisconsin o la Torre  de Hanoi resultan también útiles para identificar alteraciones específicas  causadas por la cocaína en algunos pacientes.
 NeuroimagenDistintas pruebas de neuroimagen  (TEP, TE fotón único, EEG cuantitativa, RMN cerebral, SPECT, RMN funcional) han  mostrado los profundos efectos de la cocaína sobre los sistemas dopaminérgicos  y serotonergicos humanos (Daglish y Nutt, 2003), sus consecuencias fisiológicas  («craving») y neuroconductuales. La activación del área tegmental ventral se  asocia al efecto agudo de la cocaína; el nucleo acumbens, la amígdala y el  gyrus cinguli tienen un importante papel en la neurofisiología de la  experiencia de la apetencia o «craving »; y el cortex prefrontal y  orbitofrontal presentan alteraciones en el síndrome de abstinencia (Panikkar,  1999). Diversas pruebas son capaces de identificar modos anómalos de  funcionamiento diencefálico, frontal y singular anómalos en la cocainomanía  (Matochik y cols., 2003). La RMN  cerebral permite diagnosticar lesiones vasculares y pérdida neuronales  importantes que se observan en algunos cocainómanos. En una revisión española  reciente (Guardia, 2001) se resumen los hallazgos de neuroimagen en la  cocainomanía del modo siguiente:
 — Estructuras relacionadas con la  apetencia o «craving» de cocaína (en función de la técnica utilizada): circuito  estriado-tálamo-cortical (tálamo, amígdala, cortex orbitario, frontal dorsolateral,  cingulado anterior e insular). El apremio o «priming» con cocaína se asocia a  un incremento de la actividad en el tálamo y cuando los estímulos son visuales se  activa el cortex frontal-dorsolateral.
 — Estructuras relacionadas con la  abstinencia: aguda (alteraciones de las tasas metabólicas de los ganglios  basales y córtex cingular orbitofrontal con TEP) o mantenida (posibles déficits  de perfusión en los cortex parietal, frontal, temporal y de los ganglios  basales).
 — Estudios en abuso de cocaína:  apetencia y consumo compulsivo asociado a fenómenos que comienzan con la  activación de los receptores D1 y regulación a la baja de los D2.
 — Lesiones neuronales  persistentes en lóbulos frontales con diferencias según el género de los  pacientes.
 En las Figuras 6 y 7 se ofrecen  respectivamente 2 ejemplos de imágenes de Resonancia Magnética Funcional (iRMF)  y de Tomografía de Emisión de Positrones (TEP) que muestran la activación  cerebral por distintos procedimientos evocadores del «craving» en cocainómanos.  En el estudio con iRMF (Wexler y cols., 2001) la evocación de la cocaína  mediante imágenes en video relacionadas con la cocaína produjo una  hiperactivación cingular y una hipoactivación frontal anómalas, además de  alteraciones generales en la activación cerebral (Figura 6). En el estudio con  TEP (Kilts y cols. 2001) se muestra la activación asociada a la experiencia del  «craving» producida por autorelatos relacionados con el consumo en la amígdala  (asociación estímulo-recompensa), el gyrus subcalloso/nucleo accumbens  (motivación, incentivos) y el cortex cingulado anterior (anticipación) (Figura  7).
 Aunque hay muchos hallazgos  relacionados con la neuroadaptación y las alteraciones que la cocaína ocasiona  en el cerebro humano, ninguna técnica de neuroimagen funcional se utiliza  todavía como rutina diagnóstica en la clínica. El médico práctico ha de tener  en cuenta, en todo caso, que las condiciones experimentales en las que se  llevan a cabo los estudios pueden diferir notablemente de condiciones de  consumo habitual de los pacientes (Gawin, 2001) y que esas diferencias podrían  ser determinantes de los resultados que se observan.
 
 FIGURA 6. IRMf que compara la activación  cerebral regional de 11 pacientes cocainómanos y 20 sujetos sanos expuestos a  vídeos diseñados para evocar «craving» de cocaína, felicidad y tristezaTomado con permiso de Wexler BE y cols.  Fuctional Magnetic Resonance Imaging of cocaine craving. Am J Psychiatry  2001;158:89-95.
 
 FIGURA 7. Localización de la actividad  cerebral en la tomografía de emisión de positrones (TEP) que correlacionan con  el «craving» de cocaína en 8 varones cocainómanos Tomado con permiso de Kilts CD y cols.  Neural activity related to drug craving in cocaine addiction. Arch Gen  Psychiatry 2001;58:334-341.
 7. Otros diagnósticos asociados a  los trastornos por consumo de cocaína 7.1. Comorbilidad psiquiátricaLa morbilidad psiquiátrica  asociada a la adicción a cocaína supera en 11 veces a la de la población  general norteamericana (Regier y cols., 1990). Los cocainómanos que solicitan  tratamiento tienen trastornos psiquiátricos activos en aproximadamente el 50%  de los casos y los han tenido en el 75-85%, según distintas series revisadas  (Gawin y Kleber, 1986; Weiss y Mirin, 1986; Newcomb y cols., 1987; Weiss y  cols., 1988; Nunes y cols., 1989; Rounsaville y Carroll, 1991; Rounsaville y  cols., 1991; Schotenfeld y cols., 1993). Hay una revisión reciente de este  epígrafe en español de Ochoa (2000).
 Muchos estudios acerca de la  comorbilidad psiquiátrica del abuso de cocaína (Tabla XX) muestran resultados  que difieren en función de la composición de las series (tipos de población,  vías de administración, etc.) y de la metodología empleada (instrumentos de  medida, tiempo transcurrido desde la abstinencia, entrenamiento en el diagnóstico  psiquiátrico de los entrevistadores, etc.). Así, por ejemplo:
 — En la revisión de Rounsaville y  cols. (1991) de series clínicas de cocainómanos en tratamiento había  alcoholismo en el 30%, depresión mayor o menor en el 10-45%, trastornos  bipolares en el 10-25%, trastornos de ansiedad en el 3-15% y trastorno de  personalidad antisocial en el 8-29%. El alcoholismo y los trastornos afectivos  solían seguir a la cocainomanía y los trastornos de ansiedad, los trastornos  por déficit de atención y los trastornos de la personalidad antisocial solían  precederla.
 — En el estudio de Ziedonis y  cols. (1994) de una serie clínica de cocainómanos en tratamiento con criterios  RDC se encontraron tasas de alcoholismo, trastornos afectivos bipolares y  fobias, mayores que las habidas en población general e incluso en poblaciones  clínicas de heroinómanos. En este estudio y en otros (Marlowe y cols., 1995) se  observaron también diferencias en la comorbilidad en función del género (por  ejemplo, más alcoholismo y trastorno de personalidad en varones y más depresión  en mujeres) y de otras variables sociodemográficas.
 — En los cocainómanos que no  están en tratamiento hay menos depresión y TDA que en los que se tratan  (Rounsaville y Carroll, 1991). El diagnóstico de trastorno psiquiátrico  comórbido primario o secundario a la cocainomanía puede no resultar fácil  porque la secuencia de aparición temporal de los trastornos no siempre puede  establecerse con claridad y porque el debut de otros trastornos psiquiátricos  ocurre precisamente en el rango de edad de la adolescencia o la primera vida  adulta que suele ser también el del comienzo de consumo de cocaína (Comptom y  cols., 2000). En una revisión de 14 estudios se encontraron importantes  diferencias y deficiencias metodológicas y se aconsejó la precaución  fundamental de comprobar la abstinencia estricta y otras consideraciones  metodológicas e instrumentales antes de aceptar un diagnóstico de comorbilidad  (Weiss y cols., 1986; Weiss y cols., 1988).
 TABLA XX. COMORBILIDAD PSIQUIÁTRICA FRECUENTE  EN LA ADICCIÓN A  COCAÍNA— Trastornos afectivos (sobre todo  bipolares y estacionales)
 — Psicosis cocaínica
 — Alcoholismo y otras adicciones
 — Trastornos de ansiedad (crisis de  angustia, fobia social, etc.)
 — Trastorno por déficit de atención  residual (TDAR)
 — Trastornos del control de los impulsos  (bulimia, tricotilomanía, ludopatía, etc.)
 — Trastornos de la personalidad  (hipomaniaca, limite, narcisista)
 — Estados disociativos
 — Alteraciones cognitivas
 La relación que existe entre el  consumo de cocaína y los trastornos psiquiátricos a los que se asocia es  variable. Las posibilidades que existen son las que siguen:— El consumo de cocaína puede  producir o desencadenar un trastorno psiquiátrico (como es el caso de la  psicosis cocaínica, la depresión postconsumo, las crisis de angustia o ciertos  trastornos del control de los impulsos).
 — El consumo de cocaína puede  modificar el curso natural de un trastorno psiquiátrico (como es el caso de los  trastornos bipolares o ciertos trastornos de la personalidad).
 — Un trastorno psiquiátrico puede  predisponer a la cocainomanía (como es el caso del trastorno por déficit de  atención, ciertos trastornos afectivos o el alcoholismo) o complicarse con ella  (como en el caso de ciertos trastornos del control de impulsos, etc.).
 — Algunos trastornos (como la  fobia social) pueden ser tanto causa como consecuencia del consumo de cocaína.
 — Como consecuencia de todo lo  anterior, es posible que exista una vulnerabilidad genética común entre la  cocainomanía y alguno de los trastornos psiquiátricos con los que se la  encuentra asociada en la clínica.
 — El trastorno psiquiátrico y la  cocainomanía pueden ser también relativamente independientes uno de otra y  resultar asociados por azar en función de la frecuencia respectiva en población  general.
 Se ha publicado en español una  revisión muy cuidada de los modelos de relación en diagnóstico dual (Santis y  Pérez de los Cobos, 2002) y una monografía reciente (San y Casas, 2004) a las  cuales se remite al lector interesado en profundizar en estas materias. Desde  el punto de vista clínico, la recogida cuidadosa de la anamnesis biográfica y  de la historia familiar y la objetivación de síntomas en los periodos de  abstinencia permite precisar los diagnósticos críticos e indicar el tratamiento  adecuado. La superposición de los síntomas característicos de intoxicación y  abstinencia de cocaína con los de otros trastornos psiquiátricos aconseja  posponer una exploración psicopatológica «ad hoc» y el diagnóstico psiquiátrico  definitivo hasta después de unas semanas de abstinencia. Las cifras de  comorbilidad de los cuadros depresivos, por ejemplo, son mucho más altas si se  realiza el diagnóstico cuando el paciente solicita el tratamiento (o con pocos  días de abstinencia) que si la evaluación se realiza dos o tres semanas  después; y lo mismo ocurre con muchos otros diagnósticos psiquiátricos.
 Los trastornos psiquiátricos que  siguen a la cocainomanía pueden aparecer tras un periodo de tiempo y consumo  que varía según los pacientes y depende de la predisposición biológica del  individuo al trastorno psiquiátrico en cuestión. Por ejemplo, un cuadro  depresivo, las alteraciones del control de los impulsos, o incluso una psicosis  cocaínica, pueden aparecer a los pocos meses de consumo esporádico en unos  individuos, mientras que en otros lo hacen solo tras años de consumo intenso y  regular. Desde el punto de vista práctico hay que recordar que los diagnósticos  duales resultan necesariamente más frecuentes con el DSM-IV-tr que con la CIE-10, porque el DSM-IV-tr  tiene un criterio temporal más restringido y solo acepta la «inducción  residual» para los diagnósticos de trastorno perceptivo recurrente y déficits  cognitivos; el resto de los trastornos atribuibles a la cocaína en esta  nosotaxia lo han de ser por inducción aguda o deben considerarse diagnósticos  aparte.
 En algunos casos, la cocainomanía  puede entenderse como consecuencia de una «automedicación primaria» (Khantzian,  1997) que el paciente lleva a cabo de trastornos psiquiátricos que padece previamente  (por ejemplo, pacientes que intentarían aliviar con cocaína trastornos por  déficit de atención). Otros casos se explican mejor como «automedicación  secundaria» (por ejemplo, la cocainomanía que se mantiene como consecuencia de  los intentos de algunos pacientes de aliviar con ella los déficits  motivacionales y cognitivos que el propio consumo de cocaína ha ocasionado con  anterioridad). Desde el punto de vista terapéutico, los cocainómanos con otro  diagnóstico psiquiátrico (diagnóstico dual) requieren un abordaje diferente y  más complejo (San y cols., 2004).
 En la práctica, hay que tener  también en cuenta los siguientes hechos:
 — El abuso de cocaína complica  con frecuencia el curso de un trastorno psiquiátrico añadiendo síntomas  psicóticos, afectivos o ideación suicida durante el consumo (Dixon 1999; Serper  y cols., 1999, Schmitz y cols. 2000; Roy y cols., 2001), incluso a dosis bajas  (Yui y cols., 1999). La mayoría de estos pacientes requiere un tratamiento  psicofarmacológico y muchos de ellos un ingreso hospitalario (Buckley 1998).
 — Los síntomas por intoxicación y  abstinencia de cocaína pueden confundirse
 con los síntomas de otras  enfermedades mentales y conducir a diagnósticos y tratamientos erróneos. En la  clínica psiquiátrica general, más que en la de las adicciones, suele ocurrir  que el consumo de cocaína se atribuya a una especie de «autotratamiento» con el  que el paciente hace frente a problemas emocionales o psiquiátricos previos. De  este modo, la adicción puede pasar desapercibida o minimizada y se contribuye a  la resistencia al tratamiento. Si bien la eventualidad del «autotratamiento psiquiátrico»  con cocaína existe, este fenómeno parece tener menos importancia en la clínica  que la que hasta hace poco se le había atribuido (Khantzian, 1997). El carácter  persistente del abuso de sustancias obliga a extremar el cuidado en el  diagnóstico de la cocainomanía en ámbitos psiquiátricos y de salud mental no  especializados en drogas (realizar la historia del consumo de drogas, solicitar  metabolitos de tóxicos en orina, etc.) para evitar las consecuencias del  infradiagnóstico de la adicción.
 A continuación se comentan los  trastornos psiquiátricos que más frecuentemente se asocian a la cocainomanía:
 — Trastornos Afectivos.  Las tasas de prevalencia-vida de los trastornos afectivos y por ansiedad en  pacientes con trastornos por uso de cocaína están en torno al 50% en hombres y  70% en mujeres en una serie de Brady y Randall (1999). Son frecuentes los  trastornos depresivos (Brown y cols., 1998; Compton y cols., 2000) y los  pacientes que los presentan sufren más estrés global y tienen peor respuesta  terapéutica (Schmitz y cols., 2000). La asociación clínica entre depresión y  cocainomanía tiene varias razones de ser:
 1. Los síntomas de la abstinencia  de cocaína son semejantes a los depresivos (Uslaner y cols., 1999). El estado  de ánimo depresivo que se produce inmediatamente después del consumo da lugar a  una «resaca» que cursa con abatimiento o «crash» y que suele ser autolimitada. Un  periodo depresivo mayor de semanas o meses de duración posterior a la fase de  «crash» se considera expresión de un síndrome de abstinencia de cocaína genuino  que puede observarse en algunos pacientes.
 2. La duración del consumo de  cocaína es un predictor de la aparición de depresión en el curso de la  cocainomanía (McMahon y cols., 1999). En la mayor parte de las ocasiones la  depresión sigue al consumo de cocaína (Rounsaville y cols., 1991), pero no se  sabe con certeza el porcentaje de casos en los que la depresión es consecuencia  directa del consumo y el que puede atribuirse al estrés social, laboral y  familiar que regularmente acompañan a la adicción a cocaína.
 3. La severidad de la depresión  en los cocainómanos que solicitan tratamiento correlaciona con mayor abandono  del tratamiento, mayor «craving» y respuesta más intensa a los efectos de la  cocaína (Brown y cols 1998; Uslaner y cols., 1999, Sofouglu y cols., 2001). Como  en el caso del alcohol y los opiáceos, el consumo crónico de cocaína puede  provocar también depresión, de modo que podría existir una común facilitación  para los trastornos depresivos inducida por la acción de las drogas en los  circuitos cerebrales de la recompensa-motivación.
 4. Muchos cocainómanos abusan  también de alcohol y de otras sustancias que facilitan la aparición de cuadros  depresivos.
 Aunque la depresión comórbida  puede comprometer el diagnóstico y tratamiento de la cocainomanía no parece  predecir el resultado final (Brown y cols., 1998).
 En las series americanas de  cocainómanos el riesgo de suicidio es elevado (Saloum y cols., 2004) así como  el riesgo familiar, el riesgo infantil general, el riesgo de la personalidad,  el psiquiátrico (sobre todo) y el físico (Roy 2001), con diferencias según  variables como edad, género y étnicas (Garlow y cols., 2002).
 La asociación de la cocainomanía  con el trastorno bipolar y la ciclotimia es más frecuente que en otras  adicciones y llega hasta el 20%. Un grupo muy significativo de los pacientes  cocainómanos presentan trastornos bipolares previos a su cocainomanía o una personalidad  con rasgos hipertímicos (Rounsaville y cols., 1991). En la clínica, el consumo  de cocaína se asocia más a trastornos afectivos bipolares, cíclicos y/o  estacionales que a trastornos depresivos puros. Algunos pacientes cocainómanos  presentan desde la infancia un temperamento impetuoso, desinhibido e  hiperactivo que busca el riesgo y las emociones nuevas y que, aunque pueden no  presentar nunca manía franca, muestran un estado de ánimo permanentemente exaltado  próximo a la hipomanía. Más que en los periodos depresivos, suele ser en los de  exaltación del ánimo cuando los pacientes bipolares (Miller, 1989) tienden a  consumir cocaína; no obstante, también se observan casos de recaída en algunos  pacientes con síntomas depresivos, a modo de automedicación. Unos y otros  pacientes necesitan, en muchas ocasiones, fármacos estabilizadores del ánimo y,  ocasionalmente, tratamiento antidepresivo. Todo ello apoya la necesidad de un  tratamiento intensivo en estos pacientes duales. Los antidepresivos pueden ser  efectivos para reducir síntomas depresivos pero resultan poco eficaces para reducir  el consumo de cocaína (Carroll y cols., 1997; Schmitz y cols., 2001).
 — Trastornos de ansiedad. En el transcurso de la intoxicación por cocaína aparecen muchos síntomas de  ansiedad y crisis de angustia (Rosembaum, 1986; Anthony y cols., 1989) que  pueden llevar a los cocainómanos a urgencias. Como los síntomas de las crisis  de angustia pueden superponerse a los de la isquemia cardiaca, resulta  imprescindible llevar a cabo un diagnóstico diferencial entre ambas entidades.  Otros cuadros de angustia como la fobia social, la agorafobia, el trastorno por  estrés postraumático y el trastorno obsesivo-compulsivo se presentan más  también en cocainómanos que en población general (Myrick y Brady, 1997;  Najavits y cols., 1998; Rounsaville y cols., 1991; Regier 1990; Satel y  McDougle, 1991; Cottler y cols., 1992) y guardan con la cocainomanía una  relación etiopatogénica heterogénea. La fobia social, por ejemplo, puede  predisponer al consumo de cocaína y a la cocainomanía si el paciente recurre a  la cocaína para aliviar sus síntomas en contextos sociales; pero en la clínica  no es raro el debut de una fobia social con características particulares (por  ejemplo, la de dispararse ante situaciones o personas inusuales en la fobia  social ordinaria) dentro de la evolución de una cocainomanía. La agorafobia, el  trastorno obsesivo-compulsivo y otros trastornos de angustia específicos o no tienen  una relación variable con la adicción a cocaína.
 — Trastorno de personalidad  antisocial y otros trastornos de la personalidad. Entre los pacientes  diagnosticados de cocainomanía se encuentran tasas altas de trastorno de  personalidad antisocial (Schmitz y cols., 2000; Compton y cols., 2000). La  identificación de este trastorno es importante porque puede condicionar peores  resultados terapéuticos y no tiene un tratamiento farmacológico específico.  Ciertas actitudes y conductas propias de consumidores crónicos de cocaína  pueden semejar conductas antisociales, límites, dependientes, inmaduras o  narcisistas, pero desaparecen cuando el paciente se mantiene abstemio. Como en la  cocainomanía se observan conductas psicopáticas sintomáticas debidas al consumo  y a las condiciones de vida del cocainómano, más que a auténticos rasgos de  personalidad primarios, el diagnóstico de trastorno antisocial de personalidad  no debe realizarse hasta que el paciente esté varias semanas abstinente o el  clínico disponga de información biográfica fiable. Los rasgos y trastornos  dependientes, asociales, narcisistas y límites de la personalidad (Kleiman y  cols., 1990) suelen ser factores de riesgo de cocainomanía y suelen requerir un  abordaje psiquiátrico diferente en cada caso. Los rasgos de personalidad  secundarios se resuelven en parte con la abstinencia. Se han observado  diferencias en los tipos de trastornos de personalidad que presentan los cocainómanos  de series clínicas según el género (Rutherford y cols., 1999). En una serie de  Marlowe y cols. (1995), el 73% presentaba un trastorno de personalidad DSM-IIIr  y el 33% presentaba más de uno. En otra serie clínica (Casyn y Saxon, 1991), el  71% de los cocainómanos presentaba un trastorno de la personalidad  diagnosticable con el cuestionario de personalidad de Millon (el 42% eran  aislados-negativos; el 28% narcisistas-antisociales; el 11% dependientes). En  general, las cifras de trastornos de personalidad difieren mucho según los  estudios (15-75%) y buena parte de esta diferencia debe atribuirse a los métodos  utilizados o a diferencias en las poblaciones estudiadas (Rounsaville y cols.,  1991; Weiss y cols., 1993: Kranzler y cols., 1994; Sonne y Brady, 1998). Por  otra parte, aunque suele entenderse que el diagnóstico añadido de trastorno de  personalidad ensombrece el pronóstico psiquiátrico general, el impacto sobre la  evolución de la cocainomanía no tiene que ser necesariamente negativo (Marlowe  y cols., 1997).
 — Trastorno por déficit de  atención e hiperactividad (TDAH). El antecedente de TDAH infantil llega  hasta el 30% en algunas series de cocainómanos (Biederman y cols., 1999; Davids  y Gastpar, 2003). La relación entre TDAH y la cocainomanía es discutida  (Cocores y cols., 1987). En los pacientes con TDAH residual, la cocaína podría  producir el efecto paradójico de mejorar transitoriamente la alteración de la  concentración, la impulsividad, la distraibilidad y la inquietud propias de  estos pacientes. El TDAH puede resultar difícil de diferenciar de los  trastornos de personalidad hipertímica y límite y el diagnóstico diferencial  debe realizarse cuidadosa y selectivamente mediante una historia infantil  pormenorizada. Se ha comprobado que los niños con TDAH tienen un riesgo mayor  de adicción a cocaína y de otros trastornos por abuso de sustancias (Levin y  cols., 1998; Clure y cols., 1999; Schubiner y cols., 2000) y que el tratamiento  con metilfenidato reduce el riesgo de abuso de sustancias de manera  considerable (Biederman y cols 1999). Aunque la eficacia del metilfenidato está  avalada por informes y ensayos clínicos (Levin y cols. 1998) hay que observar una  especial prudencia si se prescribe en cocainómanos, por el riesgo de abuso; en  todo caso, la prescripción debe estar clínicamente muy justificada y controlada  en su aplicación.
 — Esquizofrenia. Distintas  series muestran que el consumo de cocaína en esquizofrénicos americanos está en  torno al 15-60% (Buckley 1998; Dixon 1999), un consumo muy superior al la  población general que condiciona negativamente la evolución de la  esquizofrenia. La mayor vulnerabilidad a las adicciones, la automedicación de  la hostilidad, el desánimo o los síntomas negativos de la esquizofrenia (sobre  todo si no cursa con mucho deterioro) pueden explicar este consumo (Serper y  cols 1999; Ochoa, 2000). Sin embargo, en series clínicas de cocainómanos hay  pocos esquizofrénicos (Rounsaville y cols., 1991), probablemente porque es una  adicción que implica un gasto fuera de las posibilidades de muchos de estos  pacientes. Desde el punto de vista clínico, el consumo de cocaína puede  desencadenar el comienzo de una esquizofrenia en un paciente vulnerable,  acelerar su curso (Volkow, 2001) o complicarla con ansiedad, depresión,  agitación, insomnio, o agresividad (Buckley, 1998; Serper y cols., 1999). El  consumo de cocaína en pacientes psicóticos puede también ensombrecer el  pronóstico por incumplimiento terapéutico, reagudización de síntomas  psicóticos, complicaciones médicas (HIV), desajuste social, e incremento del  gasto asistencial (Dixon, 1999). Aunque la clozapina parece disminuir el  consumo de alcohol, nicotina y cocaína en estos pacientes (Zimmet y cols.,  2000) acarrea un riesgo cardiovascular añadido al de la cocaína, que limita su  uso en pacientes consumidores (Zimmet y cols., 2000; Farren y cols., 2000). Los  pacientes esquizofrénicos que toman la medicación antipsicótica se mantienen  más abstinentes de cocaína e ingresan menos días (Krystal y cols., 1999; Dixon,  1999; Zimmett y cols., 2000). Algunos programas de intervención dual han  mostrado resultados prometedores en el tratamiento de pacientes graves (Martino  y cols., 1995; Krystal y cols., 1999; Bennett y cols., 2001), pero no están  suficientemente generalizados.
 — Otros trastornos de control  de los impulsos: juego patológico, bulimia, sexo compulsivo, tricotilomanía  y otros se asocian también a la cocainomanía (Wiederman y Prior, 1996; Hall y  cols., 2000). Lo más frecuente es que durante el periodo de consumo el paciente  no tenga capacidad para controlar sus impulsos, pero estos síntomas suelen  aliviarse después de unas semanas de abstinencia. La comorbilidad entre los  trastornos del control de los impulsos, los relacionados con el uso de  sustancias y los de la personalidad han sido objeto de una revisión reciente  que pone el énfasis en la indicación terapéutica (Cervera y cols., 2001). En ocasiones,  el consumo de cocaína agrava seriamente un trastorno de control de impulsos  previo y se requiere un tratamiento combinado en el que la abstinencia de  cocaína es, casi siempre, condición «sine qua non» para el tratamiento del  trastorno de control de impulsos acompañante.
 — Trastornos disociativos.  La clínica muestra que la intoxicación cocaínica produce, con cierta  frecuencia, estados disociativos. A expensas de las alteraciones disociativas  del recuerdo, el paciente puede minimizar las consecuencias negativas del  consumo, lo cual es a su vez fuente de nuevas recaídas. No hay estudios  específicos al respecto excepto el de Wenzel y cols. (1996).
 — Trastornos orgánicos  cerebrales: alteraciones de la memoria, concentración y de las funciones  frontales se encuentran con frecuencia en la clínica entre consumidores  crónicos. Generalmente, dichas alteraciones se relacionan con la cantidad, la  frecuencia y la duración del consumo. Según tengan una base funcional  (neuronal) o lesional (neuronal o vascular) pueden ser reversibles o no. Un  consumidor crónico de cocaína con déficits cognitivos puede, en parte, seguir  consumiendo en un intento de autotratamiento secundario de síntomas que la  propia cocaína produce (anhedonia, hipofrontalidad). En distintas series  clínicas de cocainómanos (Majewska, 1996; Cadet y Bolla, 1996; Bolla y cols.,  1998; Dackis y O’Brien, 2001) se han descrito las siguientes complicaciones neuropsiquiátricas  con base orgánica cerebral:
 • Deterioro cognitivo global
 • Alteraciones de la motivación,  introspección y atención
 • Desinhibición de la conducta
 • Inestabilidad emocional
 • Descontrol de los impulsos
 • Depresión, apatía, anhedonia
 • Agresividad patológica
 • Psicosis
 • Alteraciones de la motilidad
 • Estados disociativos y de  ansiedad
 Cuando la clínica sugiere la  existencia de síntomas cognitivos son necesarias pruebas de neuroimagen, de  memoria (tests específicos) y de funciones frontales (Test de Winsconsin,  Trail-making test, etc.) para objetivarlas. Diversos estudios neuropsicológicos  han encontrado una disfunción general de las funciones ejecutivas (juicio,  previsión, toma de decisiones) que parecen consecuencia de una alteración  específica del córtex orbito-frontal y del gyrus cinguli anterior (Bolla y  cols, 1998). Algunos pacientes cocainómanos que parecen insensibles a las consecuencias  de sus acciones y se dejan llevar solo por los efectos inmediatos de la  sustancia podrían presentar alteraciones en las áreas ventromediales del córtex  prefrontal.
 7.2. Adicciones mixtasLa droga cuyo consumo se asocia  con más frecuencia al de cocaína es el alcohol (Flanner y cols., 2004), seguida  del cannabis y de la heroína (muchos adictos a opiáceos consumen también  cocaína). El alcoholismo también se asocia con frecuencia a la dependencia de  cocaína y no siempre es fácil determinar si el consumo de alcohol es primario o  secundario (Rounsaville y cols., 1991; Kleinman y cols., 1990). En series  clínicas de cocainómanos se encuentran porcentajes de alcoholismo que duplican  los hallados en series de adictos a opiáceos. Los pacientes que hacen uso concurrente  de alcohol y cocaína tienen tasas más altas de trastornos físicos múltiples y de  infecciones que los alcohólicos o cocainómanos puros (Salloum y cols., 2004).
 En la clínica es muy frecuente  que los cocainómanos refieran episodios de consumo de cocaína que están  precedidos o se acompañan muy pronto de alcohol con el que pretenden «modular»  los efectos, el estado de ánimo y los síntomas ansiosos que produce la cocaína.  Como se ha expuesto en los apartados 3, 4 y 5 la coincidencia de alcohol y cocaína  en el hígado de los consumidores da lugar a cocaetileno, sustancia que aumenta  el riesgo coronario e inmunotóxico de la cocaína y se asocia a más efectos  secundarios y a mayor mortalidad. Por otro lado, el consumo de alcohol deriva  frecuentemente en recaídas de pacientes cocainómanos en fase de recuperación y  por ello la abstinencia de ambas sustancias es un objetivo inseparable en el  tratamiento de la cocainomanía.
 La cocaína es también objeto de  consumo habitual por policonsumidores y heroinómanos (Ochoa, 2000) que han sido  objeto de poca investigación básica, clínica y terapéutica. El estudio de estos  problemas está fuera de los objetivos de este manual.
 7.3. Consumo de cocaína y adicción a cocaína en programas de  mantenimiento con metadona (PMM)El consumo de cocaína y la  cocainomanía en pacientes en mantenimiento con metadona por adicción a opiáceos  es un fenómeno habitual que varía mucho en función del lugar y momento  epidemiológico (Dunteman y cols., 1992; Swersen y cols. 1993). En una serie  española de Díaz Flores y cols. (2001), por ejemplo, el 45,7% de los pacientes  atendidos en un PMM consumía cocaína u otros estimulantes, principalmente en  formas fumadas (90,4%). Los factores de riesgo de consumo de cocaína más  frecuentes en un PMM parecen ser la disponibilidad de cocaína, su oferta o el  disponer de dinero para comprarla.
 El consumo de cocaína por  pacientes en PMM resulta siempre un indicio de gravedad clínica por las razones  que siguen (Caballero, 2000):
 — Mayor gravedad de las conductas  psicopáticas.
 — Peores resultados terapéuticos  y más abandono del tratamiento.
 — Menores tasas de empleo.
 — Mayor riesgo de contraer  infección por VIH (mayor en la mujer).
 — Incremento del riego de HIV  fetal y perinatal en embarazadas.
 Además, el consumo regular de  cocaína disminuye los niveles séricos de metadona (Tennant y Shannon, 1995) y  modifica la acción de los opiáceos endógenos porque altera la expresión génica  del neurotransmisor dinorfina y del receptor opioide kappa. Los efectos  subjetivos y fisiológicos de la cocaína y el riesgo de tolerancia aguda podrían  ser mayores en la asociación cocaínametadona pero la importancia clínica y  terapéutica de estos fenómenos es desconocida (Kreek, 1996).
 El tipo de consumo de cocaína que  realizan los pacientes atendidos en los PMM es muy heterogéneo y no se conoce  bien. En una serie prospectiva de Grella y cols. (1997):
 — El 30% de los pacientes  consumía cocaína al entrar en el PMM y lo seguía haciendo al salir.
 — El 20% consumía cocaína al  entrar en el PMM pero lo dejaba en el curso del tratamiento.
 — El 20% no consumía al entrar en  el PMM y comenzaba a hacerlo durante el mismo.
 — El 30% no consumía al entrar en  el PMM, ni durante el mismo, ni al salir de él.
 En la clínica, el consumo de  cocaína que suelen realizar los pacientes en PMM no suele seguir el patrón de  «atracones» típico de los cocainómanos puros y los requerimientos terapéuticos  son diferentes a los de la cocainomanía simple. La respuesta a los estímulos  condicionados de cocaína en los PMM, por ejemplo, es muy heterogénea y algunos  piensan que en función de ella podrían clasificarse subpoblaciones clínicas.
 Finalmente, síntomas de  abstinencia de cocaína en los PMM podrían explicar fenómenos clínicos  inesperados. En una muestra de 100 pacientes adictos a heroína y cocaína que  abandonaron bruscamente la cocaína para entrar en un PMM se observó una  disforia de corta duración e intensidad moderada asociada a agitación y  psicoticismo y, después, agotamiento y recuperación (Margolin y cols., 1996),  que podrían condicionar abandonos del tratamiento y otras incidencias en el  mismo.
 7.4. Complicaciones médicas por consumo de cocaínaLas complicaciones médicas por  consumo de cocaína pueden presentarse en consumidores no adictos de la  sustancia pero son mucho más frecuentes cuando los consumidores abusan o  dependen de ella (Cregler y Mark, 1986; Ballcell, 2001; Bigment, 2003). En la Tabla XXI se expone un  resumen de las complicaciones médicas más frecuentes por cocaína que sirve de  guía para este capítulo (Caballero y Alarcón, 2000).
 TABLA XXI. COMPLICACIONES MÉDICAS MÁS  FRECUENTES EN CONSUMIDORES DE COCAÍNA (Modificada de Caballero y Alarcón, 2000)
 Intoxicación (efectos simpaticomiméticos).
 ORL (sisnusitis, perforación de tabique).
 Cardiovasculares (infarto agudo de miocardio,  arritmias).
 Neurológicas (convulsiones, focalidad,  cefaleas, mareos).
 Respiratorias (neumotórax, bronquitis,  pulmón de «crack»).
 Obstétricas (abrupcio placentaria,  teratogenia).
 Sexuales (disfunciones sexuales, amenorrea,  ginecomastia...).
 Infecciones IV (HIV, hepatitis,  endocarditis, abscesos), intoxicaciones por adulterantes.
 Endocrinas.
 Otras: renales y gastrointestinales.
 Intoxicación (consultar el  epígrafe 6.1 y el Apéndice II).
 Alteraciones  otorrinolaringológicas (ORL). Las alteraciones ORL se producen fundamentalmente  en la mucosa nasal de consumidores de clorhidrato de cocaína por vía  naso-alveolar y son debidas a su efecto vasoconstrictor (Bigment, 2003). La  mucosa nasal, y también la de todo el área ORL, presenta inflamación y úlceras  que, a la larga, pueden convertirse en necrosis y perforación del tabique. Con  el consumo continuado se ha descrito también la inflamación crónica que da  lugar a sinusitis y abscesos subperiósticos.
 En los consumidores de base libre  pueden aparecer quemaduras de vías respiratorias altas por combustión de las  sustancias químicas (queroseno y adulterantes) que se utilizan en su  preparación.
 El tratamiento (que resulta  ineficaz si el paciente continua consumiendo) es el lavado con suero  fisiológico, la aplicación de glicerina, vitamina E o vaselina y cirugía  plástica cuando aparece la perforación.
 Cardiovasculares. La  toxicidad cardiovascular es la principal causa de morbi-mortalidad asociada al  consumo de cocaína (Lange y Hillis 2001; Knuepfer, 2003; Keller y Lemberg,  2003). El riesgo de infarto agudo de miocardio (IAM) durante el consumo se  eleva hasta 24:1 (Mittleman, 1999) y no tiene relación, al parecer, con la  ruta, frecuencia de administración o dosis (Lange y Hillis, 2001). La  fisiopatología del IAM por cocaína es posiblemente multifactorial e incluye la  acción simpatomimética con resultado de taquicardia, hipertensión e incremento  de la contractilidad ventricular en condiciones de hipoxia por vasoconstricción,  y un efecto agregante plaquetario, trombogénico y antifibrinolítico por  inhibición de plasminógeno. Mas de la mitad de los pacientes que presentan IAM  al consumir cocaína no presentaban enfermedad de la arteria coronaria con  anterioridad, de modo que el riesgo parece derivarse directamente del efecto de  esta droga (Lange y Hillis, 2001). Además, estudios postmorten han mostrado que  la cocaína contribuye a la arteriosclerosis prematura por lesión endotelial  (Lange y Hillis, 2001). El IAM suele cursar con la tríada clásica dolor  torácico, anomalías en el EKG y elevación de la enzima CPK, pero los  cocainómanos pueden tener alteraciones en el EKG y elevaciones de la CPK que no indican IAM, por lo  que el diagnóstico suele hacerse por el juicio clínico. Una elevación de la  troponina I sérica (que no está afectada por la cocaína) apoya el diagnóstico  de IAM. El tratamiento de primera línea del IAM suele hacerse con nitritos y  benzodiacepinas. El antagonista alfa-adrenérgico fentolamina es de segunda  línea para los pacientes con IAM por cocaína y los betabloqueantes están  contraindicados porque podrían incrementar la vasoconstricción producida por la  cocaína. La trombolisis se aconseja solo cuando el IAM sigue evolucionando  después del tratamiento médico, por oclusión de la arteria coronaria visible en  angiografía.
 Asociadas al consumo de cocaína  se han descrito también taquicardia sinusal, bradicardia sinusal, taquicardia  ventricular y supraventricular, contracción ventricular prematura, taquicardia  y fibrilación ventricular. El mecanismo de producción de arritmias de la  cocaína se desconoce pero podría resultar del bloqueo de los canales del sodio,  de la acción de las catecolaminas y de la estimulación indirecta de los  receptores beta miocárdicos. En todo caso, las arritmias que amenazan la vida  son raras y el tratamiento es el estándar, con la salvedad de que deben  evitarse los antiarrítmicos de la clase A (p.ej. quinidina, procainamida) que  pueden agravar los alargamientos del QT y QRS producidos por la cocaína (Lange  y Hillis, 2001).
 También se han descrito miocardiopatia  e hipertrofia ventricular izquierda (Knuepfer, 2003; Keller y Lemberg, 2003)  merced a un mecanismo no aclarado que podría incluir alteraciones del colágeno  miocárdico y de la miosina endotelial por estímulo simpático repetitivo y  algunos casos de disección aórtica cuyo tratamiento es la cirugía  cardiovascular.
 Los accidentes cerebrovasculares  (ACV) asociados a cocaína con más frecuencia son el infarto cerebral, la  hemorragia subaracnoidea, la hemorragia intraparenquimatosa e intraventricular;  todos ellos están bien documentados en la literatura médica especializada  (Knuepfer, 2003; Keller y Lemberg, 2003) y suceden, probablemente, por  incremento brusco de la presión arterial tras la fuerte liberación adrenérgica  que produce la cocaína. Son más frecuentes en adultos jóvenes (alrededor de 20  años) que fuman cocaína, aunque también aparecen en consumidores que utilizan  otras vías. Las personas con alteraciones vasculares estructurales congénitas  (aneurismas, malformaciones arteriovenosas,...) tienen mayor riesgo de ACV  grave, incluso con pequeñas cantidades de cocaína; en estudios postmortem estos  pacientes representan un porcentaje alto de los que presentaron la  sintomatología neurológica más grave y, a diferencia de que sucede en la  población general, suelen presentar más hemorragias que infartos.
 El cocaetileno que resulta del  consumo conjunto de cocaína y alcohol comporta un mayor riesgo tóxico (Rose y  cols., 1990) y cardiovascular (Jatlow y cols., 1991; McCance-Katz 1998). Las  complicaciones cardiovasculares y la hipertensión arterial (HTA) se producen  con mayor frecuencia y gravedad en fumadores de cocaína y en cuadros de  intoxicación importante, pero no están necesariamente asociadas al consumo de  dosis masivas, porque dosis pequeñas también las producen ocasionalmente  (Knuepfer, 2003; Keller y Lemberg, 2003).
 Alteraciones neurológicas.  La cocaína genera múltiples síntomas neurológicos inespecíficos como cefalea  intensa, temblor, vértigo, visión borrosa, ataxia y síncope. No son raros  cuadros más graves como accidentes cerebrovasculares, crisis convulsivas,  encefalopatía tóxica y hemorragia cerebral. Las crisis convulsivas focales o  generalizadas son una de las complicaciones mejor conocidas del consumo de  cocaína (Koppel y cols 1996; Balcells, 2001) y en pacientes sin crisis previas  están probablemente derivadas de la hiperpirexia y la liberación de  neurotransmisores. El consumo de «crack» y de cocaína IV se asocia con mayor  frecuencia a crisis convulsivas que el realizado por otras vías. Las crisis  convulsivas son más frecuentes en jóvenes (sobre todo en fumadores de «crack»)  y en personas con lesiones cerebrales (como accidentes cerebrovasculares y  tumores) o acidosis metabólica producida en las intoxicaciones cocaínicas.  Originalmente suelen ser crisis del lóbulo temporal pero casi todas terminan  progresando a crisis tónico-clónicas generalizadas. En muchas ocasiones, son  resistentes al tratamiento y tan solo el diacepán (que es la alternativa más  adecuada) y los barbitúricos resultan eficaces; algunos casos de estatus  epiléptico inducido por cocaína pueden requerir un coma con fenobarbital para  revertirlos.
 Las alteraciones  neuropsiquiátricas de la cocainomanía se exponen en el apartado de comorbilidad  psiquiátrica. Las causas principales de trastorno neuropsiquiátrico en la  cocainomanía (Majewska, 1996) son:
 — Isquemia cerebral global y  multifocal
 — Hemorragia cerebral
 — Infarto cerebral
 — Neuropatía óptica
 — Atrofia óptica
 — Deterioro cognitivo por  alteración neuronal
 — Trastornos del humor
 — Trastornos de la motilidad
 Pulmonares. Aunque una  dosis masiva de cocaína puede provocar un fallo respiratorio de origen central,  los problemas respiratorios más frecuentes son los derivados del consumo de  cocaína fumada (Cregler y Mark, 1986; Caballero y Alarcón, 2000; Balcells,  2001; Bigment, 2003). Esta vía de administración dificulta la difusión del  oxígeno al torrente sanguíneo posiblemente por sus efectos vasoconstrictores y  puede dar lugar a disnea intensa. Se ha denominado «pulmón de crack» a una  neumopatía que se manifiesta por fuerte dolor torácico, disnea, fiebre y  síntomas similares a los de una neumonía que no responde a antibióticos; el  tratamiento debe hacerse con antiinflamatorios y oxígeno y puede tener un  desenlace fatal. Aparecen atelectasias secundarias a la bronquiolisis por  acúmulo de moco en fumadores de cocaína en forma de base, ya que la irritación  crónica disminuye el transporte ciliar por daño de la mucosa con los productos  tóxicos de la combustión. Se han descrito también neumotórax y neumomediastino  secundarios a la maniobra de Valsalva forzada con la que muchos cocainómanos  tratan de aumentar la presión en el alvéolo para incrementar la difusión de la  cocaína en él. Otras alteraciones más graves, pero menos frecuentes, que  también se observan en consumidores de cocaína son el edema pulmonar, la  hemorragia intralveolar difusa, la bronquiolitis y la exacerbación aguda del  asma.
 En consumidores por vía  intravenosa, el talco y el almidón que se utilizan como adulterantes pueden  provocar daños pulmonares (entre un 25 y un 70% de las series clínicas) y dar  lugar a granulomas (posiblemente secundarios a la obliteración de los vasos  pulmonares de pequeño calibre) que pueden cursar asintomáticos mucho tiempo o  ser causa de dificultades respiratorias que persistirían incluso después de  suspender el consumo.
 También el «corte» de la cocaína  con anestésicos locales aumenta los daños por el efecto vasoconstrictor  añadido.
 Alteraciones ginecológicas y  obstétricas. Las alteraciones obstétricas son uno de los aspectos médicos  más problemáticos del consumo de cocaína, especialmente en consumidoras de base  libre o «crack». El consumo de cocaína pone en riesgo tanto a la madre como al  feto según varias revisiones (Nair y Watson, 1991; Bigment, 2003):
 — Estudios animales han  comprobado que la madre puede presentar hipertensión arterial, incremento de la  resistencia vascular uterina y disminución del flujo sanguíneo placentario.  Como consecuencia de todo ello se genera una oxigenación fetal escasa, HTA y  taquicardia fetal. Son frecuentes durante el embarazo el desprendimiento de  placenta o la placenta previa, el aborto espontáneo y el parto prematuro.
 — Los efectos sobre el feto son  también relevantes: bajo peso al nacer (aunque la edad gestacional sea normal),  menor perímetro cefálico, infarto cerebral intrauterino, alteraciones  genitourinarias y cardíacas, irritabilidad del SNC («bebés del crack» o  «jittery babies»).
 La experimentación animal ha  mostrado también anomalías en el desarrollo cerebral de los fetos sometidos al  efecto de la cocaína (Harvey y cols., 2004). A largo plazo, los hijos de  cocainómanas pueden presentar también dificultades en el aprendizaje y  problemas en el desarrollo psicológico y en el crecimiento, pero no se sabe a  ciencia cierta si estas alteraciones son por efecto directo de la cocaína (ya  que las cocainómanas también suelen cuidar peor a sus hijos, establecer lazos  afectivos más precarios y seguir consumiendo drogas después del parto).
 Alteraciones sexuales.  Aunque la euforia y la desinhibición secundaria al consumo de cocaína pueden  aumentar inicialmente la excitación sexual, la norma es que la repetición del  consumo provoca disfunción sexual (impotencia en el varón y otras). La  asociación del consumo de cocaína con conductas sexuales compulsivas o  adictivas es muy frecuente (Bigment, 2003). A largo plazo, lo más frecuente es  disminución marcada de la líbido fuera de los periodos de consumo, impotencia y  ginecomastia en el varón (por la estimulación de la DA que produce un aumento secundario  de la prolactina) y anorgasmia en la mujer. Las disfunciones sexuales suelen  desaparecer con la abstinencia pero, con frecuencia, el paciente queda en un  estado de inapetencia o disfunción sexual inespecífica o experimenta «craving»  asociado a su actividad sexual si asoció previamente su consumo a esta última.
 También pueden observarse  ulceraciones genitales secundarias al efecto vasoconstrictor de la cocaína si  se aplica directamente en genitales.
 Infecciones IV (HIV,  hepatitis, endocarditis, abscesos). Como en el caso de otras drogas, el uso  intravenoso de cocaína se asocia a infecciones de la piel, endocarditis,  hepatitis, SIDA y bacteriemias por compartir jeringuillas contaminadas. También  se han descrito hepatitis en consumidores por vía nasal (por compartir el  cilindro hueco con el que se inhala) e infecciones por VIH secundario a la  promiscuidad sexual que suele asociarse al abuso cocaínico. La exposición de la  patología derivada de la infección por el VIH excede los objetivos de este  manual.
 Neuroendocrinas. La  hiperprolactinemia (que puede cursar con ginecomastia, galactorrea,  disfunciones sexuales, amenorrea e infertilidad) es la anomalía endocrina más  frecuentemente observada en consumidores crónicos de cocaína (Kranzler y cols.,  1992). Las alteraciones de la prolactina y del cortisol (Contoreggi y cols.,  2003) pueden ser marcadores de disfunción dopaminérgica (Gold y Jacobs, 2004).  En consumidores crónicos se han descrito también hipertrofia adrenocortical y  alteraciones de la hormona de crecimiento (Goeders, 1997; Mello y Mendelson  1997).
 Otras:
 — Renales. Se ha descrito  fallo renal agudo como resultado de rabdomiolisis (Van der Woude y cols., 2000)  por un mecanismo poco claro que podría incluir incremento de la actividad  muscular, compresión muscular, hipertermia y vasoespasmos con isquemia  (Richards, 2000).
 — Digestivas. Se han  descrito también hepatotoxicidad, náusea, dolor abdominal y anorexia.
 8. Tratamiento de la adicción a  cocaína 8.1. GeneralidadesTal y como se ha expuesto, la cocainomanía  puede concebirse indistintamente: a) como una disfunción o enfermedad de los  núcleos fronto-temporales del placer y la motivación (punto de vista neural),  b) como una alteración específica de la respuesta hedónica y de la motivación  humana (punto de vista psicopatológico). En este capítulo se utiliza  alternativamente la versión que más conviene para plantear y tratar de  articular soluciones a los problemas terapéuticos que plantea la adicción a  cocaína.
 En los últimos 20 años se han  desarrollado diversos tratamientos para esta condición crónica y recurrente y  se ha comprobado en ensayos clínicos controlados la eficacia de técnicas como  las siguientes (Caballero 2004):
 — Monitorización de metabolitos  en orina
 — Entrevista motivacionales
 — Contrato de contingencias e  incentivos
 — Tratamientos  cognitivo-conductuales
 — Consejo individual en  cocainomanía
 Sin embargo, no existe a fecha de  hoy un tratamiento biológico estandarizado de la adicción a cocaína cuya  eficacia sea superior a los demás en todos los casos; el manejo clínico y los  tratamientos psicosociales (Hennessy y cols., 2003; Vocci y Elkashef, 2005) son  la base de la indicación terapéutica actual.
 Por otro lado, la aplicación del  tratamiento de la cocainomanía en la práctica difiere con frecuencia del  realizado en las condiciones experimentales de los ensayos clínicos controlados  (Marinelly-Casey y cols., 2002). Resulta imprescindible por ello, integrar el  conocimiento derivado de la investigación terapéutica (habitualmente, estudios  de eficacia) en una sólida racionalidad clínica que considere las posibles  alteraciones neurobiológicas, las características clínicas de la población  atendida y la aplicabilidad e idoneidad de las técnicas disponibles.
 Del conocimiento actual de la  neurobiología y de la psicopatología de la adicción a cocaína pueden derivarse  los siguientes objetivos terapéuticos en cocainomanía (Millman, 1988; Mendelson  y Mello, 1996; Dackis y O’Brien, 2004) que se aceptan hoy en la mayoría de los  programas acreditados del mundo:
 1. Alcanzar la abstinencia de  cocaína, alcohol, opioides, cannabis y otros estimulantes (porque todas estas  sustancias aumentan la tasa de dopamina en el núcleo accumbens y los fenómenos  que inducen al consumo).
 2. Evitar las personas, lugares y  cosas asociadas al consumo de cocaína (que podrían disparar la apetencia de  cocaína, muy vinculada al control sensorial de la amígdala).
 3. Superar la negación de la  enfermedad y admitir las consecuencias de la adicción (considerar la posible  alteración de las funciones ejecutivas e instrumentales frontales debida al  efecto de la cocaína).4. Acudir a las sesiones de  manera regular y colaborar con los distintos objetivos terapéuticos mediante:
 • Apertura y veracidad en el  tratamiento.
 • Discusión de todas las emociones  relevantes.
 • Aprendizaje de técnicas de  afrontamiento sin drogas de problemas u emociones positivas/negativas.
 • Utilización de técnicas de  reducción de la apetencia o «craving».
 Estos objetivos terapéuticos  suelen abordarse mediante las siguientes directrices terapéuticas generales:
 — En todos los casos es necesaria  una explicación de la acción de la cocaína en el cerebro, de los mecanismos de  adaptación neurobiológica y de su expresión clínica (alteraciones en la  memoria, disforia, irritabilidad, «craving», negación del problema adictivo,  complicaciones médicas y sociales). Las explicaciones han de adaptarse al  estado clínico y al nivel cultural de cada paciente. Es habitual, sobre todo en  los primeros momentos de la adicción, que muchos pacientes trivialicen su  problema porque pueden abstenerse de consumir durante ciertos periodos de tiempo  (a diferencia de los adictos a otras sustancias como el alcohol o los opiáceos)  y tiendan a pensar que su consumo es «voluntario» y no se asocia a ninguna  disfunción cerebral (incluso cuando hay pruebas clínicas de que ésta ya se ha  producido).
 — El tratamiento de las  adicciones a cocaína ha de llevarse a cabo en centros y/o por profesionales  específicos tras una evaluación completa del caso y de sus complicaciones médicas,  psiquiátricas, sociolaborales y legales. Son críticos los primeros contactos  clínicos, el tipo de alianza de trabajo que el profesional y/o el centro  establecen con el paciente y la información que éste y sus familiares reciben  en la fase de inducción al tratamiento.
 — Como en casi todas las  adicciones, las personas que abusan de la cocaína necesitan un tratamiento que  puede prolongarse varios años, incluso cuando se considera que el riesgo de  recaídas es bajo. En el transcurso del mismo, la frecuencia de las visitas  varía en función del estado clínico. En un tratamiento ambulatorio, al menos al  principio, nunca suele haber menos de dos contactos clínicos por semana.
 — Al igual que en otras  drogodependencias, el contrato terapéutico debe quedar claro desde las primeras  entrevistas y deben figurar en él los siguientes puntos específicos:
 • La frecuencia de las visitas y  de la determinación de tóxicos en orina.
 • La restricción inicial de las  salidas, los contactos sociales y el control de otros riesgos (dinero, tarjetas  de crédito...).
 • La comunicación a los allegados  y colaboradores del curso del tratamiento (p.ej. en el caso de un resultado  positivo a drogas en orina y en otras contingencias).
 • La duración aproximada del  tratamiento.
 • La necesidad ineludible de  compromiso personal para abstenerse completamente de cocaína y de otras drogas  (especialmente de alcohol).
 • Las condiciones particulares  que cada terapeuta o servicio establezca.
 • El tipo de colaboración y  participación que se espera de los familiares o allegados, con las funciones  bien delimitadas desde el principio.
 — El objetivo principal de todo  tratamiento-tipo de la cocainomanía es el de interrumpir el consumo compulsivo  mediante medidas restrictivas y de soporte para después, lograda una  abstinencia estable durante varios meses, pasar a prevenir las recaídas a largo  plazo. Las restricciones e intervenciones ambientales, la frecuencia de las  visitas, los fármacos que se van a utilizar y el abordaje psicoterapéutico más  apropiado, varían también en función de la fase del tratamiento.
 — Buena parte de los adictos a  cocaína pueden ser tratados ambulatoriamente, pero la necesidad de  hospitalización se impone a veces al principio para lograr la abstinencia  inicial, la contención y la organización del tratamiento de algunos casos.  Suelen ser tributarios de ingreso:
 • Los pacientes que hacen un  consumo crónico y grave de base libre o por vía intravenosa.
 • Los pacientes que abusan  también de otras drogas (además de la cocaína) que complican el abordaje  asistencial.
 • Los pacientes con problemas  psiquiátricos o médicos importantes, como ideación suicida constante o un  trastorno psicótico.
 • Los pacientes con un deterioro  severo del funcionamiento psicosocial y/o trastorno de conducta que imposibilita  una contención eficaz por sus allegados.
 • Los que carecen de apoyo  psicosocial y/o familiar suficiente.
 • Aquellos que han fracasado en  intentos previos de tratamiento ambulatorio (aunque sí disponen de apoyo  familiar puede valorarse la viabilidad de un tratamiento intensivo con visitas  muy frecuentes).
 — Ningún tratamiento biológico  disponible hoy es suficientemente eficaz para poder prescribirlo como acción  terapéutica única o principal. Como se ha expuesto arriba un abordaje clínico  minucioso y adecuado es la clave del éxito.
 — El abordaje terapéutico  requiere una evaluación completa e integrada que puede utilizar instrumentos de  evaluación general (como el ASI y otros), pero en la clínica se requiere más  información específica relacionada con:
 • Consumo de drogas.
 • Deterioro funcional.
 • Complicaciones médicas: sobre  todo. cardiovasculares (IAM, fallo renal, aborto) y neurológicas (ACVA,  hemorragias, crisis).
 • Complicaciones psiquiátricas  (psicosis, trastorno del control de los impulsos, inestabilidad del humor,  crisis de angustia).
 • Historia familiar de consumo de  drogas y trastornos psiquiátricos.
 • Rasgos de personalidad.
 8.2. La entrevista clínica en la adicción a cocaína. Inducción y motivación al tratamiento.
 La relación profesional con el adicto a cocaína
 El reto inicial del tratamiento  de la cocainomanía es evitar el abandono precoz. Los contactos frecuentes en  las primeras semanas son críticos para establecer la alianza terapéutica a  través de la cual se ha de motivar y alentar al paciente a llevar a cabo el  tratamiento. Dada la naturaleza de la cocainomanía es habitual que muchos  pacientes se vean impulsados a tratarse por sus familias o allegados o por  situaciones laborales o sociales y que se muestran ambivalentes. Además, el  carácter intermitente de la adicción a cocaína suele generar unos primeros  encuentros clínicos característicos (p. ej. Exploraciones psicopatológicas  anodinas) que pueden resultar desconcertantes para el clínico con poca  experiencia.
 Las primeras entrevistas han de dedicarse,  pues, a explorar minuciosamente al paciente, a exponerle los hallazgos  realizados de un modo que pueda entenderlos y asumirlos y a mostrar el impacto  negativo de la cocainomanía en su vida de la manera que más pueda motivarle  para el tratamiento.
 La alianza terapéutica entre el  paciente y el clínico obliga al conocimiento y a la aceptación de la naturaleza  de la cocainomanía y de las circunstancias personales y socioculturales del  paciente. Encontrar un «modelo de enfermedad » adecuado para hablar de la  cocainomanía a cada paciente ayuda a eliminar los malentendidos (p. ej. la  «inocuidad» de la cocaína o la «rareza» de la cocainomanía). Durante la  recogida de la historia clínica aparecen múltiples oportunidades de mostrar al  paciente aspectos concretos de la naturaleza de su trastorno. Hay que subrayar  la necesidad de autoreconocimiento del abuso o la dependencia y la idea de que  no existe otra solución que la abstinencia, porque no puede ofrecerse una  «cura» para la cocainomanía (al menos en el sentido convencional, que sería  poder volver a tomar pequeñas cantidades de cocaína controladamente). Siempre  que se evite una versión reduccionista, el modelo bio-médico de la cocainomanía  como «trastorno de los núcleos de la recompensa» o, si se prefiere la versión  psicopatológica de «trastorno de la motivación humana», es muy útil, ofrece  multitud de metáforas para hacerse entender en el comienzo del tratamiento y es  compatible con cualquier abordaje psicoterapéutico posterior. La educación  terapéutica ocupa un lugar muy importante a lo largo de todo el tratamiento y  la ampliación del conocimiento que los pacientes tienen de su adicción suele  contribuir críticamente al cumplimiento terapéutico y a la evolución favorable del  trastorno.
 Una vez realizado el diagnóstico,  el profesional tiene que hacer un esfuerzo para traducir las abstracciones que  maneja (por ejemplo, los conceptos de «adicción», «dependencia», «tolerancia» o  «sensibilización») en términos de explicaciones sencillas o de metáforas  (Caballero, 2004) que reflejen lo más exactamente posible la naturaleza de los  fenómenos clínicos que presenta el paciente. Si es posible, debe ofrecérsele  una versión biológica de la alteración motivacional que resulte comprensible.  Idealmente, cada aspecto del tratamiento se ha de justificar con el modelo de  enfermedad o trastorno que se da al paciente, para optimizar la colaboración.  Merece la pena recordar que la naturaleza neurobiológica de la cocainomanía  representa una peculiar barrera para el autoentendimiento de quién la padece.  Por ejemplo, la introspección de la experiencia del «craving», de los hábitos  asociados al consumo o del propio conocimiento objetivo de la adicción puede  estar comprometida por las disfunciones de los sistemas neurales de la  amígdala-nucleo accumbens, de los núcleos pálido y putamen, y del hipocampo,  respectivamente; las disfunciones frontales pueden estar en la base de los  mecanismos de negación y trivialización de la adicción; y otras alteraciones  cognitivas pueden comprometer la comprensión y el control de la cocainomanía  por quién la padece.
 En todo caso el modelo de  enfermedad que se da al paciente, ha de servir de guión a las intervenciones  terapéuticas y a la comunicación con él y con sus allegados, y debe  establecerse, mantenerse o modificarse según el curso clínico. Sobre todo al  principio, no es raro que el paciente experimente el tratamiento como un  fracaso y/o una humillación inaceptables y, en este caso, es necesario «crear»  un nuevo espacio físico y mental motivador, en el que se pueda plantear y  arbitrar la abstinencia y la recuperación personal. A este efecto son muy  útiles las entrevistas basadas en principios de la psicología de la motivación que  tratan de producir cambios rápidos, movilizando recursos internos más que paso  a paso, mediante el entrenamiento en habilidades.
 La mayoría de los programas  ambulatorios o de hospitalización parcial ofrecen entre 2 y 6 contactos por  semana y la mayor parte de los clínicos coinciden en la ineficacia de una  frecuencia menor, al menos inicialmente.
 En caso de indicarse, la  medicación debe estar clínicamente bien justificada, su objetivo y racionalidad  han de ser explicados al paciente y en ningún caso puede utilizarse como un  sustituto de la relación terapéutica, que es, con diferencia, el instrumento  más potente del arsenal terapéutico. La fortaleza del vínculo terapéutico y el  grado de sinceridad y de compromiso en la relación terapéuta-paciente son, en  todo momento, variables críticas de las que dependen los resultados.
 8.3. Indicación terapéutica diferencial y planificación del tratamientoLos objetivos principales del  tratamiento de la adicción a cocaína son:
 1. Lograr la abstinencia de  cocaína y de todo tipo de drogas e interrumpir el ciclo de consumos  compulsivos.
 2. Prevenir las recaídas.
 En cada caso, la indicación  terapéutica ha de realizarse sobre una base individual que considere la  existencia de síntomas de abuso, dependencia y abstinencia y el examen del  estado mental. En la evaluación inicial se ha de determinar cual es el  tratamiento más adecuado, así como las condiciones médicas o psiquiátricas  acompañantes que condicionan el plan de tratamiento. Una manera de perfeccionar  la indicación terapéutica en cocainomanía puede hacerse mediante el uso  sistemático de los ejes de razonamiento clínico-terapéutico diferencial:
 — Selección de objetivo  prioritario: tratamiento de una complicación aguda, desintoxicación,  deshabituación, rehabilitación.
 — Selección del ámbito  asistencial: hospitalización, residencial, programas ambulatorios intensivos.
 — Selección del formato:  psicoterapia individual, terapia de pareja-familiar, grupos de autoayuda.
 — Selección de la orientación  teórica:
 • Consejo clínico.
 • Tratamiento  cognitivo-conductual.
 • Prevención de recaídas.
 • Psicoterapia interpersonal.
 — Selección de la duración y  frecuencia del tratamiento.
 — Selección (en su caso) de  farmacoterapia.
 — Combinación de tratamientos.
 Otro orden de razonamiento que  puede aplicarse a la indicación terapéutica es el propuesto por Kosten (1989)  mediante los puntos que siguen:
 — ¿Que tratar?
 • Neuroadaptación-grandes  consumidores (p. ej., «crack»).
 • Vulnerabilidad psiquiátrica  (p.ej., trastorno afectivo).
 • Riesgo médico (p. ej.,  enfermedad cardiopulmonar).
 — ¿Cuándo tratar?
 • Precipitantes.
 • Fase de la adicción («crash»,  abstinencia, extinción).
 • Potencial de recaída.
 — ¿Qué tratamiento?
 • Agudo frente crónico.
 • Comorbilidad médica o  psiquiátrica.
 • Abuso de otras drogas.
 — ¿Dónde tratar?
 • Régimen de ingreso.
 • Régimen ambulatorio.
 — ¿Cómo asignar el tratamiento?
 • Severidad del abuso-vía y  cantidad.
 • Fase de recuperación.
 • Comorbilidad.
 Dada la heterogeneidad de los  cocainómanos la manualización de la indicación terapéutica no es fácil y es  aconsejable individualizar el tratamiento en función de las peculiaridades  clínicas de cada caso (Carroll y cols., 1994). La integración de la  psicoterapia con la farmacoterapia es imprescindible (Carroll, 1997; Carroll y  Schottenfeld, 1997) porque ambas técnicas son diferentes en lo que se refiere  al modo de acción, al tiempo de efecto, a los síntomasobjetivo a los que se  dirigen y a la duración del efecto y la aplicabilidad. El beneficio de la  integración de la psicoterapia con la psicofarmacoterapia es poder tratar un  mayor rango de síntomas y de problemas, asociar pacientes y tratamientos más  ajustadamente y cubrir más deficiencias terapéuticas. La prescripción de  disulfiram con psicoterapia (Carroll, 1997), que se expondrá más adelante, es  un ejemplo de asociación afortunada.
 En la mayoría de los casos, el tratamiento  ambulatorio es el más apropiado y preferible porque cuando consigue la  abstinencia, asegura un mejor control posterior (trata al paciente desde el  principio en el entorno en el que ha de vivir abstinente). El tratamiento  ambulatorio requiere múltiples contactos semanales durante los primeros meses;  una frecuencia baja de contactos clínicos no es efectiva en la iniciación o en  mantenimiento de la abstinencia (Weinstein y cols 1997; Coviello y cols 2001).  Las sesiones incluyen una combinación de acciones educativas, consejo en drogas  individual, apoyo por parte de compañeros, terapia familiar o grupal,  monitorización de tóxicos en orina, psicoterapia y tratamiento  psicofarmacológico de la cocainomanía o de las condiciones psiquiátricas  acompañantes.
 El tratamiento hospitalario se  reserva (ver apartado 8.1) para pacientes resistentes al tratamiento  ambulatorio, para aquellos cuyo consumo compulsivo representa un riesgo  psiquiátrico grave y cierto (p.ej, de suicidio o psicosis), o que presentan una  comorbilidad médica o psiquiátrica inmanejable, o historia de recaídas  repetidas, o carecen del soporte necesario para realizar un régimen de atención  menos intensivo, o para dependientes de más de una droga.
 El tratamiento de soporte  mediante grupos de autoayuda como los de 12 pasos u otros, puede ser muy  importante en el periodo inicial en el que la abstinencia es más difícil de  obtener y se necesitan apoyos más constantes.
 La fase inicial del tratamiento  puede durar de 3 a  12 meses y se caracteriza por múltiples contactos semanales y la participación  en modalidades terapéuticas cuyos objetivos principales son iniciar y mantener  la abstinencia a través del aprendizaje y la aplicación de estrategias para  afrontar el «craving », evitar el riesgo de relaciones y ambientes «tóxicos» y  adoptar de estilos de vida que faciliten la abstinencia. En esta fase, son  frecuentes las recaídas y muchas de ellas se deben a la confianza injustificada  de los pacientes y/o los profesionales en la capacidad de aquellos para evitar  el consumo, que induce a «exposiciones no controladas». Antes de que sucedan,  los pacientes deben recibir información de este fenómeno habitual que debe  abordarse de forma terapéutica y constructiva. En caso de ocurrir una recaída,  el análisis ha de profundizar en el conocimiento que terapeuta y paciente  tienen de los mecanismos concretos a través de los cuales se ha manifestado  clínicamente el trastorno. Por otro lado, las recaídas obligan siempre a  revisar el plan de tratamiento y a considerar las modificaciones o  intervenciones adicionales pertinentes, incluidos una atención y un control más  intensivos. Cuando se consigue la abstinencia durante unos meses, la tendencia  de pacientes y profesionales es a disminuir la frecuencia de contacto y esto se  hace a veces antes de tiempo. El foco principal en ese momento suele ser  mantener el compromiso de abstinencia, afrontar la negación de la enfermedad  cuyos síntomas suelen tarde o temprano reaparecer y ayudar a desarrollar lo más  ampliamente posible las habilidades personales e interpersonales que garanticen  la abstinencia en cualquier circunstancia. La participación en grupos de  mantenimiento (si están disponibles) debe también estimularse para que los  pacientes se vean a sí mismos en recuperación de una «enfermedad asintomática»,  que puede manifestarse en cuanto se le da una oportunidad.
 No existe un periodo establecido  para el alta, que depende del cuadro clínico y del estado de cada paciente,  pero la mayor parte de los programas contemplan un periodo mínimo de 6-12 meses  de abstinencia completa previa.
 8.4. Problemas terapéuticos habitualesInterrupción prematura
 El abandono prematuro del  tratamiento es muy frecuente en cocainomanía y la causa más frecuente del mismo  es la recaída en el consumo. En una revisión reciente, Crits-Christoph y cols.  (1999) encontraron tasas de recaídas del 24-73% de los cocainómanos en el año  siguiente a empezar un tratamiento en distintos programas ambulatorios y  residenciales. Cuantos más problemas psicosociales, médicos y psiquiátricos se  acumulan en un paciente dado, peores resultados suele tener el tratamiento.  Otra revisión encontró un preocupante 75-80% de abandonos en los programas  terapéuticos (Higghins y cols., 1994), aunque permanecer 90 días en tratamiento  ya representaba alguna mejoría. En todo caso, unas tasas de abandono tan altas sugieren  claramente que el tratamiento actual de la cocainomanía no es, en conjunto,  satisfactorio. El riesgo de abandono es mayor en los estados iniciales cuando  el «craving» es más intenso y las habilidades de afrontamiento del mismo y el  sistema de soporte no se han desarrollado e instalado suficientemente. Si esta  eventualidad se tiene en cuenta puede prevenirse mediante un trabajo específico  de alianza terapéutica. Si ha habido tratamientos previos, conocer y estudiar  detalladamente lo sucedido en ellos suele ayudar a esclarecer y a controlar las  razones del abandono.
 Recaídas
 Las recaídas son una eventualidad  frecuente en el curso de la cocainomanía. En los tratamientos ambulatorios los  pacientes están expuestos a estímulos que disparan el «craving» y las  oportunidades de consumo nunca pueden reducirse a cero a pesar del control  externo. Los pacientes con periodos de abstinencia cortos están más  predispuestos al consumo porque pueden presentar la disforia característica del  síndrome de abstinencia y el inmediato recuerdo de la euforia cocaínica. En los  inicios del tratamiento los pacientes no han aprendido aún habilidades de  afrontamiento del «craving» ni disponen tampoco de la experiencia necesaria  para superar la alteración motivacional que comporta esta experiencia. La  posibilidad de la recaída ha de presentarse y discutirse abiertamente tanto en  términos generales como particulares y ha de ser la base del aprendizaje del  repertorio de habilidades «ad hoc». La recaída ha de asistirse terapéuticamente  si, a pesar de todo, sucede. Si no se dan condiciones para iniciar un  tratamiento ambulatorio, un programa de hospitalización parcial o completa o un  programa residencial pueden ser la indicación terapéutica de elección.
 Resistencia el tratamiento
 Las razones por las que muchos  cocainómanos se resisten al tratamiento son varias. La tendencia natural de la  cocainomanía a la recidiva, los múltiples intentos de tratamiento que terminan  en abandono y la comorbilidad psiquiátrica explican buena parte de la  dificultad terapéutica. En muchos pacientes, la inexistencia de un diagnóstico  preciso y de un tratamiento adecuado facilita la exposición continua a  situaciones de alto riesgo y a una inestabilidad en el estilo de vida que se  asocia al uso habitual de drogas. Algunos pacientes psiquiátricos «tratan» sus  síntomas con cocaína y se resisten a abandonarla por ello. La mayoría de los  pacientes cocainómanos sin síntomas graves de abstinencia, comorbilidad  psiquiátrica o complicaciones médicas son susceptibles de tratamiento en  programas ambulatorios libres de drogas, pero algunos no son capaces de  mantenerse abstinentes en este régimen y debe plantearse para ellos una  indicación terapéutica más intensiva y controlada y la posible prescripción de  psicofármacos. Algunos pacientes pueden necesitar una desintoxicación inicial  de alcohol u otras drogas que puede requerir semanas de tratamiento  hospitalario o el paso directo a un tratamiento residencial.
 8.5. PsicoterapiasLa inexistencia hasta la fecha de  un tratamiento biológico eficaz para la cocainomanía ha contribuido a la  profusión de abordajes psicoterapéuticos para el tratamiento de esta condición,  algunos de los cuales han sido objeto de investigación científica (Higgins y  cols., 1993; Carroll y cols., 1994; y 1995; Cris-Christoph y Siquelan, 1996;  Barber y cols., 1997; Crits-Christoph y cols., 1998, y 1999; Barber y cols.,  2001; Woody, 2003). A diferencia de las adicciones a alcohol y a opiáceos la  psicoterapia sola parece eficaz en al menos algunas subpoblaciones clínicas  (Crits-Christoph 1997, 1998, 1999), con un efecto clínico que va de leve a  moderado, según los distintos estudios (Woody, 2003). La terapia  cognitivo-conductual (Carroll, 1998), el entrenamiento en el manejo de  contingencias (Higgins y cols., 1991; Milby y cols., 2000; Jones y cols., 2001)  la entrevista motivacional (Stotts y col., 2001; Rohsenow y cols., 2004), el  contrato de contingencias e incentivos (Higgins y cols., 1994), los tratamientos  cognitivo-conductuales (Bell y cols, 1998; Carroll, 1998; 2001) y el consejo  individual (Crits-Christoph y cols, 1999; Crits-Christoph, 2001) han mostrado  grados diferentes de eficacia en ensayos clínicos controlados.
 Desde el punto de vista clínico,  además, las psicoterapias proporcionan un buen soporte a la relación  médico-paciente, al cual pueden añadirse tratamientos biológicos específicos  para síntomas concretos, cuya evolución natural sin tratamiento podría  comprometer los resultados. A continuación se exponen con algún detalle las  psicoterapias que han mostrado mayor utilidad en el tratamiento de la  cocainomanía:
 Consejo individual y grupalEl consejo individual y grupal se  dirige directa y principalmente a reducir o parar el consumo de drogas pero, en  la práctica, aborda también el deterioro social y ocupacional asociados, así  como la estructura y el contenido del programa individual de recuperación del  paciente. Aunque pone el énfasis en objetivos conductuales a corto plazo, trata  enseñar estrategias y procedimientos de afrontamiento para mantenerse  abstinente (McLellan y cols., 1993). En un ensayo clínico multicéntrico bien  diseñado y controlado (Crits-Christoph y cols., 1999; 2001) se compararon 4  grupos de pacientes a los que se aplicó respectivamente consejo en drogas  grupal, consejo en drogas grupal + consejo en drogas individual, consejo en  drogas grupal + terapia de expresión y soporte, y consejo en drogas grupal +  terapia cognitivo-conductual; los pacientes que recibieron consejo en drogas individual  y grupal conjuntamente, evolucionaron mejor que los demás grupos en todas las  mediadas de resultados utilizadas. Los resultados de este estudio sugieren la  superioridad del abordaje individual, centrado en el núcleo de la conducta  cocainómana, sobre abordajes con otros objetivos u orientaciones teóricas.
 La capacidad de entender y de  anticiparse a los distintos problemas prácticos que se presentan en la  cocainomanía, así como de persuadir a los pacientes de la necesidad de aplicar  las técnicas aprendidas son procedimientos con los que el clínico influye sobre  los pacientes y les ayuda a ponerse en el camino de la recuperación a través  del consejo individual.
 Dada su importancia, los  siguientes puntos clave del consejo clínico en cocainomanía deben tenerse en  cuenta en todas las entrevistas:
 — Control de la negación y la  ambivalencia ante el tratamiento. La ambivalencia y la negación pueden  derivarse, respectivamente, de los efectos reforzantes de la cocaína y de su  acción sobre el lóbulo frontal y los sistemas de memoria. Las entrevistas  motivacionales han de considerar la alteración específica de las funciones  ejecutivas y de la motivación, habituales en estos pacientes.
 — Auto-registros. Un registro  utilizado por el autor de este manual se basa en la propuesta neurobiológica de  White (1996) (Figura 4) acerca de los sistemas de memoria implicados en la  cocainomanía e incluye los datos clínicos que siguen:
 1. Información sobre la  cocainomanía, el papel de los allegados y los refuerzos alternativos (memoria  declarativa o hipocampal «consciente»).
 2. Información sobre los  estímulos condicionados y el manejo de la experiencia del «craving» (memoria  amigdalar «inconsciente»).
 3. Información sobre los hábitos  y las «decisiones aparentemente irrelevantes» con las que se inician las  conductas que derivan en consumos (memoria estriatal «inconsciente»).
 La información relativa a la  cocainomanía recopilada por el paciente puede solicitarse mediante el relato de  las situaciones o circunstancias en las que aparecen los recuerdos y/o el deseo  del consumir cocaína, o el propio consumo. La medición mediante escalas  analógicas de la intensidad y duración del deseo y las conductas consiguientes  a la aparición de los mismos (ver más abajo) permite cuantificar la evolución de  los síntomas. El mero registro diario de todas estas experiencias por parte del  paciente tiene, probablemente, una importante actividad rehabilitadora de las  funciones frontales alteradas en la cocainomanía. La confrontación de las  creencias y de las expectativas del paciente acerca de su control sobre la  cocaína con el registro diario es un procedimiento de introspección barato,  seguro y fiable, y cuando se corrige y se enseña a hacer debidamente,  personaliza el tratamiento sin perder información relevante. En opinión de este  autor, ese aspecto es crucial. La identificación de los estímulos que evocan el  «craving» de cocaína y de los hábitos que conducen al consumo proporciona al  paciente un procedimiento para explorar y controlar los mecanismos de «memoria  inconsciente» a través de los cuales tiene lugar la recaída.
 — Control del riesgo que  representan los impulsos límbicos mal controlados por la corteza frontal del  cocainómano. La insuficiencia del control frontal obliga a establecer controles  externos prolongados que garanticen la inaccesibilidad del paciente a la  cocaína hasta que recupere esta función. Los fenómenos de tolerancia y de  sensibilización (ver apartados 2 y 3) son también motivo de descontrol en la  conducta que justifica la necesidad del control externo.
 — Otros: Control del uso de las  estrategias de afrontamiento del «craving» (ver más abajo). Control de la  participación y actitud de los allegados. Desarrollo de refuerzos alternativos  al consumo de cocaína. Controles urinarios.
 El consejo terapéutico en  cocainomanía puede ofrecerse como tratamiento básico, acompañado o no de otros,  o en el contexto de programas multimodales. Casi todos los clínicos coinciden  en el interés y la utilidad de los grupos de autoayuda del tipo de Cocainómanos  Anónimos, aunque en nuestro medio están poco desarrollados.
 Exposición sistemática a  estímulos y entrenamiento en habilidades de afrontamientoLas respuestas condicionadas  producidas por la administración repetida de cocaína en presencia de estímulos  específicos han sido estudiadas en animales y humanos (O’Brien y cols., 1993;  Robbins y cols., 1997, 1999). Diversos estudios con neuroimagen han mostrado la  aparición de «craving» tras la activación por distintos métodos (p.ej., ver  videos de consumidores) de regiones límbicas implicadas en la memoria, el  aprendizaje y actividades placenteras como el sexo (Childress y cols., 1997;  Garavan y cols., 2000). Los pacientes refieren con frecuencia la aparición de  un «craving» intenso en presencia de objetos, personas o situaciones que  asocian al consumo y como esta experiencia les conduce a consumir. La  posibilidad de extinguir estos estímulos condicionados mediante una exposición  sistemática se ha comprobado experimentalmente (Ehrman y cols., 1992; Monti y  cols., 1997; Roshenow y cols., 2000) y, desde el punto de vista práctico, apoya  el aprendizaje de habilidades de afrontamiento para evitar o manejar  situaciones de alto riesgo. En el caso de estímulos condicionados inevitables  los pacientes pueden aprender un repertorio de habilidades cognitivas mediante  las cuales pueden interrumpir la sucesión de acontecimientos encadenados que  precede a la recaída.
 Una revisión buena de la  aplicación de los conceptos y principios conductuales al tratamiento de la  adicción a cocaína puede encontrarse en Higgins y cols. (1994). Las ventajas de  este modelo son la claridad conceptual, el empirismo y la operatividad de sus  procedimientos, la compatibilidad con los fármacos, la eficacia demostrada y la  aplicabilidad clínica tras un entrenamiento profesional que no es difícil.
 Prevención de recaídas (PR) y  terapia cognitivo-conductual (TCC)La prevención de recaídas y los  tratamientos cognitivo-conductuales comparten muchos supuestos aunque han  tenido un desarrollo y una aplicación diferente en el campo de la cocainomanía.  En la Tabla XXII  se resumen las aportaciones y las características diferenciales de estos dos  abordajes terapéuticos.
 TABLA XXII. APORTACIONES  COGNITIVO-CONDUCTUALES AL TRATAMIENTO DE LA COCAINOMANÍA1. Técnicas de extinción
 Exposición activa o pasiva
 Desensibilización sistemática
 Inoculación al estrés
 Técnicas combinadas
 Exposición
 Disminución de estímulos, entrenamiento en habilidades
 2. Prevención de recaídas
 Combina:
 Intervenciones cognitivas
 Entrenamiento en habilidades
 Características:
 Ateórica
 Anticipación de respuestas adaptativas
 Autocontrol
 Tratamiento de otras conductas de  gratificación inmediata
 La Prevención de Recaídas  (PR) de tipo cognitivo-conductual (Marlat y Gordon 1985) es una psicoterapia a  corto plazo dirigida a ayudar a los pacientes a mantener la abstinencia  mediante técnicas derivadas de la teoría del aprendizaje. La teoría básica que  sustenta esta práctica es la de que el proceso de aprendizaje juega un papel  importante en el inicio y en la perpetuación de conductas desadaptativas como  el abuso de cocaína y que el paciente puede aprender a identificar y a corregir  las conductas y las cogniciones que conducen al consumo. La PR aplica sobre todo técnicas  terapéuticas cognitivo-conductuales con las que trata de controlar las recaídas  mediante estrategias de autocontrol (Carroll y cols., 1994; Carroll, 1998).  Aunque su nombre indica que el objetivo prioritario es prevenir las recaídas en  pacientes abstinentes, su desarrollo en el campo de la cocainomanía ha  producido diversas estrategias dirigidas también a facilitar la abstinencia.Entre las técnicas específicas  para el tratamiento de la cocainomanía se incluyen (Tabla XXIII) la exploración  de las consecuencias positivas y negativas del consumo, la auto-monitorización  para identificar precozmente el «craving» y las situaciones de alto riesgo, y  el desarrollo de estrategias para afrontary evitar las situaciones de alto  riesgo y el deseo de consumo.
 TABLA XXIII. PREVENCIÓN DE RECAÍDAS EN  COCAINOMANÍA:RESUMEN DE INTERVENCIONES
 1. Microanálisis de la recaída inicial
 2. Anticipación y manejo de recaídas
 Entrenamiento en habilidades
 Asertividad
 Manejo de estrés
 Relajación
 Habilidades sociales
 Habilidades en comunicación
 Reformulación cognitiva
 Autoinstrucciones
 Modelado
 Juego de roles
 Modificación del estilo de vida
 La prevención de recaídas de la  cocainomanía presenta aspectos específicos (Carroll, 1998) que pueden resumirse  como sigue:1. Abordaje de la ambivalencia.  Es raro el cocainómano que no muestra ambivalencia (abierta o tácitamente) ante  el tratamiento. La identificación y el manejo precoz de esta ambivalencia es  fundamental y fomenta la alianza terapéutica con el clínico. El objetivo  principal es mostrar que el consumo de cocaína (que suele haberse idealizado  por sus efectos «positivos») no puede separarse de sus consecuencias negativas.  La facilidad con la que las consecuencias negativas del consumo son olvidadas  por el consumidor obliga a revisar repetidamente las atribuciones positivas que  hace a la cocaína y a desvelar las consecuencias negativas que suelen obviarse;  dichas consecuencias pueden listarse por escrito, para tenerlas en un sitio  accesible y compensar así, con su lectura, la tendencia a olvidarlas.
 2. Reducción de la disponibilidad  de cocaína. Inicialmente deben llevarse a cabo todas las medidas necesarias  para evitar cualquier contacto con la cocaína. La familiaridad con los hábitos  del consumidor permite anticipar el riesgo concreto que presenta cada paciente.  Tras el periodo de abstinencia inicial muchos pacientes tienden a efectuar exposiciones  prematuras no controladas a ambientes en los que hay cocaína; con pocas  excepciones, dichas experiencias llevan a la recaída y debe advertirse  expresamente al paciente de ello, para que las evite.
 3. Detección de las situaciones  de riesgo. La mayoría de las situaciones de riesgo de consumo son típicas y  previsibles (p. ej. disponer de dinero en el bolsillo, consumir alcohol u otras  drogas, reunirse con consumidores, disponer de tiempo libre sin actividades  organizadas, etc.). Pero otras son idiosincrásicas y pueden variar mucho de  unas personas a otras (p. ej. «sentirse prisionero» del tratamiento, sentir  afectos intensos positivos o negativos como depresión, vergüenza,  irritabilidad, desacuerdo, euforia, etc.) La descripción detallada en los  auto-registros y los interrogatorios clínicos permiten identificar estas  situaciones y plantear soluciones a las mismas.
 4. Identificación de la  reactividad condicionada. La aparición ante estímulos concretos de la respuesta  condicionada de avidez por consumir, incluso tras meses de abstinencia,  trastorna mucho a los pacientes y tiende a mistificarse si el paciente no  conoce de antemano la naturaleza del fenómeno. Los pacientes suelen  beneficiarse de ejemplos de condicionamiento y descondicionamiento clásicos que  subyacen en este problema clínico (p. ej., el entrenamiento en la secreción de  jugos gástricos por los perros al oír una campana que precede habitualmente a  la comida y la extinción de esta respuesta cuando deja de ofrecerse comida regularmente  después del sonido, etc.).
 Las explicaciones neurobiológicas  o conductuales adaptadas al nivel de comprensión del paciente deben acompañarse  del aprendizaje de procedimientos eficaces de identificación y de reorientación  del deseo de consumir mediante estrategias de afrontamiento. La habitual  duración breve del «craving» de cocaína (de segundos a pocos minutos) permite  incluso el uso de estrategias distractorias que fracasarían en otras adicciones  (a alcohol u opiáceos, por ejemplo). En momentos avanzados del tratamiento  puede utilizarse la exposición controlada a cocaína asociada a técnicas de  prevención de respuesta.
 5. Identificar las decisiones  «aparentemente irrelevantes» con las que comienzan las recaídas. Según avanza  el tratamiento aparecen necesaria e invariablemente nuevas situaciones de  riesgo sobre las que hay que concentrar la atención terapéutica. El paciente ha  de aprender a identificar las situaciones que preceden a las recaídas para  controlarlas (p. ej., aceptar una invitación a cenar en la que se tomará  alcohol, quedarse sólo un fin de semana por no hacer una llamada telefónica a  tiempo, etc.).
 6. Modificar el estilo de vida.  Habitualmente, la anhedonia producida por el consumo crónico de cocaína lleva  al abandono de actividades sociales y de ocio hasta el punto de hacerlas  desaparecer. En otros casos, el desarrollo previo de dichas actividades era ya  escaso. La ausencia de actividades sociales y de ocio es uno de los motivos más  persistentes de recaída a largo plazo. El desarrollo de un sistema de  recompensas alternativo al de la cocaína es uno de los factores predictivos más  favorables y hay que renovarlo o fomentarlo decididamente con ayuda de familiares  o allegados.
 Los tratamientos de PR son  estructurados, cortos e individualizables y su eficacia se ha evaluado en  ensayos clínicos controlados con resultado positivo (Higgins y cols., 1994;  Carroll, 1998). La investigación sugiere además que las habilidades aprendidas  en PR permanecen después del tratamiento (Carroll y cols., 1994; 2000). Por  otro lado, las técnicas de PR combinan bien con otras como psicofarmacoterapia,  terapia de grupo, grupo psicoeducativo breve en programas libres de drogas  (Carroll y cols 1998; Schmitz y cols., 2001) y pueden aplicarse en formato  individual o grupal (Schmitz y cols., 1997).
 Como en el abordaje de otros  problemas psiquiátricos la Terapia   Cognitivo-Conductual (TCC) parte del análisis funcional de la  conducta-problema y organiza y desarrolla un entrenamiento en habilidades  individualizado destinado a desaprender hábitos asociados al consumo de cocaína  y a sustituirlos por otros saludables.
 Las tareas fundamentales de este  abordaje (Carroll, 1998) son las siguientes:
 — Promover la motivación para  abstenerse.
 — Enseñar habilidades de  afrontamiento de las situaciones de riesgo.
 — Modificar los refuerzos  contingentes.
 — Afrontar otros estados  afectivos negativos.
 — Mejorar las relaciones  interpersonales y el soporte social en ámbitos libres de drogas. El ámbito de  aplicación asistencial de la TCC  suele ser un dispositivo ambulatorio, lo cual facilita el abordaje de factores  relevantes de la vida cotidiana del paciente que acude al centro a recibir  tratamiento y luego vuelve a su medio habitual. Suele aplicarse a lo largo de  12-16 sesiones individuales de frecuencia semanal y 60 minutos de duración,  aunque en situaciones de necesidad asistencial y/o baja disponibilidad de  terapeutas pueden utilizarse formatos grupales y ampliar la duración de las  sesiones a unos 90 minutos. En muchos casos, la TCC ha de continuarse con un seguimiento  posterior en el que hay tratar de mantener los resultados positivos alcanzados,  identificar las situaciones, afectos y pensamientos que continúan siendo  problemáticos y fomentar la implicación de los pacientes en actividades seguras  y libres de drogas.
 Pacientes con trastornos médicos  o psiquiátricos graves sin condiciones de vida mínimamente estables no son  habitualmente buenos candidatos para esta modalidad terapéutica. La TCC requiere una formación  específica por parte de los profesionales.
 Los ingredientes activos  específicos de la TCC  en la cocainomanía (Carroll, 1998) son los siguientes:
 — Análisis funcional del abuso de  cocaína y de otras sustancias.
 — Entrenamiento individual en el  reconocimiento y afrontamiento del «craving», los pensamientos sobre el uso de  sustancias, la solución de problemas, la anticipación de las situaciones de  riesgo, el reconocimiento de decisiones en apariencia irrelevantes y las  habilidades para rechazar el consumo.
 — Control de los procesos  cognitivos relacionados con el consumo.
 — Identificación y análisis de  situaciones de riesgo pasadas o futuras.
 — Aplicación de habilidades  aprendidas dentro y fuera de la sesión.
 El análisis funcional inicial  incluye los siguientes epígrafes:
 — Déficit y obstáculos para el  tratamiento.
 — Habilidades y recursos.
 — Determinantes del uso de  cocaína.
 Las áreas relevantes de  aplicación de la TCC  son: social, ambiental, emocional, cognitiva y física. Las técnicas que utiliza  se resumen en la Tabla   XXIII. El entrenamiento en habilidades utiliza los principios  del condicionamiento clásico, operante y modelado adaptado a las necesidades de  cada paciente mediante una práctica repetida que se expone más abajo.
 La utilización de auto-registros  permite también anticipar los obstáculos, ordenar el material de manera  clínicamente abordable, analizar las resistencias y explicar y negociar los  aspectos concretos de la intervención cognitivoconductual fomentando el  autocontrol. Un modelo habitual de registro cognitivo conductual del «craving»  en la clínica es el que sigue:
 a) El ansia de consumo  («craving») cuantificado de 0 a  100.
 b) La duración del ansia de  consumir (en segundos o minutos).
 c) El estímulo interno o externo  asociado al «craving», para detectar los hábitos que habrán de modificarse y  los estímulos condicionados a los que habrá que desensibilizar al paciente.
 A continuación se resume el  Programa Cognitivo-Conductual de Carroll (1998) (hay una edición española de  2001) que está organizado en torno a 8 temas aplicables en sesiones con un  formato de duración 20/20/20 minutos que se distinguen del modo siguiente:
 — Los 20 minutos iniciales para  identificar y analizar funcionalmente el consumo, el «craving» y las  situaciones de riesgo, para escuchar y evaluar las preocupaciones y revisar la  práctica referida a la semana previa.
 — Los 20 minutos siguientes para  introducir y comentar la nueva sesión, relacionarla con las preocupaciones del  paciente y comprobar que se ha entendido (mas tiempo del terapeuta).
 — Los 20 minutos finales para  explorar la comprensión y reacciones del paciente y asignar un ejercicio  práctico para la semana siguiente, revisar los planes y anticipar riesgos  posibles (más tiempo del paciente).
 Los 8 temas en torno a los cuales  se organizan las sesiones en este programa son los siguientes:
 Inicio:
 — Historia Clínica: consumo;  motivación para tratarse; otros problemas. Crear una relación terapéutica.
 — Incrementar la motivación para  el tratamiento (afirmaciones automotivacionales, escucha empática; afrontar las  resistencias; señalar las incongruencias; apoyar la libertad de elección;  revisar consecuencias de la inacción).
 — Presentar el modelo de  tratamiento de la TCC  (consumo de cocaína como conducta aprendida; condicionamiento de las emociones,  pensamientos y conducta por la cocaína; estudio del proceso como facilitador del  cambio; sustitución de patrones de conducta por otros que fomentan la  abstinencia; necesidad de la práctica).
 — Introducir el procedimiento del  análisis funcional. Se pide al paciente una matriz con desencadenantes,  pensamientos y sensaciones, conducta, consecuencias positivas y consecuencias  negativas de, al menos, 3 episodios de consumo.
 — Plantear y negociar los  objetivos del tratamiento y el contrato terapéutico.
 — Justificar teóricamente otros  aspectos del tratamiento.
 Tema 1. Afrontar el «craving»— Comprender la experiencia del  «craving» como una experiencia normal. Subrayar su duración limitada («como una  ola») y su extinción si no culmina en consumo, mediante ejemplos adecuados  (p.ej., experiencias de condicionamiento de Pavlov con animales).
 — Describir el «craving». ¿qué es  para el paciente? ¿cómo afecta a su conducta? ¿cuánto tiempo dura? ¿cómo lo  afronta?
 — Identificar los desencadenantes  en las últimas semanas (ejercicio práctico).
 — Identificar y evitar los  estímulos desencadenantes.
 — Afrontar el «craving» con  técnicas de control de sensaciones urgentes: distracción con actividad física u  otra, conversación con allegados «ad hoc», aceptación y espera hasta que  desaparezca, vivirlo de una forma diferente (como prestar atención, identificar  el lugar en el que aparecen, recordar por escrito las consecuencias negativas,  recordar autoinstrucciones para identificar pensamientos automáticos y  neutralizarlos; p.ej., «enlentecer» el curso del pensamiento, «desafiar» el  pensamiento, «normalizar» la experiencia de «craving»). Ejercicios prácticos  mediante auto-registros en forma de matriz con fecha y hora, situación, pensamientos,  intensidad (de 0 a  100), duración y tipo de afrontamiento.
 Tema 2. Aumentar la motivación y  el compromiso para dejar de consumir— Aclarar y jerarquizar los  objetivos. Muchos pacientes no contemplan la abstinencia completa desde el  principio. Comunicar la libertad de elección del paciente a la vez que la  apuesta por la abstinencia del terapeuta. Otros problemas que limiten la  abstinencia tienen que incluirse en esta discusión y sus soluciones han de ser  priorizadas.
 — Afrontar la ambivalencia en el  contexto de la alianza de trabajo. Puede afrontarse con un registro escrito en  tarjetas de los beneficios y perjuicios del consumo que suele terminar con una  valoración de la necesidad de abstinencia (ejercicio práctico).
 — Identificar los pensamientos de  carácter distorsionado con los que se justifica el consumo (p.ej., «no puedo  divertirme sin cocaína», «me merezco esta recompensa», «no puedo afrontar mi  estado de ánimo de otro modo», etc.). Evitación y afrontamiento mediante  estrategias eficaces (pensar en el «bajón» negativo que sigue al consumo,  desafiar los pensamientos automáticos, revisar las consecuencias negativas,  distraerse, hablar) (ejercicio práctico).
 Tema 3. Entrenamiento en  asertividad y en habilidades para rechazar el consumo— Evaluar la disponibilidad de  cocaína y los pasos para reducirla de una manera segura y eficaz (ejercicio  práctico).
 — Analizar las estrategias para  interrumpir los contactos con las personas que suministran cocaína. Presentar  las ventajas de un rechazo claro y asertivo. Afrontar problemas especiales (p.  ej., si la pareja es consumidora) (ejercicio práctico).
 — Aprendizaje y práctica de  habilidades de rechazo de cocaína. Entrenamiento en respuesta rápida, con buen  contacto ocular, en un «no» claro, firme y sin excusas. Cambios de tema: petición  de que no le vuelvan a ofrecer en el futuro (ejercicio práctico de «rol  playing»).
 — Revisar la diferencia entre  respuesta pasiva, agresiva y asertiva; el control del lenguaje corporal y las  señales no verbales; la anticipación de consecuencias negativas.
 Tema 4. Identificación y control  de las «decisiones aparentemente irrelevantes»— Comprender la importancia de  las decisiones aparentemente irrelevantes y su relación con las situaciones de  alto riesgo. En pacientes con problemas cognitivos (p.ej., pacientes con TDAH)  puede hacer falta un esfuerzo especial. Enseñar con una historia real como las  decisiones son más seguras y fáciles de mantener al principio de la cadena de  decisión.
 — Identificar ejemplos personales  de decisiones aparentemente irrelevantes (ejercicio práctico de auto-registro).
 — Practicar la toma de decisiones  seguras (ejercicio práctico).
 Tema 5. Plan de afrontamiento  general— Anticipar situaciones futuras  de alto riesgo. Crisis, acontecimientos vitales positivos y negativos que pueden  ocasionar recaídas (ejercicio práctico).
 — Desarrollar un plan de  afrontamiento personal genérico (teléfonos de urgencia, recuerdo de  consecuencias negativas del consumo, lista acontecimientos positivos,  procedimientos de distracción, lista de lugares seguros) (ejercicio práctico).
 Tema 6. Solución de problemas— Introducir los pasos básicos de  las técnicas de solución de problemas como alternativa al consumo de cocaína.  Identificar el problema y especificar. Considerar varios enfoques alternativos  (tormenta de ideas), seleccionar la solución aparentemente mejor y someterla a  una evaluación crítica (ejercicio práctico).
 — Practicar habilidades de  solución de problemas dentro de la sesión.
 Tema 7 Manejo del caso— Revisar y aplicar las  habilidades de solución de problemas psicosociales que suponen una barrera para  el tratamiento (distinguir entre los que deben suceder a la abstinencia y los  que deben antecederla porque impiden el comienzo del tratamiento). Requiere el  conocimiento de recursos comunitarios.
 — Desarrollar un plan de apoyo  concreto para enfocar los problemas psicosociales. Identificar el problema,  definir el objetivo. Identificar los recursos, especificar un plan y controlar  como progresa.
 — Controlar y apoyar los  esfuerzos de los pacientes para llevar adelante el plan (ejercicio práctico).
 Tema 8. Reducir el riesgo de  infección por VIH— Evaluar el riesgo de contraer  infección por VIH y motivar para limitar el riesgo. Pueden utilizarse  inventarios específicos de evaluación del riesgo.
 — Establecer los cambios  conductuales necesarios. Apoyar. Reformular. Manejar la resistencia, analizar  las consecuencias de actuar y no actuar, comunicar la necesidad de una elección  libre y auto-motivar.
 — Identificar los obstáculos para  el establecimiento de conductas para la disminución del riesgo (ejercicio  práctico).
 — Directrices específicas para la  reducción del riesgo (información sobre conductas de riesgo, limpieza de  adminículos para el consumo IV, uso de preservativos, control serológico).
 Las sesiones con familiares y  allegados al paciente tienen como objetivos:— Brindar a los allegados la  oportunidad de conocer el tratamiento. Las sesiones se han de planificar  cuidadosamente para evitar que se desvirtúe su intención (¿quien va a acudir?  ¿para que? ¿cómo puede colaborar en el tratamiento?).
 — Analizar los procedimientos a  través de los cuales pueden intervenir los familiares y allegados: acompañar al  tratamiento, contribuir a la reducción de estímulos condicionados, participar  en actividades placenteras libres de drogas, apoyar al paciente en situaciones  de «craving», ayudar a afrontar otros problemas y contribuir al cumplimiento de  la toma de la medicación en su caso (práctica con contrato).
 La sesión de finalización:— Revisa el plan de tratamiento y  sus objetivos.
 — Proporciona retroinformación a  los pacientes por parte de los terapeutas acerca del proceso terapéutico  (ejercicio práctico con cuestionario).
 — Proporciona retroinformación a  los terapeutas acerca de los ingredientes del tratamiento que los pacientes han  valorado como más y menos útiles (ejercicio práctico con cuestionario).
 Otro programa terapéutico  (Higgins y cols., 1991) de orientación cognitivo conductual de la cocainomanía  se desarrolla en 6 meses e incluye una mezcla de procedimientos de manejo de  contingencias integrado en un abordaje de refuerzo comunitario; está basado en  los puntos que siguen:
 — Detección de metabolitos de  drogas 3 veces por semana.
 — Refuerzo de la abstinencia  mediante procedimientos de manejo de contingencias con vales económicos por la  abstinencia.
 — El consumo de drogas implica la  pérdida de la contingencia.
 — Incremento de la densidad del  refuerzo para actividades libres de drogas mediante:
 • Cónyuge o pareja y allegados
 • Instrucciones en el  reconocimiento de los antecedentes y consecuencias del consumo de cocaína
 • Asesoramiento laboral
 • Asesoramiento en nuevas  actividades recreativas o recuperación de las pérdidas
 Varios estudios abiertos y un ECC  avalan la eficacia de este procedimiento durante el periodo de aplicación  (Higgins y cols., 1993 y 1994). Este tratamiento puede asociarse a disulfiram y  también ha mostrado experimentalmente su utilidad en adicciones mixtas a  cocaína-cannabis.
 Otras técnicas relacionadas con la TCC que también se han  ensayado en la cocainomanía (Grawobski y cols.,1993) son la terapia cognitiva  de Beck, otras técnicas de prevención de recaídas y las técnicas  motivacionales. El modelo neuroconductual de Rawson y cols. (1990) proponía un  abordaje muy estructurado en 5 sesiones semanales individuales y en grupo,  durante 6 meses, basado en los principios que siguen:
 — Tratamiento  cognitivo-conductual con reestructuración cognitiva (identificación y  modificación de patrones de pensamiento desadaptativos que inducen al consumo)  y entrenamiento en habilidades para afrontar situaciones de riesgo.
 — Técnicas de prevención de  recaídas (métodos específicos de evitación, alternativas al consumo, extinción  de respuestas condicionadas).
 — Alianza terapéutica con  refuerzo positivo para mantener a los pacientes en tratamiento y motivarlos.
 — Estadías de orientación de la  recuperación desde la abstinencia.
 Otras terapias conductuales:  bonos y refuerzos comunitariosDerivada de la teoría del  refuerzo alternativo el abordaje terapéutico basado en bonos es una terapia  conductual que también ha mostrado su eficacia en el tratamiento de los  trastornos por consumo de cocaína. Se extiende durante 24 semanas de  tratamiento y tiene 2 objetivos terapéuticos específicos:
 1. Abstinencia de cocaína un  periodo suficientemente largo como para permitir que los pacientes aprendan las  habilidades que les permitan mantener la abstinencia.
 2. Reducción del consumo de  alcohol en los que consumen cocaína y alcohol.
 Se aplica en 1 ó 2 sesiones de  consejo individual por semana que están dirigidas a mejorar las relaciones  familiares, aprender estrategias para minimizar el abuso de drogas, recibir  consejo vocacional y desarrollar nuevos contactos sociales y actividades  recreativas sobrias. Los que abusan de alcohol reciben también disulfiram y se  realizan controles urinarios contra los cuales reciben bonos con algún valor  económico, que han funcionado en EE.UU. (Higgins y cols., 1994; Bickel y cols.,  1995; Silverman y cols., 1996). La utilidad de estas técnicas en nuestro medio  dependería, en todo caso, de las características de la población atendida y del  régimen asistencial.
 Varios estudios recientes han  mostrado que el refuerzo comunitario con incentivos contingentes con la  abstinencia es más eficaz que sin ellos (Higgins y cols., 2003; Roozen y cols.,  2004) pero también se plantean dudas acerca de los límites de los incentivos  económicos (Petry y cols., 2004), la posible duración limitada de los efectos  (solo durante el tratamiento) y su variabilidad cultural. La aplicación de  estas técnicas en los medios asistenciales públicos españoles parece menos  viable.
 Terapia de soporte y expresión  (TSE)La terapia de soporte y expresión  (TSE) es una terapia limitada en el tiempo con 2 componentes principales:
 — Técnicas de soporte para  propiciar que el paciente exponga y discuta sus experiencias con las drogas.
 — Técnicas expresivas para ayudar  al paciente a identificar y trabajar sus dificultades interpersonales.
 La TES tiene como aspectos básicos las sesiones  psicoeducativas, el manejo de la asertividad y la autoestima, la renovación de  las actividades de ocio, el desarrollo o reanudación de contactos sociales y,  en general, los cambios que promueven un estilo de vida sin cocaína. Presta una  atención especial a la identificación del papel de las drogas en relación con  los sentimientos y conductas problemáticas y como solucionarlos sin drogas  (Crits-Christophs y cols., 1999). Se ha comprobado experimentalmente que la TSE es eficaz en pacientes  adictos a heroína que abusaban de cocaína en programas de mantenimiento con  metadona, añadida al consejo en drogas (Woody y cols., 1995).
 Terapia interpersonal (TIP)Derivada de la teoría  psicoanalítica, la psicoterapia interpersonal está sustentada en la observación  de que muchos trastornos psiquiátricos, incluida la adicción a cocaína, tienen  una estrecha vinculación con dificultades del funcionamiento interpersonal que  pueden perpetuar el trastorno. La Terapia Interpersonal  (TIP) adaptada al tratamiento de la cocainomanía tiene cuatro características (Carrol  y Rounsaville, 1993):
 1. Asume el modelo médico de  trastorno psiquiátrico que conceptúa la cocainomanía como una condición crónica  y recurrente.
 2. Dirige su atención a las  dificultades de funcionamiento interpersonal.
 3. Tiene una duración breve y una  orientación focal.
 4. El terapeuta adopta un rol  activo y explorador similar al asumido en las psicoterapias exploratorias o de  soporte.
 La TIP se adaptó al tratamiento de la cocainomanía  en los años 80 (Rounsaville y cols., 1985) y se ha utilizado mucho en EE.UU.  combinada con otros tratamientos, incluidos los psicofarmacológicos. Se trata  de una técnica breve que requiere entrenamiento específico, cuyos objetivos son  la reducción o el cese del consumo de cocaína y el desarrollo de estrategias  más adaptativas y eficaces para afrontar los problemas interpersonales y  sociales asociados al comienzo y/o la permanencia en el consumo de cocaína.
 Las técnicas que utiliza la TIP en el tratamiento de la  cocainomanía pueden sintetizarse como sigue:
 1. Estrategias destinadas a  ayudar a detener el consumo:
 a. Aceptación de la necesidad de  abstenerse mediante la resolución de la ambivalencia frente al consumo.
 b. Manejo de la impulsividad.  Identificación de secuencias y deficiencias cognitivas.
 c. Identificación del contexto en  el que se obtiene y se consume la cocaína.
 2. Estrategias destinadas a  mejorar el funcionamiento interpersonal. La cocaína juega un papel importante  en el afrontamiento de los problemas que se dan en las relaciones sociales y lo  habitual es que se utilice para combatir frustraciones afectivas o sociales.  Aunque el consumo inicial y discreto de cocaína puede «mejorar» el  funcionamiento social de algunas personas, en el consumidor compulsivo se  observa pronto lo contrario. La exploración detallada de la anamnesis  biográfica permite identificar el papel que se asignó a la cocaína desde el  principio (¿cómo se comenzó a tomar cocaína?, ¿sólo o en grupo?, ¿de que modo  reaccionaron los allegados?, ¿cómo se modificó la conducta sexual y social?,  ¿cómo se alteró el régimen de vida?, etc.).
 3. Disputas por el rol  interpersonal. Se refiere a las situaciones en las que el paciente y al menos  un allegado significativo se encuentran en una situación de expectativa no  recíproca acerca del rol que juegan uno para el otro en la relación  interpersonal. La disputa interpersonal puede ser abierta o tácita y la cocaína  tiene con frecuencia un papel modulador en las parejas y en otras relaciones  duales (padres-hijo, etc.) y en el balance de poder de las mismas. La  estrategia del terapeuta es ayudar al paciente a identificar las disputas y a  renegociar la relación con la persona significativa.
 4. Transición de roles. En el  desarrollo del ciclo vital normal se da la necesidad periódica de desplazarse  de viejos a nuevos roles y en el proceso no es raro que aparezcan síntomas  psiquiátricos. La transición de roles puede ser normativa y esperable (como el  momento de salir de casa a vivir fuera, de obtener o cambiar de trabajo, del  matrimonio, la paternidad o la jubilación, etc.) o no normativa e inesperada  (un divorcio, un despido, un encarcelamiento, etc.). La cocaína se utiliza con  frecuencia para afrontar las dificultades de estos roles de transición y  revertir los efectos disfóricos asociados a los mismos. La estrategia terapéutica  implica la identificación del rol antiguo y el duelo por los aspectos perdidos,  la ayuda a los pacientes para aceptar de modo realista y positivo las demandas  del nuevo rol y el desarrollo de las habilidades necesarias para ejercerlo adecuadamente.
 5. Déficits interpersonales.  Muchos cocainómanos tienen una larga historia de problemas interpersonales y de  fracasos en sus intentos por implicarse en relaciones íntimas de adultos,  incluso en relaciones de amistad. La cocaína puede utilizarse para «suplir»  estos déficits mediante el efecto farmacológico directo o «producir»  artificialmente cualidades o rasgos de personalidad que el paciente considera  deseables y que se ve incapaz de obtener sin drogas. La estrategia terapéutica es  ayudar a localizar las áreas de problemas interpersonales y desarrollar estrategias  exitosas para manejarlas.
 6. Duelo. La cocaína se utiliza  también en el contexto de reacciones prolongadas o complicadas de duelo. La  estrategia terapéutica incluye la identificación de situaciones de duelo no  resuelto (por ejemplo, reacciones de aniversario) y su resolución  psicoterapéutica.
 La TIP dispone de estrategias y recursos específicos  para evitar el boicot al tratamiento o actitudes contra-terapéuticas  (verbalizadas o no) que pueden mitigarse y ser utilizadas como fuente adicional  de información clínica y prevención de recaídas (Mark y Faude, 1997).
 Terapia psicoanalíticaLa conceptualización  psicodinámica contemporánea de las adicciones, en general, se ha ido deslizando  desde un modelo regresivo a otro más defensivo y defectual (Khantzian, 1997).  La psicoterapia psicoanalítica convencional puede ser útil en estados avanzados  de recuperación de la cocainomanía, para aliviar el efecto de rasgos de  personalidad anómalos (sobre todo hipomaniacos, narcisistas, límites y por  dependencia) asociados originalmente a la adicción.
 Los siguientes aspectos  psicodinámicos se han considerados característicos de la cocainomanía (Mark y  Faude, 1997):
 — Déficit de autocuidados
 — Tendencias autodestructivas
 — Trastorno del desarrollo precoz
 — Internalización parental  inadecuada
 — Deterioro de la función  reguladora de los afectos, del control del los impulsos y mantenimiento de la  autoestima.
 Las terapias de orientación  dinámica a largo plazo persiguen objetivos diferentes de la abstinencia que,  habitualmente, tiene que precederlos. Entre ellos se encuentra el aumento de la  capacidad de introspección del paciente y el reequilibrio de los rasgos de  personalidad descompensados. En estados de recuperación avanzados tienen  importancia terapéutica especial los siguientes (Khantzian, 1997) aspectos:
 — La reconstrucción del mundo  interno y su autorregulación en el ambiente seguro de una psicoterapia, capaz  de corregir las faltas básicas, fomentar la aparición del juego simbólico y dar  lugar a la experiencia de un self integrado y finalista.
 — La creación de las funciones de  autocuidado a través del vínculo con el terapeuta internalizado en el  tratamiento.
 — La reparación de los déficits y  la mejora de la autoestima a través de la creación de un lenguaje con valor de  comunicación.
 — El establecimiento y la  conservación de relaciones de objeto maduras (frente al «modo  grandioso-destructivo» habitual de estos pacientes).
 — La modulación e integración de  los afectos en el conjunto del self, el desarrollo de vínculos sanos y de  intimidad constructiva.
 La contratranferencia tiene  aspectos específicos en el tratamiento de las drogodependencias (Kaufman,  1992). El punto de vista psicoanalítico contemporáneo subraya la importancia de  los ciclos recíprocos y progresivos de interacción entre el paciente y el  médico que son, en sí mismos, caminos y oportunidades para la recuperación.
 Otros conceptos como los de  «proceso paralelo», «codependencia», «negación», «facilitación», «desgaste» y  «familia de procedencia» determinan la contratransferencia con estos pacientes  (Kaufman, 1992), pero su exposición detallada supera el propósito de este  manual.
 Terapia grupalSe han utilizado diversos tipos  de tratamientos de grupo en la cocainomanía (Spitz, 1990):
 — Los grupos de autoayuda se  llevan a cabo con un liderazgo no profesional y persiguen el objetivo básico de  la abstinencia mediante el control recíproco en un régimen altruista de apoyo e  igualdad. Los grupos abiertos de Terapia de los 12 pasos consideran que la  cocainomanía no tiene cura y buscan el autocontrol mediante la asistencia a  reuniones como estrategia de afrontamiento única. Aunque no está  suficientemente evaluada desde el punto de vista científico, en el estado  actual de recursos y conocimientos, es una estrategia que ha de considerarse incluso  en ámbitos médicos (Woody, 2003). En este tipo de grupos, los instrumentos  terapéuticos fundamentales son la vigilancia y la presión grupal a través de  los cuales se estimula en los participantes la construcción de defensas  reactivas para afrontar los deseos e impulsos de consumir cocaína. Los factores  curativos de estos abordajes no están del todo identificados. Es posible que  estos grupos sean inadecuados para algunos pacientes (p. ej., con  psicopatología importante asociada), pero no existe suficiente investigación al  respecto.
 — Los grupos de psicoterapia  aplicados al tratamiento de la cocainomanía son de diversos tipos y formatos.  Por las características de los pacientes es necesaria la selección adecuada de  los miembros del grupo y la organización de un liderazgo activo en el mismo  (Spitz y Rosecan, 1990).
 Los fines de los grupos de  psicoterapia son:
 a) Individuales
 i. Desintoxicación
 ii. Estabilización emocional
 iii. Autoobservación
 iv. Fomento de la introspección y  del cambio cognitivo
 v. Enfoque de cuestiones vitales  como el trabajo o la sexualidad
 vi. Solución de problemas
 b) Grupales
 i. Educación sobre la  cocainomanía
 ii. Apoyo a otros miembros
 iii. Confrontación como cuidado
 iv. Fomento de la expresión  emocional
 v. Compartir los fines.
 El desarrollo del trabajo de  grupo incluye las tareas de introducción al trabajo de grupo, la estabilización  de los nuevos miembros, el control de sus crisis, el fomento de la cohesión  grupal, el trabajo de grupo y el de la transición fuera del grupo. Todos los  grupos, por otro lado, han de afrontar la tendencia a la negación y al engaño,  utilizar debidamente la coacción, evitar la designación de chivos expiatorios  y, a la vez, afrontar el riesgo de la permisividad en las conductas de sus  miembros que podría ocasionar recaídas en los demás.
 Los aspectos básicos del control  clínico en los grupos de cocainómanos son los siguientes:
 — Liderazgo. Terapeutas y adictos  recuperados pueden ejercer el papel de líderes. Los adictos recuperados pueden  ofrecer a los pacientes más proximidad, credibilidad y oportunidades de  modelado de conducta. Los terapeutas profesionales suelen tener conocimientos  teóricos más extensos, y estar mejor preparados para afrontar problemas no  habituales y para ofrecer modelos de autoridad. En ocasiones el colíderazgo entre  un terapeuta profesional y un ex-cocainómano es una combinación ventajosa.
 — Normas. La abstinencia total de  todos los participantes es una norma indiscutible. Otras normas varían según  los grupos, pero en casi todos se incluye la prohibición de contactos fuera del  grupo, la confidencialidad y la prohibición de hábitos que impliquen riesgo de  recaídas. La asistencia a todas las sesiones, la determinación
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