«El dinero es el boletín de calificaciones de la vida»
Todas y todos somos consumidores y convendría aceptar como punto de partida que es perfectamente posible que tengamos hábitos consumistas.
La publicidad nos bombardea. Nuestros hijos están literalmente obsesionados con el marquismo. Nuestro status depende más que de ninguna otra cosa, de los millones que nos haya costado el piso donde vivimos, de la marca de nuestro coche y del tiempo que haga que nos desprendimos del anterior, del lugar en que pasemos las vacaciones o de si tenemos los recursos económicos suficientes para enviar a estudiar a nuestros hijos a Estados Unidos o a cualquier país europeo.
Las situaciones anteriormente descritas son claros exponentes de la fiebre consumista que invade a las sociedades europeas y que, a la vuelta de pocos años, puede ocasionar una fractura profunda si no somos capaces de controlar esa excitación y de establecer medidas correctoras.
Vivimos instalados en una sociedad consumista pero tenemos a nuestra disposición resortes, mecanismos y estrategias para racionalizar el consumo y adaptarlo a la satisfacción de nuestras necesidades.
La línea de actuación que propugnamos consiste en adoptar una actitud crítica ante el consumo y, si es posible, dar la vuelta al calcetín, sustituyendo el consumismo desenfrenado en el que nos hayamos inmersos, por unas actitudes consumeristas -caracterizadas por planteamientos críticos patrones racionales de consumo- que, por paradójico que pudiera parecer, están mucho más cerca, no sólo del dominio personal y del autocontrol, sino de la calidad de vida.
Desde que finalizó el proceso que culminó en la humanización y dio lugar a la aparición del «Homo Sapiens», la especie humana tiene necesidades que ha de resolver, como el vestido, la alimentación, la vivienda, etc. Pues bien, el consumo es el medio o el instrumento para dar una respuesta satisfactoria a los problemas planteados por la existencia de esas necesidades.
Por tanto, podríamos ensayar una primera aproximación al concepto de consumo, entendiéndolo como el uso que hacemos las personas de los bienes y servicios que están a nuestra disposición con el fin de satisfacer diversas necesidades.
Las necesidades humanas pueden clasificarse de diversas formas. La más elemental consiste en dividirlas en primarias o biológicas -aquéllas vinculadas a la supervivencia- y culturales.
No podemos olvidar que la naturaleza humana es la cultura, que el hombre es un animal simbólico y que la psicología y la subjetividad ocupan progresivamente un espectro de mayor importancia conforme evolucionan las civilizaciones y aumenta el nivel tecnológico.
Probablemente, el nacimiento de la economía se debió a que mientras las necesidades no hacen sino aumentar, los recursos son escasos y limitados y se hacía, por consiguiente, imprescindible administrar y racionalizar esos escasos recursos para poder garantizar el futuro de la comunidad.
Decía el poeta Y. Deonne que «Ningún hombre es una isla que se basta a sí misma». La esencia humana no es otra cosa que el conjunto de las relaciones sociales. De ahí que, desde nuestro punto de vista, haya que contemplar el consumo como un hecho social, pues, las perspectivas de aproximación individual nunca nos iluminarán sobre la naturaleza colectiva y vinculada a valores ideológicos y culturales del consumo y consumismo.
Convendría que nos hiciéramos la siguiente pregunta, ¿Cómo y por qué aparece el consumismo?
Las necesidades humanas pueden ser creadas artificialmente, sobre todo si se produce más de lo necesario y se desea dar salida a estos excedentes productivos. Podríamos afirmar que el consumismo tiene su raíz y su origen en la adquisición de más productos de los que necesitamos, bien por ostentación, bien por presión social, bien porque los medios de comunicación incitan a usar y tirar con sus fórmulas intrínsecamente perversas de «compra ahora y paga después», que han obligado y obligan a cientos de millones de personas, no a hipotecar bienes como ingenuamente se cree, sino a hipotecar sus vidas y a cercenar posibilidades de desarrollo personal. Muchas veces los «cómodos plazos» no sólo no son tan cómodos sino que actúan como una argolla que nos esclaviza e inmoviliza hasta situarnos en una posición similar a la de los hombres del conocido mito platónico de la caverna. Desde una perspectiva histórica podría decirse que el consumismo es un hijo bastardo de la segunda Revolución Industrial.
El consumismo se afianza bajo un modelo que basa su estrategia en un incremento constante de la producción, ignorando no sólo las desigualdades profundas existentes entre las distintas zonas del Planeta, sino entre lugares y ámbitos geográficos muy próximos entre sí. Nuestra sociedad de consumo que actúa como una lógica descabellada, en virtud de la cual, una producción desenfrenada supone el agotamiento prematuro de recursos naturales imprescindibles, sin contar con la acumulación de residuos que están en la base misma de los graves problemas medioambientales.
Podría decirse que el fenómeno consumista es paralelo al desarrollo de los medios de comunicación y que estos dos hechos sociales interactúan y se retroalimentan mutuamente.
Los medios de comunicación tienen, a largo plazo, un efecto incuestionablemente deshumanizador, que podríamos ejemplificar con el «tener frente al ser», formulado por Eric From
El consumismo opera con un criterio perfectamente definido y frente al que muchos seres humanos sucumben impotentes. La estrategia consiste en crear en primer lugar una necesidad para, en segundo lugar, ofrecer un producto que sea capaz de resolverla o satisfacerla y, a continuación, volver a crear una nueva necesidad y prolongar el proceso hasta la nausea.
El dinero ha acabado por convertirse en el nuevo ídolo totémico de la tribu en una sociedad supuestamente secularizada hasta el punto de que una lúcida y cruel caricatura del New Yorker haya llegado a identificarlo como «el boletín de calificaciones de la vida», es decir, el que determina éxitos y fracasos y, como en otros tiempos, la rueda de la fortuna pone a unos arriba y a otros abajo.
Probablemente el fenómeno consumista no hubiera podido alcanzar su gigantesca proporción sin el concurso de la publicidad que utiliza toda una gama de recursos persuasivos para forzarnos compulsivamente a adquirir productos, muchas veces innecesarios y superfluos. La publicidad tiene una enorme capacidad de manipulación de conciencias y no vacila en emplear todo tipo de trucos y de tretas en la mejor línea de que el fin justifica los medios, es decir, la adquisición del producto justifica no sólo la inversión sino también los métodos empleados. Además es el propio consumidor el que paga de su bolsillo esta publicidad, pues, los gastos que origina están incorporados al precio del producto.
Por tanto, es a todas luces necesario afrontar críticamente el fenómeno consumista. Con la luz que le caracterizaba, ya nos advertía Antonio Machado que «Todo necio confunde valor y precio». Quizá si buscásemos una definición de moda, la más apropiada sería que «moda es lo que pasa de moda» pero tras esta consideración un tanto frívola o incluso cínica, se alzan poderosos intereses que incansablemente pretenden que el cambio de colores, la longitud de las faldas, el tamaño de los electrodomésticos, el diseño de la montura de las gafas,...y por supuesto la marca, obliguen a la permanente sustitución de un producto por otro cuando éste aún se encuentre en perfecto uso. Se trata de una carrera enloquecida, similar a la del hombre que pretendía alcanzar su sombra, pero de la que algunos obtienen pingües beneficios. De otra forma, no se explicaría que cientos de miles de personas, en manifiesta contradicción con sus usos culturales consuman a diario comida basura, pagando además precios abusivos o que haya logrado imponerse una necesidad manifiesta que vincula lo nuevo a lo positivo, como si cualquier novedad supusiese necesariamente un progreso o paso hacia adelante.
Como padres y madres debemos estar preocupados por la formación integral de nuestros hijos e hijas y de su desarrollo personal.
La sustitución del consumismo y despilfarro por la austeridad es una tarea de envergadura que debemos afrontar como un desafío imperioso, porque está en juego, nada menos, que la capacidad de nuestros hijos e hijas para aprender a resistir las provocaciones y las falsas ilusiones con las que el consumismo disfrazado de encantador de serpientes va a intentar envolverlos.
Naturalmente, para estar preparados de cara a dialogar con nuestros hijos e hijas, debemos comenzar por reconocer humildemente que el consumismo se inicia en el hogar y que, probablemente, no pocos de sus hábitos sean heredados y los hayan aprendido de nosotros mismos.
Finalmente indicaremos que la libertad, como capacidad de elegir y de responsabilizarse de las decisiones tomadas, es inseparable de un cierto autocontrol y de una racionalización que permita satisfacer muchas necesidades, sin dejarnos arrastrar por cantos de sirena que pongan gravemente en peligro nuestra realización y autorrealización personal.
Objetivos
Todos y todas consumimos bienes y productos. El consumo es una realidad cotidiana en la que nos hayamos inmersos. Para no vernos arrastrados a seguir acríticamente la moda o mecánicamente los dictados de la publicidad hemos de aprender a reflexionar sobre el consumo y lo que consumimos, y a generar instrumentos para elegir, de acuerdo con nuestros intereses, y razonar acerca de nuestros deseos y posibilidades.
A partir de esta base, nos proponemos alcanzar los siguientes objetivos o metas que habrán de servirnos, asimismo, como guías de nuestra acción a la hora de llevar a cabo proyectos formativos de educar para el consumo.
1. Definir con rigor conceptos básicos de la educación para el consumo como: consumo, consumismo, consumerismo, mercado,...
2. Dar a conocer los aspectos esenciales de la legislación sobre el consumo: Constitución, Ley General de Consumidores y Usuarios, etc.
3. Denunciar los mecanismos de manipulación y advertir sobre los riesgos de la publicidad engañosa.
4. Sensibilizar a los padres y madres sobre sus derechos como consumidores y usuarios, la necesidad de defenderlos y la importancia de denunciar las irregularidades.
5. Tomar conciencia de que en la educación para el consumo han de implicarse Administraciones Públicas, Familia, Escuela, Asociaciones Consumeristas, etc.
6. Diseñar estrategias para introducir actividades de educación para el consumo en la P.G.A. (Programación General Anual).
7. Apoyar como padres y madres las experiencias de educar para el consumo mediante actividades eminentemente prácticas como talleres y visitas.
8. Impulsar la organización de actividades que vincule la educación para el consumo con las fiestas que se celebren: Navidad, fin de curso, Días D, etc.
9. Vincular la educación para el consumo a otros ejes transversales con los que se relaciona e interactúa como: educación para la salud, educación medioambiental, educación no sexista, etc.
10. Asumir individual y colectivamente que hemos de superar la denominada «cultura del despilfarro» e instalarnos en la «cultura de la austeridad».
11. Potenciar el valor de la educación para el consumo para lograr un cambio de hábitos y actitudes que contribuyan a un desarrollo personal equilibrado y maduro.
12. Establecer los mecanismos más adecuados para incorporar las líneas estratégicas básicas de la educación para el consumo a la formación activa de Padres y Madres y a las Escuelas de Padres y Madres.
13. Propiciar que los representantes de las O.N.G.s y de las Asociaciones consumeristas intervengan en actividades a fin de conectar el Centro con el tejido asociativo de su entorno.
14. Relacionar la educación para el consumo y los valores consumeristas a la calidad de vida y a la defensa de las condiciones medioambientales
De la esclavitud del consumismo hacia un uso racional de los bienes y servicios
1. El consumismo en la sociedad española: una visión panorámica
Aunque a simple vista pudiera parecer lo contrario, el arraigo de hábitos consumistas en nuestra sociedad es un fenómeno relativamente reciente.
Nuestros hijos e hijas han nacido en este ambiente y nosotros nos hemos habituado a cambios significativos en nuestras pautas de consumo, pero todo esto no puede hacernos olvidar las duras condiciones de la posguerra en la que muchos de nosotros nacimos.
La Televisión, tan vinculada al fenómeno consumista, no inició su andadura hasta finales de los años 50 y tardó más de una década en extenderse.
España, sumida en una autarquía, vivió prácticamente una situación de economía de subsistencia hasta la erupción del denominado «desarrollismo», durante los años sesenta.
La incomunicación con los países europeos en la que nos sumió la dictadura fomentó el que lo americano adquiriera un fuerte prestigio y se convirtiera en un modelo a imitar, conocido como el «American way of life». El cine de Hollywood y la influencia norteamericana sobre la industria cultural, fundamentalmente audiovisual, marcaron nuevas pautas de comportamiento.
El desarrollismo abrió una etapa en la que, por primera vez, muchos españoles y españolas de diversos estratos y capas sociales, tuvieron acceso a bienes y servicios que hasta ese momento les habían estado vetados.
La aparición de los electrodomésticos, por ejemplo, tuvo un efecto marcadamente ambivalente, pues, si bien, por una parte, favoreció la liberación de la mujer y aproximó a la sociedad española a las pautas de consumo europeas, por otra, inició un proceso, en virtud del cual, se generalizó la venta a plazos y se inauguró una dinámica social, en virtud de la cual, muchas familias comenzaron a vivir por encima de sus posibilidades, adquiriendo productos, bienes y servicios a plazos, con lo que comenzaron a hipotecar su futuro y, sobre todo, iniciando una competitividad, por la cual, la adquisición y posesión de las novedades del mercado parecían ofrecerse como un signo de movilidad vertical y asunción a un estado más elevado.
El fin de la dictadura, la consolidación de la democracia y el ingreso en la Comunidad Europea fueron hechos históricos que derribaron los muros que nos separaban de Europa y originaron que, en menos de veinte años, la sociedad española se aproximara al ritmo de vida y a las coordenadas de los países de nuestro entorno.
El efecto uniformador de la televisión, el control del mercado por parte de las multinacionales y el mayor contacto con los centros emisores y difusores de los hábitos del consumo y de la moda han propiciado que, en pocos años, la austera sociedad española se haya convertido en el ámbito consumista que padecemos.
La rapidez del cambio ha tenido, además, efectos nada positivos como, por ejemplo, una legislación tardía e inadecuada, una desregulación del mercado y un desconocimiento por parte del común de los españoles de sus derechos como consumidores y usuarios, lo que implica que se lleven a cabo pocas reclamaciones y que auténticas «fechorías y chapuzas» queden impunes.
La sociedad española, hoy, se ha incorporado a la pseudocultura del «usar y tirar»
La adquisición de lo superfluo se ha convertido en norma aunque, a veces, sea perjudicial para la salud o para el medioambiente. La adquisición convulsiva de las últimas novedades del mercado (ordenadores, compacts discs, automóviles, etc.) está estrechamente vinculada a las aspiraciones de los jóvenes que, si bien prolongan sus estudios y ven limitadas sus posibilidades de acceder al mercado laboral, han adquirido tempranamente hábitos consumistas, en virtud de los cuales, no vinculan su incorporación a la vida productiva con su exigencia de disponer de bienes y servicios.
Por consiguiente, la crítica al fenómeno consumista ha de partir del análisis de la realidad cotidiana de todos y cada uno de nosotros, pues son muchos los españoles que viven por encima de sus posibilidades, no racionalizan sus pautas de consumo y sucumben a las ofertas de mercado sin oponer una resistencia crítica.
Toda persona consumista es, por definición, un inmaduro o inmadura, incapaz de elegir libremente y esclavo de unos hábitos que lo convierten en un juguete manipulado por intereses
2. La defensa de los derechos de los consumidores en la legislación vigente
Nuestra Constitución fue un texto de consenso fruto de la flexibilidad y del diálogo de las distintas fuerzas políticas y es preciso entenderla como un marco general de derechos, deberes y garantías así como un ordenamiento del conjunto de normas destinadas a velar por la convivencia social y territorial.
En su redacción, los legisladores tuvieron presentes los cambios que se habían operado en los países europeos y fueron sensibles a la inclusión de nuevos derechos emergentes que se habían ido incorporando a la cultura democrática de los países más desarrollados.
Antes de la promulgación de la Constitución no existían apenas normativas que protegieran y reglaran el consumo y los derechos de los consumidores.
Reproducimos a continuación el artículo 51, que vino a llenar ese vacío legal, especialmente en lo que respecta a los apartados 1 y 2.
1. Los poderes públicos garantizarán la defensa de los consumidores y usuarios, protegiendo mediante procedimientos eficaces, la seguridad, la salud y los legítimos intereses económicos de los mismos.
2. Los poderes públicos promoverán la información y la educación de los consumidores y usuarios, fomentarán sus organizaciones y oirán a éstas en las cuestiones que puedan afectar a aquéllos en los términos que la ley establezca.
3. En el marco de lo dispuesto por los apartados anteriores, la ley regularán el comercio interior y el régimen de autorización de productos comerciales.
En el apartado 1, por primera vez, los poderes públicos, es decir, el gobierno, las Comunidades Autónomas, los Ayuntamientos, etc. garantizarán la defensa de los consumidores y muy especialmente su seguridad, su salud y sus intereses.
La importancia de este primer apartado radica en reconocer que el ciudadano, en su condición de consumidor, es objeto de derechos y protección. Lógicamente y dado el carácter de marco referencial, el artículo 51 fue posteriormente ampliado y desarrollado, dando lugar, en 1984, a la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios.
El apartado 2 contiene elementos importantes, como la obligación de los poderes públicos de proporcionar información y educación, fomentar el asociacionismo consumerista y escuchar a las organizaciones en el desarrollo posterior de las leyes y en las iniciativas que les concierne.
Hay ocasiones, las más, en que la sociedad va por delante de las leyes y orienta el camino a seguir. Hay otras, las menos, en que las leyes se adelantan a las expectativas sociales.
Los hábitos de consumo de la sociedad española eran en 1978 desordenados y no existía una conciencia clara por parte de los ciudadanos de que sus derechos como consumidores tenían que ser protegidos y garantizados por los poderes públicos.
La existencia de las leyes es vital para el funcionamiento de toda comunidad, pero en una sociedad democrática esas leyes han de ser ampliamente divulgadas y, lo que es más, interiorizadas por los ciudadanos para exigir su cumplimiento y defender sus derechos.
La sociedad española vivía unos años, por lo que al consumo se refiere, en un estado de confusión y de desregulación y los ciudadanos, por regla general, no teníamos conciencia de los derechos y, muchos menos, adoptábamos posturas exigentes para que se cumplieran las leyes y demás normas que se iban promulgando.
Algo hemos avanzado, pero en éste, como en otros campos, aún existe un déficit democrático que se manifiesta en una tolerancia y permisividad hacia agresiones a nuestros derechos como consumidores que quedan impunes por nuestra propia comodidad, nuestra falta de conocimientos y hábitos para reclamar los derechos plasmados en las leyes.
Fijemos nuestra atención en algunas situaciones elegidas al azar. En no pocos bares y cafeterías, la manipulación de los alimentos pone en peligro nuestra salud y, sin embargo, por el peso de la inercia y la costumbre, rara vez reclamamos sobre la forma incorrecta de manipular dichos alimentos.
Para muchas familias, una avería en el coche puede convertirse en una pequeña tragedia. En el taller de reparaciones, el precio del arreglo es, con frecuencia, desorbitado. La reparación se realiza sin presupuesto previo y, o bien no se entrega factura alguna, o bien ésta no está detallada. Nuestra lamentable falta de conciencia fiscal hace, a veces, que transijamos con estas conductas irregulares para no pagar el I.V.A., con lo que nos convertimos en cómplices de lo que deberíamos denunciar. En fin, para no alargar esta numeración, detengámonos un momento en los servicios que contratamos en las Agencias de Viaje. Debemos leer la letra pequeña para no sufrir engaños y debemos, asimismo, solicitar la hoja de reclamaciones en cualquier establecimiento, cuando consideremos que se han vulnerado nuestros derechos.
Las leyes tienen un valor instrumental pero somos nosotros mismos quienes hemos de manejar el instrumento
Hemos de conocer nuestros derechos como consumidores, exigir su cumplimiento y denunciar las irregularidades. Para esto hemos de ser conscientes de que es necesario pasar por un cambio de mentalidad, de hábitos y de valores.
Los españoles somos muy dados a la protesta airada y al «portazo». La defensa de nuestros derechos exige, por el contrario, una educación cívica en las formas pero una exigencia firme en la defensa de nuestros intereses. Por otra parte, debemos conocer que tenemos derecho ante un servicio insatisfactorio o ante la adquisición de un producto defectuoso a que nos sea reintegrado el importe o se nos entregue un producto en perfectas condiciones.
El principal instrumento para la defensa de nuestros intereses lo constituye la Ley General para la Defensa de los Consumidores Y Usuarios.
Difícilmente podemos defender los derechos que no conocemos. Por eso, los poderes públicos tienen la obligación de dar a conocer las leyes, y las organizaciones y asociaciones de consumidores prestan un servicio inestimable asesorando, vertebrando los intereses de los usuarios y trabajando para que aumente el grado de conciencia reivindicativa.
Como padres y madres deberíamos estar interesados en que cada comunidad educativa conozca la Ley General de Consumidores y Usuarios. Sería una magnífica idea invitar a algún representante de las distintas Asociaciones de Consumidores para que expusiera su contenido. También sería muy positivo el que propusiéramos que se incluyera en la P.G.A. una visita a la OMIC (Oficina Municipal de Información al Consumidor) y, desde luego, que incluyéramos en la formación activa de padres y madres y en la Escuela de Padres, aspectos fundamentales de educación para el consumo.
Estamos convencidos de que la colaboración de la APA con la OMIC y con las asociaciones de consumidores permitiría que la APA poder prestar un importante servicio a toda la Comunidad Educativa y contribuir a mejorar el grado de conocimiento de los padres y madres sobre la legislación y sus derechos como consumidores.
Como era de esperar, los consumidores y usuarios han ido avanzando en la defensa de sus intereses y realizando conquistas que se han visto plasmadas en leyes.
La Ley General para la Defensa de consumidores y usuarios, aunque desarrolle el artículo 51 de la Constitución Española, no puede descender al detalle ni entrar en consideraciones pormenorizadas sobre el amplio espectro de temas vinculados al consumo.
De ahí que aparezca posteriormente una legislación específica para regular esos campos o áreas, garantizar los derechos de los consumidores, informarles, evitar abusos y tipificar el régimen sancionador.
No se trata de que las APAs seamos organizaciones expertas en consumo y en legislación sobre consumo, pero sería positivo que nos preocupáramos de obtener esta información y de tenerla a mano para poder consultarla cuando sea necesario.
Sería, por ejemplo, una buena idea antes de las vacaciones de Navidad, realizar una campaña para dar a conocer las normas de seguridad de los juguetes y procurar que toda la Comunidad Educativa participe en esta actividad que podría organizarse en forma de charla-coloquio, seguida de algún tipo de actividad en grupo. Proponemos, también, que esta actividad informativa sobre la seguridad de los juguetes o sobre cualquier otro aspecto se traslade a la PGA a iniciativa de los representantes de los padres en el Consejo Escolar o de la APA.
Como podemos ver, la legislación sobre consumo abre muchas vías y posibilidades para informar, debatir y sensibilizar que podemos y debemos aprovechar.
La legislación es sólo una parte del conjunto de iniciativas que podemos tomar. La teoría es importante pero lo es mucho más la práctica y la modificación de hábitos, actitudes y valores, por eso haremos hincapié, más adelante, en actividades eminentemente prácticas y vinculadas al aprendizaje por la experiencia.
Conquistas de los consumidores
-Reconocimiento de los derechos de los consumidores en el artículo 51 de la Constitución Española
-Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios
-Decreto de infracciones y sanciones en materia de defensa del consumidor
-Decreto que regula la venta ambulante
-Reglamento de talleres de reparación de automóviles
-Reglamento de tintorerías
-Reglamento de reparto de electrodomésticos
-Ley General de Publicidad
-Reglamento de etiquetado y publicidad de los alimentos industriales
-Ley de defensa de la competencia
-Información en la compra-venta y arrendamiento de viviendas
-Decreto sobre representación, consulta y participación de los consumidores y usuarios a través de sus asociaciones
-Normas de seguridad de los juguetes
-Prohibición de los productos de apariencia engañosa
-Ley de competencia desleal
-Ley sobre ventas a domicilio
-Catálogo de productos, bienes y servicios
-Reglamento sobre presentación, etiquetado y publicidad de los alimentos envasados
-Decreto que regula la información sobre el ruido en el etiquetado de los electrodomésticos
-Reglamento sobre el etiquetado referente a las propiedades nutritivas de los productos alimenticios
-Reglamento sobre caducidad de los alimentos
-Ley de Arrendamientos Urbanos
3. Familia y consumo
Probablemente los hábitos consumistas de muchos niños y jóvenes han tenido su origen en su propio hogar. Lo que hacemos, nuestros comportamientos cotidianos, nuestros valores y comentarios tienen una influencia incuestionable en nuestros hijos, ya que la atmósfera familiar, lo que ven y lo que oyen afectan a la formación de su personalidad.
Por tanto, es muy conveniente que una educación consumerista, una educación basada en una actitud racional y crítica ante el fenómeno del consumo, se inicie en la familia, a la edad más temprana posible.
Los padres y madres tenemos que ser conscientes de que no debemos satisfacer, ni mucho menos, todos los caprichos de nuestros hijos e hijas. Por el contrario, es importante que entre el deseo y la realización del deseo medie no sólo un cierto tiempo, sino que procuremos que nuestros hijos se ganen aquello que aspiran a conseguir.
Puede existir la tentación en muchos padres y madres de lavar una mala conciencia por el poco tiempo que dedican a sus hijos satisfaciendo todos sus caprichos, llenándoles, por ejemplo, el cuarto de juguetes y dándole un pésimo ejemplo, pues los niños y niñas crecerán rodeados de objetos con los que no tengan tiempo ni siquiera de jugar y que tienen claro carácter superfluo.
La austeridad es un valor importante que nada tiene que ver con la tacañería.
El diálogo en el seno familiar es imprescindible para que exista un clima adecuado para la convivencia. Haríamos bien los padres y madres en comentar con nuestros hijos la situación económica, planificar juntos los fines de semana o las vacaciones, no ocultar si existen dificultades que pueden privarnos de la adquisición de un electrodoméstico para el hogar, o la realización de un viaje.
De esta forma, nuestros hijos se irán concienciando de las posibilidades económicas familiares y se verán obligados por los hechos a contemplar el principio de realidad en lugar de guiarse solamente por el principio de placer.
Hemos comentado con anterioridad que el consumismo es una cadena y una esclavitud. Nuestros hijos e hijas deben contar con nuestra ayuda para enfrentarse a las presiones grupales. Por ejemplo, podemos y debemos razonar con ellos la conveniencia o inconveniencia de que los cumpleaños se celebren en una conocida multinacional de hamburguesas y aprovechar para explicar, debatir con ellos y, desde luego, escucharles, si esa es la forma más adecuada de celebrar una fiesta de cumpleaños.
Naturalmente si lo que ven y oyen son constantes referencias al dinero como disponibilidad para comprar y observan en nosotros actitudes proclives a cambiar de coche, a renovar los electrodomésticos cuando los anteriores están en buen uso, a guiarnos por la moda para la renovación del vestuario o si nos dejamos arrastrar por la dinámica de adquirir los mismos productos, bienes y servicios que nuestros amigos y vecinos para no ser menos, nos habremos dejado atrapar irremisiblemente en las redes del consumismo que, fundamentalmente, pretende que adquiramos neuróticamente objetos y que nos desprendamos tan rápidamente de ellos como los hemos adquirido.
Está en nuestras manos adoptar una actitud con nuestros hijos en la que nos impliquemos en su proceso formativo, dejándoles claras nuestras posiciones pero fomentando que tomen sus propias decisiones y vayan adquiriendo una progresiva autonomía personal.
Otro campo en el que la familia tiene mucho que decir es el de vincular el consumo racional y crítico con la calidad de vida, la defensa del medioambiente y un modelo de desarrollo sostenible. Por ejemplo, podemos y debemos depositar los vidrios en los contenedores para que sean reciclados, utilizar lo menos posible envases de plástico, realizar pequeños sacrificios como llevar los periódicos, revistas, etc. a alguna organización que los utilice para reciclarlos o seleccionar las basuras de forma que separemos los restos reciclables. Si actuamos así, el hogar será un foco de educación para el consumo y esos hábitos tendrán posteriormente una proyección sobre el Centro escolar y sobre el entorno en el que vivimos.
Si somos capaces de potenciar la autonomía de nuestros hijos, su proceso de formación irá ganando progresivamente en un uso adecuado de la libertad y de la responsabilidad.
Es indudablemente positivo comentar en casa los anuncios que aparecen en la televisión, los mecanismos de persuasión e, incluso, su poder de manipulación.
Los niños y, de forma especial, los adolescentes, comprenderán fácilmente, si se lo planteamos bien, la contradicción que existe, por ejemplo, entre los eslogan que nos prometen libertad, condicionándonos a la adquisición de un determinado producto o cómo la publicidad juega abiertamente con deseos, miedos y frustraciones, vinculando el éxito, la integración grupal o la diversión al consumo... siempre al consumo.
La libertad se gana trabajosamente y con esfuerzo. Ayudar a que nuestros hijos e hijas desmonten los paraísos artificiales que pretenden venderles y sean conscientes de que pueden elegir su propio camino o dejarse arrastrar por lo que otros quieren y por lo que otros han decidido que compren y consuman, constituye, quizá, uno de los mejores servicios que podemos aportar al desarrollo personal de nuestros hijos.
4. La educación para el consumo en la escuela: talleres, visitas y proyección sobre el entorno
Una de las principales y más hermosas tareas educativas consiste en preparar para la vida, es decir, para afrontar la integración en el medio social con recursos para convivir adecuadamente y para convertirse en un ciudadano o ciudadana activo y dinámico.
En la preparación para la vida, la educación para el consumo juega un papel esencial
Entre las muchas cosas que los chicos y chicas aprenden en las aulas y en las actividades complementarias y extraescolares, muchas no les serán excesivamente útiles pero, en cambio, otras pueden ser decisivas para un proceso de formación y prepararlos adecuadamente para afrontar una serie de vivencias cuando alcancen la madurez.
Fijémonos en la importancia, por ejemplo, de una alimentación nutritiva compensada y adecuada que puede lograrse facilitando el aprendizaje de la rueda de los alimentos, analizando los menús del comedor escolar, incluso, interviniendo en talleres, en diversos talleres de alimentación. Es básico que niños y niñas comprendan que comer bien no es comer mucho y las ventajas de una dieta equilibrada. Este campo es una buena muestra de cómo la escuela puede ser un buen instrumento formativo también para padres y madres, si conseguimos, junto a las actividades dirigidas al alumnado, implicar al colectivo de padres en otros talleres complementarios sobre el mismo tema, incidiendo en la calidad alimenticia de la población tanto en los centros como en los hogares.
Por otro lado, en la futura incorporación al mundo laboral y en la asunción de responsabilidad en las tareas domésticas para ambos sexos es de gran utilidad manejarse con soltura ante una nómina o conocer con solvencia recibos como el de la luz, teléfono, agua, etc. El desconocimiento de estas habilidades dificulta e, incluso, imposibilita para el ejercicio de los derechos, pues, difícilmente podrá reclamar un error que perjudique sus intereses quien no tenga un mínimo dominio sobre estos temas. Es posible que los programas escolares, con frecuencia sobrecargados, no den opción para el aprendizaje de estos conocimientos útiles y prácticos. En ese caso los talleres y actividades complementarias pueden perfectamente suplir estas carencias. Podríamos seguir enumerando un sin número de conocimientos prácticos vinculados a la educación para el consumo que ayudan a vivir pero, por citar uno solo más, destacaremos la importancia de enseñar en la Escuela los mecanismos para rellenar una hoja de reclamaciones y formular una denuncia.
Deberemos tener presentes estos planteamientos a la hora de definir las actividades complementarias y extraescolares gestionadas por la APA. Desde nuestras actividades podemos poner en marcha diversos talleres de gran interés, dirigidos al alumnado así como a los padres y madres.
Toda actividad de educar para el consumo será doblemente interesante porque, aparte de su valor, contribuirá a romper las pautas regladas, con frecuencia monótonas, y a favorecer un concepto práctico de la educación y del aprendizaje a través de la experiencia.
Ahora bien, si toda actividad de educar para el consumo tiene un carácter positivo no es menos cierto que no conviene dispersar esfuerzos, sino ensamblar y articular las experiencias en un proyecto interdisciplinar y unitario que desarrolle el eje transversal de educar para el consumo, integrando en el mismo aspectos de educación para la salud y educación medioambiental.
Los centros no son islas y deben abrirse y proyectarse al entorno. La educación para el consumo puede alentar y encauzar no pocas de las visitas y salidas que no son un fin en sí mismas, sino un instrumento para conocer el medio y favorecer la integración. Los ejemplos son muchos pero podríamos destacar la visita a una OMIC, a un mercado, a una fábrica de pan o a una cooperativa de quesos o leche donde los niños y niñas, y también los padres y madres, puedan observar, preguntar, satisfacer sus dudas y, si es posible, manipular ellos mismos los objetos o, al menos, presenciar el proceso de fabricación.
Estas visitas o salidas es conveniente que estén planificadas con suficiente antelación. Para ello debe realizarse una motivación y sensibilización en el aula. Deben entenderse las visitas y salidas como un trabajo de campo en el que los alumnos tengan que realizar tareas individuales y grupales, tomar notas, realizar entrevistas... y finalmente llevar a cabo una puesta en común en el aula que permita una extracción de conclusiones y una evaluación de lo aprendido.
Para lograr esa articulación y ese carácter estable de educar para el consumo, los padres y madres, a través de la APA y de nuestros representantes en el Consejo Escolar, debemos apostar por que se realicen esas experiencias periódicamente y que figuren en la P.G.A., como es preceptivo.
La educación para el consumo es tan rica y abarca tantos temas que garantiza una enorme variedad. A título meramente orientativo, vamos a ofrecer un listado de diversos talleres que pueden ser muy útiles, tanto en Primaria como en Secundaria y cuya puesta en marcha no resulta muy costosa, pues, en muchos casos la ilusión pedagógica, la voluntad de hacer y unos pocos recursos son suficientes. Además, en más de una ocasión, el Ayuntamiento o la Comunidad Autónoma pueden colaborar en alguno de estos talleres y experiencias, como de hecho ya está sucediendo con buenos resultados en distintos lugares.
Confesamos nuestra predilección por los talleres porque constituyen actividades prácticas y lúdicas, donde los niños y niñas aprenden, manipulan, ensayan, etc. y, lo que es más importante, practican todo lo aprendido y pueden trasladar las habilidades y destrezas adquiridas a su vida cotidiana.
Estimamos que sería una buena idea combinar en un curso escolar tres o cuatro talleres que a continuación relacionamos y que hemos extraído de la publicación «Cien talleres de educación del consumo en la Escuela», editada por el Instituto Nacional de Consumo.
Relación de talleres para ensayar un método activo de Educación para el Consumo
Taller de etiquetado.
Taller de dieta equilibrada:
Rueda de los alimentos.
Elaboración de menús.
Taller de preparación de una visita al mercado
Taller de fabricación de alimentos:
Pan, Queso, Dulces.
Taller de seguir la pista a un producto desde su origen hasta el punto de venta.
Taller de recibos:
Agua, Teléfono, Bancos.
Taller de contratos y alquileres
Taller de análisis de ofertas de servicios turísticos.
Taller de reciclado: Papel y cartón, Corcho, Vidrio
Taller de análisis comparativo de alimentos
5. Actitud crítica ante el consumismo y desarrollo personal
Todos los padres y madres deseamos que nuestros hijos adquieran lo más pronto posible un sentido crítico, aunque no siempre ponemos los medios adecuados.
La formación de la personalidad es un proceso complejo que va acompañado de numerosos cambios y transformaciones, en virtud de los cuales, nuestros hijos e hijas se van haciendo hombres o mujeres.
Cada uno de nuestros hijos e hijas tiene un carácter, unos gustos, unas inclinaciones, unas posibilidades y unas capacidades que, encauzadas adecuadamente, pueden dar lugar a una personalidad fuerte pero que también pueden dispersarse y ver considerablemente limitadas sus aspiraciones.
Es importante, como ha expuesto en diversas ocasiones Abraham Maslow, que la autorrealización sea una meta a la que se dediquen los esfuerzos necesarios. Ahora bien, a dicha meta se llega a través de unos peldaños escalonados que van robusteciendo y fortaleciendo la personalidad. El primero de ellos implica la necesidad de normas y el cumplimiento de las normas existentes.
Uno de los principales problemas que afecta especialmente a la juventud es la anomia, es decir, el incumplimiento sistemático de las normas y el no sentirse vinculado a su cumplimiento. Toda relación de carácter comunitario está basada en un pacto, en un acuerdo, en un uso racional de nuestra libertad que nos proporciona apoyo e integración grupal. Somos admitidos en un grupo humano en la medida en que estemos dispuestos a cumplir sus normas y sin ellas no sería posible la convivencia. Por supuesto, una norma puede ser injusta o arbitraria y, en ese caso, debe ser modificada, incluso desobedecida, afrontando la sanción que tal desobediencia implique.
La libertad es un proceso gradual en el que los niños y adolescentes deben ganarse a pulso cada avance y cada conquista respondiendo de manera responsable a cada exigencia
Una persona caprichosa querrá hacerse de su capa un sayo, probablemente, se negará a aceptar las normas y tendrá dificultades para la integración grupal. Con ser esto grave, lo es más aún, el hecho de que quien no domina o controla sus impulsos consumistas no es dueño de sí mismo, es incapaz de autocontrolarse y su fiebre y afán por acumular objetos dificultará seriamente sus relaciones con las personas.
Ser libre es difícil pero existe un camino que lleva a la libertad y que es el del autodominio y el autocontrol. Existe otro camino que aleja de la libertad, que es el del capricho, la inmadurez y dejarse atrapar en las redes de un consumismo que impide el tomar decisiones, pues las que aparentemente tomamos no será otra cosa que la obediencia mecánica a los designios de quienes manipulan y crean las pseudonecesidades a las que sucumbimos.
Por tanto, quien no es capaz de elegir, quien no sabe decir no, quien depende de su capricho, no solamente está atrapado en una inmadurez crónica, sino que verá seriamente limitadas sus posibilidades de desarrollo personal.
Eric Fromm ejemplificó con su teoría del ser y el tener otra óptica desde la que aproximarnos a la madurez personal. Quienes acumulan objetos pueden poseer muchas cosas pero, tal vez, no se posean a sí mismos. El Ser sería el resultado de lo que queda de cada uno de nosotros y nosotras si nos desposeyeramos de lo que tenemos. Lamentablemente, en muchos casos sólo quedaría un enorme vacío.
El consumismo es inseparable de la superficialidad, de la vanalidad y alienación, pues, ponemos tanto de nosotros mismos en los objetos que dilapidamos y malgastamos nuestra esencia humana y el control sobre nosotros mismos.
El consumismo no sólo esclaviza sino que corrompe. Una actitud consumerista, es decir, crítica y racionalizadora con respecto al fenómeno del consumo, implica una apuesta por un modelo de sociedad diferente donde los valores humanos y la realización personal tengan más importancia que los intereses que mueve la mano invisible del mercado.
El desarrollo personal supone aceptar nuestras limitaciones y vivir profundamente las experiencias para aprender de los errores.
Cuanto más democrática sea una sociedad, más importancia tendrá el autocontrol y responsabilidad de los ciudadanos y los hábitos de consumo. Lógicamente, los diversos poderes establecidos ven con agrado la progresiva banalización que lleva a desinteresarse por los asuntos públicos y basar las ambiciones en la acumulación de objetos y la posesión de dinero como llave que abre casi todas las puertas. De ahí los afanes compulsivos de enriquecimiento rápido que ha padecido la sociedad española y que puede ejemplificarse en lo que denominamos «cultura del pelotazo».
Una personalidad crítica y fuerte no sólo se basará en el autocontrol, sino que hará un esfuerzo por comprender el mundo en el que vive y será sensible a las desigualdades e injusticias, lo que le obligará a replantearse sus hábitos y su conducta personal y colectiva. Cada día hemos de ser más conscientes de que el talado de bosques para la fabricación de papel está vinculado al cambio climático, y que hemos de abandonar aunque sólo sea por afán de supervivencia la cultura del despilfarro para avanzar hacia la cultura de la austeridad.
Aprender a consumir racionalmente es aprender a vivir con calidad.
La vida es un desafío que podemos protagonizar en la medida en que conservemos el control sobre nosotros mismos. Podemos, sin embargo, perder ese control como lo pierden algunos automovilistas en la carretera y pasar a ser controlados mecánicamente por quienes adueñándose de nuestra voluntad nos traen y nos llevan dócilmente planificando la música que debemos oír, la indumentaria que debemos llevar, los modelos de coche que debemos usar y el último modelo de ordenador que debemos comprar.
La educación para el consumo no va a forjar héroes pero puede ayudar mucho a favorecer el desarrollo de hombres y mujeres libres que sepan elegir las opciones que benefician el desarrollo de sus potencialidades y sepan evitar las trampas que conducen a la pérdida del control sobre uno mismo.
CEAPA F068