La cafeína es el principal alcaloide del café y el que le confiere sus propiedades características. Se trata de una de las sustancias incluidas en los reglamentos de dopaje de todas las federaciones deportivas. En ellos aparece como una sustancia restringida, es decir, su uso está permitido siempre que no se llegue a una concentración de 12 microgramos por mililitro. Como este dato puede decir poco, hay que avisar de que unos pocos cafés pueden, dependiendo de su contenido en cafeína, producir este nivel de concentración en orina hasta dos-tres horas después de su ingestión.
La cafeína facilita la actividad intelectual y la creatividad, manteniendo despierto y en estado de alerta a su consumidor. En esta acción está también implicado un incremento de los niveles de adrenalina y noradrenalina.
Sin embargo, tiene una serie de efectos no deseados. Activa la secreción de noradrenalina, pero no ayuda a renovar la que se va agotando, por lo que después de un largo periodo de consumo (tras la toma de varios cafés en un mismo día) el organismo siente que necesita reposo y cae en estado de aletargamiento para reponer las energías gastadas. Si se vuelve a tomar café (es lo que se suele hacer al día siguiente, cuando se experimenta el cansancio), se va incrementando la dosis necesaria para conseguir los efectos deseados. Tarde o temprano la droga pasa factura.
Paradójicamente, aunque la sensación es de mayor energía, la realidad es que la cafeína agota la vitamina B1, encargada de transformar los carbohidratos ingeridos con la alimentación en energía.
Fuente: Smartdrugs.com |