Cualquiera que aspire a ser Miss Suecia deberá añadir a sus naturales encantos una cualidad indispensable: ser no fumadora. Y no para que no se le suban los humos a la cabeza, sino porque los concursos de belleza se utilizan ahora como instrumentos de marketing en la lucha antitabaco. Parte del papel de la miss de turno consiste en ir a las escuelas y educar a los adolescentes en los peligros del tabaco. Quizá pronto en el cine las productoras vetarán cualquier imagen de personaje fumador, para evitar riesgos de querellas. Y diremos adiós al duro vaquero que liaba el cigarro y a las fascinantes vamps que cruzaban las piernas mientras fumaban en una larga boquilla.
Y es que, por mucho que se ridiculice a la censura de antaño, cada época impone sus restricciones a las imágenes y trata de utilizarlas para lo que considera beneficioso. Lo llamativo hoy día es el distinto rasero con que juzgamos el poder de la imagen a la hora de explicar las conductas. Tan pronto le atribuimos un poder decisivo más propio de un sino fatal, como le negamos cualquier influencia en virtud de la madurez de una sociedad adulta.
La anorexia es hoy el típico ejemplo de la imagen bajo sospecha. El Senado español, tras escuchar a varias decenas de expertos e implicados, ha elaborado unas recomendaciones para luchar contra la anorexia en las que todo va dirigido a modificar el modelo de belleza que exalta la delgadez. El Senado pide a los fabricantes de ropa que adapten las tallas a la complexión de las españolas, a los modistas y publicistas que presenten modelos más acordes con la realidad social, a las revistas para adolescentes que no incluyan regímenes de adelgazamiento... Otras recomendaciones no destacan por su sentido práctico, como la que recomienda a las tiendas de ropa que no seleccionen a su personal por su belleza o su peso (¿habrá que reservar una cuota para gordas y feos?).
Ante una enfermedad de origen aún desconocido, todo parece explicarse por la influencia de imágenes y modelos perniciosos. Pero no debe echarse en saco roto lo que decía la carta de una lectora, que ha sido anoréxica durante cinco años: "¿Creen ustedes de verdad que alguien inteligente deja de comer porque ha visto a Kate Moss desfilar en la pasarela? Dejen tranquilas a las modelos, que normalmente son señoras estupendas que no necesitan matarse de hambre para seguir siéndolo".
El informe del Senado concluye, como no podía ser menos, que la educación es la forma más eficaz de prevenir la anorexia. Así que echemos una tarea más en el pesado fardo escolar, donde acaba recayendo todo lo que la familia o la sociedad no saben resolver.
Y, ciertamente, el mejor modo de fortalecer la autonomía para no vivir a rastras de las imágenes y estereotipos sociales, es el esfuerzo educador.
Pero es difícil que la mera información cambie las conductas, cuando los mensajes de esa escuela paralela que son los medios de comunicación van en sentido contrario. En Francia están preocupados por los 6.700 embarazos no deseados de adolescentes que se producen cada año. El gobierno los considera como "un fracaso de la política de información sexual seguida hasta ahora". "Las chicas tienen que aprender a decir que no", afirma la ministra para la Enseñanza escolar. Pero mientras aprueban esta asignatura, y se trabaja a favor de "una verdadera educación sexual y del sentido de responsabilidad", demos más de lo mismo: se autoriza a las enfermeras escolares a facilitar a las chicas en apuros la "píldora del día siguiente", que puede evitar la implantación del óvulo fecundado. Al mismo tiempo, se repartirán millones de ejemplares de una Guía de bolsillo de la contracepción.
Probablemente haría falta también una Guía de bolsillo de la responsabilidad. Pues el fondo de la cuestión no es un problema de píldoras, ni de preservativos ni de abstinencia a palo seco. Reducir la actividad sexual precoz y peligrosa exige mucho más que información sobre anticoncepción; es necesario enseñar cómo y por qué decir no. Y eso es algo que la educación sexual al uso apenas se atreve a afrontar. Es más fácil, y más engañoso, ofrecer reparaciones médicas para comportamientos irresponsables. Con la misma lógica, se podría echar una mano con el dopaje a quienes no se esfuerzan en aprobar la educación física.
También cabría preguntarse por la influencia que hoy tienen los medios de comunicación en un comportamiento sexual irresponsable de jóvenes y no tan jóvenes. Mientras nos preocupa tanto que los modelos que hoy nos proporcionan el cine, la televisión o la moda estimulen la anorexia, el tabaco o el sexismo, no hay menos motivos para inquietarse por las pautas de comportamiento sexual que ofrecen. No es sencillo aprender a decir "no", cuando la imagen de normalidad que los medios transmiten es "sí, cuanto antes".
Un reciente comunicado de la Organización Mundial de la Salud a propósito del tabaquismo femenino exhortaba a reaccionar contra "la seducción de los mensajes publicitarios que se esfuerzan en asociar el uso del tabaco a imágenes de esbeltez, de sofisticación y de mujeres liberadas de los estereotipos tradicionales". Si se siguiera el mismo criterio a propósito de los mensajes que utilizan como reclamo la sexualidad, quizá aprenderíamos a decir que no cuando hay que decirlo. A lo mejor Miss Suecia puede echar una mano.
Ignacio Aréchaga
Aceprensa 173/1999